Emperador

Desde el terrible choque entre las tribus y las legiones hasta las bulliciosas calles de la misma Roma, Baxter relata una historia extraordinaria sobre nuestro pasado, cuando aún había un futuro que podía ser cambiado.

Esta historia empieza con un nacimiento. En la fría frontera norte del Imperio romano, una madre moribunda que acaba de dar a luz declama unas palabras en latín. Un idioma que jamás había oído antes, mucho menos aprendido a hablar.

Sólo después se descubre que dichas palabras no son otra cosa que una profecía. Una profecía que habla sobre la muerte de un emperador. Una profecía que, de cumplirse, podría cambiar el destino del Imperio, y todo el futuro hasta nuestro presente. ¿Hay alguien retejiendo la madeja del tapiz del tiempo y tratando de cambiar el destino de los hombres?

Cubriendo un lapso de 450 años, Emperador sigue a los descendientes de Nectovelin en su lucha por asegurarse de que los acontecimientos relatados en la profecía se cumplen, mientras el Imperio invade, construye muros, convierte a su pueblo al cristianismo, y finalmente desaparece de escena y deja a Britania sumida en la Edad Oscura que sigue al dominio de Roma.

ANTICIPO:
Los cuatro pasaron el día jugando, hablando, comiendo y bebiendo. Andaba cerca el verano, de modo que la luz tan sólo se apagaba un poco en el cielo. Nectovelín aceptó incluso echar un trago del vino romano que había llevado Cunedda.

A Agripina le alegró la presencia de Mandubracio. Era un joven de buen corazón, afectuoso, que tan sólo deseaba que todos se lo pasaran bien. De hecho, se preguntó si, inconscientemente, ella lo había planeado así, para que Mandubracio estuviese cerca cuando llegase el momento de hablar a Nectovelín de su relación con Cunedda. Para alegrar el ambiente, vamos.

Primero Mandubracio y luego Nectovelín sucumbieron al cansancio y se retiraron a la tienda.

Cunedda y Agripina se alejaron caminando de la luz que desprendía el fuego, sin olvidarse de coger una tela que extender en la fría arena. Se tumbaron uno junto al otro, atentos al lento discurrir de las estrellas mientras el mar rompía en la distancia.

Cunedda le cogió la mano.

—¿De veras crees que está dormido? Una vez me contaron que los viejos soldados nunca duermen.

—Te burlas de él, pero es cierto que es un guerrero. ¡Después de todo, su nacimiento se vio acompañado por una profecía! —¿De verdad? Cuéntame —pidió Cunedda, intrigado.

Agripina le contó que la madre de Nectovelín había empezado a parlotear durante el difícil parto.

—Brica nunca pudo explicar cómo se las había apañado para aprender latín, ya que murió al dar a luz, pero el bebé, Nectovelín, sobrevivió. —Su abuelo, Cunovic, había copiado la «profecía» en pergamino, que entregó a Nectovelín cuando éste se hizo mayor.

—Me encantan ese tipo de historias —admitió Cunedda—.Y ¿qué decía? —Verás, no lo sé muy bien. Algo respecto a los romanos, algo acerca de la libertad, y todo lo demás no tenía ningún sentido. Cunovic tenia una teoría al respecto; decía que era una especie de predicción, imbuida en la mente de la madre de Nectovelín por un dios o, quizá, por un mago del futuro que se entrometía en el pasado, Un «Tejedora, lo llamó Cunovic. Creo que le daba bastante miedo la profecía. No se atrevió a destruir la copia que había hecho, pero yo diría que se quitó un gran peso de encima en cuanto se la dio a Nectovelín—.. Tengo entendido que Nectovelín la ha llevado encima toda la vida, ¡aunque sea incapaz de leerla! —A pesar de lo cual, lo ha condicionado.

—Si. Debido a la profecía, Nectovelín cree estar destinado a ser un guerrero, cree estar destinado a combatir a los romanos, igual que su bisabuelo se enfrentó a César, aunque llevar su mismo nombre no lo ha ayudado.

—Pero durante la mayor parte de su vida, ha sido un guerrero sin una guerra que librar— En Brigantia no hay más que ganado, ¡pero un guerrero no puede guerrear con el ganado! Está claro que nunca podría llevar la vida de un granjero. Siempre fue furibundo y temperamental. «Como compartir el techo con una tormenta», solía decir mi madre. No ha tenido hijos, ya sabes: mujeres, sí, pero hijos… Y así, cuando supo que vosotros, los jóvenes catuvelaunos os sentíais aventureros, se vino aquí dispuesto a aportar su grano de arena, a pesar de haber cumplido ya los treinta años. Aplastar algunos cráneos trinovantes le satisfizo. Pero sigue inquieto. Basta con conocerlo un poco para darse cuenta…

Desde los tiempos de Casivelauno, cuando los romanos recorrían el océano, los catuvelaunos se habían mantenido ocupados construyéndose un imperio propio.

