Antología Z. Volúmen 3

Género :


Antología Z 3 es el tercer volumen de esta exitosa selección de relatos sobre el género zombi realizada por diversos autores en donde los protagonistas son los seres humanos y las diferentes situaciones que tendrán que afrontar en un mundo donde los muertos han vuelto a la vida. Por fin, a lo largo del mes de abril, saldrá este tercer volumen tan esperado y repleto de buenas historias.
Los presentes relatos son los ganadores de la última convocatoria llevada a cabo por la editorial Dolmen, a la que se presentaron más de 300 candidatos, hecho éste que hizo que la selección fuera especialmente complicada, aunque eso haya redundado en una extraordinaria calidad en lo que al material finalmente publicado se refiere.
Juan de Dios Garduño y Álvaro Fuentes han seleccionado para todos vosotros los mejores relatos de zombis ganadores del certamen Antología Z3 de Dolmen. ¿Qué ocurriría si los zombis hubiesen aparecido en pleno Oeste, rodeados de rudos pistoleros? ¿Qué está dispuesto a hacer un drogadicto por conseguir “un chute” tras un Apocalipsis Zombi? ¿Puede una horda hambrienta de zombis medirse con el intelecto del genial Sherlock Holmes? ¿Conseguirá Max Power, el exboina verde más musculado, armado y molón, llegar a convertirse en el superviviente definitivo? 
Todas las respuestas a estas preguntas y más, las encontrarás dentro de los diecisiete relatos que conforman este libro.

ANTICIPO:

