Azaña y Cataluña. Historia de un Desencuentro

La figura de Manuel Azaña sigue todavía hoy despertando una rara fascinación, pese a los muchos libros que se le han dedicado, abordando los aspectos más diversos y desde perspectivas diametralmente opuestas. Sin embargo, Josep Contreras nos demuestra, que observado desde el punto de vista de su relación con Cataluña, no sólo la imagen que obtenemos es distinta, sino que tal enfoque nos lleva casi inevitablemente a replantear la evolución de la idea de España en la primera mitad del siglo XX.

La actitud inicial de Azaña hacia Cataluña, su reacción ante la proclamación de la República catalana y su postura ante las reivindicaciones del nacionalismo catalán de los años treinta hicieron que se le considerara el «mayor amigo de Cataluña» en Madrid, y su llegada a la presidencia de la República Española en 1936 hicieron albergar esperanzas de un cambio sustancial en la organización del Estado y sus relaciones con la Generalitat.

Sin embargo, como explica Josep Contreras, debido a diversas circunstancias (que en muchos casos han permanecido ocultas a ciertas miradas), la historia de las relaciones entre Azaña y Cataluña es la de un desencuentro que nace de una cadena de malentendidos y de acuerdos meramente tácticos que progresivamente fueron revelándose como desacuerdos de fondo. Y hoy Azaña, como Negrín, es ampliamente considerado por el nacionalismo catalán como un anticatalanista casi tan malo como Franco.

ANTICIPO:
Dato, que mantenía mientras tanto las Cortes cerradas —situación que se prolongaba desde abril de 1917 por decisión de García Prieto—, desconoció, sin embargo, la entrevista que el 20 de junio Alfonso XIII mantuvo con el viejo institucionista Azcárate con el propósito de evitar un posible escenario revolucionario. Don Gumersindo recriminó al monarca que, desde el último encuentro en 1913, había dejado escapar «una espléndida oportunidad de reforma», ante lo que don Alfonso contestó que «en política, uno no puede hacer siempre lo que quiere». Seguidamente, Azcárate, tras añadir que «el rey, actuando de acuerdo con sus derechos constitucionales, podía haber corregido o evitado una gran parte de los abusos que ha producido este malestar», se opuso, ante un monarca incrédulo, al colaboracionismo en la idea de que aquella oferta política llegaba demasiado tarde.

Pero el Gobierno de Dato no sólo tuvo que hacer frente a una situación de crisis militar y política: también se vio obligado a encarar una creciente movilización social. Ya a finales de marzo se había producido la primera señal con la convocatoria, aún bajo el influjo de la caída del zar ruso por aquellas fechas, de una huelga general por parte del Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores. Mas el gobierno romanonísta frustró pronto cualquier posibilidad de éxito. Ahora, en el verano de 1917, al calor de la recientemente disuelta Asamblea de Parlamentarios y exaltados por el despido de una treintena de ferroviarios en Valencia, la Confederación Nacional del Trabajo —la CNT, de orientación anarcosindicalista— y las organizaciones socialistas decidieron adelantar la huelga general al día 13 de agosto.81 Precisamente un día antes, el periodista tortosino Marcelino Domingo, junto a Maciá, se había reunido con el dirigente cenetista Ángel Pestaña con la vista puesta en una insurrección armada. Don Marcelino era miembro destacado, junto a Companys y Francesc Layret, del Partit República Cátala, grupo fundado en abril de aquel año bajo un programa federalista que ponía especial énfasis en la cuestión obrera. Pero el 14 de agosto Domingo fue arrestado y Maciá marchó, como Lerroux, hacia el exilio francés.82 A fin de cuentas, la movilización obrera pronto se vio abocada al fracaso: el día 18 de agosto se dio por finalizada, aunque en Asturias se prolongó hasta mediados de septiembre.

