← Cuentos completos El León Rojo → Averoigne octubre 03, 2003 5 Opiniones Clark Ashton Smith Los relatos constituyen la muestra más inspirada y celebrada de Smith, un hombre capaz de aprender de forma autodidacta francés y español, y de cautivar al círculo de San Francisco con sus dotes poéticas cuando no era más que un adolescente. Probablemente fue el más dotado literariamente de todos los autores que se prodigaron en la mítica revista Weird Tales. La crueldad de sus historias, su refinado exotismo y su imaginación le abrieron unas puertas que nunca llegó a traspasar, pues dejó de escribir a la muerte de sus padres. La crítica posterior ha sistematizado su obra en función de los continentes ficticios en los que se desarrollaban sus historias, tan ficticios como la provincia francesa de Averoigne, un escenario medieval cuyas raíces se entremezclan con los mitos de Lovecraft, quien, en uno de esos guiños tan habituales le bautizó, en una de sus historias, como «el sacerdote loco de la Atlántida». Si bien se ciñe a escenarios y hechos históricos puntuales, Smith demostró un registro más pausado y elaborado en estas historias de corte medieval. ANTICIPO: La ciudad vivía en la prosperidad, preservada de la mala fama de los bosques. Había sido santificada hacía mucho tiempo por la presencia de dos conventos y un monasterio. Y ahora, al concluir las obras de una catedral largo tiempo deseada, se creía que Vyones gozaba de una protección de santidad adicional y más augusta; que emonios, brujas e íncubos se mantendrían alejados de este lugar favorecido por el Cielo con mayor cautela que antes. Por supuesto, como era corriente en cualquier población medieval, se podían dar casos esporádicos de manifiesta brujería o de posesión infernal; y una o dos veces, las peligrosas tentaciones de los súcubos habían dejado sentir su influencia sobre la pía y virtuosa Vyones. Pero esto no era nada sorprendente en un mundo en el que el demonio y sus obras predominaban por doquier. Nadie habría vaticinado el torrente de horrores infernales que hicieron que los últimos meses de otoño siguientes a la construcción de la catedral devinierán terroríficos. Para que el asunto aún más incomprensible, y más terroríficamente blasfemo de lo que era ya de por sí, el primero de tales horrores sucedió en las proximidades de la catedral, prácticamente bajo su sombra protectora. Dos hombres, un respetable sastre llamado Guillaume Maspier y un tonelero de idéntica reputación, un tal Gerome Mazzal, regresaban a sus casas a última hora de una noche de noviembre, tras haber degustado en más de una taberna los vinos blancos y tintos que ofrece la región. Según Maspier, el único que vivió para contarlo, pasaban por una calle que circunda la planta de la catedral, y podían ver claramente la inmensa mole del edificio que se recortaba contra las estrellas del firmamento, cuando un monstruo alado, negro como el hollín de Abaddón, descendió sobre ellos y agredió a Gerome Mazzal, a quien abatió con sus pesadas alas yapresó con sus enormes dientes y afilados espolones. Maspier fue incapaz de describir a la criatura con detalle, pues apenas la había podido ver en la oscuridad de la calle; de la misma manera, el final de su compañero, que había caído sobre el empedrado mientras el demonio negro gruñía y le desgarraba la garganta, le aconsejó a Maspier no permanecer por los alrededores. Desapareció de la escena lo más de-, prisa que pudo, y sólo se detuvo al llegar frente a la casa de un sacerdote, a muchas calles de distancia, a quien relató aquel episodio entre estremecimientos y respingos. Armado con agua bendita y un hisopo, y secundado por multitud de ciudadanos que portaban antorchas, barras y alabardas, Maspier condujo al sacerdote hasta el lugar del crimen, donde encontraron el exánime cuerpo