Flashman se va al Oeste

En contra de lo proyectado en Flashman el Libertador Flashy debe quedarse en tierras americanas y decide viajar al Oeste en busca de fortuna y riqueza. El azar le pone en manos de los nativos, a los que no tarda en embaucar para que lo acojan como a un igual. Flashman se va al Oeste narra la vida de un canalla, pero con una educación muy británica, entre lo que el considera salvajes, lo que da pie a situaciones y escenas muy divertidas. Se centra en los momentos previos a la gran batalla de Little Big Horn, en la que murió el general Custer, y en una época en que los enfrentamientos y escaramuzas entre el ejército y los nativos eran constantes. Mucha acción y un gran sentido del humor.

(Volumen VI de la serie Flashman)

ANTICIPO:
Yo no dije nada, pero me encogí de hombros furioso, mirando rápidamente a un lado; ella dio un respingo, asombrada, y me cogió el brazo.

—¡Eh, Beauchamp! O sea que… ¿te importa? Pero yo… yo… cariño, no sabía… Eh, ¿qué pasa?

—No pasa nada —dije yo, fríamente, apretando la mandíbula—. Tienes razón… no es asunto mío.

Pero me mordí los labios y adopté un aire atormentado, como el príncipe Albert, y cuando hice ademán de levantarme, ella se asustó de verdad, echándome los brazos alrededor del cuello y gritando que no había imaginado ni por un momento que a mí me importara; empezó a sollozar entonces inconsolable, lanzando hipidos y jurando que no pensaba volver a verme nunca más, o nunca habría… pero no era nada, de verdad, por Dios, por favor, Beauchamp… sólo uno o dos, ocasionalmente, como aquel viejo terrateniente criollo que le pagó cien dólares por tomar un baño con él, pero que ella le habría tirado el dinero a la cara al viejo chivo si hubiera sabido que yo… y si oía algún chismorreo acerca de ella y el conde Vaudrian, eran sucias mentiras, porque no fue él, sino simplemente su sobrino de catorce años, a quien el conde había querido confiarle a ella para que le enseñara…

Si le hubiera seguido el juego, me atrevo a decir que habría conseguido el suficiente material curioso para escribir un libro, pero no quería llevar mi jueguecito de los celos demasiado lejos. Ya había halagado la vanidad de la vieja buscona, había alimentado su amor por mí, la había asustado horriblemente, y había descubierto que la tenía bien cogida en mi trampa… Me había divertido muchísimo al verla suplicar y retorcerse de inquietud. Había llegado ya el momento de mostrarme magnánimo y sentimental, así que les di a sus melones un apretón reconciliador al fin, y ella casi se desmayó del alivio.

—Sólo eran negocios, Beauchamp, no como contigo… ¡oh, no, ni remotamente como contigo! ¡Si hubiera sabido que volverías, y que te importaba! —eso era lo más importante, al parecer, lo que más le había afectado—. Porque de verdad te importa, ¿verdad? Oh, dime que sí, cariño, por favor, ¡no estás ya enfadado conmigo?

Aquel era el momento en que yo debía cambiar mi obstinado rencor por apasionada devoción, como si no pudiera contenerme.

—Oh, Susie, cariño mío —dije yo, dando a su trasero un apretón ferviente—, ¡como si yo pudiera enfadarme contigo!

Aquello y un buen vaso de ginebra la restableció por completo, y se relajó, feliz, gozando del favor de su amante, y dijo que yo era el muchachote más cariñoso y encantador, en serio que sí.

Al hablar ella de negocios, sin embargo, me había recordado algo que había desaparecido de mi mente durante nuestros frenéticos ejercicios; mientras trepábamos a su cama de cuatro postes al final, yo le pregunté por qué estaba cerrada la casa y todo cubierto con sábanas.

—|Pues claro… no te lo he contado! No me has dado muchas oportunidades, la verdad, ¿eh, grandísimo bribón? —ella se apretó contra mí, feliz— Bueno… me voy de Orleans la semana que viene, y para siempre, ¿qué te parece? La verdad es que los negocios no van demasiado bien, y con mi mercado particular saturado, y la mitad de los hombres que se han ido a las minas de oro para probar suerte… bueno, apenas tenemos clientes jóvenes hoy en día. Así que he pensado: Susie, hija mía, ¿por qué no vas tú también a probar suerte a California, y cavar un poquito por tu cuenta? Si no te haces más rica que cualquiera de esos buscadores de oro, es que no eres la mujer…

—Espera, espera un momento… ¿qué vas a hacer en California?

