A Diez Mil Años Luz

Los quince relatos contenidos en A diez mil años luz supusieron en su momento la mejor antología de debut de un escritor de ciencia ficción. Historias ya publicadas en español como Y me desperté aquí…, Madre en el cielo con diamantes o El hombre que volvió, junto con otros relatos traducidos por primera vez para esta antología como Te estaré esperando cuando la piscina esté vacía, Os somos fieles, Terra, a nuestra manera, o Las nieves se han fundido son ya auténticos clásicos de la ciencia ficción y demuestran todo el potencial que Tiptree llegaría a alcanzar en obras posteriores.
Son quince relatos que están llenos de atrevimiento, intriga, romanticismo, el conocimiento último de que la muerte está al final, pero también y sobre todo esperanza.
Con el pseudónimo de James Tiptree Jr., la escritora Alice B. Sheldon se convirtió durante 20 años en uno de los escritores más reconocidos de ciencia ficción de los Estados Unidos (desde 1967 en que empezó a publicar, hasta su muerte en 1987).
A Diez Mil Años Luz fue su primer libro publicado, en 1973 y reunía los mejores relatos que había editado hasta entonces, y ha permanecido inédito en español hasta ahora.

ANTICIPO:

Os Somos Fieles, Terra, a nuestra manera

—¡KEEB’Y VAAAAL YA! ¡AQUÍÍÍ VIENEN YA!
El grito más popular en Galáctica se elevó hacia la ventana de la oficina de Peter Christmas y entró por ella. El moreno y corpulento hombre apartó la mirada del tridi para dirigirla hacia la escena que se desarrollaba allá abajo.
Un grupo de pequeños dinosaurios pasaba corriendo por delante de las gradas, sus pieles pulidas brillando bajo la luz matutina de Mundocarrera. ¡Mundocarrera! Christmas relajó la mandíbula durante un instante antes de girarse de nuevo hacia su visitante, que se encogía y estiraba irritado en la percha para visitas.
—¡Pero eso no es volar! ¡En Xemos a eso no lo llamamos volar!
—Sr. Porridan —dijo Christmas—, no se trata de que sean capaces de volar bien, de volar por encima de las montañas o algo así. Si desea que sus animales participen en la categoría Aves no voladoras, ¡no deben volar lo más mínimo! Nada de aletear, nada de planear ni aunque solo sea unos pasos. ¡Mire ese ejemplar!
Señaló hacia el tridi, donde un ave del tamaño de un avestruz estaba desplegando las alas y elevándose cómodamente mientras daba saltos de aquí para allá. El rostro vagamente humano de Porridan adoptó una expresión ofendida, como la de un perro que se niega a comer unas galletas por no ser de primera calidad.
—Sr. Porridan, ¿se da cuenta de lo que sucedería si su participante hiciera eso durante una carrera? En primer lugar, sería descalificado, y usted perdería la cuota y los gastos de inscripción, por no mencionar lo que Mundocarrera perdería indemnizando a los apostantes. En segundo lugar, seguro que alguno de los otros participantes le llevaba a juicio por juego sucio y le exigía una compensación, que tendría que salir de la fianza de su planeta. En tercer lugar, alguien podría resultar lastimado, lo que implicaría una indemnización verdaderamente elevada, y por supuesto, yo, como Comisario Jefe, sería el responsable por haber tomado una decisión improcedente. Esto mismo sucedió en una ocasión hace mucho tiempo, cuando no éramos tan cuidadosos como ahora. Un participante de la categoría tílburis ANV tenía barbas inflables camufladas en las plumas y el condenado echó a volar en la línea de meta (con el tílburi) y no solo hirió a tres de los otros conductores sino que se estrelló contra las gradas. Casi cinco millones de créditos para arreglar ese caso… Discúlpeme un instante.
Se giró hacia el interfono, que estaba sonando.
—Sí, ¿Hal? De acuerdo, levantaré la cuarentena ahora mismo. No, por todos los soles, Hal, te he dicho un millón de veces que es mejor diez falsas alarmas que una epizootia. No te cortes en decir lo que piensas; yo te respaldaré aunque tenga que aislar hasta el último animal del planeta. Espera, Hal… tengo un problema con unos competidores de ANV que van a necesitar cinchas. El representante del planeta aduce que eso alterará a sus pájaros, que los animales no querrán correr con ellas. Los pájaros llegarán hoy, alrededor del segundo período. ¿Puedes reunirte con el representante y buscar alguna solución? Porridan… no, con “P” de problema. De Xemos Tres, ¿de acuerdo? Gracias, Hal.
»Era nuestro veterinario jefe, Sr. Porridan… el doctor Lamont. La—mont. Se reunirá con usted cuando lleguen sus pájaros y estoy seguro de que encontrará una solución —Porridan le estaba observando por entre sus carúnculas— que permitirá que sus espléndidos animales exhiban sus magníficas habilidades como corredores ante los ojos de toda la galaxia. —Y añadió esperanzadoramente—: Son unos pájaros estupendos, Sr. Porridan. Créame, Mundocarrera desea mostrarlos en todo su esplendor tanto como lo desea usted.
—¡A los que venimos de los mundos pobres y menos desarrollados nos toca sufrir las humillaciones de los imperialistas galácticos y su supuesto juego limpio! —se lamentó Porridan—. ¡Insultan nuestra cultura solo porque somos pobres!
Lanzó las membranas de los hombros por encima de la cabeza, lo que hizo que se le soltaran varios pendientes de pinza, de diamantes, que rodaron por el suelo. Christmas le ayudó a recogerlos.
Una vez que Porridan los hubo contado, Christmas dijo:
—Hay otro asuntillo, señor. El administrador está bastante perplejo con una de los apartados de su hoja de gastos. ¿Podría aclararme un poco la, eh… parte de los animales auxiliares?
—Pero nos garantizaron que el transporte sería gratuito —gritó Porridan—. ¿También nos van a engañar en eso?
—En absoluto, Sr. Porridan; por favor, tranquilícese. Tal como usted ha dicho, Gal Q proporciona gratuitamente, a cualquier planeta que desee enviar un participante a Mundocarrera, el transporte para el equipo y el alojamiento; pero hasta un determinado volumen. Están incluidos los animales que compiten, además de los entrenadores, jinetes o conductores, veterinarios y demás, y la comida y suministros necesarios. La categoría de animales auxiliares está pensada para cubrir determinados casos en los que, para su bienestar, los corredores necesitan a otros animales, como pueden ser sus crías o simbiontes biológicos, o incluso mascotas o animales a los que se encuentran muy unidos. Pero necesitamos una explicación cuando la partida es tan numerosa como la suya… me refiero a esos doscientos animales auxiliares. Tan solo dígame qué son esos animales adicionales, Sr. Porridan.
Porridan se había hecho un ovillo y solo se le veían sus enormes ojos agraviados.
—Hembras —dijo con frialdad.
—Ah, pero veo que alguno de los pájaros que compiten son hembras… ¿de qué especie son esas otras hembras?
Porridan se encogió de hombros.
—Pues hembras.
—¿Se refiere a hembras xemosianas?, ¿como usted?
—¡Las hembras no son personas!