de Mazzal con el rostro terriblemente desfigurado, el cuello y el pecho hendidos por sangrientas heridas. El demoniaco atacante había desaparecido, y aquella noche nada más se vio ni encontró; pero cuantos pudieron contemplar su obra regresaron a sus hogares atemorizados, pensando que una criatura de los infiernos subterráneos había venido a Vyones y, lo peor de todo, iba a permanecer en ella. A la mañana siguiente, cuando la noticia se extendió por toda la ciudad, imperó la consternación. Los clérigos practicaron exorcismos contra el demonio invasor en todos los espacios públicos y frente a los umbrales de las puertas. Sin embargo, la aspersión de agua bendita y los formulismos resultaron infructuosos. El espíritu del mal seguía imperando, su malignidad quedó manifiesta una vez más la noche siguiente a la hórrida muerte de Gerome Mazzal. En aquella ocasión dos fueron las víctimas, probos y destacados ciudadanos que bajaban por un estrecho callejón. Picó sobre uno de ellos y lo mató al instante. Inmediatamente después se ocupó del otro, que en vano intentó huir. Los estentóreos gritos de las víctimas indefensas y los guturales gruñidos del demonio fueron percibidos por la gente que vivía en el callejón. Y varios de ellos, apenas con arrestos para mirar por la ventana, presenciaron la marcha del infame agresor, ocultando las estre llas otoñales con sus alas enormes y terribles, proyectándose cual execrable amenaza sobre los tejados. Salvo en casos de extrema urgencia o necesidad, tras aquello muy pocos se atrevieron a salir de noche. Y quienes se arriesgaban lo hacían en grupos armados con antorchas, como si de este modo pudieran atemorizar al demonio, a quien juzgaron criatura de la oscuridad y temerosa de la luz, algo propio de los de su clase. Pero la osadía del monstruo trascendía lo concebible, ya que atacó a más de un grupo de valerosos ciudadanos sin importarle lo más mínimo las antorchas que le dirigían al rostro y que apagaba con sus poderosos aleteos. Sin duda alguna, se trataba de un espíritu imbuido de odio homicida, puesto que sus víctimas terminaban horriblemente deformadas o destrozadas por garras y espolones. Quienes lo vieron y escaparon de la muerte apenas sí podían describirlo vagamente y con imprecisión; ahora bien, todos coincidieron en que tenía la cabeza de una bestia feroz y las alas de un ave monstruosa. Algunos, los más versados en demonología, aventuraron que se podría tratar de Modo, encarnación del asesinato; otros afirmaron que era uno de los lugartenientes principales de Satán, quizá Amaimon o Alastor, enloquecidos hasta el infinifo por la incontestable supremacía de Jesucristo en la ciudad santa de Vyones. El terror que enseguida prevaleció en la ciudad, bajo aquella panoplia de incursiones y ataques satánicos, devino un oscuro manto diabólico, candente y coagulado de obsesión supersticiosa, por denominarlo de algún modo. Aun a la luz del día, las góticas alas de una pesadilla parecían extenderse en constante opresión sobre la ciudad. El miedo latía ornnisciente como imparable corrupción de una plaga epidémica. Los habitantes, llenos de miedo, caminaban rezando. Tanto el arzobispo como sus subordinados se confesaron incapaces de combatir el imparable horror. Enviaron un emisario a Roma, en busca de agua bendecida personalmente por el Papa. Creyeron que aquello bastaría para ahuyentar a tan terrible huésped. Mientras, el horror creció y alcanzó su culminación. Una noche de mediados de noviembre, el abad del monasterio de Cordeliers, que había ido a administrar la extremaunción a un amigo moribundo, fue emboscado por el engendro justo antes de cruzar el umbral de su morada; fue muerto con la misma atrocidad con que las otras víctimas habían sido asesinadas. A tal hazaña doblemente infame no tardó en añadirse una increíble