← La puerta de los infiernos Il Cannoncciale → Ausländer febrero 25, 2010 2 Opiniones Paul Dowswell Género : Aventuras Peter debe convencerlos de que es uno de ellos, como si de eso dependiera su vida. Porque así es.Cuando sus padres mueren, Peter es enviado a un orfanato de Varsovia. Pero Peter es un Volksdeutscher: de sangre alemana. Gracias a sus cabellos rubios y sus ojos azules, es el perfecto prototipo de las Juventudes Hitlerianas. Su aspecto no pasa inadvertido, por lo que alquien importante querrá adoptarlo, y así es: lo adopta. El profesor Kaltenbach y su mujer están encantados de acoger a un ario tan estupendo en su hogar. Serán la envidia de los demás. Pero Peter no es exactamente el espécimen que creyeron. Empieza a formarse sus propias ideas: él no quiere ser un nazi, así que correrá un riesgo. El riesgo más peligroso que podía correr en el Berlín de 1943. ANTICIPO: Polonia, septiembre de 1939 Los Bruck se enteraron de que la guerra había sido declarada una bonita mañana de finales de verano. Ese día, el mundo aprendió una palabra nueva: Blitzkrieg, la guerra relámpago. A lo lejos, hacia el oeste, los alemanes pasaron por encima del ejército polaco y tardaron menos de una semana en alcanzar las afueras de Varsovia y sitiarla. Las noticias que Piotr escuchaba en la radio eran terroríficas: ciudades en llamas, carreteras tan bloqueadas por los civiles que huían que el ejército no lograba trasladar las tropas al frente. Cuando frau Bruck oyó que los valientes soldados polacos fueron masacrados al atacar a los tanques alemanes, se cubrió el rostro con el delantal y lloró. Herr Bruck recibió la noticia con expresión pétrea. Era terrible, dijo, pero Piotr vio que estaba convencido de que era lo mejor. Mientras Varsovia sufría el sitio, lo que más temían acabó por suceder: los soviéticos invadieron Polonia desde el este. Los Bruck estaban atrapados. Al oeste el caos era total. Las carreteras seguían bloqueadas por miles de refugiados que huían con sus caballos, carros y ganado, con sus bienes cargados en cochecitos, carretillas y carritos de los andenes del ferrocarril. Si hubiera habido gasolina para los coches, éstos habrían resultado inútiles. También contaban horrorosas historias de refugiados bombardeados por la aviación alemana. Herr Bruck se dirigió a la aldea para comprar provisiones y fue atacado en la calle por algunos vecinos, que vociferaban que los alemanes eran unos asesinos mientras le propinaban puñetazos. Por suerte sólo eran dos y herr Bruck era un hombre fornido. Pero tras el incidente, decidió permanecer en la granja y le prohibió a Piotr que fuera a la aldea solo. Se alimentaron con los productos de su granja y recurrieron a los amigos para que les llevaran las escasas cosas de las que ellos no podían aprovisionarse. Ninguno de los tres logró dormir tranquilo tras aquella paliza. Cuando Solveig, el perro pastor escocés, ladraba por las noches u oían un ruido extraño, herr Bruck salía empuñando la escopeta. El tiempo seguía maravillosamente soleado, no llovía como acostumbraba hacerlo en septiembre, una lluvia que convertía los caminos de tierra en pantanos enlodados. El sol calcinaba la tierra. —Un tiempo ideal para los tanques —dijo herr Bruck con cierta satisfacción. Si su mundo no se hubiera puesto patas arriba, habrían disfrutado de ese veranillo de San Martín. Piotr no había olvidado las palabras de su padre pronunciadas el año pasado, acerca de lo que ocurriría si llegaban los soldados soviéticos. Cuando el viento soplaba del este oían el fragor de la artillería. Los soviéticos se aproximaban. Piotr estaba tan angustiado que apenas dormía de noche y se pasaba el día sintiéndose indispuesto: el temor le atenazaba el estómago. Corrían rumores extravagantes: que las tropas francesas estaban cruzando la frontera occidental de Alemania y se dirigían hacia Berlín. Pero con el paso de los días la radio no transmitió ninguna noticia semejante. Entonces oyeron que el ejército polaco había opuesto resistencia al oeste de Varsovia y que los nazis retrocedían. Pero en caso de que fuera cierto, significaba que no había nadie para detener a los rusos. Al igual que el rumor acerca de los franceses, no era verdad. Los Bruck volvieron a respirar tranquilos. Cuando la radio anunció que el sitio de Varsovia había acabado y que Polonia se había rendido, la familia aplaudió con entusiasmo. También