Fue a raíz de esta huelga cuando la Lliga, con cierta ostentación, comenzó a desvincularse de la dinámica de las agitaciones políticas. Con ello dejaba a Melquíades Álvarez, que presidía la reconvocada Asamblea de Parlamentarios, en el vacío. En noviembre, Cambó aceptó la oferta de entrar en el nuevo Gobierno presidido por García Prieto. Se trataba del primer Gabinete de gran coalición, pues a la presencia de demócratas, romanonistas, mauristas y ciervistas, se sumaba la de dos ministros no explícitamente dinásticos: Joan Ventosa, por la Lliga, y Felip Rodés, por los republicanos catalanes (quienes no dudaron en expulsarlo; para satisfacción de la Lliga, que lo acogió). Ventosa justificó su incorporación ministerial aduciendo que las nuevas Cortes serían elegidas «con abstención de toda intervención gubernativa».83 Y, realmente, en febrero de 1918 el gabinete garcíaprietista —que tras la revolución soviética de noviembre de 1917 había comprobado cómo Francia y Gran Bretaña reforzaban sus vínculos con la Monarquíano recurrió al encasillado oficial. Consecuentemente, se produjo una notable fragmentación en las Cortes y la formación de un Gobierno nacional presidido por Maura e integrado por las grandes figuras políticas restauracionistas, como eran Dato, Romanones, Alba o el propio Cambó.

Las esperanzas que los círculos intelectuales reformistas habían albergado acerca de una reforma constitucional capaz de dejar atrás la vieja política parecían, a tenor de estos hechos, desvanecerse. Pero el antagonismo de intereses representados en el Ejecutivo de don Antonio desencadenó una nueva crisis. Cambó se desvinculó, entonces, del Gobierno para encabezar la movilización nacionalista en Barcelona tras el final de la Gran Guerra. Todo resultó en vano: sí bien esta decisión esfumó la reputación de Cambó como político español, en Cataluña, por el contrario, no pudo evitar ser tildado de conservador y españolista.84 Al Gabinete de Maura, por tanto, le sucedió en noviembre uno nuevo encabezado por García Prieto. A aquellas alturas, el régimen monárquico había conseguido doblegar la afrenta revolucionaria, pero lo hizo a un alto coste ya que, a partir de 1917, el poder civil quedó subordinado al poder militar.

Azaña, mientras tanto, se había mantenido al margen de toda la agitación política, militar y social que se había producido durante el verano de 1917. Más interesado por seguir el curso de la evolución de la guerra, en septiembre de aquel año realizó una visita al frente italiano —concretamente a Carso, por entonces todavía una posesión austríaca—, acompañado, entre otros, por el escritor y pintor Santiago Rusiñol y por el sempiterno rector de la Universidad de Salamanca, Miguel de Unamuno. La movilización propia del caso italiano resultaba de especial interés para don Manuel. Si bien al inicio del conflicto Italia se había mantenido neutral —a pesar de que había firmado años atrás una alianza con Alemania y Austria—Hungría—, en mayo de 1915, tras recibir la promesa de una serie de compensaciones territoriales, acabó implicándose en el conflicto del bando aliado. Azaña envió sus crónicas a El Liberal, un periódico netamente republicano que, sufragado con fondos proaliados, a partir de 1919 se convertiría en el noticiero más difundido entre las clases populares madrileñas— Pero el fervor inicial se transformó en desánimo tras la derrota italiana de Caporetto en noviembre de 1917, donde la retirada de sus soldados acabó en una pavorosa huida ante el avance casi incontenible de las tropas alemanas y austríacas.

A su vuelta, Azaña decidió por fin arriesgarse y se presentó como candidato del Partido Reformista por el distrito del Puente del Arzobispo, en Oropesa (Toledo), con motivo de las ya mencionadas elecciones a Cortes que tuvieron lugar en febrero de 1918. No fue una empresa fácil: hasta tal punto don Manuel carecía en aquella época de fondos económicos, que ante la imposibilidad de conseguir gasolina para un coche, tuvo que hacer la campaña a lomos de burro. Como era de esperar, fue derrotado por el candidato maurista César de la Mora. También el grueso de las izquierdas, que se habían agrupado en una alianza de socialistas, republicanos y reformistas, fueron vencidas. Más sonado aún fue el fracaso del proyecto de la «España Grande» que la Lliga Regionalista venía lanzando desde marzo de 1916, cuando dio a conocer un manifiesto en el que se planteaba una reorganización del Estado español sin perder las esencias catalanas, para hacer, en palabras de Prat de la Riba, «no la suma de un pueblo y los despojos muertos de otros pueblos, sino la resultante viva, poderosa, de todos los pueblos españoles, enteros».