blasfemia. A la noche siguiente, mientras el cuerpo del abad yacía en un rico catafalco en la catedral, cuando se decían misas y ardían las velas, el demonio invadió la prominente nave a través de la puerta abierta, apagó todas las velas con un solo movimiento de sus alas y arrastró al menos a tres sacerdotes oficiante s a una impía muerte entre tinieblas. Todo el mundo pensaba que los poderes del mal estaban emprendiendo un formidable asalto para poner a prueba la fe cristiana deVyones. En medio de aquel horror abyecto, el desorden extremo y el desaliento que cundieron tras la última atrocidad, tuvo lugar un deplorable estallido de homicidios, asesinatos, rapiñas y latrocinio, junto con clandestinas manifestaciones de satanismo y celebraciones de misas negras a las que asistían numerosos neófitos. y entonces, en medio de aquel caótico miedo y frenética confusión, comenzó a circular el rumor de que otro demonio deambulaba por Vyones; que al monstruo asesino lo acompañaba un espíritu tanto o más deforme y tenebroso, con intenciones lascivas y que sólo hostigaba a mujeres. El ser había atemorizado a varias señoras, doncellas y damas de compañía hasta sumirlas en auténtica histeria al aparecer su rostro en las ventanas de los dormitorios. Asimismo, se había acercado con sigilo, lascivamente, con inequívocos sonidos, muecas y aleteos grotescos de sus alas de murciélago, a otros que osaron salir de sus casas y transitar las calles por la noche. Sin embargo, pasaba algo extraño, ya que ninguna mujer vio realmente agraviado su honor por aquel molesto íncubo. Se acercó a mucha gente, aterrada ante su comportamiento desmesuradamente repulsivo y libidinoso, pero sin llegar a tocar a nadie. A pesar de aquellos tiempos de terror físico y espiritual, hubo quien se burló procazmente del singular celibato que guardaba el demonio y se decía que en realidad buscaba en Vyones a alguien al cual aún no había encontrado. Tweet Acerca de Interplanetaria Más post de Interplanetaria »
Alberto on 16 octubre, 2003 at 9:29 am En general, los relatos son buenos, pero entre algunos excelentes (La hechicera de Sylaire o la torre de Istarelle, La exhumación de Venus) hay otros rutinarios (El devoto del mal, La raíz de ampoi). Smith repite mucho las tramas y se le va la mano con los adjetivos, pero las descripciones evocan perfectamente los escenarios. Lo que me llamó la atención es que son menos opresivos de lo habitual en él. A diferencia de sus otros mundos, Averoigne va resistiendo el paso del tiempo y no se va convirtiendo en un campo de ruinas. Répondre
Jaime on 16 octubre, 2003 at 3:54 pm Yo me tomo los libros de relatos poco a poco, no me los leo como una novela, del tirón, prefiero ir degustando un par, pasar a una novela y luego continuar con otros dos. Por ahora coincido contigo, y por ahora el balance es positivo. Répondre
tonibrasil on 29 octubre, 2003 at 5:57 pm Hago lo mismo que tú con los cuentos. No soy de los que leo todos los cuentos de un libro seguidos, ya que los escritores pueden tender a repetirse en estos lances. Y no solo en literatura fantástica. Intenta leer muchos cuentos seguidos de novela negra de Dashiell Hammett y Raymond Chandler y ya veras como puede ocurrir lo mismo 🙂 Répondre
tonibrasil on 29 octubre, 2003 at 5:59 pm Todavia no tengo el libro, en teoria ya me lo traen mañana a la ciudad donde vivo. Estoy impaciente por hincarle el diente. No es poca cosa que Pulpediciones nos de la oportunidad de tener todos los relatos de la saga de Averoigne. Répondre
hur on 29 octubre, 2003 at 9:12 pm Me gustaba más Smith cuando no se encontraba tan influenciado por Lovecraft, aunque tengo la sensación que en aquellos tiempos todos influían en todos y no pasaba nada, estaban inventado y existía un punto de generosidad que hoy ha desaparecido. Répondre