oyeron que los soviéticos se habían detenido a orillas del río Bug, a sólo veinte kilómetros de la granja. —Ahora estamos a salvo —dijo herr Bruck, abrazando a su mujer y su hijo. Piotr vio que tenía los ojos húmedos; era la primera vez que veía llorar a su padre. Tres días después, soldados alemanes montados en motocicletas llegaron a la aldea, con ametralladoras dispuestas en los sidecares. Empezaron a desaparecer algunas personas. Cualquier sensación de sentirse «a salvo» se agrió. También corrían rumores espantosos acerca de montones de cadáveres en los bosques, cubiertos de moscas y gusanos. Cuando Piotr le preguntó a su padre al respecto, éste sacudió la cabeza. —Es el menor de los males —dijo—. Los alemanes están haciendo limpieza. —Piotr recordó que era una frase que había oído en una emisora nazi—. Si mataron a algunos, probablemente serían comunistas. Esos traidores no merecen nuestra lástima. El maestro y el cura de la aldea habían desaparecido. —A lo mejor sólo se los llevaron para interrogarlos —dijo herr Bruck—. Para asegurarse de que no son comunistas. —¿Y los chicos judíos de la aldea? —dijo Piotr—. ¿ Qué hay de ellos ? —Sus padres guardaron silencio, hasta que su madre se echó a llorar. —No sabemos qué pasó con ellos —dijo su padre en voz baja—. He oído que han reunido a muchos judíos para llevarlos a Varsovia. No sé por qué quieren que todos estén en el mismo lugar. Tras una discusión inicial con los soldados alemanes, cuando el padre de Piotr casi recibió un balazo por exigir que trataran a sus peones con mayor respeto, los Bruck rápidamente fueron reconocidos como de ascendencia alemana. Incluso permitieron que conservaran su radio, mientras que las de sus vecinos polacos fueron confiscadas. En octubre de aquel año, toda la región occidental de Polonia —Silesia, Pomerania, Lodz— pasó a formar parte de Alemania. Herr Bruck maldijo su suerte. Le hubiera resultado ideal formar parte de Alemania. En cambio, ahora los Bruck se encontraban en una zona de Polonia conocida como el Gobierno General. Los polacos expulsados de las tierras ocupadas por los alemanes fueron trasladados a Varsovia y a cualquier otra ciudad o pueblo dispuestos a aceptarlos. Los recién llegados no dejaban de pedirle trabajo a herr Bruck, que pronto dispuso de más peones de los que necesitaba. —Algunos no saben nada de las tareas del campo —dijo—. Incluso hay uno que solía ser contable. —A ése lo pusieron a trabajar en las cuentas de la familia. Trabajaba en la cocina, agradecido por no tener que estar en el campo con las vacas. Empezaron a ocurrir cosas todavía más extrañas. Oyeron que en las ciudades y los pueblos habían cerrado todas las universidades, escuelas, museos y bibliotecas. Después obligaron a los judíos que aún permanecían allí a llevar estrellas amarillas. —Mejor los nazis que los soviéticos —insistía herr Bruck empecinadamente, pero Piotr notó que sus padres estaban inquietos. Tras el caos de los primeros meses y cuando encontraron hogares y trabajo para los polacos del oeste, las cosas se tranquilizaron. Herr Bruck siempre había tenido que luchar para ganarse la vida en la granja, pero ahora empezó a prosperar. Las autoridades alemanas pagaban un buen precio por los cereales, la leche y la carne que le compraban. Cuando la guerra volvió a estallar en el oeste, en la primavera de 1940, los Bruck volvieron a preocuparse. ¿Y si los nazis habían abarcado más de lo que podían? ¿Qué impediría que los soviéticos cruzaran el río Bug y engulleran el resto de Polonia? Herr Bruck incluso empezó a hablar de regresar a Alemania. Pero una vez más, el ejército alemán conquistó todo lo que se le puso por delante. Noruega, Dinamarca, Bélgica, Holanda; todas engullidas en un mes. Cuando la guerra se trasladó a Francia, los alemanes alcanzaron el canal de la Mancha en una semana y a mediados de junio, cuando cayó Francia, los Bruck comprendieron que estaban a salvo de una invasión soviética. Así que la vida siguió, hasta la medianoche del 22 de junio de 1941. El atronador rugido de los aviones y el traqueteo de los tanques en las carreteras —que no presagiaba nada bueno— despertaron a Piotr antes del amanecer. Algo tremendo estaba ocurriendo muy cerca. Piotr corrió a la habitación de sus padres pero la puerta, que solía estar cerrada cuando se retiraban, aún estaba abierta. Se asomó y vio que la cama seguía hecha, pero ellos