Bajamar

Bajamar, aparecida en 1894, fue la última novela que Stevenson publicó en vida, ya que en el mes de diciembre de ese mismo año el autor de La isla del tesoro iba a morir en Apia, la capital de Samoa, a los cuarenta y cuatro años de edad, enfermo ya de tuberculosis.

El relato comienzao con el encuentro en una playa de Papetee, capital de Tahití, de tres naufragos del destino, dignos representantes de otros tantos tipos sociales, a los que sólo une su situación desesperada: Herrick, licenciado en Oxford, Davis, capitán de la marina mercante en paro, y Huish, un anodino empleado londinense. Los tres han sido desterrados de su patria por distintos motivos y se encuentran en el último peldaño de la degradación y el abandono, cuando un rayo de luz viene a alumbrar su negro futuro: los armadores de la goleta Farallone buca tripulación para tranportar un cargamento de Champán a Sidney…

ANTICIPO:
Habían desaparecido las nubes, reapareció la luz tropical de Papeete; volvían a agitarse en medio del calor las grandes olas en los arrecifes, y las palmeras de la isla.

Un barco de guerra francés regresaba a su país, estaba en medio del puerto, parecía un hormiguero. Por la noche había entrado en el puerto una goleta, que descansaba lejos de la isla, cerca del canal; había izado bandera amarilla, símbolo de epidemia. Desde la costa podía divisarse una larga hilera de canoas que encabezaban la marcha hacia el mercado, eran como un largo pañuelo al que policromaban la vestimenta de los aborígenes, y la fruta que transportaban. Pero ni la belleza ni el cálido saludo de la mañana, ni siquiera todo el movimiento del puerto que tan interesante era para los marineros, incluso para los más vagos, atraía la atención de estos vagabundos. Estaban helados hasta los huesos, tenían en la boca la amargura de la falta de sueño, caminaban sin dirección a causa del hambre, iban en fila por la playa como si fueran patos mareados, en un silencio descorazonador. Se dirigían a la ciudad, en la que brotaba humo de las chimeneas, donde los ciudadanos más afortunados estarían desayunando en esos momentos; mientras se dirigían a la ciudad, sus ojos hambrientos miraban a todas partes buscando, sencillamente, algo que comer.

Una pequeña y sucia goleta estaba plácidamente amarrada al muelle; bajo un pequeño toldo había cinco canacos que eran toda la tripulación, estaban en cuclillas alrededor de un cuenco lleno de plátanos fritos, bebían café en unos tazones de metal.

-Ocho campanadas, ¡descanso para el desayuno! -gritó el capitán can alegría fingida-. Barco nuevo, primera actuación, seguro que lleno el teatro.

Se acercó a donde descansaba Una tabla sobre la hierba del muelle; dio la espalda a la goleta, empezó a silbar esa divertida canción: «La lavandera irlandesa». La melodía llegó a los oídos de los marineros canacos, que se movieron al unísono: miraron todos al mismo tiempo desde donde estaban comiendo, se acercaron a gatas hasta el otro extremo del barco con los plátanOS en la mano, masticando sin dejar de mirar. Al igual que un pobre oso pardo de los Pirineos baila por las calles de algunas ciudades inglesas bajo la batuta del amo, de la misma forma, pero con mucho más ánimo y precisión, el capitán marcaba el paso siguiendo el ritmo de su propia tonada, su larga sombra bailaba y lo precedía saltando alegremente sobre la hierba. Los canacos sonrieron ante la escena; Herrick miraba can ojos tristes, el hambre había vencido en esta ocasión su timidez, un poco más lejos, no mucho, el empleado seguía sufriendo bajo los efectos de la gripe.

El capitán se paró de repente, fingiendo ver a su auditorio por primera vez, se comportó como una persona sorprendida en su más completa intimidad.

-Hola-dijo.

Los canacos aplaudjeron, le hicieron señales para que continuase.

-¡No, señores! -dijo el capitán-. No comida, no baile, ¿entender?

-¡Pobre hombre! -respondió uno de los tripulantes-. ¿No comer?

-¡Ya lo creo que no! -dijo el capitán-. Gustar

comer. No tener comida.