—Dicho de otra manera, estas hembras no son para los animales sino para el personal que los adiestra, ¿es así? Pero solo tienen veinte miembros masculinos entre su personal. ¿Acaso estas hembras realizan alguna tarea que tenga que ver con los animales que compiten?
—Por supuesto que no. ¿Qué es lo que iban a saber hacer?
—Entiendo Sr. Porridan. Detesto tener que hacer todas estas preguntas, pero tiene que comprender que esa cantidad representa un gasto fabuloso para Gal Q. El transporte desde donde está ubicado su planeta allá en el confín es…
—¡Ay!, de nuevo nos está insultando porque estamos lejos y menos desarrollados.
—Sr. Porridan, nadie les está insultando. Tan solo se trata de jugar limpio. ¿Qué dirían todos los otros equipos si permitiéramos que su planeta trajera diez hembras por cada adiestrador y conductor?
—¡No son diez hembras para adiestradores y conductores! —dijo Porridan con voz aguda. Se desenroscó furioso y se dirigió hacia la puerta—. ¡Incluso denigra nuestra vida íntima! Sobre las hembras xemosianas no se discute. ¡El Tratado de Xemos puede replantearse! Seremos pobres, ¡pero todavía podemos morir por nuestro honor!
—Sr. Porridan, ¡espere!
La puerta se cerró de un portazo. Christmas sopló para espantar una mosca imaginaria de su chata nariz, pasó una mano por entre sus rizos rojizos y clavó el dedo sobre el pulsador que llamaba a su secretario.
—Aquí estoy, PC —dijo desde el otro lado de la puerta un risueño ser cuyo aspecto recordaba al de una nutria.
—Dana, dile a Secretaría que ese xemosiano se ha vuelto a cabrear y que sería conveniente que mandaran a alguien para apaciguarlo. Lamont se encargará de decidir si su animal puede participar, pero que Tanya investigue sobre la situación de ambos sexos en Xemos… sobre todo lo relacionado con el ratio estándar en los apareamientos y el estatus de las hembras. Porridan afirma que sus hembras no son personas y que necesita un par de centenares, principalmente para los jefes de equipo, me da la impresión. Estoy seguro de que es un cuento, pero comprobadlo, ¿vale? ¿Qué es eso?
—El fallo relativo al asunto del propulsor del calamar, PC. Por fin hemos llegado a un acuerdo: todos los participantes se someterán a la extirpación de la bolsa de tinta, pero los jinetes deben llevar mascarillas capaces de filtrar los productos metabólicos legítimos. Nosotros nos encargamos del análisis químico.
—¿Y qué pasa con el asunto del C.I.? ¿Son esos calamares de Deneb animales o pasan a quedar encuadrados en la categoría de personas de Galsports?
—Todavía no está claro, PC. Podríamos haber alcanzado un acuerdo sobre los calamares, pero un grupo de mamíferos se ha inmiscuido en el asunto. Dicen que si un participante es capaz de usar un cronómetro no es un animal.
—¿Qué animales están usando cronómetros?
—El equipo flangiano. Equinoides ligeros.
—¿Flange? Espera, ese es uno de los equipos en la categoría en la que se han estado produciendo tantas victorias inesperadas. Los estadísticos de Apuestas me lo comentaron anoche. Han hecho que Lamont sometiera a tests de metabolismo encubiertos a todos los competidores…
Asestó un fuerte puñetazo al intercomunicador, y en él apareció el acongojado rostro de su jefe de seguridad.
—Kurtis, ¿puedes poner en marcha inmediatamente un operativo de vigilancia integral sobre la delegación de Flange? Caballos ligeros. Sí, me interesan sobre todo los establos, los animales. Sonido, fotografías, incluso olores si hace falta. Prioridad superlumínica en las transmisiones las veinticuatro horas del día hasta que consigamos algo. Bueno, tan solo es un presentimiento, pero podría tratarse de algo feo… eso es, como aquel follón de Pyrrhoxa. Ya sabes qué buscar. Gracias, Kurt.
Christmas suspiró. La reputación de Mundocarrera, Inc. (Inc. de Incorruptible) descansaba pesadamente sobre sus hombros.
—Hay otra cosa —dijo Dana, mientras pasaba pensativamente su negra lengua alrededor del bonito hocico color crema—. Puede que no sea nada, pero ese nuevo equipo de Ankru que empezó ayer ha ganado dos de sus tres primeras carreras. Todas en categorías distintas. Un herbianfibio, un carnimamífero y un ANV. El ANV llegó segundo.
—Dana, tus presentimientos son valiosísimos. Nunca olvidaré aquel supuesto herbívoro que intentó comerse a nuestro juez de salida… ¿Cuándo se celebra la próxima carrera del equipo de Ankru?
—Está a punto de empezar, PC. Reptiles gigantes con coraza en la pista principal.
—¿Podría escaparme para bajar a echar un vistazo?
Las cerdas de Dana se erizaron ante el ímpetu del corpulento humano, más propio de un cachorro.
—De acuerdo, pero no te olvides de la reunión con Gal Q de dentro de media unidad, PC. Por favor, no apagues tu receptor.
Christmas resopló con satisfacción mientras se esforzaba por colocarse el collar comunicador en su grueso cuello y salió al balcón para montarse en su aerotrineo. ¡Mundocarrera! Su Mundocarrera. Arrugó la nariz al sentir la brisa aromática de un millar de pistas en las que corrían, brincaban, daban tumbos, nadaban, reptaban, aceleraban, salían disparados y avanzaban estrepitosamente los animales de carrera de un millón de planetas. Mundocarrera, el planeta perfecto, girando majestuosamente con igual número de horas de día impecable y balsámica noche iluminada por los focos. Su clima totalmente predecible iba cambiando gradualmente desde el ecuador hasta el polo y ofrecía a todas las criaturas que respiraban oxígeno un entorno óptimo.
Justo delante del cuartel general de Christmas en la zona ecuatorial se encontraba la pista principal de la carrera más espectacular de todas: los reptiles gigantes con caparazón, los preferidos de toda la galaxia. En ese lugar también corrían otras bestias de clima cálido: felinos de gran tamaño, ungulados de la sabana, y arácnidos e insectos gigantes. A su izquierda estaban las cordilleras donde se encontraban los cañones, balizas y gradas flotantes de las carreras aéreas. A su derecha centelleaba el mundo marítimo donde competían las criaturas acuáticas. Al otro lado de la pista que tenía delante de él había un hotel grande con un complejo recreativo, y, más allá, extendiéndose siguiendo la curva del planeta, estaban situadas las cúpulas de atmósfera especial y las pistas exóticas, donde criaturas indescriptibles se reunían para excavar, girar, escupir o exhibir cualquier otro delirio competitivo que sus mundos nativos hubieran convertido en deporte. Todo por el honor de esos mundos nativos… y, ya de paso, por el honor y el beneficio de Mundocarrera y su plantilla de solterranos.
Christmas levantó la vista hacia el satélite de comunicaciones —“¡los ojos de la galaxia te están observando!”— y comprobó su cronómetro. En los enormes paneles de apuestas aparecía como favorito un competidor myriano. Pasó planeando cerca de ellos y aterrizó junto a la contrarrecta en la que se encontraban calentando los reptiles gigantes, que hacían temblar el suelo. Los bruñidos cuerpos resplandecían, con sus jinetes casi invisibles ocultos tras una fabulosa colección de hombreras metálicas de lo más variado.