no estaban. La noche anterior habían prometido regresar a las once y era muy raro que lo hubieran dejado solo toda la noche. Piotr llamó a Solveig, que estaba acurrucado debajo de la mesa de la cocina, y se dirigió al jardín delantero de la granja. Una niebla espesa cubría los campos y no soplaba ni una brisa. Habitualmente oía el lastimero croar de las ranas, pero ahora el rugido de la artillería apagaba ese sonido. Vio los disparos de los cañones iluminando el horizonte oriental, cerca del río Bug. Se preguntó si los soviéticos habrían intentado una invasión y los alemanes los repelían. Quizá sus padres se habían visto atrapados en la batalla. Empezó a temblar y corrió hacia la casa. Preparó café, untó un trozo de pan con mantequilla y esperó que amaneciera. A lo mejor la ausencia de sus padres tenía una explicación lógica. Tal vez se habían retrasado debido al tráfico militar. Cuando salió el sol, Piotr, con Solveig pisándole los talones, echó a correr por la avenida que unía la granja con el camino principal que salía de Wyszkow. Pronto vio que los aviones, los tanques, las motos, los camiones y las piezas de artillería se dirigían al este. Al parecer, los que estaban invadiendo eran los alemanes. Un camión viró hacia él y Piotr lo esquivó de un brinco y cayó junto al arcén. Los soldados montados en el camión se burlaron. Solveig empezó a ladrar y Piotr comprendió que ése no era un lugar apropiado para el perro. —¡A casa, chico! —gritó, señalando la avenida. Solveig retrocedió unos metros pero después se sentó sobre las patas traseras y esperó. Piotr regresó al camino. Sus padres habían ido a Wyszkow para comer con unos amigos. Le pareció sensato dirigirse en esa dirección; cruzó la carretera aprovechando un hueco entre el tráfico y echó a correr en dirección a la aldea. Aunque estaba completamente destrozado, reconoció el coche caído a un lado del camino en cuanto lo vio. La matrícula, «WZ 1924», aún colgaba de un cable en la parte delantera del morro aplastado. A juzgar por las huellas de los neumáticos en el camino de tierra, el coche había sido arrastrado hasta la cuneta. Dos hombres se asomaban al interior del coche. Piotr los conocía: eran peones de su padre. Nada más verlo, le indicaron que se alejara. El chico hizo caso omiso y echó a correr hacia el coche. —¡Vete! —gritó uno de los hombres en tono apremiante. Cuando se acercó, vio un rastro de sangre seca que surgía por debajo de la puerta del acompañante. A través del destrozado parabrisas vio… ¿un abrigo? ¿Un sombrero? Los reconoció inmediatamente y desvió la mirada antes de asimilar el horror de la terrible escena. Se le doblaron las rodillas, cayó al suelo y vomitó. Los hombres se aproximaron. Uno le cubrió los hombros con su chaqueta y lo sostuvo. Cuando dejó de vomitar se lo llevaron a su casa. En cuanto paró de temblar, Piotr pidió regresar a la granja. No le quedaba otro remedio. Uno de los hombres lo acompañó. Al pasar junto al coche destrozado, Piotr procuró no mirarlo. Cuando llegaron al camino que conducía a la casa, un soldado alemán les indicó que se marcharan. —Pero es mi hogar —dijo Piotr. El soldado lo derribó de un culatazo. —Ahora pertenece al ejército —espetó—. Lárgate antes de que te pegue un tiro. El peón se contuvo. Intervenir suponía jugarse la vida. Pero de pronto Solveig se abalanzó sobre el soldado con un furioso gruñido. Sin pensárselo dos veces, el alemán alzó el fusil y le destrozó la cabeza de un balazo. Piotr corrió hacia su perro, pero el peón lo agarró del brazo. —¡Vete, vete, antes de que nos dispare! —susurró. Después ambos se sentaron junto al camino y Piotr lloró hasta quedarse sin lágrimas. Luego ambos se dirigieron a la aldea. Los peones eran hermanos y vivían en la casita de sus padres. Trataron a Piotr con amabilidad, pero no podían permitirse el lujo de alimentarlo durante mucho tiempo. Antes de una semana, las autoridades fueron informadas y Piotr fue enviado a un orfanato de Varsovia. El día que se marchó, un policía del lugar fue a visitarlo. Dijo que lo que había acabado con la vida de sus padres era un tanque, que chocó de frente con el coche a gran velocidad. Que sus padres habrían muerto instantáneamente. Piotr sacudió la cabeza, asqueado. Durante la primera noche en el orfanato, no dejó de pensar en los últimos segundos de vida de sus padres. El rugido del tráfico, el darse cuenta de golpe de