El prisionero

Género :
Autor :

Yo arrastraba los pies entre las galerías sin poder desviar la mirada de aquellos a quienes, cada vez más, empezaba a considerar como mis camaradas.Ellos caminaban mirando al suelo para, de vez en cuando, alzar la vista haciael techo grisen un ruegoestérily se miraban – nos mirábamos – unos a otros con desesperación.

Mirada tras mirada al reloj, esos vistazos mecánicos en los que en realidad nunca se comprueba la hora, y, una y otra vez, reanudábamos el paseo entre aquellas galerías idénticas sin dejar de suspirar para nuestros adentros lamentándonos de nuestra fortuna.

Y al finllegó uno de esos crueles momentos en losque parecía que a uno de nosotros le sonreiría la suerte. Fue a uno de los veteranos, con el que me había cruzado unas cuantas veces por los pasillos. Mirada perdida, cigarro por encenderen la comisura de los labios, manos en los bolsillos, ybarba incipiente de quien ha sido sacado de súbito de entre las sábanas.

En ese instante mágico, el infeliz miró al frente, sus manos pálidas abandonaron el refugio de los bolsillosofreciéndose con las palmas abiertas. Incluso nos pareció adivinar una sonrisa de alegría. Un muchacho de cuya juventud no podíamos menos que apiadarnos llegó a hacerle un temerario ademán de despedida, pero el hombre no se dio cuenta. Ya no nos veía.

– ¿Qué tal me queda, cariño? – dijo ella saliendo del probador.

Los ojos hundidos de él se humedecierony parpadearon, incrédulos. Sus labios apenasfueron capaces de musitar:

– Maravilloso.

Pero, para nuestra desolación, ella frunció el ceño.

– No estoy segura, creo que también me probaré el rojo.

Él negaba con la cabeza, la persiguió suplicando, sus rodillas desgastándose contra el suelo, mientras ella volvía al probador.

– Si te sienta bien, si te sienta muy bien – gimoteaba, en vano, perdida yatoda esperanza.

Ella cerró la puerta del probador ante sus narices yel pobre se giró hacia nosotros.Los demás evitamos su mirada.

Entonces apareció ella.

– Me quedo estos dos.

Mi tarjeta de crédito fue un láser flamígero presto a de romper mis cadenas, mi columna recuperó la verticalidad. A través de las puertas de cristal el sol del mediodía radiaba resplandeciente y yo avancé hacia él orgulloso de mis posesiones, sin volver la vistahacia aquella panda de perdedores.

Interplanetaria

Sin opiniones

Escribe un comentario

No comment posted yet.

Leave a Comment

 

↑ RETOUR EN HAUT ↑