—Todo un espectáculo, ¿verdad, señor?
Christmas reconoció al alto muchacho de color, que era uno de los veterinarios internos de Hal Lamont. Se apoyaron juntos en la barandilla para mirar a un jinete que intentaba controlar la propensión de su montura a sacudir una cola de diez toneladas. El jinete, un artrópodo de la zona de Sirio, conjeturó Christmas, estaba utilizando febrilmente sus correas con aguijones sobre el rombencéfalo de la criatura. El competidor que más interesaba a Christmas, el de Ankru, era una indescriptible bestia roja de poca altura, cuyos inmensos omoplatos con forma de abanico ocultaban a su jinete.
La primera carrera había terminado, y los corredores comenzaron a ocupar sus posiciones detrás de los enormes andamios de la salida portátil.
“¡Comienza la carrera!” De las gradas brotó un bramido. Se trataba de una categoría en la que se apostaba fuerte por toda la galaxia.
El artrópodo pasó por la parte interior de la pista, sin dejar de hacer ajustes. El segundo en pasar fue el favorito myriano, un imponente monstruo verde con una trompa babeante en una cabeza que se alzaba diez metros por encima del suelo. Cuando pasó, Christmas vislumbró el color blanco de su jinete… parecía tratarse de una muchacha humana.
La polvareda ocultó a los demás y Christmas se dirigió de nuevo hacia la línea de meta, rodeando la pista a ras de suelo puesto que estaba prohibido volar durante las carreras. Se estaba riendo para sí mismo por pretender hacer las comprobaciones en persona, cuando las cintas tridis le mostrarían hasta el último detalle.
Un confuso estruendo retumbó por todas partes cuando los participantes tomaron la última curva. El myriano verde iba a la cabeza, luchando contra los conatos de un monstruo amarillo, que tenía en la quijada unas barbas de tres metros. El ankru rojo aguantaba en la zona intermedia; Christmas vio vapor cuando el jinete le roció las ancas con un líquido refrigerante.
La multitud estaba lanzando aullidos y poniéndose en pie; el suelo retumbaba bajo el castigo de las baquetas de veinte toneladas. Las escamas lanzaban destellos por entre la polvareda levantada por los enormes pies planos. Por entre el centelleo y el tumulto de los inmensos cuerpos, Christmas vio a la chica myriana utilizando su látigo de calor. El rival amarillo se había esfumado, pero en ese instante estaba arremetiendo un largo cuello marrón. El mastodonte verde empezó distanciarse y, cuando ya casi estaban llegando a la meta, Christmas oyó el bum—bum—bum de un animal que se acercaba rápidamente por el exterior de la pista. Se trataba del ankru rojo, que mantenía una velocidad de vértigo constante. Las gradas estallaron; la chica pugnó frenéticamente, pero el achaparrado monstruo rojo atravesó la meta disparado, con su jinete oscilando arriba y abajo igual que una pelota de ping—pong entre los trepidantes omoplatos. Christmas se dirigió hacia allí en el trineo para echar un vistazo más de cerca.
—¡Señor! ¡Señor! ¡Cuidado… la chica… deténgala!
La voz del joven interno retronó en su collar. Christmas se giró y vio al saurio verde sin jinete y con el largo cuello doblado hacia una figura que estaba en el suelo. La muchacha tenía levantados los pálidos brazos y entre ellos centelleaba algo metálico. Christmas pasó con el trineo por encima de la barandilla y se abalanzó sobre la myriana para sujetarle con una mano las muñecas.
La muchacha no se resistió. Abrió los ojos para dirigirle una mirada furiosa, dejó de susurrar y se quedó boquiabierta. Sus muñecas parecían gélidas ramitas. Christmas le quitó con suavidad la espada cuya hoja de casi un metro brillaba como una cuchilla.
—No, no, no —le dijo, mientras intentaba obligarla a incorporarse.
Ella se levantó temblorosamente, con su flacucho cuerpo de dos metros y medio desnudo como el de un recién nacido, salvo por un cinto carmesí para la espada a la altura del ombligo. No tenía vello y uno de los pechos le había sido extirpado.
—¡Io vergan guerrea cons’grada d’Myria! —protestó, alargando la mano hacia la espada.
—¿Alguien entiende qué está diciendo?
Christmas esquivó su mano.
—Creo que dice que es una virgen guerrera consagrada de Myria —dijo el joven interno resollando—. Tiene que suicidarse porque ha perdido la carrera.
—Ya, pues bien, no puede hacerlo. Dile que tiene que competir en otras carreras y ganar.
—¡Io vergan guerrea cons’grada d’Myria! —repitió la chica.
—Ser Nisrair de Gal Q está llegando —dijo la voz de Dana en su collar.
—Tú… doctor como quiera que te llames… ¿Ooloolulloolah?…, ¿verdad que la llevarás a la enfermería?
Cuando se dio media vuelta para marcharse, la muchacha gritó como un pavo real y se abalanzó a por la espada. Christmas la levantó de manera instintiva por encima de la cabeza. Algunos espectadores miraron con ojos desorbitados el extraño espectáculo y se apartaron.
—Te la daré si juras que no te harás daño. Díselo, Doc, házselo jurar, ¿de acuerdo?
La chica se arrodilló y empezó a recitar con voz aguda.
—Ser Nisrair está aquí, PC —anunció su collar.
Christmas apartó los brazos de la muchacha de sus rodillas, lanzó la espada al interno y luego despegó y se elevó a toda velocidad camino del balcón. Entró en su oficina justo cuando Dana atravesaba las descomunales puertas plegables acompañando al oficial de enlace de Gal Q. El caparazón color azul acerado de Ser Nisrair descollaba por encima de Christmas.
—Buenos días, Peter —entonó Nisrair con voz melodiosa, mientras encogía las extremidades inferiores para apoyarse sobre el borde del caparazón y quedar a la altura del humano. Al igual que todos los demás de Centro Gal destilaba una pertinaz benevolencia que hacía sentir a Christmas ligeramente nervioso.
—Hola, Ser. ¿Qué tal van las cosas con los magallanes? Supongo que es de eso de lo que has venido a hablar…
—Así es, Peter —dijo Nisrair con una sonrisa, como si le estuviera dando un sobresaliente en matemáticas—. Como ya sabes, estamos enseñándoles Mundocarrera, puesto que mostraron interés durante su reciente visita a Centro Galáctico.
—Son tan primitivos… —murmuró Christmas.
Sabía que la actitud de Centro Gal hacia Mundocarrera era de ligera condescendencia (“nuestro encantador juguete”), aunque eran plenamente conscientes de su utilidad a la hora de contribuir a cimentar la federación formada por un millón de planetas.
—¿Qué es lo que han visto?
—Ayer los llevamos al Polo Norte, para que visitaran Comunicaciones y el ordenador de Galáctica. —De improviso, los cuatro pedúnculos con ojos de Nisrair se centraron en Christmas—. Es un poco complicado, Peter… No sienten interés por nada. Son tan diferentes… y es importantísimo que consigamos conectar, al menos un poco.
