Banderas lejanas

La exploración, conquista y defensa por España del territorio de los actuales Estados Unidos. Contiene ilustraciones y mapas. En gran parte desconocida por los propios españoles, la gesta de la exploración, conquista y defensa que llevó a cabo España en lo que hoy son los Estados Unidos de América supone un acontecimiento histórico capital. Durante trescientos años, soldados, navegantes, misioneros, colonos y descubridores al servicio de España plantaron sus banderas en fuertes, poblados, misiones y ciudades repartidos por toda América del Norte, desde los límites de México hasta la frontera canadiense y Alaska. Españoles fueron los primeros europeos que avistaron el Cañón del Colorado, cruzaron el río Misisipi, atravesaron las llanuras de Kansas, se internaron en los desiertos de Nevada o fundaron ciudades como Los Ángeles, Santa Fe o San Francisco. Mucho antes de que Estados Unidos existiera como nación, España había conquistado ya el Far West y combatido o pactado con las principales tribus indias que luego el cine de Hollywood haría famosas. Desde Florida a California las enseñas hispanas ondearon sobre un enorme territorio que tuvo que ser defendido con escasísimos recursos. Este libro incluye por primera vez la lista de todos los fuertes, puestos fortificados, misiones y presidios españoles en Estados Unidos y Canadá. Con amenidad y rigor documental, presenta también una panorámica completa de los esfuerzos políticos y militares, y de los personajes que contribuyeron a fijar la historia apasionante, violenta en ocasiones y casi siempre heroica, de unos hechos que merecen ser rescatados del olvido y formar parte de la memoria colectiva hispanoamericana.

ANTICIPO:

A MEDIADOS DEL SIGLO XVI, todos los intentos españoles de asentarse en Florida habían fracasado. Daba igual la competencia, habilidad y experiencia de los responsables de cada expedición. Los indios, los huracanes y los conflictos entre los exploradores y colonos habían transformado los intentos de asentamiento en un fiasco tras otro. .
En Cuba y España se comenzaba a pensar que la península de Florida era un territorio maldito en el que no había forma de crear una colonia estable. Ahora se sabía, tras la pérdida de centenares de vidas y el gasto de grandes fortunas, que en Florida no había ninguna fuente de la eterna juventud, ni ciudades o reinos ricos y poderosos, ni tribus civilizadas y llenas de riqueza, ni oro plata o mina alguna que explotar. Solo había pantanos, bosques oscuros y hombres y animales salvajes y peligrosos, pero en España, en México y en Cuba eran muchos los que consideraban necesario que la Corona Española, el poder dominante en Europa, se estableciese con firmeza en la península pues había razones que seguían haciendo imperioso establecer posiciones duraderas en ese territorio.
La primera de estas razones era de índole estratégica y constituía el motivo más poderoso, pues la falta de control sobre las costas de la Florida podía poner en riesgo la economía de todo el imperio. España necesitaba el oro y la plata de Nueva España y los buques que la llevaban desde México navegaban hacia Europa a través del denominado Paso de Bahamas, el brazo de mar que separa Cuba de los cayos de Florida. Si una potencia extranjera lograba establecer una base en las costas de la península, podía atacar con ventaja a los barcos de las flotas de Indias y amenazar a la propia Cuba. Además, incluso sin el asentamiento de una potencia enemiga, era inaceptable que que corsarios o piratas usasen los cayos o las costas para guarecerse y asaltar a los galeones cargados de riquezas.
La otra razón era la conversión de los indígenas, a los que no se podía dejar abandonados. Es cierto que hoy en día este poderoso motor de la colonización y exploración española no se entiende bien, pero a mediados del siglo XVI seguía siendo una razón importante para intentar establecerse en un territorio que parecía resistirse a los españoles como si tuviera vida propia y rechazase a los europeos.