que algo inmenso se acercaba a ellos a toda velocidad a través de las tinieblas, el horroroso chirrido metálico del choque. Se incorporó sobresaltado, procurando contener las náuseas. Después sintió una tremenda opresión en el pecho, como de un peso enorme. Trató de reprimir las lágrimas. Cuando otros niños lloraban por las noches, y muchos lo hacían, los otros los insultaban y los mandaban callar. Durante las noches siguientes, Piotr yacía en la cama preguntándose qué le esperaba. Sólo disponía de una manta delgada, y la cama no tenía sábanas. La almohada era de un asqueroso amarillo pálido y una de las caras estaba manchada de sangre, al menos eso fue lo que supuso. Ciertas noches, cuando llovía y hacía frío, tenía que dormir vestido. Al principio le preocupaba la idea de que su cuerpo hedía. En Wyszkow se había bañado dos o tres veces por semana, pero allí los chicos se daban una ducha fría los jueves, pero pronto comprendió que daba igual. Todos los muchachos del orfanato apestaban a ese olor a pobreza parecido al de los paños de cocina sucios, el mismo olor al que apestaban los chicos más pobres de la escuela de la aldea. Todos sólo disponían de una única muda. No había lavandería. —Aquí has de lavarte la ropa tú mismo —le dijo un chico que dormía en la cama contigua. Piotr se la lavó durante la primera semana, pero cuando llovía no había dónde colgarla y, para cuando se había secado lo bastante para ponérsela, las prendas olían a moho. Después desaparecieron unos calcetines que había tendido a secar. Informó de la pérdida a la mujer que se encargaba del almacén de ropa del orfanato. Ésta lo agarró de la oreja y lo llevó hasta una habitación diminuta repleta de prendas hediondas. —Busca un par de calcetines y no vuelvas a hablarme del asunto —dijo. La comida a duras penas era suficiente para alimentar a un gorrión. Sopa aguachenta dos veces al día, con pan duro. A veces una horrible carne picada llena de cartílagos y astillas de hueso, con patatas hervidas; el pan a menudo estaba cubierto de moho verde y Piotr lo quitaba antes de comérselo. Otros chicos ni siquiera lo notaban. La primera vez que le dieron pan mohoso pensó en devolverlo, pero el supervisor que les servía la comida tenía por costumbre golpear a cualquier chico que protestara. Eso era lo que ocurría en el orfanato: si causabas problemas o protestabas por algo, te golpeaban. Los chicos lo aprendieron con rapidez. Lo único que no merecía un castigo era maltratar a los otros chicos. El matonismo no parecía preocupar a los adultos que trabajaban en el orfanato. Los chicos más grandes les robaban la comida a los pequeños; los tímidos, o aquellos que habían perdido un miembro o un ojo, sufrían infinitas burlas; a los que se sentaban en el dormitorio para leer un libro se lo arrancaban de las manos y lo arrojaban al otro lado de la habitación. A Piotr le resultaba increíble que, en una sola semana, hubiera pasado del confort y la seguridad ofrecidos por su hogar y sus padres a aquella sordidez y miseria. Era como una espantosa pesadilla. Una pena extraña e insensible lo envolvió como un capullo y se preguntó si alguna vez volvería a sonreír. Varsovia estaba en ruinas. El sitio, las luchas callejeras y sobre todo los bombardeos de 1939 habían dejado sus huellas. Ahora, dos años después, un tenue olor a polvo de ladrillo, tuberías de gas y cloacas reventadas aún envolvía la ciudad y era perceptible en la garganta. Las farolas dañadas durante el bombardeo habían adoptado ángulos extraños, apagadas y aguardando que las repararan. No obstante, habían retirado los escombros de las calles y los tranvías volvían a circular. Por todas partes se veían carteles indicadores en alemán y vehículos militares. Las calles habían cambiado de nombre: la avenida Ujazdowski ahora era la Siegesstrasse, la calle de la Victoria. Los polacos que no tenían automóviles tenían que conformarse con el tranvía o un carro tirado por un caballo. Durante el día Piotr vagaba por la ciudad. Los niños del orfanato podían entrar y salir como les viniera en gana, nadie se ocupaba de ellos para decirles lo contrario. A Piotr le gustaba Varsovia. Había estado en dos ocasiones, con sus padres. Los edificios aún lo fascinaban, sobre todo las oficinas de la Compañía de Seguros Prudential de la plaza Napoleón, de dieciséis pisos de altura, el edificio más alto de Polonia. Ahora estaba cubierto