Sus antenas habían adoptado una posición erguida y formal. Christmas se percató de que el enorme alienígena estaba verdaderamente preocupado.
—Algo tendremos que los cautive, Ser. ¿No ha sido así hasta ahora con todos los visitantes? Incluso aunque sean de otra galaxia no pueden ser tan distintos. Muy bien, los cacharros no les han fascinado; pero es posible que sí que lo haga el aspecto económico del sistema de apuestas galáctico. O la exposición sobre xenobiología y economía doméstica alienígena de Secretaría. Después de todo, nuestra galaxia es mayor que las Nubes; solo con su tamaño y variedad ya deberían quedar impresionados.
Las antenas de Nisrair continuaban estando erguidas; Christmas siguió hablando.
—Y si eso no funciona, siempre nos quedarán los psicomatemáticos en el Polo Sur, pronosticando las consecuencias de sus propios pronósticos. Acuérdate, ¿no fue eso lo que hizo que esos coágulos inmateriales de Cabeza de Caballo terminaran por unirse a la Federación?
—Eso espero, Peter… ya sabes que son muy poderosos; y técnicamente… están muy avanzados.
El corpulento hombre y el todavía más corpulento coleóptero se miraron, en muda compenetración. Ninguno de los dos quería hablar de la posibilidad de que ese Primer Contacto terminara con un enfrentamiento galáctico.
—Haré todo lo que pueda, Ser; eso ya lo sabes.
—Lo que te quería decir… si expresan cualquier deseo, por poco ortodoxo que sea…
—Lo que sea, Ser. Pueden infringir cualquier regla.
—Gracias. —Ser levantó la mole de su cuerpo y camino de la puerta se detuvo delante del balcón—. ¡Qué agradable! —murmuró, recuperando su benevolente mesura—. Las visitas a este lugar siempre son un interludio idílico. Disfrutas de una vida arcádica, Peter.
—Ha llamado Kurtis, PC —dijo Dana, que como era habitual en él se había colado en la habitación antes de que Christmas le hubiera podido llamar—. Ya tiene establecido el operativo para pillar al equipo de Flange, pero por ahora no hay nada de lo que informar, salvo el hecho de que los conductores parecen jugar a una especie de juego con los dedos de los pies.
—¡Qué arcádico! —gruñó Christmas.
—También hay una queja de uno de los equipos de felinos de gran tamaño. Aseguran que el señuelo no parece suficientemente humano, que sus bestias no van a darle caza.
—Pásasela a Detweiler; ese problema es para Secretaría… ¡Ah!, con respecto a tu presentimiento sobre el equipo de Ankru: ¿me puedes poner los tridis de todos sus animales? El triunfo de ese reptil gigante hace que ahora sean tres de cuatro… y todo en dos días. Creo que has dado con algo.
Los competidores ankrus aparecieron en la pantalla: el arcosaurio rojo que había visto Christmas; a continuación, un pájaro corredor de robustas patas; luego, una especie de guepardo con copete, que parecía estar formado por dos patas unidas por una cuerda; y, finalmente, una cosa viscosa parecida a una chalana, que parecía avanzar apoyándose sobre un ancho esternón y utilizando unas aletas para propulsarse.
—Ese es el anfibio herbívoro —dijo Dana.
El herbianfibio abrió la enorme boca que tenía en un extremo en dirección a la cámara.
—Constituciones de gravedad alta —reflexionó Christmas—. Llama a Lamont y dile que, para empezar, compruebe en secreto sus compensadores de gravedad. Podría ser que hubieran encontrado un modo de manipular su handicap. Ah… y cuando estés con él, agénciate ese informe sobre el geehinkus, ese ser compuesto que es como un enjambre de Saco de Carbón. Los chicos de Detweiler nunca deberían haberlo incluido en la categoría de insectos sociales; ya hemos tenido dos quejas por juego sucio…
¡BUM! ¡¡¡BUU-U-U-U-M-M-M-M!!!
El estruendo que resonó encima de ellos hizo que ambos se lanzaran hacia el balcón, donde se encontraron con un espectáculo que solo habían visto en las historicintas: las toberas de un centelleante cohete que descendía titubeante para aterrizar junto a los hoteles. Christmas se lo quedó mirando de hito en hito. A sus espaldas, el intercomunicador estaba bramando.
—… ¡Aterrizaje no autorizado! Repito, alerta roja, aterrizaje de alienígenas sin identificar… —Era la voz del satélite de seguridad de Gal Q.
—¡PC! ¡Un cohete está descendiendo sobre mis pistas de minirroedores! —gritó una voz de soprano.
Christmas se montó de un salto en el trineo.
—¡Desplegad una pantalla ignífuga sobre esas ratas, Dana!
Despegó, percatándose a medias de que Dana le había puesto algo en la mano.
Cuando estaba sobrevolando las cúpulas de los hoteles vio la nave extraterrestre posándose en medio de un volcán de humo. Los bomberos pasaron con las sirenas ululando, los chorros de espuma dirigidos hacia el intruso. Para cuando Christmas detuvo el trineo, la llamarada ya había sido ahogada. La patrullera azul de Kurtis chirrió detrás de Christmas. El jefe de seguridad estaba daba órdenes en voz baja a su collar. Le hizo un gesto a Christmas con un dedo sin apartar los ojos de la nave alienígena.
La espuma que rodeaba la nave serpenteaba. Los minirroedores, grotescamente cubiertos de espuma, corrían de un lado para otro, muchos de ellos sin jinete.
—¡Lily! ¡Lily! ¿Estás bien? —gritó Christmas, y entonces vio cómo su comisaria auxiliar salía de debajo de una grada volcada limpiándose los pegotes de espuma de la cara. Los minirroedores corrieron hacia ella, formaron una sólida pila alrededor de sus pies y treparon hasta sus hombros y cabeza.
La porta de la nave se abrió y bajó para formar una rampa. Tres figuras achaparradas escudriñaron el exterior por entre el humo que ya se estaba dispersando. Entonces, un chimpancé rubio llamativamente uniformado salió a la rampa, echó la cabeza hacia atrás para apartarse la pelambrera amarilla de los ojos y lanzó un resonante aullido que terminó en una nota interrogativa.
—El voder llegará en un momento —dijo Kurtis—. Mira las armas que llevan al costado… ¡por todas las galaxias!, ¿de dónde han salido?, ¿de una space opera?
El extraterrestre volvió a aullar. Christmas, al percatarse de que él era quien tenía mayor rango de los allí presentes, avanzó con la mano extendida.
En la rampa, el extraño clavó la mirada sobre él, volvió a echar la cabeza hacia atrás y, a continuación, los tres seres volvieron a meterse en la nave. Christmas esperó; Gal Q y el Secretario, que venían desde la zona más alejada de Administración, llegarían en cualquier momento.
Entonces se oyó el estruendo de una sirena proveniente del interior de la nave espacial, y los tres volvieron a salir, empujando lo que parecían unos surrealistas aerotrineos con ruedas más grandes que ellos mismos, que estaban adornados con rejillas, tubos y banderines. El líder le dirigió un chillido a Christmas, que volvió a extender la mano.