-Ah. Mí tener -volvió a decir el marinero-, venir aquí. Aquí café, plátanos muchos. Compañeros venir también.

-Creo que podemos hacerles una visita, compañeros -dijo el capitán; sus compañeros y él cruzaron la tabla. Los recibieron a bordo incontables y amistosos apretones de manos; se les hizo sitio alrededor del cuenco; añadieron una botella de espesa melaza a la fiesta en honor de los visitantes, trajeron un acordeón del castillo de proa, y lo dejaron intencionadamente junto al artista.

-Ariana -dijo con suavidad, acariciando el instrumento al hablar; cogió un buen pedazo de sabroso plátano, se lo comió; después alzó el tazón de café, y, dirigiéndose al portavoz de la tripulación, dijo-: ¡Salud, buen amigo!, es usted el orgullo del Pacífico.

Con la desagradable gula de una jauría de perros engulleron toda la comida caliente, y bebieron el café; incluso el empleado, a quien le brillaban los ojos, pareció revivir. Vaciaron la cafetera y dejaron limpio el cuenco; los anfitriones, que habían atendido todas sus necesidades con amable hospitalidad polinesia, se apresuraron a ofrecerles como postre tabaco de la isla enrollado en hojas de pandáneo que servían de papel, se sentaron todos alrededor de los platos echando bocanadas de humo como si fueran jefes indios.

-La gente no sabe apreciar lo que es poder desayunar todos los días -comentó el empleado. .

-Lo siguiente es almorzar -dijo Herrick, y después dijo apasionadamente-: ¡C;ómo me gustaría ser canaco!

-Hay una cosa que está clara -dijo el capitán-, estoy al borde de la desesperación; tanto es así que preferiría colgarme antes que seguir pudriéndome aquí-diciendo esto, cogió el acordeón y entonó «Hogar, dulce hogar».

-¡No toque eso! -gritó Herrick-, no lo aguanto. -Tampoco yo -contestó el capitán-, pero tengo que tocar algo, tengo que pagar mi parte, muchacho -cantó «John Brown´s Body», con delicada voz de barítono; después vino «Dandy Jim of Carolina»; por último, «Rorin the Bold», «Swing low, Sweet Chariot» y «The beautiful Land». El capitán pagaba su parte con intereses, como ya había hecho en muchas otras ocasiones; más de una vez había canjeado por comida estas canciones que tanto gustaban a los melómanos aborígenes. Estaba cantando «Quince dólares en el bolsillo» con un entusiasmo que no justificaba la realidad, cuando de repente notaron una rara reacción entre los tripulantes.

– Tapena Tom Harry my -dijo el cabecilla, señalando.

Los tres vagabundos, siguiendo su indicación, miraron y vieron la figura de un hombre que se acercaba aprisa en pantalón de pijama, con un jersey blanco; venía de la ciudad.

-TapenaTom, ¿no? -preguntó el capitán dejando de tocar-. Me parece que no conozco a ese animal.

-Mejor nos largamos -dijo el empleado-. No me gusta.

-Bueno -dijo el músico con decisión-, no se sabe, en general. Voy a continuar. Puede que la música amanse al fiero Tapena, chicos. Puede que haya suerte, puede que consigamos un ponche helado en el camarote.

-¿Ponche helado? ¡Oh, Dios mío! -exclamó el empleado-, dedíquele algo, capitán, «Por el río Sewanee», pruebe con ésa.

-No, dijo el capitán, parece escocés -se puso a cantar «Auld Lang Syne».

El capitán Tom se acercaba con prisa indiferente; no percibieron ningún tipo de cambio en su barbuda cara cuando empezó a columpiarse en la tabla; ni siquiera miró al artista, que continuaba cantando:

Jugabamos los dos junto al río, desde la mañana a la noche.

El capitán traía un paquete bajo el brazo, lo dejó sobre la toldilla, y volviéndose de repente a los desconocidos vociferó:

-¡Eh, ustedes, ya está bien!

El empleado y Herrick se levantaron y echaron a correr por el madero. El artista, por su parte, dejó caer el instrumento, Y se incorporó lentamente.

-¿Qué ha dicho? -preguntó-. No me importaría nada darle algunas lecciones de civismo.

