La Estrella Oscura: Crónica de Nerdhos

En la península de Nerdhos, cuatro reinos mantienen un delicado equilibrio de poder.
Albhanta, último vestigio de un otrora glorioso imperio, que dominó antaño toda la región y los mares que la circundan.
Edarian, una joven y prometedora potencia, aliada tradicional de Albhanta y famosa por su eficaz caballería pesada.
Detra, comandada por el Príncipe Nedgar, un hombre ambicioso y sin escrúpulos que ansía adueñarse de los reinos vecinos, creando un nuevo imperio controlado por su inmenso ejército.
Y las enigmáticas encomiendas de los Caballeros de Nerdhos, formadas por místicos guerreros cuya única razón de existir es el combate. No conocen el miedo; jamás se retiran del campo y su valentía es legendaria.
Pero en el sur de la península comienzan a suceder extraños acontecimientos. Nada proviene del Estrecho de Darnar, y quien allí va, jamás regresa. 
Casi nadie recuerda una antigua leyenda que profetiza la conquista y destrucción de Nerdhos. Ni siquiera Larten, un caballero de Edarian que recibe un extraño regalo, y que tendrá, sin saberlo, el destino de Nerdhos en sus manos.
La guerra se desencadena.
Ahora no se luchará por el poder o la gloria: se combatirá por la supervivencia.

Novela finalista del Premio Minotauro

ANTICIPO:

El sonido de los cascos de los caballos resonaba con fuerza en el Valle de Mardiis. A ello contribuía el empedrado que aún permanecía en bastante buen estado, trazando la Vía del Sur, recuerdo de tiempos lejanos en los que, sin duda, los hombres construían admirablemente.
Larten estaba encantado con el viaje. La Vía, en ese punto, le gustaba particularmente. No tenía un motivo concreto para ello; el paisaje de la zona era bastante agreste, como corresponde a un paraje montañoso. La vegetación, principalmente arbustos y pequeños árboles, pugnaba por abrirse paso a los lados de la senda. Ésta, que iba rodeando suavemente el monte Corecius, se abría poco antes de su cima en una amplia explanada, el Valle Alto. Yerma durante el verano debido al intenso sol que la abrasaba, marcada por las cicatrices de los rayos que durante las frecuentes tormentas caían en el terreno, y completamente cubierta de nieve durante el invierno, que la hacía especialmente peligrosa en los meses más duros debido al acecho de los lobos y a las intensas nieblas. Ahora la única compañía animal era la de los molestos tábanos, que preludiaban la presencia del ganado que vagaba plácidamente cerca del manantial en el que solían detenerse a descansar. Muy cerca de él se abría la entrada de una pequeña cueva, que los campesinos aseguraban era la morada de las ninfas de la fuente, y que proporcionaba el único lugar fresco y sombrío durante el verano. Con todo, resultaba un paraje bastante duro y poco agraciado, pero a Larten le gustaba igualmente. Su lugarteniente, Arteos, bromeaba diciendo que posiblemente Larten habría sido pastor en la zona en una vida anterior; que un rayo debió enviarle al Reino de las Sombras, por lo cual decidió hacerse soldado en la siguiente vida, y que no le había ido mal, ya que era un renombrado caballero al servicio del Rey de Edarian, conde por derecho de nacimiento, mientras que él, que aborrecía aquél paisaje, se había quedado en simple lugarteniente. A continuación se reía con grandes carcajadas, dándose palmadas en los muslos, lo que hacía balancearse el enorme hacha de combate que colgaba de la silla de su caballo, recuerdo de un afortunado combate contra los piratas, en la que su legítimo poseedor perdió algo más que su arma bajo el mandoble de Arteos.