De improviso, los tres alienígenas se colocaron en la cabeza unos cascos con cuernos, se metieron en sus máquinas de un salto, despegaron y, en medio de un gran estruendo, empezaron describir círculos alrededor de su nave. Cuando estaban comenzando con las acrobacias aéreas, por encima del hotel apareció el trineo del secretario Detweiler. Los alienígenas se lanzaron hacia él haciendo rizos y hostigándole en medio de los ensordecedores chasquidos de sus máquinas.
Kurtis ya había despegado para ir en su persecución. Christmas levantó el vuelo justo a tiempo de ver lo que parecía ser un rayo láser disparado por los alienígenas. ¡Sí! ¡Qué locura! Era un láser. El trineo de Detweiler se había inclinado hacia un lado y Kurtis estaba subiendo las pantallas protectoras. Christmas activó las suyas, vagamente consciente de que tenía un minirroedor en la cabeza. Ganó altura y fue a por ellos.
Los extraterrestres estaban dando vueltas alrededor de un grupo de postes, disparando a los cables, pero Kurtis ya estaba encima de ellos. Christmas lo vio atrapar a uno con spray inmovilizador y, a continuación, fallar con otro, que se abalanzó hacia Christmas. El objeto que le había dado Dana resultó ser un aturdidor de mano. Cuando pasó por su lado, Christmas lo derribó con una descarga de baja potencia y lo vio comenzar a planear en un largo descenso hacia la playa. Kurtis, seguido dócilmente por el alienígena inmovilizado, iba pisándole los talones al último de los extraterrestres, trazando unos ajustados círculos a su alrededor que le obligaron a descender lejos de su nave.
Christmas se sacó la cola del minirroedor del ojo y emprendió el regreso hacia la nave alienígena. Para cuando el trineo de Detweiler aterrizó renqueando, ya estaban llegando las ambulancias con los sanitarios.
De improviso, el último de los extraterrestres viró y se lanzó hacia su nave a ras de suelo, con el rayo láser bailando descontroladamente.
—¡Al suelo! ¡Todo el mundo al suelo! —bramó Christmas, dando ejemplo a la multitud.
Justo cuando estaba a punto de alcanzar la rampa, el alienígena salió despedido de su máquina y cayó desplomado en la espuma. El trineo se estrelló contra el lateral de la nave y cayó algo más lejos.
Lily, la comisaria de pista, salió de debajo de la rampa, haciendo ruiditos tranquilizadores para apaciguar a los minirroedores que se aferraban a ella. Encima de su cabeza, uno de los jinetes roedores esgrimía una pistola diminuta.
—¡Lo derribó Snedecor, PC! ¡Lo derribó Snedecor! —gritó Lily mientras salía.
Kurtis y el alienígena convertido en zombi habían aterrizado. Los operadores del voder, el sintetizador de voz, se acercaron.
—¡Snedecor lo derribó! —canturreó Lily.
—¿Qué demonios intentaban? —preguntó Christmas.
El jefe de seguridad dirigió una enojada mirada de reprobación a su cautivo, al que habían conectado al voder.
—Lo sabremos enseguida —dijo—. Me imagino que no son más que una panda de malditos seres primitivos que se han enterado de que organizamos carreras. ¿Quién es Snedecor?
Encima de la cabeza de Lily, Snedecor hizo una reverencia y saludó tranquilamente con la mano.
—Buen disparo… ¿Qué hace ese ratón con un arma?
—Es una vieja disposición: todas las criaturas cuya altura no supere los nueve centímetros están autorizadas a portar instrumentos de defensa no letales —le informó Christmas—. Hola, Det. Me alegro de que estés bien. Bueno, supongo que lo que queda por hacer es todo tuyo. Ya me informarás de en qué queda todo esto, Lily, yo tengo que regresar. Ah… toma. —Se liberó del minirroedor y se lo pasó a Lily—. ¿Alguna vez te han dicho que tienes un trabajo idílico?
Se dirigió hacia su oficina a toda velocidad, deteniéndose antes de atravesar las pistas para que pudiera terminar una carrera de lagartos.
—Máquinas… mira que competir con máquinas… —murmuró, con sus anchos hombros crispados.
Sobrevoló los gritos, ladridos, zureos, silbidos, y a los turistas de un millón de mundos. Dana lo recibió en el balcón con una bandeja.
—Tiene buena pinta, ¿qué es? —le preguntó Christmas, con la nariz metida en una jarra de cerveza Pista Central.
—Ni idea. La envía Lamont. Es su premio por salvar a algo que se rompió una pierna; tiene una nevera llena.
—No sabía que teníamos un aturdidor, Dana.
—Tú no, pero yo sí. Kurtis me lo dio el año pasado. ¿Te acuerdas de esos altairanos que querían enfrentarse en un duelo a muerte en tu oficina? Kurt dice que te crees que eres invulnerable. —Las cerdas de Dana se arquearon para formar una sonrisa.
—Bueno, supongo que ha resultado ser útil. Otro de tus presentimientos… Sí, ¿Hal? —dijo dirigiéndose al intercomunicador—. Sí que ha estado bastante animado, sí. ¿Qué tal las ratas? Vaya, es una pena. ¡Qué mala suerte!, pero ¿quién se lo podía imaginar? Muy buena idea la tuya, la de poner la medicación en la espuma para el fuego… ¿Sabemos ya algo de las comprobaciones de los sistemas de gravedad de los ankrus?
—Sus compensadores de gravedad están perfectamente ajustados —contestó Lamont—. Exactamente en uno punto dos. Es curioso, a mí me también me parecen criaturas de gravedad alta. Y te voy a decir otra cosa curiosa: están entrenando a algunos de sus animales bajo una carga de gravedad doble. Por supuesto que no hay ninguna ley que prohíba añadir más G, pero lo están llevando bastante en secreto. Yo diría que ya tenemos la explicación: los chicos de Detweiler se han equivocado al establecer el handicap.
—Podría tratarse de un asunto bastante feo, Hal. ¿Quién se habrá equivocado y por qué?
—No había caído en eso —repuso Lamont lentamente; luego frunció el ceño.
—Bueno, esa patata caliente no es para ti. ¿Cómo fueron las cosas con los pájaros de Xemos Tres?
—PC, ¡no sabes cuán agradecido te estoy…! Está claro que esas cosas vuelan. Le sugerí utilizar inhibidores nerviosos o inmovilizadores temporales de las alas, y echó espuma por la boca. Optamos por unas de esas correas especiales después de que le mostrara cómo hay otros participantes que también las emplean. Es probable que intente sabotearlas… será mejor que no le quitéis el ojo de encima. Pero oye, PC, ¿sabías que esos pájaros llevan espuelas de vidrio del tamaño de tu brazo? Podrían rebanar una pierna sin ningún problema, igual que un sable. Tuvimos otra escenita cuando le dije que tendría que quitarlas. Es como si tuvieran algún enemigo acérrimo al que tienen que batir, a ser posible mortalmente. Deberías advertir a los chicos de equipamiento. Viene dispuesto a armarla.
—Guadañas en las ruedas de sus cuadrigas; igual que aquella panda de Orión de los chorros de ácido.
—¿Y te acuerdas de aquellas hembras de visón que no podían entender por qué no les dejábamos que fueran sembrando a su paso la pista de púas? —El doctor se rió—. A veces pienso que Gal Q nos está utilizando para civilizar a la mitad de los facinerosos de la galaxia.