de horrendas cicatrices y la mayoría de las ventanas carecían de cristales. Los habitantes de la ciudad parecían grises, enjutos y oprimidos, sus museos y galerías de arte habían sido cerrados e incluso tenían prohibido pisar algunos de sus propios parques. Sólo los alemanes podían entrar en el parque Lazienki. El parque Ujazdowski estaba destinado a los polacos y los fines de semana soleados estaba tan abarrotado como siempre. Pero ahora los polacos parecían un tanto trastornados. Se aferraban a la vida en sus miserables mercados, desesperados por cambiar cualquier objeto de valor por un poco de comida. Muchos se apoyaban en muletas; algunos cojos eran más jóvenes que Piotr. En dichos mercados callejeros había músicos que tocaban violines y acordeones, agradecidos por un poco de calderilla. Las tropas alemanas estaban por todas partes. Los soldados de permiso llevaban gorras blandas; los acuartelados en la ciudad, cascos y fusiles. Trataban a los lugareños con una brutalidad despreocupada, sobre todo a los judíos, ahora fácilmente reconocibles por los brazaletes con estrellas amarillas. Los alemanes siempre estaban dispuestos a patearle el trasero a un judío, y éstos se apresuraban a regresar a su abarrotado y pestilente gueto de la calle Chlodna. Piotr escudriñaba a través de las ventanillas del tranvía que atravesaba el gueto, preguntándose si los chicos de la aldea estarían allí. Como él, habían perdido sus hogares y quizá también a sus padres. E incluso cuando se sentía más deprimido que nunca, Piotr sospechaba que el destino los había tratado peor que a él. Tweet Acerca de Interplanetaria Más post de Interplanetaria »
Noticias on 19 octubre, 2009 at 2:06 pm [i]Ausländer[/i], de [b]Paul Dowswell[/b], se apoya en las comunidades on-line facebook, tuenti y twitter para dotar de vida propia su relato y humanizarlo. Peter Bruck, el protagonista, está registrado en estas comunidades y desde ellas nos contará su propia historia creando así un vínculo personal con los seguidores. Peter Bruck narrará la historia de [i]Ausländer[/i] con frases autobiográficas ―novela basada en la Segunda Guerra Mundial― y a tiempo real ―la acción se traslada del año 1941 al 1943―. Fruto de su buen hacer, la novela ha sido nominada al Booktrust Teenage Prize de 2009. Diariamente, y a través de estas comunidades, Peter Bruck escribirá la historia de [i]Ausländer[/i]. Los posts de Peter incluirán interesantes links que irán ampliando y contextualizando la información con todo tipo de noticias, fotos, traducciones de textos alemanes, etc. Visita: [url]www.auslander.es[/url] Cómo participar Para poder hablar con él, seguir su vida y participar en los concursos sólo hay que seguir a Peter en: Facebook: [url]http://www.facebook.com/pages/Peter-Bruck/157002630254[/url] Twitter: [url]http://twitter.com/peter_bruck[/url] Tuenti: [url]http://www.tuenti.com/[/url] Qué tipo de concursos Peter lanzará en todas las comunidades desde preguntas sobre su libro hasta opiniones más sinceras sobre lo que le está pasando. Semanalmente, Peter elegirá a uno de sus seguidores que participe en la conversación y será premiado con un libro de la lista de premios (Ver lista libros). Las personas premiadas serán publicadas en las redes sociales donde Peter tiene presencia. A su vez, Ediciones B se pondrá en contacto con el premiado para conseguir los datos de la dirección de envío de dicho premio. Premiamos a los blogs Si eres Blogger y escribes en tu blog sobre [i]Ausländer[/i] de [b]Paul Dowswell[/b], os enviaremos el libro. Además, entrarás a formar parte del sorteo de un lote de libros para que los puedas repartir entre tus fans o lectores. Nuestro mail de contacto es: [email]libros@edicionesb.com[/email] Los Premios. Cómic Culé y balón Super Humor Mortadelo 47 Guía para la vida del ecologista de hoy en día Simpson 23: Hablando de Dickens Magos del Humor Rompetechos Top Cómic Mortadela 31 90 clásicos de la literatura para gente con prisas Novela Huesos de hielo Sin principio ni fin Estuche las crónicas de Spiderwick Cuaderno de Campo del Mundo Fantástico Guía Harry Potter Estuche La Materia Oscura Colección El Círculo Ámbar (3 títulos) Los Seems El quinto mago El puente roto Répondre
lbsilvina on 9 mayo, 2013 at 5:47 pm Mas alla de esto,! hay links hackeados!!! [url=http://www.robotics.es/control-horario-personal/]control horario personal[/url] Répondre