Azaña inició el año 1918 con una serie de conferencias sobre política militar francesa en el Ateneo madrileño que un año más tarde se publicaron bajo el título de Estudios de política francesa. La política militar. Estos escritos debían integrar varios ensayos más sobre el laicismo y el sufragio, pero su autor nunca llegó a redactarlos. En sus Estudios, don Manuel rastreaba la evolución del Ejército francés desde los años revolucionarios de 1789 hasta el desafío de 1914 con el propósito de mostrar la ejemplaridad del Estado civil galo. Pero el libro no trataba exclusivamente cuestiones militares: también se hacía eco de todo aquello que atañía a la gobernación y que era capaz de revelar «la opinión de un país y las fluctuaciones del espíritu público». El país vecino había demostrado que la libertad individual y la fuerza militar cohesionada eran elementos compatibles, pues:

De todos los pueblos beligerantes, sólo Francia se obstinaba en mantener en tiempo de paz una poderosísima fuerza militar dejando incólumes la soberanía, el carácter civil del Estado y los derechos del ciudadano. La originalidad del caso de Francia no consiste en que allí se haya descubierto la oposición entre la libertad, la autonomía individual y los postulados de la seguridad colectiva […] La originalidad consiste en que el Estado mismo, sin desdeñar o suprimir ninguno de los términos del problema, antes ponderando su gravedad, aceptó plenamente la oposición o el desacuerdo como un hecho y legisló para crear un régimen jurídico donde la oposición pudiera resolverse en armonía.

El caso francés también sirvió a Azaña para defender la idea de una nación que, lejos de ser eterna, se construye poco a poco a merced de la voluntad general de sus miembros porque «la patria es el Estado libre del que los hombres son miembros y sólo es patria cuando asegura la libertad y la felicidad de los mismos».

Más tarde, entre los meses de junio y julio de 1918, don Manuel emprendió un cordial viaje al norte del país junto a su gran amigo Cipriano de Rivas Cherif, a quien había conocido en 1914 en el Ateneo madrileño. Precisamente, Rivas, once años menor que Azaña, debutó como director escénico en 1918 con el montaje de Fedra, de Unamuno, en el mismo Ateneo. Con el tiempo, el joven Cipriano se convertiría en el introductor de las vanguardias europeas y en uno de los más destacados renovadores del teatro español." Los dos amigos visitaron Galicia, León, Asturias, Santander y el País Vasco. Fue durante su paso por esta última región cuando, reflejo de su indiferencia hacia el patriotismo, Azaña dejó caer en sus Diarios de viaje que «esto del nacionalismo es como el dominó en Valladolid, un fruto del aburrimiento provincial». También le diría a Rivas Cherif que:

Cataluña es tan española como las provincias vascongadas o como Castilla. Muy santo y muy bueno que los catalanes quieran hablar catalán. Pero son tan españoles como los demás. La razón del castellano como lengua nacional para internos es evidente. Los comerciantes de Tarrasa que venden principalmente para España y para América, no discuten esa razón […] Tan insensato parece el catalán separatista como el castellano que, hecho a la idea de la dualidad peninsular con Portugal, admite a la desesperada otra posición doblemente suicida: la separación de Cataluña; no ya como un reconocimiento de personalidad propia, sino como castigo que España puede infligirle."

Con esta declaración, don Manuel criticaba tanto al catalán que, por motivos exclusivamente lingüísticos, se declaraba partidario de la secesión, como al castellano separador que entendía la desvinculación de Cataluña como forma de castigo. En cualquier caso, si algo estaba claro en las palabras azañistas era que la cuestión nacionalista no le quitaba, por entonces, el sueño.