Christmas cortó la comunicación. En el intercomunicador parpadeaba una luz avisándole de la conferencia diaria de responsables. Christmas se conectó y escuchó a medias mientras revisaba una pila de resoluciones que Dana le había llevado para firmar.
El secretario Detweiler era un hombrecito regordete de ojos vulnerables, muy bueno en un trabajo que Christmas hubiera detestado. Uno de sus subordinados empezó a describir los planes para la celebración de la llegada de la carrera de las babosas de hielo gigantes. Las participantes habían cubierto quince metros en el extraordinario tiempo de seis meses y se esperaba que cruzaran la meta al día siguiente. En su sistema nativo, el interés había alcanzado niveles de paroxismo. La Secretaría iba a proporcionar cobertura tridi superlumínica desde debajo de la pista transparente, de manera que los espectadores pudieran observar la aproximación célula a célula hacia la meta del pie de las babosas.
—En realidad no se trasladan —estaba explicando el ayudante—. Crecen por delante y mudan por detrás. Son las criaturas más veloces de su sistema, pero, por supuesto, nadie más está interesado. Me gustaría que se me diera permiso para reunir una pequeña… claque, creo que esa es la palabra, y a lo mejor para animar a que se apueste un poco. Les levantaría la moral.
Christmas expresó su acuerdo con un gruñido. Detweiler anunció los planes para que esa tarde se condecorara solemnemente al ratón que había disparado al alienígena.
—Todo un pequeño héroe —dijo el Secretario—. Si ese muchacho hubiera conseguido hacer despegar su nave, Gal Q hubiera tenido por delante una persecución complicada, complicada ¡y cara! Vendrás a la entrega de la condecoración, ¿verdad, PC?
—¿Y no hay una para mí por las heridas sufridas en combate? —preguntó Christmas—. Tengo el oído lleno de mierda de rata. ¿Quiénes era, Det?
—Un sistema con el que no se había establecido contacto de manera oficial, muy al norte de Murillo. En realidad llevan ya bastante tiempo comerciando con nosotros a través de Murillo. Al parecer consiguieron algo de material que ya no se utilizaba e hicieron todo el camino hasta aquí en esa vieja nave contrahecha. La Federación Galáctica tiene una misión aterrizando ahora mismo allí.
—O Gal Q o nosotros vamos a tener que pagar unas cuantas indemnizaciones por esto. Tres valiosos animales heridos y todas esas pistas libres de rastros olfativos que tienen que ser reconstruidas —intervino el administrador.
—Y tenemos reclamaciones por las carreras anuladas —dijo el jefe de Apuestas—. Creo que habría que pedirle a Gal Q que corriera la voz de que a Mundocarrera no se puede venir cuando a uno le da la gana.
—Y de que no se compite con máquinas —masculló Christmas.
Durante un instante reinó el silencio.
—Sí, bueno —dijo Detweiler—. Y ahora vamos al asunto fundamental: los magallanes. PC, vas a recibir su visita en cualquier momento, ¿de acuerdo? No sé cuándo irán a Apuestas ni al resto de vuestros departamentos, si es que van. Sinceramente, la visita no está resultando tan bien como habíamos esperado. Esta mañana visitaron Secretaría, y, además de con todo lo demás, lo intentamos con un estupendo repaso de todas las formas de vida galáctica que utilizan nuestros servicios, con análisis quimiogenéticos. Es imposible saber cuál fue su reacción, pero me temo que fue negativa. Han pedido abandonar Mundocarrera esta noche. Ser Nisrair está preocupado.
—¿Y quién no? —preguntó Comunicaciones desde el Polo Norte—. He visto muchos alienígenas, pero estos sí que son alienígenas. Dos de mis técnicos están bajo sedación. ¿Sabéis que Tecnología no ha sido capaz de desatornillar la mitad de la chatarra de esa nave espía en la que vinieron? Es posible que tu repaso solo haya servido para abrirles el apetito para la cena, Det. O para atentar contra su sentido de la pulcritud, igual que cuando uno descubre que su vecino tiene la casa plagada de bichos. ¡Maldita sea!, las Nubes están demasiado cerca.
—Bueno, nuestra obligación se limita a hacer lo que podamos —repuso Detweiler con enérgica firmeza—. ¿Alguna otra cosa?
—Siento tener que poner las cosas todavía más negras —intervino Christmas—. Esto también afecta a Apuestas. Ese nuevo equipo de Ankru ha ganado tres de sus cuatro carreras con un handicap de tan solo uno punto dos G. Lamont tiene la sensación de que eso no es suficiente ni de lejos; y a mí me pasa lo mismo. Det, ¿puedes verificarlo enseguida? No hace falta que explique las implicaciones.
—Me pondré con ello de inmediato.
Detweiler parecía alarmado. El jefe de Apuestas se tapó los ojos con la mano y gimió.
—¿No puedes aplazar sus carreras, PC? ¡Por todos los agujeros negros! Las reclamaciones, las indemnizaciones… —dijo mientras gesticulaba violentamente hacia alguien que quedaba fuera de la pantalla.
—No es lo bastante sólido —repuso Christmas.
Detweiler cerró la transmisión con una expresión de consternación en los ojos. Comprendía la postura de Christmas.
Una vez a solas, Christmas se frotó el cuello y se giró hacia la ventana. Se oyó un aviso por la megafonía y una docena de criaturas de la categoría rinocerontes, con la cola a modo de vibrante asta de bandera alzándose por encima de sus bamboleantes ancas, avanzó hasta situarse detrás de la línea de salida.
Christmas sonrió automáticamente, pero, por algún motivo, la magia se había esfumado. Conocía (todos la conocían) cuál era la esencia de la magia. No era el clamor de las gradas, ni los fluctuantes ingresos de Apuestas, ni los rinocerontes embistiendo contra la meta con los cuernos por delante y los colores de planetas a mil años luz ondeando en su cola. La magia rodeaba a todas esas cosas, pero no manaba de ellas. Y estaba amenazada.
Su intercomunicador externo sonó y la pantalla se iluminó y mostró el huesudo rostro negro del joven veterinario.
—Señor, en la enfermería no han querido quedársela… a esa, eh, me refiero a esa joven de Myria; y no puede volver con su equipo. Insisten en que si no se suicida la matarán ellos.
—¡Oh, por todos los soles! Ahora mismo estamos liados hasta arriba. Encárgate tú de ella por ahora, ¿eh? No te separes de ella, enséñale la ciudad… Ya sé que eres veterinario. Dile a Lamont que hable conmigo… Mantén la espada lejos de la chica. Y que se ponga unos pantalones, ¿vale? Tiene una pinta horrible… ¿Por qué las vírgenes de Myria no deben llevar pantalones? Oh, da igual… haz todo lo que puedas, ¿de acuerdo?
—Ser Nisrair y los magallanes están subiendo, PC —dijo la voz de Dana.
Cuando las grandes puertas plegables se abrieron se levantó para darles la bienvenida.
Detrás de Nisrair asomaban dos sinuosas formas negras como el carbón y tan altas como él, que estaban coronadas por unas cabezas triangulares y completamente blancas que parecían cráneos equinos blanqueados por el sol.
