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Aprovechando que se cumplen cincuenta años desde que publicara su primer relato, Harry Harrison ha reunido cincuenta de sus mejores creaciones. Las agrupa según la temática, y no sólo nos ofrece una amplia retrospectiva de su producción, sino también una breve historia del último medio siglo de ciencia ficción.

Este primer tomo recoge relatos en torno a tres de los grandes temas del género: los alienígenas como reflejo distorsionado de la humanidad, los peligros de la superpoblación, y los inventos milagrosos, donde las ideas y las máquinas son las heroínas. La ciencia-ficción es el único género que lo permite

En palabras de Brian Aldiss, Harrison es uno de los pocos autores capaces de mantener vivo el vigor de la época dorada de la ciencia ficción. Sus narraciones son ingeniosas, dinámicas, sólidas, provocadoras, a veces profundas, a veces burlescas, pero siempre terriblemente entretenidas y rebosantes de imaginación.

ANTICIPO:
La ciudad de Nueva York estaba al borde del desastre. Cada almacén cerrado era un núcleo de discordia, rodeado por muchedumbres que estaban hambrientas, tenían miedo y buscaban a alguien a quien culpar. La ira les incitaba a crear disturbios y las revueltas por la comida se convertían luego en conflictos por el agua, que se transformaban después en saqueo de todo lo que les saliera al paso. La policía sólo era una frágil barrera entre las protestas por el hambre y el caos sangriento.

Al principio, las porras y los recios garrotes frenaron los altercados, y cuando fueron insuficientes, los gases consiguieron dispersar a la multitud. Pero la tensión creció, ya que las personas que huían tan sólo lo hacían para volverse a congregar en otro lugar. Los chorros de agua a presión de los camiones antidisturbios los frenaban fácilmente cuando trataban de irrumpir en los centros de asistencia social, pero no había bastantes camiones ni más agua cuando los depósitos se quedaron vacíos. El Ministerio de Sanidad había prohibido el uso de agua fluvial: habría sido como pulverizar veneno. La escasa agua que quedaba disponible era un bien precioso para sofocar los incendios que se declaraban por toda la ciudad. Al estar las calles bloqueadas en muchas zonas, los equipos de bomberos se veían obligados a dar grandes rodeos. Algunos incendios se propagaban y, hacia el mediodía, todas las dotaciones estaban ya de servicio.

El primer disparo de arma se efectuó la mañana del veintiuno de diciembre, cuando pasaban unos minutos de las doce. Su autor fue un vigilante del Departamento de Asistencia Social que mató a un hombre que había roto una ventana del almacén de alimentos ,de Tompkins Square y que había intentado encaramarse a ella. Ese fue el primer disparo pero no el último… ni tampoco la última persona que iba a morir.

Las alambradas cerraban algunas de las zonas conflictivas pero sólo se disponía de ellas en cantidades limitadas. Cuando se agotaron, los helicópteros sobrevolaron en vano las calles insurrectas y actuaron como puestos de observación aérea para la policía, localizando aquellas zonas donde las tropas de reserva eran más necesarias. Era una tarea inútil, porque lo cierto es que dicha reserva no existía, todos los efectivos estaban en primera línea.

Después del primer conflicto ya nada impresionó demasiado a Andy. Durante el resto del día y la mayor parte de la noche, él, junto a todos los policías de Nueva York, estuvo haciendo frente a la violencia, empleándola a su vez para restablecer la ley y el orden en una ciudad destrozada por la lucha. El único descanso que tuvo fue al ser víctima de su propio gas. Se las arregló para llegar hasta la ambulancia del Departamento de Hospitales para que lo atendieran, y un camillero le enjuagó los ojos y le dio un comprimido para contrarrestar las náuseas producidas por los gases lacrimógenos. Se tendió en una de las camillas del interior, agarrando el casco, las bombas y la porra contra el pecho mientras se recuperaba. El conductor de la ambulancia se sentó en otra camilla junto a la puerta, armado con una carabina del calibre 30 para disuadir a cualquiera con demasiado interés en la ambulancia o en su valioso instrumental quirúrgico. A Andy le hubiera gustado estar allí tendido un poco más, pero la fría bruma estaba penetrando a través de la puerta abierta y sus dientes empezaron a castañetear. Le resultaba dificil arrastrarse sobre los pies y saltar al suelo, aunque se sintió un poco mejor cuando empezó a moverse… y el frío remitió. Habían acabado con el ataque y Andy se marchó lentamente a unirse al grupo más próximo de figuras con uniforme azul, arrugando la nariz por la hediondez de sus ropas.

A partir de ese momento, la fatiga nunca lo abandonó y sólo conservó recuerdos de rostros que gritaban, pies corriendo, sonidos de disparos, alaridos, estallidos de granadas de gas, y algo que no había visto que le lanzaban y-que le había golpeado en el reverso de la mano y le había causado una tremenda contusión.

Al anochecer cayó un frío chaparrón y aguanieve. Fue eso y el agotamiento lo que ahuyentó a la gente de las calles, no la policía. Sin embargo, cuando la multitud se disolvió, los agentes advirtieron que su trabajo no había hecho más que empezar. Las ventanas abiertas y las entradas forzadas debían ser vigiladas hasta que fuera posible reparadas, había que encontrar a los heridos y llevados a que recibieran asistencia médica y, al mismo tiempo, el Servicio de Bomberos necesitaba ayuda para sofocar los innumerables incendios. Eso se alargó durante toda la noche y el amanecer sorprendió a Andy desplomándose sobre un banco de comisaría y escuchando al teniente Grassioli pronunciar en voz alta su nombre entre otros de una lista.

