Cruzando el velo

El viejo profesor era filósofo, antropólogo, arqueólogo e historiador. Desde su cátedra en la facultad había conseguido un asentado prestigio fundamentado en trabajos de campo y obras de consulta que se habían convertido en clásicos. Las malas lenguas comentaban que, en realidad, su verdadera vocación era la Alquimia, a la que dedicaba todo su tiempo libre y buena parte de su fortuna personal.

No se equivocaban.

Lo encontraron en el pazo, desplomado en su sillón de orejas favorito, con la pistola aún humeando entre las manos.

Había una nota escrita de su puño y letra sobre la mesa del despacho.

Decía:

Del mismo modo que los seres humanos podemos morir, los fantasmas, que en realidad no están muertos sino que habitan en otra realidad alternativa, también pueden ser asesinados y enviados a otro plano de existencia todavía más lejano que el nuestro o el suyo. Tan solo hace falta descubrir lo que les mata y traslada de un universo a otro.

Culminadas mis investigaciones, sin más aliciente ya que la pura y simple experimentación de lo descubierto en éstos años, me propongo atravesar cada uno de los planos de existencia que conviven en el universo, de la única manera posible: matándome o haciéndome matar.

Para ello, ahora mismo me dispararé en la cabeza con el revólver. Una vez atravesado el velo que separa ambas realidades, la nuestra y la de esos a los que llamamos fantasmas, volveré a matarme y pasaré a otra nueva realidad, si cabe, más alejada.

De acuerdo con el plan original, cuyos detalles he apuntado en mi cuaderno de notas para quien pueda interesarse,  iré conociendo cada uno de los planos que componen el continuo universal de realidades, matándome una y otra vez, una y otra, hasta alcanzar el límite, si es que tal cosa existe.Según algunos sofistas, teóricos e iniciados del ocultismo y la espiritualidad, hay un Guardián que vigila cada una de las puertas de acceso de  un mundo a otro, un Guardián implacable al que no es posible engañar ni sobornar. Este guardián es el que franquea y facilita el paso de una existencia a otra cuando llega nuestro momento.

En nuestro plano de realidad, ese Guardían recibe el nombre de Muerte. ¿Cómo conseguiré que me deje atravesar el umbral sin su permiso, si aún no es mi hora? Todavía no lo se, pero he ideado una manera.

En mi laboratorio del sótano he desarrollado una munición etérea consistente en energía sutil que guardaré almacenada dentro de mi cuerpo. Munición que puedo disparar desde mi esencia espiritual a mi antojo. Tengo la certeza de que esta munición es capaz de matar a un fantasma, si es que esto es posible, pues comprobé éste particular hace cuatro meses en mi casona del Bierzo. Como mínimo se que es capaz de enviarle a otro plano de existencia, como así sucedió durante la prueba de campo con un espectro familiar al que conseguí soprender.

La naturaleza de la Muerte es fantasmal, más semejante a la de los espíritus que a la de los hombres mortales. Deduzco, por tanto, que la munición etérea también sirve para él y que podré usarla para intimidarle y obligarle a que me deje pasar.

De hecho, planeo desarrollar munición adecuada en cada existencia para deshacerme o poder intimidar a los respectivos guardianes que franquean el paso de un mundo superior a otro.

Sin más, procedo a ejecutar el plan.

Supongo que no volveréis a tener noticias mías.

Me despido. 

La policía, sus familiares y conocidos no dábamos crédito a ésta nota, que releímos una y otra vez con estupor, junto con el cuaderno de notas. El profesor había planificado todos los detalles de su descabellado viaje. En el fondo no nos lo podíamos creer, aquel plan era una locura.

Y no le hubiéramos dado mayor importancia a no ser por lo que sucedió después.

Al día siguiente del fallecimiento del profesor, los noticiarios informaron al mundo de una soprendente noticia: la gente había dejado de morirse.

Todos los amigos del profesor entendimos lo que estaba sucediendo.

La Muerte, el Guardián de la puerta entre nuestro mundo y el de los espíritus, había sido asesinado.

Desde entonces los muertos caminan sobre la Tierra y los vivos sobre el nublado camposanto del país de los muertos. La frontera ya no existe, uno puede cruzar de un mundo a otro a su antojo y las calles se llenan de fantasmas, de resucitados, y de muertos.

Y lo peor -dado que el profesor sigue atravesando realidades y va armado- lo peor, creemos que aún está por llegar.

Interplanetaria

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