Más agradable que la frescura de la gruta resultaba la de Arteos para Larten. Se habían criado juntos, ya que su padre, el Conde Eon, acogió al buen Arteos y su madre como si de su propia familia se tratase; Arteos no tenía más de dos años entonces, y lamentaba por ello no poder recordar a su padre, portaestandarte del Rey, que nunca volvió del campo de batalla. Desde entonces eran como hermanos, y al llegar a la madurez, además de disputarse a las mismas doncellas y convertir las posadas en paisajes desolados, se protegían y cuidaban mutuamente. Arteos había jurado eterna lealtad al Rey y al Conde Eon, y velar por Larten, como pobre intento de devolver los favores que su familia le había brindado. De tez morena y barba cerrada, muy rasurada, con el cráneo rapado y casi dos metros de estatura, Arteos parecía más bien un descendiente de los Gigantes que un ser humano. Larten le provocaba en las posadas diciéndole que, posiblemente, su padre le encontró en el Este, durante una campaña, porque allí le había dejado abandonado algún Titán, cuando se percató de su falta de intelecto. Y si la cerveza había corrido lo suficiente, acto seguido se iniciaba una tremenda pelea, ya que siempre había algún pobre incauto que cometía la equivocación de reírse.
Larten aún recordaba el último incidente, cuando con motivo de un viaje protocolario al reino de Albhanta, se habían detenido a descansar en una posada, muy cerca de la frontera con el Reino de Detra. La ruta del sur resultaba más larga, pero el camino era más cómodo, y evitaba además atravesar los territorios de los pueblos montañeses, que siempre resultaban peligrosos. Unos caballeros les observaban hostilmente desde una de las mesas; el águila dorada bordada en el hombro de sus mantos les delataba como soldados de Detra. Cuando la posadera sirvió dos frescas jarras de cerveza a Larten y Arteos, éste propinó una sonora palmada en su trasero, cuyos ecos se dispersaron entre las risitas de ésta, las carcajadas de Arteos y una voz proveniente de la mesa de los detranos.
—Eh, animal, ¿En Edarian no os enseñan a respetar a las damas? ¿O acaso en lugar de hombres hoy tenemos aquí a unos salvajes?
—Claro que nos enseñan a respetar a las damas, piojoso, —respondió Arteos—. De hecho yo las respeto mucho más desde que dejé encinta a tu madre, ¡viendo el lamentable resultado que produjo!
La tormenta estaba desatada. Con un bramido, el detrano ofendido volcó su mesa acometiendo a Arteos, no se sabe si por haberle faltado al respeto a su madre o por haberle llamado piojoso. Arteos puso en pie su enorme mole, y frenó el envite de su oponente estampándole la jarra de cerveza en la cabeza, con lo que el soldado se derrumbó como un fardo a sus pies.
—Debo una disculpa, ciertamente. ¡No pretendía ofender a los piojos! Porque pelean mejor que tú, hombrecillo; los edarianos deberemos portar jarras en lugar de espadas en adelante, por lo visto.
Los compañeros del caído desenvainaron sus espadas, por que los acontecimientos comenzaron a tomar un cariz peligroso. El posadero gritaba en una esquina, y el resto de los clientes se apartaron rápidamente de lo que parecía iba a convertirse en un campo de batalla.
—Fuimos ofendidos primeramente, y por mi parte estamos en paz; presento mis disculpas a la dama en nombre de mi amigo —dijo Larten—. En todo caso, si deseáis morir aquí, no veo inconveniente. Decidid.
La hoja de la espada de Larten comenzó a relucir mientras se deslizaba fuera de su funda. La fría mirada de Larten, su evidente apariencia de ser un personaje principal, y, por tanto, muy probablemente un buen guerrero, terminó por apaciguar los ánimos de los restantes detranos, que recogieron a su compañero y se encaminaron hacia la puerta con fieras miradas hacia los dos amigos.
— Esto no quedará así, podéis estar seguros —balbuceó el soldado derribado por Arteos. Volveremos a vernos.
— Perfecto, pero por si ello no ocurriera, ¡dale recuerdos a tu madre de mi parte!
