Cabe(zas) en la mochila

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Juan subió al piso superior del local. El barullo era considerable. No le quedó otra que tomar asiento en una de las mesas interiores; todas las que daban a la calle estaban ocupadas. Contempló con desgana el triste frankfurt en su bandeja… Al menos la cerveza negra sí le apetecía, se dijo, y le dio un largo —y ruidoso— sorbo. Luego buscó alguna chica guapa entre las mesas antes de probar bocado. No vio ninguna, pero sí, a cambio, algo que llamó poderosamente su atención: un chico rebuscando en el fondo de la mochila… Y justo en aquel preciso instante el chico se detuvo; como si supiese que lo estaban observando. Y en efecto así fue: como si conociera de antemano la posición de su indiscreto observador se giró hacia Juan dedicándole una muy torva sonrisa. Su expresión fue indescriptible. Diabólica. Terrible. Digamos que apostaría esta mano derecha con la que escribo a que Jack el Destripador puso caras como aquélla en sus instantes de éxtasis supremo, escalpelo en mano. Acto seguido el tipo metió la mano en la mochila y se la enseñó… ¡Una cabeza humana! Fue un visto y no visto, enseguida volvió a meterla dentro, cerrando rápido la bolsa y ovillándose luego sobre ella, como si fuese un tesoro. Juan se quedó estupefacto. Buscó en la gente de alrededor algún tipo de reacción, la prueba de que alguien más entre la concurrencia del restaurante había asistido a aquella macabra escena. No encontró a nadie. Al parecer, sólo él había visto aquello. Volvió la mirada al chaval, quien para entonces devoraba con afán compulsivo su bocadillo, como si toda aquella historia ya no fuese con él.

Inquieto, acuciado de repente por una urgencia tenaz, Juan se giró con urgencia hacia su propia mochila, abriendo la cremallera lo justo para comprobar cómo los ojos sin vida de su vecina Encarnita, la del sexto, le devolvían la mirada llenos del pavor de la muerte súbita. Suspiró aliviado y volvió a cerrar la cremallera. Después, tras otro largo —y ruidoso— sorbo de cerveza, empezó a engullir su triste frankfurt.

Mientras masticaba el desabrido trozo de carne Juan no hacía otra cosa que darle vueltas al asunto. En verdad era todo un fastidio que su peculiar forma de celebrar Halloween estuviese empezando a convertirse en una moda, se dijo, pero estaba claro que él seguía consiguiendo, con diferencia, las mejores caras de espanto.

Y sonrió… Diabólico y terrible. Como Jack el destripador.

Interplanetaria

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