Los catuvelaunos seguían alardeando de su victoria frente a Julio César, a pesar de que Casivelauno había vencido batiéndose en retirada frente a unas tropas muy dispersas. Antes de abandonar Britania, César insistió en que los catuvelaunos respetasen a sus vecinos, los trinovantes, quienes se habían mostrado amistosos con él. Pero no sirvió de nada. No pasó mucho tiempo antes de que los catuvelaunos se apropiasen de Camulodunum como capital.

Siguieron a continuación las largas décadas de reinado del nieto de Casivelauno, Cunobelin, décadas en que los catuvelaunos se contentaron con disfrutar de su pequeño imperio. Agripina tenia la impresión de que Cunobelin había sido un regente sabio y pragmático, capaz de encontrar el equilibrio entre e! orgullo de su pueblo y el peligro constante que representaba el poderío romano, todo ello sin dejar de amontonar riquezas gracias al lucrativo comercio con Roma.

Pero entonces murió Cunobelin. Su imperio quedó en manos de dos de sus muchos hijos, Carataco y Togodumno, ambos, de hecho, tíos de Cunedda, aunque no fueran mucho mayores que él. Para ellos, la incursión de César formaba parte del pasado, de un pasado que no habían vivido, y bajo su reinado, los catuvelaunos habían emprendido una expansión agresiva.

En las incursiones y las escaramuzas que se produjeron como consecuencia de esta política, Nectovelín ascendió rápido y se hizo un hueco en los concilios de los príncipes.

A medida que su fortuna personal fue en aumento, Nectovelín se llevó a algunos miembros de su familia de Brigantia para que lo ayudaran a gastarla. Sin embargo, no siempre le complacieron los resultados, como cuando la madre de Agripina aceptó una oferta para permitir que su ¡oven hija, al igual que dos de los hijos más jóvenes de Cunobelin, se educasen en el Imperio. Los romanos aseguraban que aquella práctica fortalecía los nexos de unión entre ambos pueblos, pero las gentes más reacias a ellos lo describían como una «toma de rehenes». La madre de Agripina había disfrutado de los beneficios de una educación romana. De hecho, incluso había puesto a su hija un nombre romano.

De modo que Agripina había pasado tres años de su vida en Masilia, en la costa sur de la Galia, aprendiendo latín, a leer y a escribir, asimilando tanto la retórica como la gramática, así como los demás elementos de una educación romana. La habían transformado totalmente, y era plenamente consciente de ello. Sin embargo, llegado el momento, no titubeó a la hora de regresar a su hogar.

—Fui a Masilia en contra de los deseos de Nectovelín —explicó Agripina—. Pero no estaría aquí, en el sur, de no ser por é!. No te habría conocido. Y nada de todo ello hubiera sucedido de no haber sido por la profecía.

Cunedda sacudió la cabeza.

—Extraña historia. Qué dramático debe de haber sido ese instante, el parto doloroso, las mujeres congregadas en la casa, los hermanos, el abuelo ceñudo, ¡y las extrañas palabras pronunciadas en latín! Ese instante, perdido en el pasado, ha encontrado un eco constante en la vida de Nectovelín.

Aquella romántica reflexión recordó a Agripina por qué se había enamorado tanto de Cunedda. Flexionó los dedos y acarició suavemente la palma de la mano del joven.

—A pesar del modo en que le ha condicionado la existencia, Nectovelín es incapaz de leer su propia profecía.

—Tú podrías leérsela.

—Me ofrecí a hacerlo una vez. Fingió no haberme escuchado. Odia el hecho de que pueda leer el latín. Fue como si hubiera ondeado el estandarte del águila ante su nariz. —Contuvo un suspiro. Había discutido tantas y tantas veces con su primo—. Las palabras te dan tanto poder… Si supiera leer se pondría a la altura de un romano, a la altura del mismísimo emperador Claudio.

Cunedda levantó la mirada, y las estrellas se le reflejaron en los ojos.

—Querida Agripina. ¡Tengo la cabeza llena de sueños! —¿Sueños? —Tenemos que hablar del futuro— De nuestro futuro. —Titubeó antes de continuar—: Agripina, Claudio Quinto me ha ofrecido un puesto en la Galia.

Aquella noticia tan repentina como inesperada la dejó fría. Sabía que Quinto era uno de los principales contactos de Cunedda en el negocio de la alfarería.