—Pues lo que he hecho siempre, claro: ¡dirigir un establecimiento para el recreo de caballeros pudientes! ¿No lo ves? "Tiene que haber allí al menos un millón de vigorosos jóvenes, trabajando como negros, los afortunados con los bolsillos llenos de polvo de oro, y ni una sola hembra vistosa que llevarse a la boca, sólo putas corrientes y vulgares. Bueno, donde hay hombres, hay dinero… y puedes apostar a que dentro de un año o dos Sacramento y San Francisco van a hacer que Orleans parezca una parroquia. Por ahora la vida puede ser un poco dura allí, pero dentro de poco querrán tener los mismos lujos que en París o Londres allí también… ¡y se los podrán pagar! "Vinos, ropa de moda, teatros, los mejores restaurantes, los salones más elegantes, las tiendas más lujosas… y las putas más selectas. Toma nota de lo que te digo: el que llegue allí el primero, con mercancía de calidad, se puede hacer millonario fácilmente.

Sonaba bastante razonable, dije, pero un poco arriesgado montar una casa como la de ella, y ella entonces rió bajito, confidencialmente.

—Voy bien preparada, no temas. Ya tengo un lugar apalabrado en Sacramento, a través de un agente, y voy a trasladar todo el equipo por el río arriba hasta Westport el lunes que viene: muebles, vajillas, mi bodega, la plata… y el ganado, que es lo principal. Tengo veinte de las mejores chicas mulatas bajo este techo ahora mismo, todas con experiencia y bien entrenadas… así que no se te ocurra andar sonámbulo por ahí, ¿eh, malandrín? Ah, ven aquí…

—Pero espera… ¿cómo vas a llegar hasta allí? —inquirí yo, abrazándola obedientemente.

—Pues subiendo por Westport y luego en carretas hasta… ¿cómo se llama? Santa Fe, y luego hasta San Diego. Sólo cuesta unas pocas semanas, y hay miles de personas que van hasta allí todos los días, con carretas, caravanas y a lomos de caballo… incluso a pie. Se puede ir también por mar, pero no sale más barato ni más rápido a fin de cuentas, y no quiero que mis delicadas damitas se mareen.

—¿Y no es peligroso? Quiero decir que hay indios y bandidos y todo eso…

—No si llevas guardias y guías adecuados. Está todo arreglado, ¿ves?, y no he escatimado nada, tampoco. Soy una mujer de negocios, por si no lo habías notado, y sé que lo mejor de lo mejor se paga bien. Por eso tendré el burdel más lujoso de la costa oeste funcionando a toda marcha antes de que acabe el año… y aún me quedará una buena cantidad en el banco. Si tienes algo de dinero puedes hacer más, a condición de usar el sentido común.

Por lo que sabía de ella, precisamente tenía mucho —excepto en lo concerniente a los jóvenes atractivos— y era una comerciante condenadamente competente. Pero si bien ella tenía su futuro perfectamente planeado, yo no; observé que no quedaba demasiado tiempo para que me ayudara a conseguir un pasaje seguro —y a Spring, por cierto— de salida de Nueva Orleans.

—No te preocupes por eso —dijo ella, tranquilizadora—. He estado pensando en ello, y cuando veamos si te buscan mañana por la ciudad, decidiremos qué es lo mejor. Mientras tanto, estás a salvo…, protegido, calentito y cómodo —añadió—, así que hagamos de nuevo los honores a John Peel, ¿no?

Pueden apostar a que a la mañana siguiente yo estaba lo suficientemente pálido y demacrado como para tranquilizar a Spring en el sentido de que podía continuar a salvo en chez Willinck. Me dirigió una mirada a mí y otra a Susie, lánguida y bostezante, esbozó una agria mueca y murmuró;

—Jesús, non equidem invideo, mirar magis.

Lo cual, si quieren saber mi opinión, no era más que cochina envidia, y si hubiera sabido el latín suficiente entonces, le habría contestado: «Vernon semper viret, ¿eh? Pues a fastidiarse», que hubiera tenido la virtud de ser ingenioso, aunque probablemente él no lo habría apreciado así.

Las bromas habrían estado fuera de lugar, de todos modos, porque las noticias eran malas. Susie había hecho unas cuantas averiguaciones en la ciudad, e informaba de que la muerte de Omohundro estaba causando un gran revuelo; nos buscaban por toda la ciudad y nuestras descripciones estaban pegadas en todas las esquinas. No había ninguna salida rápida de Nueva Orleans, eso era seguro, y cuando le recordé a Susie que habría que hacer algo durante los días siguientes, ella se limitó a darme palmaditas en la mano y decirme que ya se las arreglaría, que no temiera nada. Spring no dijo nada, simplemente se nos quedó mirando con sus claros ojos.

Creerán que es estupendo encontrarse confinado en un burdel durante cuatro días enteros como estuvimos nosotros, pero cuando uno no puede echar mano a las fulanas, un asesino loco está a tu lado mordiéndose las uñas y murmurando obscenas frases de Ovidio, y la ley puede llamar a la puerta en cualquier momento, puede ser condenadamente incómodo. Allí estábamos, en aquella gran mansión llena de ecos, incapaces de asomar la nariz fuera por miedo a que alguien nos viera desde la calle, o de salir siquiera de nuestras habitaciones, porque aunque las estancias de las putas estaban en otra ala, andaban por allí la mayor parte del tiempo. Susie dijo que sería muy arriesgado que nos vieran… o que yo las viera a ellas, pensaba ella probablemente. Aunque no creo que hubiera tenido fuerzas más que para saludarlas con la mano, porque cuando uno tiene que cumplir con la señorita Willinck todas las noches, las otras mujeres acaban adoptando un aspecto pálido y espectral, y uno empieza a pensar que después de todo los monasterios son sinos que no están tan mal.