Christmas saludó con la cabeza y se quedó de pie observando mientras Nisrair hacía las presentaciones. Los magallanes no se movieron en ningún momento. Las alargadas calaveras que tenían por rostro se giraron hacia él, sin ojos, inexpresivas. Al igual que la mayor parte de la galaxia, Christmas había sido testigo de la amplia cobertura informativa que se había realizado de ese Primer Contacto; pero a pesar de ello no estaba preparado para los inquietantes extraterrestres en carne y hueso… o en lo que fuera de que estaban hechos. Un desasosiego sin motivo se apoderó de él; tuvo la sospecha de que los alienígenas emanaban un campo subsónico.
De improviso, el voder de los magallanes emitió una serie de ruidos que interrumpieron a Nisrair.
—Tú eres el (ruido) órgano ético (ruido) y jurídico —dijo monótonamente.
Christmas no sabía cuál de ellos lo estaba utilizando.
—Así es —contestó a los inexpresivos ojos de las calaveras—. Mi trabajo es encargarme de que se establezcan las reglas más justas posibles para todos los participantes, y hacer que se cumplan en letra y espíritu. Cuando alguna circunstancia afecta a los participantes de manera desigual, establecemos nuevas normas por unanimidad, si es posible. Si no lo es, mi decisión es la definitiva… perdón, pero no he entendido eso.
—Pregunta tu afirmación respecto al espíritu —repitió el voder.
—¡Ah! Me refería a que no permitimos que los términos técnicos en los que esté formulada una norma vayan en contra del objetivo de que resulte igualmente justa para todos. Entendemos por igualdad de oportunidades que las condiciones sean tan semejantes a las de los planetas nativos de los participantes como sea posible; por ejemplo, para compensar las distintas gravedades tenemos un dispositivo de handicap…
—Espíritu… —murmuró el voder ininteligiblemente.
Las frías miradas de los dos cráneos equinos se posaron sobre él.
—Tienes mucho poder aquí —continuó el voder—. Puedes tomar decisiones que afectarían a muchos participantes sin (ruido) ser descubierto (ruido) sin supervisión, para tu propio beneficio. Pregunta no lo haces. Pregunta tu identidad.
Christmas dirigió una mirada a Ser Nisrair. ¿Acaso no les había puesto en antecedentes? Vio que uno de los tentáculos del oficial de Gal Q había adoptado una forma helicoidal, signo de que estaba preocupado.
—Bueno, como todos los demás en este lugar… me refiero a todos los demás empleados… soy solterrano —dijo Christmas fríamente—. Supongo que les habrán informado de que los solterranos son los fundadores de Mundocarrera y quienes lo dirigen.
—Peculación (ruido) especulación (ruido)… —graznó el voder. Estaba claro que la semántica alienígena se las estaba haciendo pasar moradas al ordenador central. A continuación dijo claramente—: Pregunta no hay manipulación ilegal para obtener beneficios.
Christmas no dijo nada.
—El engaño, en un sistema de este tipo, puede definirse simplemente como entropía —se encargó de contestar con gran elocuencia Ser Nisrair—. Y por supuesto, la entropía, o degradación del orden, es evitada por todos los seres civilizados, puesto que ningún incremento local de la complejidad puede provocar efectos entrópicos en una estructura de mayor tamaño. En el sistema de Mundocarrera hemos identificado tres posibles factores entrópicos principales. El primero, el parasitismo externo: los intentos de hacerse con el poder desde el exterior. Ya han visto la fuerza de seguridad galáctica que nos protege contra esto. El segundo, los intentos de los participantes por trastocar parcelas del sistema para su propio beneficio o el de su planeta. El Comisario aquí presente se encarga de evitar esto, con la ayuda de su propio personal de seguridad y de otros apoyos externos, como, por ejemplo, la monitorización de la probabilidad que en todo momento lleva a cabo Apuestas. El tercero, la posibilidad de que los propios elementos organizadores del sistema, es decir, los propios solterranos, puedan corromperlo. Esto es altamente improbable, tal como ya he señalado antes (tal vez demasiado concisamente); en primer lugar, por la gran importancia que se le concede a la honestidad y al juego limpio en el propio sistema de valores de los solterranos, que, como administradores de Mundocarrera, les es inculcado desde la infancia; en segundo lugar, porque los propios solterranos insisten en un programa de controles periódicos del que se encarga un grupo de expertos de nuestra galaxia que trabaja conjuntamente con un panel rotatorio de expertos procedentes de planetas neutrales. Y, cómo no, intentamos que todas sus necesidades materiales estén cubiertas… ¿no es así, Peter?
Una pausa durante la que Christmas oyó cómo el voder susurraba a los magallanes.
—Observaremos —dijo el voder—. Solos.
Las antenas de Nisrair, que se habían enderezado durante su discurso, se volvieron a enroscar.
—¿Desean que me vaya? —preguntó.
—Quieren quedarse a observar cómo trabajamos normalmente, ¿es eso? —preguntó Christmas.
—Sí.
—Cómo no. —Christmas se dio cuenta de que estaba hablando entre dientes y relajó la mandíbula—. Es un placer tenerles con nosotros. ¡Pónganse cómodos! ¿Quieren, eh… sillas?, ¿superficies donde apoyarse?
Con una ondulación, los magallanes iniciaron un repentino y violento avance, y luego se detuvieron bruscamente. Se habían situado detrás del hombro derecho de Christmas.
—Adelante —dijo el voder.
—De acuerdo —dijo Christmas con voz crispada.
Llamó a Dana y saludó con la cabeza a Ser Nisrair, que dejó que lo acompañaran a la puerta, con las antenas rígidas.
—Bien, Dana, ya podemos entrar en materia. Nuestros invitados se van a quedar a observar. ¿Qué es lo que tenemos?
—El sistema de Betelgeuse ha presentado una queja.—Tan solo una ligera rigidez en los bigotes delataba que era consciente de las extrañas figuras que se alzaban detrás de Christmas—. Tienen un equipo de gusanos cavadores gigantes y aseguran que unos túneles de una carrera anterior, que se distinguían perfectamente, obstruyeron a su participante.
Christmas lanzó un gruñido y dijo:
—Esos malditos gusanos ya han roído toda la cordillera. Admite la queja, informa a Apuestas y dile a Secretaría que necesitamos montañas nuevas; van a devastar el planeta. Espera… pregúntale a Detweiler si Gal Q podría trasladar hasta aquí un asteroide para todas esas competiciones de excavación. En el sistema vecino hay explotaciones mineras; a lo mejor podrían traernos uno o dos pedruscos. A Det se le tenía que haber ocurrido ya la idea. —Y añadió dirigiéndose a las figuras que tenía a su espalda—: Se trata de una queja justificada contra Mundocarrera por pista en condiciones inadecuadas, y debe ser admitida. Los que apostaron a favor del equipo afectado serán indemnizados.
—Entendemos tu lenguaje —dijo la voz hueca del voder.
Kurtis apareció en el intercomunicador. Cuando la pantalla se iluminó, Christmas se percató de que los alienígenas habían escogido para colocarse un lugar en el que sus interlocutores no podían verlos.