Los franceses en Florida

Tras la repatriación a Cuba por Ángel de Villafañe de los supervivientes de la expedición de Tristán de Luna en 1561, los últimos españoles que sobrevivían malamente en Florida la abandonaron. La península quedó libre de nuevo de europeos y durante los siguientes años los intentos de colonización, hasta el momento siempre fracasados, iban a ser protagonizados por una nación que no era España, lo que añadía por vez primera en la historia de América del Norte a un nuevo jugador destinado a tener una importante participación en el futuro del continente. Esa nación era Francia.
Vencida tras más de medio siglo de constante pugna con España en las batallas de San Quintín y Gravelinas (1558), Francia había aceptado por fin su derrota y se había avenido a firmar una paz duradera. Chateau-Cambrésis, castillo a unos 30 kilómetros de Cambrai, en el que se firmó el tratado del mismo nombre, fue el escenario de la tregua más importante en la Europa del siglo XVI, pues lo acordado se mantuvo vigente durante un siglo y consolidó a España como la potencia dominante en Europa, situación que aún se ampliaría en 1580 con la anexión de Portugal. Para Francia, que pronto se vería envuelta en una serie de feroces guerras civiles que durarían hasta el reinado de Enrique IV, la paz era un duro revés que suponía el fracaso temporal de su oposición a la Casa de Habsburgo, seguida con obstinación y tenacidad desde 1494 cuando reinaba Luis XII.
En ese mismo año había entrado en vigor el Tratado de Tordesillas por el que las monarquías de Castilla y Portugal se dividieron —literalmente— el mundo en dos zonas de exclusividad o influencia. Francia no reaccionó en realidad hasta el reinado de Francisco I, ya en la segunda década del siglo XVI. Poco a poco el desarrollo del corso y la piratería en el Atlántico, durante las décadas de guerra intermitente entre las dos monarquías a lo largo del siglo, fue convirtiéndose en un problema cada vez mayor para España. Con las depredaciones de los barcos que venían de América, los franceses descubrieron que existían inmensas riquezas al otro lado del mar, y muy pronto —capturaron uno de los buques de Cortés cuando se dirigía a España— fueron conscientes de que América era un lugar en el que merecía la pena aventurarse y probar suerte.
Sin embargo, cuando se llegó al final de la guerras italianas en 1558, Francia había fracasado de forma absoluta en América. Sus marinos no habían sido capaces de amenazar seriamente la sólida posición de España, y ni siquiera se habían logrado establecer en una miserable isla. Además, en el tratado de Chateau-Cambrésis quedó claro que a Francia se le prohibía el establecimiento de colonias e incluso la navegación en las Indias. Para España cualquier navegante francés en costas americanas era considerado pirata y arriesgaba ser ejecutado. Pese a todo, aún tras la firma de la paz, fueron muchos los marineros y corsarios franceses que siguieron hostigando a los navios españoles en una guerra sorda y oscura que se mantuvo en el Atlántico durante décadas. A los pocos años de la firma de la paz, ya había hombres emprendedores en Francia dispuestos a vulnerar la prohibición y establecerse en las costas de América.
Durante los últimos años de la guerra entre España y Francia, el interés oficial del gobierno francés por América se incrementó. La difusión de trabajos como el de D´André Thevet Les Singulañtez de la France Antarctique, convenció a importan tes dignatarios de la Corte, como el almirante Coligny, de que era factible estable cer una colonia en las costa de América del Norte. Poco a poco a poco, Francia fue dirigiendo sus ojos hacía un territorio al que se atribuían todas las virtudes y riquezas. Ese lugar era la Terre Fleurie, La Florida, donde debía de comenzar la aventura colonial francesa..
El plan francés del almirante Coligny no era fácil de llevar a cabo. Las naves españolas estaban siempre vigilantes a los intentos de cualquier nación europea de establecerse en su mar americano, y existían elementos científicos y técnicos que estaban solo a disposición de la monarquía española, desde complejos mapas y datos cartográficos hasta cartas e informes de navegantes que habían recorrido metro a metro las costas de América. Además había otro problema: ¿Cómo evitar que los españoles, cuya red de informadores estaba muy bien implantada en Francia, no averiguasen los planes de Coligny?