Eres leyenda, Visentín

Por Juanfran Jiménez Para Itziar

La chica no se llama Patricia, ni falta que hace. Tiene un buen par de tetas, sabe sonreír a la cámara, leer el cue y hacer lo que le dicen por el pinganillo. Con eso cumple todos los requisitos para ser la presentadora del Diario de PatriZia. Desde la cabina de control, el director le explica lo que viene a continuación.
—Entramos con el cazador solitario.
Le han bautizado así en todos los \\\’cebos\\\» por la historia que viene a contar. El hombre en realidad se llama Vicente.
—¡Un fuerte aplauso para Vicente! —pide la de las tetas, después de leerlo en el cue.
Aplausos. Algún silbido. Vicente sale por la puerta del de­corado y se queda quieto. Los pantalones de pana son suyos, pero le han tenido que cambiar la chaqueta que traía de casa porque daba brillo, y la que le han puesto le queda grande. Parece aturdido por los focos, pero después de titubear unos segundos, se dirige al estrado. Saluda al público con una mano enorme, encallecida, y se sienta en el borde del sofá. La chica que no se llama Patricia hace como que consulta algo escrito en sus tarjetas.
—Vicente, ¿por qué crees que te llaman el cazador solitario?
Vicente se remueve en el borde del sofá. Lleva el pelo repei­nado para disimular su calvicie. Se pasa la lengua por los labios.
—Porque me gusta casar.
Pronuncia mal la zeta. Sonríe. Le falta un diente. Murmu­llos y risas entre el público.
—¿Y lo de solitario, Vicente? —susurra el director a su micrófono.
—¿Y lo de solitario, Vicente? —repite la presentadora.
Vicente se encoge de hombros.
—Porque me gusta estar solo.
Suelta una risita muy extraña. Una especie de ji, sosteni­do y aspirado. Jiiiii. El público prorrumpe en carcajadas. El director sonríe. La chica que no se llama Patricia disimula, tapándose la cara con las tarjetas. Vicente se pasa una mano por el pelo para ver si sigue en su sitio. La reacción del públi­co no parece molestarle.
—Publicidad —ordena el director, satisfecho.
Zombi aquí y zombi allá, protégete, protégete. Es la canción pu­blicitaria del momento, la canta todo el mundo. Pertenece a la campaña de una pulsera con holograma que «aprovecha la energía de la ionosfera» para crear un campo de radia­ción a tu alrededor, a prueba de muertos vivientes. Es un campo invisible, intangible e inocuo para los vivos. La ma­yoría de los espectadores que forman el público en directo del Diario de PatriZia lleva esa pulsera. Aprovechan el des­canso para darle unos cuantos mordiscos al bocadillo de lomo que les han repartido antes de empezar el programa.
El productor entra en la cabina de control.
—¿De dónde has sacado a este personaje?
El director, sin perder de vista ni un segundo lo que su­cede en plato, le indica con un gesto que se siente en la silla vacía que hay a su lado. No hay nadie más en la cabina.
—Me lo han recomendado en la Asociación de Veteranos. Por lo visto tiene un historial de bajas enemigas impresionante.
Él solo, por su cuenta, ha matado a más zombis que algunos países. Dice que la última guerra se le ha quedado corta. Que al principio no se podía creer que los zombis se hubieran termi­nado tan pronto. Y lo dice con pena.
—Increíble —el productor intenta ponerse cómodo en la silla de tijera—. Nadie lo diría al verle.
—Eso es lo bueno. A la vuelta de publicidad le pregunta­remos los detalles. Quédate a verlo.
—No me lo perdería por nada del mundo.
—¿Cuántos años seguidos has estado en tu bunker, Vicente, sin salir?
Vicente resopla.
— Muchos. Cuando salen los sombis —se da una palma­da en la rodilla— me digo: hala, Visentín, otra ves para el búnker.
Risas. Vicente mira a la gente y sonríe, enseñando su me­lla. Se está poniendo colorado, pero no parece molesto. La presentadora tiene un ataque de risa nerviosa. Es imprescin­dible para salir en los zapping. Vicente empieza a hablar sin esperar a que le pregunten.
—Los sombis hay que casarlos con trampa —junta sus dos manazas en el aire—. No se puede haser en campo abierto, porque te rodean. En mi búnker los veo venir.
—¿Y no te dan miedo los zombis, Vicente? —pregunta la chica de las tetas, mientras se seca las lágrimas.
Vicente niega con la cabeza.
—Miedo no. Hay que tenerles respeto. Pero miedo no. Es como casar leones. Un león te puede comer si te despistas, pero los buenos casadores no caen nunca.
—¿Entonces usas rifle, Vicente?
Vicente se remueve en el borde del sofá.
—No, no, no… rifle no. Yo uso lansa.
—¿Lansa?
Y
Vicente mira a todas partes, intentando encontrar el modo de explicarse. Se pone de pie y hace gestos con las manos, como si estuviera desatascando un lavabo.
—Es una pica, así, de picador de toros. ¿No sabéis?
La chica que no se llama Patricia vuelve a taparse la cara. El público aúlla de risa. Vicente sigue buscando con la mi­rada algo, y por fin lo encuentra: la percha de un micrófo­no jirafa. El operador de audio se resiste, pero una orden del director le obliga a soltarla. Vicente está en primer plano cuando por fin arrebata la percha al operador. En la cabina, el productor aplaude con tanto entusiasmo que la tela de su
silla empieza a rasgarse.
Vicente se pone de pie encima del sofá y mueve la percha arriba y abajo, golpeando el micrófono contra el suelo. Con cada golpe suena un bum en la cabina de control.