Ya no cabía más negociación. Larten agarró a Arteos por el hombro y le obligó a salir por una ventana, ya que la puerta estaba cubierta. Mientras ellos saltaban sobre sus caballos, los soldados detranos gritaban como furias desatadas persiguiéndoles.
Aquel encuentro provocó un incidente diplomático entre sus reinos, y poco faltó para que el Conde Eon les mandara azotar a los dos, debido a que las relaciones entre Edarian y Detra ya eran lo bastante difíciles, y a que el Conde tuvo que presentar todo género de excusas ante el embajador de Detra. También debió influir que, posiblemente, las carcajadas de los dos jóvenes debieron oírse desde la propia Detra.
A causa de la rivalidad inmemorial que enfrentaba a Edarian con Detra, y que por ello había convertido a Albhanta en aliado natural de la primera, no se descuidaba la línea defensiva fronteriza, que tenía en el castillo de Dor’on el principal bastión de Edarian. Por esa razón, con cierta frecuencia el Rey Trenton ordenaba inspeccionar y revisar la fortaleza, honor que en este caso había recaído en el joven Larten. Por otro lado, al conde Eon no le disgustaba tener alejados a sus dos hijos un tiempo de la Corte, aunque ciertamente le preocupaba la proximidad del reino de Detra, y las posibles escaramuzas. Al fin y al cabo, una emboscada tendida a soldados de Edarian siempre podía ser ocultada convirtiéndola en un simple ataque de bandidos. No sería la primera vez que ocurría.
Al llegar al manantial, detuvieron los caballos y descabalgaron. Larten hizo una señal a la escolta, para que desmontasen igualmente y descansaran. Llevaron a sus monturas a abrevar; también tenían derecho a reponerse de los últimos retazos del estío. Como siempre hacían, Larten y Arteos se encaminaron a la entrada de la gruta mientras sus hombres se preparaban para pernoctar.
De la entrada de la cueva surgía un viento fresco y reconfortante, que se convertía en auténtico frío si uno se adentraba en ella. Era evidente que el agua corría por su interior. Los pastores de la zona aseguraban que la cueva continuaba bajo tierra hasta el río, situado a cierta distancia valle abajo.
—Larten, visitar el castillo de Dor’on ¿se debe simplemente a pura rutina, o tenemos problemas con Detra?
—La verdad es que nuestros belicosos vecinos se han mostrado en los últimos tiempos muy tranquilos. Demasiado. No hay ningún motivo para desconfiar, en principio, pero una serpiente resulta tan peligrosa cuando duerme como cuando amenaza morderte. El rey es un hombre precavido, y no quiere correr riesgos innecesarios. Perder la fortaleza de Dor’on sería siempre una gran desgracia, ya que cortaría a Edarian el acceso al reino de Albhanta por el sur, y constituiría una avanzada muy peligrosa para futuras incursiones de Detra. Sería como una espina clavada en un costado. Imagino que por ello el rey, desconfiado, quiere que se compruebe de nuevo la solidez de la fortaleza y la preparación de su guarnición.
—Deberíamos aplastar de una vez a esa estirpe de gusanos de Detra y terminar con esta situación. No nos crean más que problemas, y en Albhanta deben ser de la misma opinión.
—No es tan sencillo. Detra es un reino fuerte, protegido en su flanco oeste por la cordillera de Linta, y con un ejército más numeroso que el nuestro y bien preparado. Además, Albhanta no vería con buenos ojos esta empresa, ya que entonces nos haríamos más grandes y fuertes, y amenazaríamos a su propio reino.
—Demonio de política; si todo fuera tan sencillo como hundir unos cuantos cráneos a mazazos… pero tienes razón; la gente de Albhanta me cae bien, a pesar de sus fastidiosos aires de superioridad y grandeza. Particularmente esa princesa que tienen que parece de cristal, Ternera o como se llame. Es un ser delicioso.
—Edera, se llama Edera, Arteos; y eres un auténtico animal. No deberías referirte de ese modo a la futura Reina de Albhanta.