En contraste con la indiferencia de don Manuel ante los sentimientos regionalistas, entre los años 1917 y 1.918 el catalanismo adoptaba una actitud de exaltación autonomista sin precedentes. En primer lugar, aún estaba reciente la revolución irlandesa de Pascua de 1916, cuando un movimiento armado de los nacionalistas en Dublín contra la presencia británica en la isla acabó con la detención y ejecución de sus participantes. En segundo lugar, y en contra de lo que cabría esperar a primera vista, el otro referente programático de los sectores catalanistas no fue la Revolución bolchevique de noviembre de 1917, sino el anuncio, en enero del año siguiente, de los llamados Catorce Puntos del presidente norteamericano, el demócrata Woodrow Wilson. La contemplación del derecho de autodeterminación y la introducción de la noción de fronteras lingüísticas en el derecho internacional, suscitó una eufórica oleada nacionalista en Cataluña, tal como expresaban las optimistas afirmaciones del publicista Antoni Revira i Virgili, para quien tras la guerra «en el aspecto político, hay que esperar el triunfo del principio democrático, unidos por su raíz común, que es la libertad humana. Libertades de los hombres, libertades de los pueblos, son una misma y única libertad». Rovira i Virgili, apostaba, de esta manera, por un nacionalismo democrático en el que el país sería construido según la voluntad popular.

Fuera de Cataluña, y en contraste con la indiferencia de Azaña, en diciembre de 1918 el periodista salmantino Luis Bello escribió dos elocuentes artículos en la revista España. En uno de ellos, «La Autonomía», Bello se mostraba partidario de otorgar una nueva organización administrativa a Cataluña, ya que tal era la voluntad mostrada por sus ciudadanos. Es más, este periodista no dudó en sentenciar que «España puede ser más grande con Cataluña autónoma»— Desafortunadamente, los anhelos de esperanza no duraron mucho tiempo. El encuentro, en enero del año siguiente, de Romanones, nuevo jefe de Gobierno desde diciembre de 1918, con el propio Wilson y el presidente francés George Clemenceau en París, certificó el apoyo a la Corona española por parte de los aliados.

En otro orden de cosas, la asamblea que el Partido Reformista celebró a finales del mes de noviembre de 1918 —el día 11 se había firmado el armisticio que ponía punto final a La Gran Guerra—, permitió a don Manuel expresar sus ideas respecto a la política militar que España debía seguir en adelante. En su ponencia sobre Guerra y Marina, se mostró dispuesto a suprimir cualquier veleidad política por parte del Ejército y declaró que era imprescindible frenar el aumento del número de oficiales. Durante su intervención Azaña también se declaró partidario de reducir el campo de jurisdicción militar. En 1918, por lo tanto, ya estaban formuladas algunas de las iniciativas que durante los posteriores anos republicanos don Manuel pondría en marcha.

También en noviembre de 1918, todavía al calor de la victoria aliada en la contienda militar, había surgido la Unión Democrática Española (UDE) con el propósito de auspiciar la integración del país en la recientemente creada Sociedad de Naciones de Ginebra. La UDE surgió, de esta manera, como un nuevo intento de las clases medias e intelectuales por alcanzar la verdadera democratización del régimen monárquico,

al igual que los republicanos catalanes (encabezados por Marcelino Domingo, Francesc Layret y Lluís Companys) promovían también, por entonces, su consecución en la capital catalana— La nueva organización, heredera en buena parte de la anterior Liga de Educación Política, recibió, de este modo, la adhesión de destacadas figuras de la cultura capitalina (no así de Ortega), como el filólogo Ramón Menéndez y Pidal, Pérez de Ayala, Unamuno o, a cierta distancia respetuosa, el propio Azaña, secretario de la Unión. Pero la UDE, que contaba por otra parte con una escasa organización, se esfumó tras la entrada, en agosto de 1919, de España en la Sociedad de Naciones.

compra en casa del libro Compra en Amazon Azaña y Cataluña. Historia de un Desencuentro
Interplanetaria

Sin opiniones

Escribe un comentario

No comment posted yet.

Leave a Comment

 

↑ RETOUR EN HAUT ↑