—Es una lástima —dice el director—, pero vamos a tener que desconectar ese micro o no podremos oírle bien.
Vicente está explicando su técnica de caza del zombi. La presentadora ya no necesita instrucciones del director, sabe perfectamente lo que tiene que hacer. El público ruge.
—En la entrada del búnker tengo un enserradero…
—¿Un qué, Vicente?
Vicente está destrozando el micrófono contra el suelo. Hi­laridad generalizada.
—Un sercado…
—¿Un sercado?
—¡Unos corrales, coño! —Vicente parece enfadarse por la torpeza de la presentadora. Deja de aporrear el micrófono contra el suelo, pero no se baja del sofá. Está sudando y ja­dea. El director susurra: «no le cabrees demasiado». La pre­sentadora pide a Vicente que continúe, por favor.
—Cada corral es más pequeño que el anterior. Los sombis solo pueden entrar de uno en uno en el último corral y tie­nen poco espasio. Yo les espero asomado desde la parte de
arriba, que tengo unos andamios, y les clavo la lansa en lo más alto de la cabesa, según los voy dejando pasar. Es como ponerle la divisa a un toro. A veses ni se enteran. Es fósil.
Vicente comienza de nuevo a asestar microfonazos. Risas, pero menos intensas. Hay que cambiar ya de escena, piensa el director. El público se me duerme.
—Pregúntale si alguna vez un zombi le ha agarrado la lanza y se la ha quitado. Si ha tenido problemas con eso.
La presentadora se recoloca el flequillo y la falda. Gesti­cula con las tarjetas y abre mucho los ojos, mientras repite la pregunta del director. Vicente aprovecha para bajarse del sofá y sentarse en el borde, con el maltrecho micrófono a su lado. Con tanto vaivén el pelo se le ha movido y la calva le brilla de sudor.
—Bueno, eso no pasa si sabes haserlo bien —dice Vicente, muy serio—. Nesesitas una lansa afilada, con la punta muy dura. Hay que tener esperiensia. Yo, modestamente, la clavo muy bien. A la primera.
Algún silbido. Gritos. Carcajadas sueltas.
—Qué interesante. ¿Cuántos centímetros mide la punta de tu lanza, Vicente?
Griterío ensordecedor. Silbidos. Aplausos. La presentado­ra abre mucha la boca y mira al público, fingiendo que se escandaliza por su mente sucia.
Vicente se pone mucho más colorado. Junta las manos y no levanta la vista del suelo. Los pelos le cuelgan sobre la cara.
—¿Vicente?
—Jim…
—Parece que ha pillado la alusión —dice el director.
—Fíjate en el público. Esa risita los vuelve locos —el pro­ductor se remueve en su silla. Solo un par de hilos resisten aún en las costuras del asiento.
—Cariño —el director suele llamar así a todas sus presen­tadoras. Al menos a las que no se llaman Patricia—. Aguan­tamos un minutito y, cuando veas que no puedes llorar más de la risa, da paso a la publicidad.
Durante la segunda pausa publicitaria se emite un publirreportaje social patrocinado por la Asociación Dermoestética. Es la compañía más denunciada en toda Europa por casos de \\\»zombimorfosis\\\». Algunas personas, para encontrar tra­bajo en el mundo del espectáculo o por pura zombifilia, se someten a operaciones ilegales de cirugía estética, destinadas a zombificar sus rasgos. La Asociación, experta en arreglar la imagen de sus clientes, ha lanzado una campaña para lim­piar la suya propia: con la reciente creación de la Fundación Dermoestética prometen llevar cirugía estética de calidad a los países del tercer mundo. La inmensa mayoría de los es­pectadores que forman el público en directo del Diario de PatriZia llevan un piercing o un tatuaje. Mientras terminan sus bocadillos de lomo, algunos de ellos comentan con envidia el \\\»arreglito zombi\\\» del regidor del programa. Se ha puesto oje­ras moradas. Debe de ser maquillaje, dice uno. El regidor hace la señal para que aplaudan. El programa comienza de nuevo.
—Seguimos con Vicente, el matarife solitario —el cambio de mote ha sido idea del director. Pero Vicente no se inmuta. Sigue sonriendo y enseñando el hueco del diente que le falta. En el intermedio le han dado un vaso de agua, pero se ha tenido que recolocar él mismo los pelos.
—¿Cómo cubrías tus necesidades en el búnker, Vicente, todo el día solo… y con la lanza en ristre?
Después de ver la reacción anterior de Vicente, en la ca­bina han decidido seguir explotando un poco más la vena \\\»erótica\\\». El programa ya se está acabando y solo falta poner­le la guinda. Pero Vicente no entra al trapo.
—Bueno, en mi búnker agua para beber no ha faltado nunca, grasias a Dios. Para regar el huerto no tengo, pero eso viene de lejos. Y la comida, pues… se harta uno de comer car­ne de sombi, eso es sierto —Vicente se encoge de hombros—. Pero no habiendo otra cosa… a todo se hase el estómago.
Silencio.
El mundo contiene la respiración durante unos segundos.
—¿Qué ha dicho? —pregunta el productor. Hasta la costura de su silla ha dejado de deshilacharse.
El director abre la boca, pero no responde nada. Ni siquie­ra parpadea.
La chica que no se llama Patricia mira sus tarjetas mien­tras espera a que le digan algo por el pinganillo. No ha podi­do decir eso que he creído oír, piensa.
Por fin, el público empieza a cuchichear.
—Vicente… —la presentadora mira al regidor—. Creo que no te he entendido bien…