No es que me importara demasiado esa parte del arreglo; ella era una amante de una inventiva poco común, y cuando uno ha sido semental de plantilla y asistente de baño de la reina Ranavalona de Madagascar, con la amenaza de ser quemado vivo o empalado si no consigues satisfacer a la jefa, mantener el ritmo de Susie es pan comido. Ella parecía disfrutar mucho, aunque era una cosa extraña: incluso cuando nos encontrábamos en plena faena, yo tenía la sensación de que su mente se hallaba ocupada en algo más que las delicias de la carne, no sé si me comprenden. Estaba pensando al mismo tiempo, cosa que no era muy propio de ella. La había cogido mirándome, también, con una expresión que sólo podría calificar como nerviosa. Si hubiera sabido lo que pasaba en realidad, yo sí que me habría puesto nervioso.

Lo averigüé a la cuarta noche. Estábamos en el salón después de cenar, y yo le había recordado de nuevo que Nueva Orleans era menos seguro para mí que nunca, y para su partida río arriba apenas quedaban un par de días.

—¿Qué voy a hacer —le pregunté— cuando tú te vayas?

Ella estaba cepillándose el cabello ante el espejo; se detuvo y miró mi reflejo en el cristal.

—¿Por qué no te vienes conmigo a California? —preguntó, sin aliento, y siguió cepillándose el pelo de nuevo—. Podrías tomar un barco desde San Francisco… si

Yo dejé escapar un suspiro. Me había estado exprimiendo los sesos para averiguar cómo salir de Estados Unidos, pero nunca había pasado por mi imaginación pensar en otra cosa que Nueva Orleans o los puertos del este… Toda mí huida, como ya saben, se había realizado en dirección a los estados del norte; nunca había pensado en el Oeste. Bueno, sólo Dios sabe a cuántos miles de kilómetros se encontraba… pero, demonios, aquello no era tan descabellado como parecía. A lo mejor ustedes no estarían de acuerdo, pero seguro que nunca han tenido que huir de cazadores de esclavos, abolicionistas, tipos de la Marina y maridos ultrajados, y el congresista Lincoln, maldita sea su estampa, con un patíbulo esperando si te cogen. Yo me encontraba en ese estado de terror abyecto en el que ningún escondite parece bueno… Cuando empecé a sopesar los pros y los contras, viajar de incógnito escondido en la caravana de Susie me pareció la solución más segura de todas. El viaje río arriba sería lo más arriesgado; una vez al oeste del Misisipí, estaría a salvo… Llegaría a San Francisco en tres meses, quizá…

—¿Me llevarías? "fue la primera cosa que me vino a la boca, después de dedicar un par de segundos de reflexión al tema.

El cepillo de ella cayó sobre la mesa y se quedó mirándome con un brillo en los ojos que hizo que la sangre corriera a toda prisa por mis venas.

—¿Que si te llevaría? —dijo ella—. ¡Por supuesto que te llevaría! Yo… no sabía si tú… querrías venir. Pero es el camino más seguro, Beauchamp… ¡estoy segura de ello! —Se había vuelto desde el espejo; parecía estar sin aliento y riéndose al mismo tiempo—. Tú… a ti… ¿no te importaría… quiero decir… quedarte conmigo durante un tiempo? —Su pecho se movía tanto arriba y abajo que estaba a punto de perder el equilibrio y le temblaban los labios—. Es decir… que no estás cansado de mí… o sea… que te gusto lo suficiente para bueno, acompañarme a California, ¿es eso? —Esa fue la frase exacta que usó, y que Dios me ayudase—. Te importo un poquito, ¿verdad? Tú has dicho que… y yo también creo que…

Mecánicamente le aseguré que sí, que me importaba; una espantosa suposición iba tomando cuerpo en mi mente, y sus siguientes palabras la confirmaron.

—No sé si yo… Te gusto tanto como me gustas tú a mí… ¡ah, no, seguro que no! —ella lloraba e intentaba sonreír al mismo tiempo, secándose los ojos—. No puedo evitarlo… Sé que soy una idiota, pero te amo… ¡y haría cualquier cosa para conservarte a mi lado… y yo pensaba… Bueno, pensaba que si íbamos juntos todo el camino a California y eso… a lo mejor no querías coger un barco en San Francisco, ¿sabes? —me dirigió una mirada de ansiedad verdaderamente terrorífica. No había visto un deseo semejante desde que los doctores le estaban poniendo la camisa de fuerza a mi viejo y apartando el brandy fuera de su alcance—. Y podemos… estar juntos para siempre. ¿No podrías… querrías casarte conmigo, Beauchamp?

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