En el otoño de 1561 el embajador español en Londres obtuvo una relación muy detallada de los planes de Coligny, y en diciembre España presentó formalmente una queja ante la Corte de Carlos IX para detener el plan francés e impedir que la expedición se pusiese en marcha.
Francia intentó defender su posición, aludiendo a las exploraciones de Giovanni de Verrazzano y de Jacques Cartier, y mientras se daban largas a los diplomáticos españoles, la preparación de la expedición continuó.
Gaspar de Coligny era, además de un político influyente, el líder de la minoría protestante francesa y había seleccionado muy bien a los hombres que debían encabezar la expedición, en especial a su responsable, el marino normando Jean Ribault, un hombre experimentado, buen conocedor del Atlántico y de las costas de América que en febrero de 1562 llegó a la desembocadura del que bautizo como río de Mayo —hoy St. Johns River—. Ribault se desplazó luego algo más al norte, siempre a la búsqueda de un lugar idóneo, hasta alcanzar la isla de Parrish —Carolina del Sur—, donde dejó a 28 hombres con la misión de levantar un fuerte, al que se llamó Charlesfort en honor al rey de Francia.
Desde allí, Ribault retornó a Europa para conseguir los suministros, herramientas y materiales que precisaba la nueva colonia, pero en Inglaterra fue arrestado, debido a las complicaciones surgidas en Francia, donde los enfrentamientos religiosos se estaban transformando en una guerra abierta.
Sin jefe y sin víveres y elementos materiales necesarios para subsistir, los colonos franceses se enfrentaron a la hostilidad de los indios, lo que les hizo volver a Europa tras una año de estancia en América. Pero el retorno de los supervivientes fue espantoso ya que solo tenían un miserable bote, en el que llegaron a comerse entre ellos antes de ser rescatados cerca de las Islas Británicas por un barco inglés.
Entre tanto, en Francia, Rene Goulaine de Laudonniére, que era el segundo en el mando de Ribault, decidió realizar un segundo intento. En 1562 envío otra expedición a tierras americanas compuesta por dos centenares de colonos con los que formar una colonia. El lugar que eligieron estaba en Florida —junto a la actual Jacksonville—y fue bautizado con el nombre de Fort Caroline, y oficialmente fundado el 22 de junio de 1564. Los franceses tenían ahora un puesto en la costa norteamericana y parecía que ésta vez el asentamiento iba a prosperar.
Bien pronto se vio que las cosas no iban a ser tan sencillas. Las lluvias incesantes, el aislamiento, el hambre y la hostilidad permanente de los indios de la región fueron desmoralizando a los colonos franceses, entre quienes comenzaron las primeras desavenencias, y por si fuera poco, los españoles descubrieron que había un fuerte francés en Florida, algo que no estaban dispuestos a consentir.
En Inglaterra, Ribault fue puesto en libertad y en junio de 1565 el almirante Coligny le envío de nuevo a América, ésta vez con una flota considerable y, lo más importante, con varios centenares de soldados y colonos con los que garantízar el control del asentamiento y defenderse de cualquier intento español de eliminarlo. Cuando arribó a Fort Caroline, la colonia francesa estaba en un estado lamentable, pero con los refuerzos se notó la recuperación, y en unas semanas la viabilidad de la colonia francesa era un hecho.
Las noticias del establecimiento de colonos franceses en Florida habían sido recibidas con enorme alarma en España. Tras años de temer que ocurriese tal cosa por fin había sucedido. Además, no solo se trataba de franceses que podían desde su nueva colonia amenazar a los galeones españoles y convertirse en una amenaza en el Paso de Bahamas, sino que estos eran calvinistas, que podían extender la herejía en América, algo que no debía permitirse bajo ningún concepto. Para enconar el reto, todos los intentos de colonizar Florida hasta el momento habían salido mal y era inadmisible que los franceses triunfaran donde España había fracasado.
El responsable de asegurar de una vez por todas una base española en Florida se llamaba Pedro Menéndez de Avilés y era uno de los marinos más notables de España.