Vicente percibe que algo ha cambiado. El público le mira de otra manera. La presentadora tiene los ojos tan abiertos que se le van a caer. Pero Vicente no sabe cuál es el motivo. El solo ha dicho que…
—Que no soy delicado de estómago y después de tantos años le he cogido el gustillo a la carne de sombi. Sabe a lomo de serdo, ¿verdad?
Vicente suelta una risita falsa para ver si el público le si­gue. Pero continúa en silencio.
De pronto una chica joven se levanta de su asiento, gritan­do. Otros la imitan. La mayoría abren sus bocadillos (lo que queda de ellos) y observan detenidamente la carne. Algunos la huelen.
—¡Huele chungo! —grita uno.
Pánico. Vómitos. Histerismo en masa. Lanzamiento de bocadillos.
Vicente se pone de pie como un resorte. Ya ha entendido lo que pasa.
—A ver señores —grita—, no hay peligro de infesión. Yo la congelo primero y la cosino después. Y siempre tiro las vise­ras y el serebro. Lo que más se aprovecha son las patas.
La presentadora se cubre con las tarjetas mientras vomita. Precaución innecesaria, porque ninguna cámara la está en­focando. El director ha detenido la emisión.
—¡Corta! ¡Corta! —el productor le agarra la camisa.
—Tranquilo. Estamos fuera hace rato.
—¿Cuándo has cortado?
—Cuando ha dicho que la carne de zombi sabe a lomo de cerdo.
—¿Justo ahí? ¿Eso ha salido?
La mirada del director abandona por primera vez el mo­nitor y se vuelve hacia el hombre que le aferra la camisa. -Sí.
Se miran a los ojos. Luego se echan a reír.
—¡Un trabajo cojonudo! —dice el productor. Tiene ganas de abrazar a ese genio. Cuando va a iniciar el movimiento, su silla por fin se desfonda. El productor cae de rodillas, y hunde la cara en la entrepierna del director.
Justo en ese momento el regidor de las ojeras zombi entra en la cabina. Va a decir algo, pero al ver el cuadro se queda pa­rado en el umbral y prefiere toser para anunciar su presencia.
El productor se incorpora todo lo deprisa que su corpa­chón le permite. El director no puede evitar sonrojarse.
—¿Qué quieres? —gritan los dos hombres al unísono.
El regidor habla con mucha calma.
—Simplemente venía a aconsejaros que no tardéis en salir corriendo del estudio, si no queréis que el público os linche… Sí, ya he llamado a los de seguridad. De nada. Adiós —dice antes de que ninguno de los dos pueda decir algo.
Se va y cierra la puerta.
—¡Será maricón el tío! —el productor le pega una patada a la silla rota—. ¡Nos ha visto así y no ha puesto ni cara de sorpresa!
El director vuelve a contemplar la batalla campal que se desarrolla en el plato.
—¿Es verdad que le habéis dado bocadillos de zombi al público?
—¡Y yo qué sé! —nueva patada a la silla—. Nosotros se los solemos dar al final, los bocadillos. Al menos eso es lo que siempre digo: dádselos al final, que se los ganen. Pero vamos, que para la mierda que les damos, no sé de qué se quejan ahora. Ya quisieran ellos que el lomo supiera a lomo.
El director sigue atento a la pantalla.
—No veo a Vicente…
—¡No me jodas! —el productor deja la silla y se abalanza sobre la puerta—. ¡Dile a todo el mundo que lo busquen! ¡Voy a ver si lo encuentro!
El director se queda solo en la cabina. Por lo que él sabe, Vicente tenía contratado un único programa. Estaría bue­no, piensa, que después del lanzamiento que le hemos he­cho nosotros lo veamos mañana en el Sálvate Deluxe o cual­quier otro programa de la competencia. Es necesario hacerle firmar una exclusiva. Sobre todo ahora que aún no tiene representante.
El director abre su micrófono.
— Que todo el personal deje lo que esté haciendo y se pon­ga a buscar a Vicente. Repito: buscad a Vicente. Lleva una chaqueta que le está grande y un pantalón de pana. Come zombis y va a ser una estrella. Repito: dejad de cascárosla y buscad a la nueva estrella. El que lo encuentre que lo traiga a la cabina. Gracias.
Cierra el micrófono. Sigue observando la pantalla, pero su mente está en otra parte. Piensa en la gran entrevista que se le puede hacer a Vicente. Probablemente en ¿Dónde estás, cerebro? O quizás en un programa monográfico espe­cialmente dedicado al solitario \\\»comedor de zombis\\\». Sea como sea, ahora Vicente es carne de prime time, y nunca me­jor dicho. ¿Le dejarán a él, director de un talk shoiv de tarde, pero descubridor del fenómeno, intervenir en la realización de esos nuevos programas? No se quiere hacer ilusiones, pero no puede evitar soñar, y en su imaginación ya lo está viendo todo:
¿Hasta qué edad te dio de mamar tu madre? ¿Te pegaba tu padre? ¿Tenías juguetes? ¿Cuándo y dónde besaste por pri­mera vez a una chica? ¿Tomas drogas? ¿Y alcohol? ¿Los niños de la escuela eran crueles contigo? ¿Es verdad que vas to­das las noches a un conocido prostíbulo de la Castellana, en Madrid, para \\\»conversar\\\»\\\» con una \\\»amiga\\\»? Tenemos unas imágenes de ella. Teléfono de aludidos en pantalla. ¿Alguna vez te has sentido atraído por un hombre? ¿Y por un transexual? ¿Cuántas veces? ¿Cuál fue el primer animal que ma­taste? ¿Qué sentiste al hacerlo? ¿Y al comértelo?
¿Qué se siente al ser una leyenda?
El director levanta los brazos al cielo y recibe un gran aplau­so, espontáneo, auténtico, sin que lo pida ningún regidor. Después el escenario se funde en negro y cae el telón.

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