—Tus flangianos, PC. La historia de Pyrrhoxa se vuelve a repetir. Sus jinetes son de pega; son los caballos los que los estaban adiestrando a ellos. Los pillamos in fraganti cuando estaban diseñando la táctica para la siguiente carrera. Sus probabilidades eran muy pocas, así que estaban organizándolo para sacar partido a una posible victoria de Fitfat. De hecho, ya le habían dado las instrucciones para apostar a uno de mis chicos. Lo hacían a través de un manipulador de alimentos de Spica al que tenían aterrorizado.
—Apuestas se va a subir por las paredes con esto, Kurt; han participado en un montón de carreras. —Y, pensando en los magallanes, añadió—: Está claro que tendrán que reintegrar el dinero a todos los apostantes, y probablemente indemnizarles. Demos gracias a nuestras estrellas porque esos equinos ligeros no eran demasiado populares. ¿Te encargarás de informar a Detweiler?
—Hemos tenido suerte de que fueran tan abiertamente a por todas —comentó Kurtis—. Si no hubieran sido tan avariciosos podrían haber aguantado más; pero bueno, así son los caballos.
Christmas dio un respingo y cortó la comunicación.
Dana levantó la mirada de su collar comunicador.
—Ankru acaba de ganar otra, PC.
Christmas movió lentamente la cabeza en un gesto de afirmación. Mientras mantenía apretado el botón del canal de Detweiler se giró hacia los magallanes.
—Ahora voy a preguntar al Secretario sobre un caso muy grave —les dijo—. Parece ser que a un equipo de un planeta llamado Ankru se le ha asignado un handicap gravitatorio demasiado ligero, probablemente debido a un error en los apéndices originales elaborados por la oficina del Secretario. Y claro, el equipo ha estado ganando en pruebas de distintas categorías. —Volvió a girarse, intentando quitarse de encima esa extraña y sombría sensación—. ¿Tenemos ya algo sobre el equipo de Ankru?
—La gravedad de uno punto dos G es totalmente correcta, PC —le informó Detweiler con gravedad—, de acuerdo tanto con nuestra propia sinopsis estelar como con el directorio maestro de Gal Q.
—No puede ser… siguen ganando. Cuatro de cinco ahora. Además… ¿has visto a esas bestias?
Detweiler asintió con la cabeza con expresión perpleja. De repente, Christmas y él se pusieron a hablar a la vez, con la voz de tenor del Secretario imponiéndose a la voz cavernosa de Christmas.
—¡Ambimasa! —exclamó—. Podría tratarse de eso… ¡Le pediré a Centro Gal las especificaciones íntegras del planeta!
—Pero… —dijo Christmas a la pantalla vacía.
Por la puerta entró un haz de luz.
—Un ministro planetario ha venido a verte, PC —le informó Dana—. Es de un lugar cuyo nombre no soy capaz de pronunciar, en el Sector 90. Insiste en hablar contigo en persona, por algo en relación a su handicap de edad—peso.
El visitante entró con tranquilidad: un caparazón con forma de inmensa joroba, con un rostro triste parecido al de un tapir a la altura de las rodillas. Comenzó a ulular en un casi incomprensible galáctico, lleno de expresiones rituales de cortesía. Christmas le indicó con un gesto a Dana que tradujera.
—El problema es que su participante ya tiene mil quinientos años estándar, y el handicap de edad ha pasado a ser asintótico.
—¿Cuánto tiempo viven sus animales? —preguntó Christmas.
—No está seguro —tradujo Dana—. Este animal en concreto lleva ganando carreras más de un milenio (corre cada veinte años), y me parece que su sistema natal espera que continúe así indefinidamente. Ahora mismo no cuentan con ningún otro; el proceso de cría es lento. Sin un diferencial en el handicap de peso las cosas se les están poniendo difíciles. Se enfrentan a un espécimen similar, pero mucho más joven, de un nuevo sistema; y el prestigio de su planeta está en juego.
—Ahora me acuerdo de él; es un vejestorio agradable. Pero no podemos trastocar todo el sistema de hándicaps. Ni siquiera un antigrav le ayudaría: el animal perdería tracción. Pregúntale si les parecería bien pasarse a la exhibición no competitiva, eligiendo ellos la liebre y con un montón de fanfarria (el campeón más viejo vivo y todo eso).
Dana y el alienígena aullaron durante un buen rato. Detrás de Christmas, los extraterrestres se mantuvieron inmóviles, inexpresivos, emanando su leve y desasosegante aura.
—Creo que dice que sí —le comunicó Dana—. Le he dicho que el Secretario va a…
La puerta de la oficina se abrió de golpe y una figura alta y pálida irrumpió en la estancia, se irguió hasta convertirse en una chica desnuda de dos metros y medio, rodeó el escritorio y cayó de bruces con gran estrépito a los pies de Christmas. Este encogió los dedos de los pies cuando sintió deslizarse por debajo de ellos el frío acero. Cara de tapir aulló alarmado, se apartó y acabó chocando contra los magallanes, que no se movieron; gimió todavía más fuerte y retrocedió hacia Dana. La puerta de la oficina estaba llena de gente y por encima sobresalía el rostro moreno del interno.
—¿Qué demo… tú, doctor Ooloo… este no es lugar… —gritó Christmas.
—Se me escapó, señor, por la letrina de mujeres. Desde que usted le salvó la vida no ha dejado de decir que era su esclava y que tenía que jurarle fidelidad o algo así.
La muchacha hizo un gesto de asentimiento con la cabeza y le dio unas palmaditas en el empeine.
—Dice que a partir de ahora debe trabajar para usted… que no tiene hogar.
—Pero ¿qué es lo que sabe hacer? ¿Ha visto alguna vez un ordenador?
—Dice que es una guerrera.
—Sí, ya lo sé… ¡Espera un momento, Det! —gritó a su parpadeante interfono—. De acuerdo, jovencita, has jurado fidelidad. Ahora márchate con el Dr. Ooloo y te buscarán algo que hacer ¡Encuentra algo! ¡Enséñale cómo llevar el ascensor! Y ahora ¡largo de aquí!
Se giró para hacer una profunda reverencia a la asustada criatura de rostro de tapir mientras Dana se los llevaba. Desde la pantalla, el rostro de Detweiler observó perplejo hasta que Christmas le dio luz verde.
—¡Teníamos razón, PC! —exclamó Detweiler—. Ankru es un esferoide extremadamente oblato; en el ecuador casi tienen tres G. Esa cifra de uno punto dos es una media. Está claro que han estado enviando animales de la zona de gravedad alta.
—Pero, si eso es así, ¿no deberían tener las especificaciones una V detrás para indicar variable?
—Sí, deberían, pero no la tienen. Mira, aquí están los datos del Directorio. Igual que nuestra sinopsis, por supuesto.
—En ese párrafo hay datos recientes —dijo Christmas pensativamente—. Justo de la época en la que Ankru se inscribió, ¿verdad?
—Pues sí, es una notificación de un cambio. Gal Comp nos las comunica periódicamente por transmisión superlumínica, y se transcriben aquí automáticamente… espera,<

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    Alberto
    on

    Acaba de salir a la venta el libro A diez mil años luz, de James Tiptree Jr. (seudónimo de la escritora Alice B. Sheldon) Su primer libro que permanecía inédito en español desde su aparición en 1973 y que reunía los mejores relatos que había editado hasta entonces.

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