Alianzas duraderas

Bernabé Leblanc se enfrenta con humor e ironía al desastre en el que se ha convertido su existencia. Expulsado de su puesto como investigador de antropología en la universidad, solo encuentra como alternativa un trabajo de supervisor de papeleras y se ve obligado a mudarse, con su mujer, sus cuatro hijas, su nieta y un extraño yerno a la casa de su promiscuo suegro. La duda aparecerá cuando una antigua amante de la Universidad le ofrezca de nuevo trabajo de investigador para estudiar a los etoro, una tribu de homosexuales de Nueva Guinea.

Matrimonio e infidelidad, compromiso y ruptura, éxito y fracaso se entrecruzan en la prosa brillante y llena de frescura de esta nueva novela de Cristina Cerrada, que se sirve de la distante mirada de un antropólogo para capturar, como si de un experimento se tratara, las más variadas manifestaciones de dificultad adaptativa en nuestra «apacible» sociedad.

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A Bernabé Leblanc le gustaría a veces haber tomado aquel avión que lo habría llevado a Australia. Tras una pequeña escala allí, una avioneta tipo Cessna con sólo otros dos o tres pasajeros a bordo además de él, habría despegado con destino a Port Moresby, capital de Nueva Guinea. Interminables playas con hojas de palma caídas y osamentas erosionadas por el viento. Tambores sonando en la lejanía. Una carretera agrietada e inhóspita, reverberando bajo un sol primitivo, redondo y blanco como el ojo de un dios. La gente viene de diferentes puntos del interior a vender sus productos allí —copra, almendras de palma, té—, vestida con saris de colores y occidentales camisetas con la marca Nike en la espalda. A los blancos se les mira con una mezcla de curiosidad y de miedo, como en su barrio se miraba a la mujer barbuda de la feria, y si Bernabé hubiera sacado su flamante Zippo y lo hubiera hecho funcionar, una gemebunda masa de negros habría caído aterrorizada a sus pies.

Así es como él imaginaba por entonces, a sus veintidós años, que sería el Pacífico Sur. Realmente nunca llegó a saberlo porque cuando acabó la carrera, Estela, una chica pequeña y nerviosa, bonita pero un poco ordinaria, con la que salía desde hacía apenas tres meses, estaba embarazada de Jasmine. A él no le quedó más remedio que aceptar el puesto de adjunto que el profesor Esclamado dejaba vacante en la cátedra de Estratificación social, y casarse a toda prisa.

Un día, nueve meses más tarde, al acabar su clase de Desigualdad en la facultad de Antropología de la Universidad Orestes Mayo, encontró sobre la mesa de su despacho una tarjeta postal de Esclamado enviada desde el noroeste del Nepal. Había ido allí a estudiar la poliandria, una de tantas formas de alianzas duraderas. Efectivamente, en la foto se veía a la joven Terribal, de quince años, sosteniendo a su marido de cinco. Junto a ellos, de bastante mal humor, estaban sus otros dos maridos de doce y dieciséis.

Bernabé la estuvo observando durante horas. Le daba la vuelta a la foto y la volvía a leer. Una y otra vez.

¿Qué extrañas formas de entender la vida harían que aquellos hombres remotos otorgasen tanto poder a una sola mujer?, se preguntó. Después de todo, ¿por qué no se iban? Tenían cinco, doce y dieciséis años. Toda la vida por delante. Y sin embargo allí estaban, atados a esa manipuladora de Terribal, que miraba hacia la cámara con una expresión obscenamente satisfecha.

¿Por qué no se iba él también? ¿Qué le hacía seguir allí después de veinte años de matrimonio con la misma mujer?

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Interplanetaria

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