—Quinto está ampliando el negocio —explicó Cunedda, sin saber del todo en qué estaba pensando ella—. Le gusta mi trabajo. Se convertiría en mi socio, pero seguiría siendo mi negocio, igual que aquí.

—Y ¿hasta ahora no te has molestado en contarme nada al respecto? —Quise asegurarme de que el viejo Nectovelín no nos impediría estar ¡untos. Pero parece aceptarme, ¿no crees? Y ahora que hemos despejado esa incógnita, tenemos que decidir qué hacer Piénsalo, Agripina. Si voy a la Galia, se me abrirán todas las rutas comerciales del Imperio romano. ¡Así cada vez que diseñe una nueva vasija no tendré que adiestrar a un britano cabeza hueca! —Ya estás hablando como si fueras romano —lo acusó ella.

Cunedda la miró, intentando calibrarle el humor.

—Y ¿es eso tan malo? Después de todo, eres tú quien se educó en la Galia.

—Pero regresé a casa —replicó ella en voz baja.

—Mira, si no te gusta la idea no tenemos por qué hacerlo —dijo él, ceñudo—. Encontraré otro modo de ganarme la confianza de Quinto.

—¿Harías eso por mi? —Pues claro. Quiero que compartamos el futuro, Agripina. Y debe ser un futuro que ambos queramos..

Ella suspiró y se tumbó. Aquél era, no obstante, el problema: ¿Qué quería ella? En la Galia, sus amigos, que siempre se habían mostrado amables con ella, la consideraban una bárbara venida de un lugar incivilizado. El caso era que tampoco parecía tener un hueco en Brigantia, donde nadie compartía su gusto por la lectura. Había aspectos más pragmáticos. En Britania, una mujer podía llegar a ser igual que un hombre, incluso mejor. Después de todo, la gobernante de su propia nación era una mujer, Cartimandua. En Roma, no obstante, jamás podría aspirar a ser más que la esposa de alguien, y aunque ese alguien fuese tan encantador como Cunedda, ¿acaso era suficiente?

—Te he disgustado —susurró Cunedda—. Lo siento. Mañana hablaremos de ello. —Le puso la cálida mano en la mejilla—. ¿Sabes leer el firmamento, Agripina? ¿Son iguales las estrellas donde naciste? Allí. —Señaló una estrella brillante—. A ésa la llamamos el Perro, porque cuando la vemos por primera vez, de buena mañana, sabemos que señala el inicio del verano. Es el perro que va al frente de la manada, ¿comprendes? Y en invierno buscamos esa otra. —De nuevo, señaló—. Cuando asoma por Oriente, sabemos que debemos plantar el trigo— Creemos que en una ocasión, una joven de tierras lejanas fue arrastrada por las olas a una playa, quizá no demasiado distinta a ésta. En su vientre llevaba la semilla de la que nacería el primer rey de los catuvelaunos. Sin embargo, aquella primera noche tuvo frío y estaba oscuro, así que hizo un fuego, y las ascuas alzaron el vuelo. Así fue como se formaron las estrellas.

—Tenemos historias muy parecidas —dijo ella—. Y sabemos leer el firmamento.

Le acarició el costado con la mano.

—Háblame de Brigantia.

Ella sonrió en la oscuridad.

—Brigantia es un país enorme que se extiende de mar a mar, de este a oeste y de norte a sur. Puedes cabalgar durante días sin llegar al otro extremo. Su nombre significa «montañoso» en nuestra lengua. Nací en un lugar, Eburacum, que significa "el lugar de los tejos". Nuestro animal sagrado es el jabalí. Y Nectovelín nació en Banna, un risco que domina un valle fluvial que casi parece hecho para acunarse en él. Es un lugar precioso.

—¿Y la sensual Coventina de la que tanto bromea Nectovelín? —Esta en el entorno, en el paisaje. Puedes verle los pechos en los bultos que forman las colinas, ¡os muslos en los valles profundos… —Se meció al ritmo de las caricias de él—. Oh, Cunedda…

Entonces, en las oscuras aguas, se oyó el chapoteo de un remo.

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Interplanetaria

2 Opiniones

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    Wamba
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    Bueno, en realidad este libro debrería ir más bien en fantasía. es una novela histórica ambientada en Britannia al principio de la decadencia romana, pero la magia y la ucronía planean todo el rato por encima. No hay nada sobrenatural de verdad, pero uno tiene la impresiónd e que en el fondo sí que lo hay, no sé si me explico.

    En cualquier caso, es recomendable, bastante, de hecho. Solo que es una primera parte y no sé cómo están las otras dos.

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    Lope
    on

    No está mal escrito, pero la he dejado a las cien páginas. Me he aburrido.

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