Pedro Menéndez de Avilés, el Adelantado de la Florida

El hombre a quien el destino reservaba el honor de establecer la primera colonia permanente en América del Norte era asturiano y había nacido en Avilés en 1519, en una importante familia de hidalgos adinerados, pero su pasión por la navegación le empujó ya muy de joven al mar. Durante el reinado de Carlos I actuó como corsario en el Atlántico, luchando contra los piratas y corsarios enemigos, principalmente franceses, que comenzaban a infestar las costas de España. Se alistó como grumete en una flota que actuaba contra el corso francés con solo 14 años, y a los dos años de aventuras regresó a su casa, donde le comprometieron en matrimonio con una niña de 10 años, Ana María de Solis. Obviamente una boda entre niños no tenía mucho sentido, y al poco tiempo volvió a navegar. Como tenía medios económicos considerables, armó un barco en corso con 50 tripulantes, que a su mando —tenía solo 19 años— capturó dos barcos franceses, lo que le dio gran fama. Pero su primer gran momento de gloria fue la persecución en 1544 a los buques del corsario Jean Alphonse de Saintogne, que había capturado 18 naves vizcaínas y al que atacó cuando estaba ya en el puerto francés de La Rochela. Tras recuperar cinco de ellas, abordó a la nave capitana francesa y tras matar a Saintogne logró escapar del puerto con los navios recuperados.
En 1552 Avilés ya había viajado a América varías veces, y en 1554, había limpiado el Cantábrico de enemigos. Próximo el fin de la guerra con Francia, acompañó a Felipe II a Inglaterra para su boda con la reina María Tudor. El rey Felipe II le nombró capitán general de la Flota de Indias en 1556. Tenía 35 años y era ya considerado un gran marino. Destinado a Flandes, participó en las operaciones navales de la campaña contra Francia que culminaron en la batalla de San Quintín.
Tras esa guerra fue el responsable de una importante flota que traía oro y plata de México en la que se perdió el galeón a bordo del cual iba su hijo, sin que el rey le autorizase a ir en su busca para intentar salvarle.
Avilés fue detenido por orden de la Casa de Contratación de Sevilla, y estuvo en prisión dos años sin causas claras. Tras una apelación al rey logró ser liberado y se le autorizó ir en busca de su hijo, pues el padre creía que había sobrevivido al naufragio y tenía que encontrarse en las costas de Florida. El monarca le puso como condición que financiase una expedición que por fin permitiese a España contar con un punto de apoyo y con una colonia estable en esa costa, y para que pudiera desarrollar su misión con garantías le nombro adelantado y gobernador de la Florida.
En la preparación de la expedición Avilés se gastó la inmensa fortuna de 200.000 ducados de su patrimonio, y en julio de 1565 zarpó de Cádiz con una flota de 12 buques y más de un millar de soldados, colonos y religiosos, con los que debía de fundar una colonia, protegerla y convertir a los nativos. Mientras armaba y equipaba los barcos, le llegó una noticia de la Corte. Se sabía de la presencia de un fuerte o establecimiento ilegal francés en el territorio de Florida y Avilés tenía la misión de localizarlo y destruirlo..
Tras atravesar el Atlántico, los barcos de Menéndez Avilés se encontraron con buques franceses muy pronto en la costa norteamericana, y se produjo un enfrentamiento que quedó indeciso. Al comprobar que los enemigos buscados se encontraban en Florida, la flota española se dirigió unos al sur, y Avilés y sus hombres desembarcaron el 28 de agosto de 1565. El adelantado tomó posesión del lugar en nombre del rey de España y allí mismo fundó San Agustín de la Florida.
Entretanto, los franceses no habían permanecido inactivos y Ribault, consciente de la amenaza, partió en persecución de los españoles con varios barcos. Una terrible tormenta desbarató sus naves, lo que les impidió cumplir su propósito. El hábil e inteligente marino asturiano sospechaba que si esos barcos estaban allí, era probable que el asentamiento francés estuviese peor defendido, por lo que dirigió a una parte escogida de sus hombres en una marcha terrestre de ataque.