-Deje de marearme con su cháchara :-contestó el escocés-, o le enseñaré lo que es bueno. He oído hablar de ustedes tres, y puedo asegurarles que no van a durar mucho tiempo en este lugar. El gobierno no les pierde la pista. Los franceses saben cómo terminar de forma muy rápida con los vagabundos.

-¡Espere a que le encuentre fuera del barco! -gritó el capitán; volviéndose hacia la tripulación dijo-: ¡Hasta luego, amigos! Vosotros, al menos, sois unos caballeros. El peor negro de entre vosotros tendría mejor aspecto en el puente de mando que este sucio escocés.

El capitán Tom ni siquiera se molestó en contestarle; observó con sonrisa irónica cómo se marchaban «los invitados»; tan pronto como el último pie estuvo fuera de la tabla, dio órdenes para que los marineros pusieran manos a la obra en el cargamento.

compra en casa del libro Compra en Amazon Bajamar
Interplanetaria

11 Opiniones

Escribe un comentario

  • Avatar
    Brutus
    on

    Esto sí que es un novelón. Lo leí hace años en una edición rara y no recuerdo gran cosa excepto el gran sabor que me dejó… muy bueno, y al leer esto lo acabo de recordar.

  • Avatar
    Ymir
    on

    Bajamar es una de esas novelas de Stevenson que no están en primera línea (no es la Flecha negra, ni La isla del tesoro, ni Jeckyll y Hyde) pero que se leen con sumo gusto. Es lo que ahora se llamaría una novela crepuscular, de tres hombres dando tumbos por un mundo que se acaba, el de las islas vírgenes en las que poco a poco se va imponiendo el europeo y el americano.

  • Avatar
    Thor
    on

    ¿Es de aventuras esta novela, o es de viajes por los mares del Sur?

  • Avatar
    A.Parrado
    on

    ¿Una novela llamada "juventud", que transcurre en un barco carbonero y que leí hace mucho, es tambien de Stevenson?

  • Avatar
    Ighor
    on

    Me parece que Juventud es de Joseph Conrad, el autor de El corazón de la oscuridad, pero tampoco estoy muy seguro del todo

  • Avatar
    Enigma
    on

    Si es de Josehp Conrad si…

  • Avatar
    DrX
    on

    Bajamar y Juventud comparten bastantes caracteristisca, aunque aquella se desarrolla en una isla del Pacífico y esta en un viejo barco carbonero. Pero ambas están tocadas por el halo de la fatalidad y el fracaso, que las hace muy atractivas.

  • Avatar
    Xuart
    on

    Entiendo el comentario, y probablemente es eso lo que da valor a ambas novelas, pero… A mí me gustan las novelas de aventuras que, con sus bajas, acaban bien. La vida ya es dura, y me apetece que, al menos en el papel, se triunfe.

  • Avatar
    WOOZ
    on

    Como ya han apuntado, "Juventud" es de Joseph Conrad.

    Por si le interesara a alguien, "Juventud" aparece en un libro de la colección Avatares (nº 28) de la Editorial Valdemar, titulado "El Corazón de las Tinieblas y Otros Relatos".

    Saludos

  • Avatar
    Wamba
    on

    Por eso mismo me gusta a mi que no haya un final feliz. Al menos, no al estilo Holliwood. En un mundo gobernado por Bush, Chirac, Blair y compañía, no me gusta que me acaben diciendo "y vivieron felices y comieron perdices", porque la realidad probablemente (sobretodo si vivían en un paísmuy, muy lejano) sea que a los 3 años les atacó EEUU porque tenían petróleo, o que la subida del nivel de los mares hizo que sus tierras quedaran inundadas.

    Prefiero un final feliz al estilo Brazil. Todo lo feliz que uno puede aspirar a ser.

  • Avatar
    Dedalo
    on

    Todo es cuestión de medida. Los finales felices me gustan, al menos los que dejan un resquicio para el esperanza. Ahora bien… Una cosa es echarle un par de cucharadas al café y otra echarle la azucarera entera. La opción de Hollywood es la segunda y, en eso coincido contigo, resulta repulsivo.

Leave a Comment

 

↑ RETOUR EN HAUT ↑