—Je, lo que pasa es que a ti también te ha cautivado, sobre todo si tenemos en cuenta que la has conocido personalmente. A mí no me engañas.
—Arteos, en nuestra próxima visita a Albhanta, si se produce, cállate y mira al suelo, porque tu inmensa bocaza sería muy capaz de provocar una guerra. Y no me gustaría medirme con Erobio Hexmano. Es un gran estratega.
—¡Bah! Con ese puñado de damiselas que tiene por ejército… ¡Pero por el Trueno, si hasta llevan plumas en el casco! ¡Parecen Hadas!
—Eso es algo que nunca haría Erobio: subestimar al enemigo. Cierto es que en sus modos y uniformes puede parecer un ejército desfasado y extraño, pero su gran fuerza reside en su tremenda disciplina, organizada por un gran general. Ése es el motivo por el cual Albhanta, a pesar de ser un reino pequeño, con pocos recursos y habitantes, sigue siendo independiente y temido. Estoy seguro de que Detra estaría encantada de poder hincarle el diente a ese territorio, sobre todo con el fin de conseguir una salida al mar y el próspero comercio de sus puertos, pero todavía no se atreve a acometer esa empresa, según creo.
—Bien, Larten, y en tu experta opinión, ya que Detra no se atreve a meterse con Albhanta, y nosotros somos sus aliados más que nada por fastidiar: ¿qué es lo que harías para hacerte con ella? Seguro que aquí no nos espían los detranos y por tanto no puedes darles ideas.
—Obviando tu ironía, yo lo que intentaría es una alianza matrimonial. De esta forma conseguiría unir los reinos sin lucha, y una vez unificados, obtendría, de buen grado o por la fuerza, los territorios vecinos. Pero te aseguro que en esto ya habrá pensado el príncipe Nedgar de Detra. Su único problema es que las relaciones actuales con Albhanta son demasiado tirantes, pero eso puede enmendarse.
—Lástima que no seas Infante del Reino… mira tú por donde podrías llegar a ser rey, tener por esposa a esa muñequita y arrearle a los detranos, empresa para la cual contarías con mi inestimable colaboración, a cambio de tan sólo un humilde marquesado.
—Arteos, yo sólo soy un caballero y tú un auténtico bruto, además de mi hermano y mejor amigo. Así que no deberíamos intentar resolver problemas que nos sobrepasan, sino pensar en terminar nuestro viaje, preparar Dor’on para que pueda resistir a cualquier enemigo, y volver a casa cuanto antes.
El cielo se estaba tornando ya de un hermoso color naranja, anunciando la llegada de la noche. El frescor de la cueva comenzó a ser molesto, por lo que Larten y Arteos se acercaron a la hoguera que los soldados habían preparado cerca del manantial.
Mientras cenaban, Arteos pensaba en las palabras de Larten. Se habían criado como hermanos, aunque reconocía las evidentes diferencias entre ambos. Él era un hombre de acción, poco dado al ejercicio del intelecto, mientras que Larten había heredado todas las virtudes de su padre. Excelente soldado, gran conversador, culto. Habían recibido la misma educación, pero Larten demostraba una inteligencia que él no poseía. Quizás el destino tiene el camino de una persona prefijado de antemano. Esperaba que el futuro le deparara a su hermano todos los éxitos y honores; él ya estaba sobradamente recompensado por el mero hecho de haber crecido arropado por su familia. Realmente pensaba que era una lástima que Larten no tuviera sangre real; creía firmemente en que podría llegar a ser un gran gobernante. Y siempre contaría con su ayuda.
Arteos reconoció que, de noche, el paraje no parecía tan abrupto. Le gustaba observar las estrellas sobre su cabeza, y disfrutar del silencio, sólo roto por el murmullo del agua y los leves sonidos de los insectos. Tras comprobar que los centinelas se encontraban en sus puestos y alerta, se cubrió con su manta. Mañana les esperaba otra dura jornada de viaje.

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