Tras caminar durante cuatro días, ayudados y guiados por indios saturaba, avanzando por entre los bosques bajo intensas lluvias, sin ni siquiera poder sentarse en el suelo empapado y embarrado, y atravesando pantanos y ciénagas, la partida española llegó hasta Fort Caroline, cuyas defensas estaban preparadas contra los ataques desde el río y no desde tierra.
La sorpresa francesa fue absoluta y el asalto español tuvo éxito. Todos los hombres del fuerte, unos 200, fueron ejecutados y se perdonó solo a las mujeres y a los niños, que eran medio centenar. Cualquier símbolo que recordase su origen francés fue borrado para siempre, y el fuerte se rebautizó como San Mateo. Una guarnición quedó a cargo del lugar en el que ya ondeaba la bandera de Castilla.
Poco después, los exploradores de Menéndez de Avilés, que estaban rastreando la costa en busca de las naves de Ribault, descubrieron que habían naufragado a causa de la tormenta, y los supervivientes estaban refugiados en una playa a solo 20 kilómetros al sur de San Agustín. Con 50 soldados, Menéndez de Avilés los sorprendido y obligó a rendirse. El líder francés intentó comprar su libertad ofreciendo al Adelantado la suma de 300.000 ducados, más de lo que le había costado a Menéndez de Avilés toda la expedición fundadora de San Agustín, pero el implacable marino asturiano no aceptó y decretó la muerte de todos los prisioneros. El lugar pasó a denominarse Matanzas y en él, Menéndez de Avilés hizo colgar un cartel en el que decía muertos «no por franceses, sino por herejes».
Desde San Agustín, una vez eliminada la amenaza francesa, Pedro Menéndez de Avilés trabajo con intensidad durante más de una año para consolidar la nueva colonia. Primero decidió establecer un sistema de defensas que protegiese la nueva villa, por lo que edificó un fuerte en la propia San Agustín, al principio de madera, el fuerte de San Mateo; y un pequeño pueblo en Santa Elena, con el fuerte de San Felipe, situado más al norte, en la actual Carolina del Sur. Con estas bases en la costa se aseguraba la protección de la navegación en el Caribe, ya los barcos españoles disponían de apoyos para rastrear el litoral a la búsqueda de cualquier presencia de otros europeos.
La labor planificadora de Menéndez de Avilés fue asombrosa, pues comprendió la importancia geopolítica del control de la América del Norte y sus inmensas riquezas, y entendió a la perfección que si se dominaba el territorio de lo que hoy es la Costa Este de los Estados Unidos, España tendría una ventaja estratégica decisiva que le permitiría asegurar su posición de potencia mundial. Para conseguirlo, advirtió que debían de instalarse puestos fortificados a lo la largo del litoral desde la Florida hasta Terranova. También proyectó el Camino Real que debía unir San Agustín con México, bordeando la costa del Golfo, y seguir hasta el Mar del Sur—el Pacífico—, asegurando de esta forma la ruta de la plata desde el Nuevo Mundo a España.
Avilés trabajó también intensamente en la labor de consolidar la colonia española de Florida, animando a los colonos e impulsando la labor misionera, que era muy difícil en un territorio poblado de indios hostiles que rechazaban la palabra del Evangelio y los bienes materiales que los religiosos les entregaban.
En 1568 Avilés regresó a España a pedir ayuda al rey, al serle negada esta por el gobernador de Cuba, para socorrer a los colonos de La Florida. El monarca no solo escuchó su petición sino que le nombró gobernador de Cuba. Tras tomar posesión del cargo no olvidó a su querida Florida y marchó a San Agustín para apoyar a sus colonos, lo que aprovechó para levantar la primera carta geográfica detallada del país y recorrer las costas hacia el norte de Georgia y Carolina del Sur. Una gran parte de su tiempo en los años siguientes estuvo dedicada a limpiar de corsarios y piratas el Paso de Bahamas, y en las postrimerías de su carrera fue llamado por el rey para hacerse cargo de la armada que se iba a enviar contra Inglaterra, pero falleció a su llegada a España en Santander.

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