-Y eso es todo lo que hay -añadió el teniente-. Cojan sus raciones antes de marcharse y devuelvan el material antidisturbios. Los quiero a todos ustedes aquí a las 18.00 y no aceptaré excusas. Nuestros problemas aún no han terminado.

La lluvia había cesado en algún momento durante la noche. El sol del amanecer proyectaba sombras alargadas por las calles que atravesaban la ciudad, repartiendo destellos dorados sobre el pavimento húmedo y negro. Todavía salía humo de una casa calcinada y Andy se anduvo con mucho cuidado al atravesar las ruinas carbonizadas repartidas por toda la calle. En la esquina de la Séptima Avenida se topó con los restos destrozados de dos triciclos-taxi, ya despojados de cualquier pieza que fuera de alguna utilidad. Algunos metros más allá podía verse el cuerpo acurrucado de un hombre. Parecía dormido, pero cuando Andy pasó a su lado, la cara del individuo, vuelta hacia arriba, mostró la huella de la violencia que acreditaba su muerte. Andy siguió su marcha, ignorándolo. Hoy, el Servicio de Basuras sólo recogería cadáveres.

Los primeros hombres de las cavernas empezaban a salir de los accesos del metro y la luz diurna los hacía parpadear. Durante el verano, todos se reían de esos trogloditas… a los que la Asistencia Social había asignado un refugio en las ahora silenciosas estaciones del metro, pero, a medida que se aproximaba el crudo invierno, las carcajadas fueron sustituidas por la envidia. Quizá había polvo, suciedad y oscuridad allí abajo, pero siempre estaba funcionando algún calefactor eléctrico. No vivían rodeados de lujo, pero, al menos, la Asistencia Social no dejaba que se congelaran. Andy se metió en su edificio.

Al subir la escalera pisó con todo su peso a algunas de las personas que estaban allí durmiendo, pero estaba demasiado fatigado para preocuparse o, incluso, darse cuenta. Tuvo problemas para meter a tientas la llave en la cerradura. Sol le oyó y fue a abrirle.

-Acabo de hacer un poco de sopa -dijo su amigo-. Llegas justo a tiempo.

Andy sacó los restos de galletas de algas del bolsillo de su abrigo y los dejó sobre la mesa.

-¿De modo que has estado robando comida? -preguntó Sol, cogiendo un trozo y mordisqueándolo-. Creía que no se iba a repartir más manduca en dos días más…

-Ración de poli.

-Me parece justo. No puedes ir por ahí, repartiendo palizas a la ciudadanía, con el estómago vacío. Echaré unos trozos en la sopa, le darán cuerpo. Supongo que ayer no verías la televisión, de modo que no sabrás nada sobre la que se lió en el Congreso. Las cosas se están disparando de verdad.

-¿Ya está despierta Shirl? -preguntó Andy, quitándose el abrigo y dejándolo caer pesadamente sobre una silla.

Sol permaneció en silencio por un momento y luego dijo lentamente:

-No está aquí.

Andy bostezó.

-Es demasiado temprano para salir. ¿Qué pasa?

-Hoy no, Andy. -Sol removió la sopa de espaldas a él-. Shirlse marchó ayer, un par de horas después que tú. No ha vuelto en toda…

-¿Estás diciendo que ha estado fuera todo el tiempo que han durado los disturbios… y toda la noche? ¿Qué hiciste tú? -Se enderezó en la silla olvidándose de sus huesos cansados.

-¿Qué podía hacer yo?, ¿salir y dejarme pisotear hasta la muerte como los demás viejos? Seguro que se encuentra bien. Probablemente, al ver las revueltas, decidió quedarse con una amiga en lugar de regresar aquí.

-¿Qué amiga? ¿De qué estás hablando? He de encontrarla.

-¡Siéntate! -le ordenó Sol-. ¿Qué es lo que puedes hacer allí fuera? Tómate un poco de sopa y duerme un rato. Eso es lo mejor que puedes hacer. Ella está bien. Lo sé -añadió con reticencia.

-¿Qué es lo que sabes, Sol? -Andy lo cogió por los hombros haciéndole dar media vuelta.

-¡No toques la mercancía! -gritó Sol, apartándole la mano. Luego añadió con una voz más sosegada-: Todo lo que sé es que ella no salió de aquí para nada, tenía alguna razón. Llevaba puesto su abrigo viejo, pero pude ver que iba muy bien vestida por debajo. Con medias de nylon, una fortuna en sus piernas: Y, .cuando se despidió de mí, vi que llevaba un montón de maquillaje.

-Sol…, ¿qué estás intentando decirme?

-Yo no estoy intentando… Te estoy diciendo. Shirl estaba vestida para ir a visitar a alguien, no para ir de compras. Su antigua pareja, quizá; podría estar con él.

-¿ Por qué querría vedo?

-¿Y tú me lo preguntas? Os peleasteis, ¿no? Quizá se haya marchado durante un tiempo hasta que las cosas se calmen.

-Una pelea… supongo que sí. -Andy se recostó en la silla y se frotó la frente con las palmas de las manos. ¿Había sido la noche pasada? No, la noche anterior a la pasada. Le parecía que habían pasado cien años desde que tuvieron aquella estúpida discusión. Habían estado riñendo mucho esos días. Una discusión más no debería significar nada. Levantó la vista con un repentino temor-. ¿Ella no cogió sus cosas…, verdad? ¿Cogió algo? -preguntó.

-Sólo una bolsa pequeña -respondió Sol, y puso un tazón humeante sobre la mesa delante de Andy-. Come tú, ya me serviré yo. Volverá.

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