← El ladrón de meriendas Los mejores relatos de ciencia ficción → Celtika noviembre 28, 2003 2 Opiniones Robert Holdstock Durante los siglos anteriores a su encuentro con el rey Arturo, Merlín, joven e inmortal, se dedica a viajar por este y por otros mundos. Entabla amistad con el héroe griego Jasón, que va en busca del vellocino de oro, y más tarde con su mujer, la hechicera Medea. Cuando el odio y la traición los separan, Merlín emprende una vida errabunda hasta que un encuentro fortuito lo conduce al descubrimiento y el rescate de los restos del Argo, la nave de Jasón, que contiene su espíritu. De esta forma se inicia una gran búsqueda que desemboca en situaciones inesperadas y que lleva al mago hasta la tierra que llegará a convertirse en Inglaterra. Celtika es la primera novela de la trilogía del Códice de Merlín, donde Robert Holdstock nos cuenta la formación de Inglaterra a través del uso de la fantasía heroica y las mitologías europeas mezcladas con hechos históricos. En este volumen conoceremos, entre otros, al guerrero Urtha; bisabuelo del Rey Arturo. Juntos ayudarán a Jasón a vengar la afrenta de Medea a reconstruyendo el Argos y reclutando una nueva tripulación para viajar al sur. En la segunda novela; El grial de hierro, premiada por la academia checa; los argonautas regresarán a Alba, la tierra de Urtha, para ayudarle contra una invasión proveniente de las tierras de los fantasmas en la que está implicado uno de los hijos de Jasón. Robert Holdstock ha ganado multiples premios; el World Fantasy Award, el Prix Special de L´imaginaire y el British Science Fiction Award, entre otros; por la novela Los bosques de Mythago, descrita por Michael Moorcock como la novela preeminente de los 80. ANTICIPO: Jasón y yo avanzamos un paso al interior del segundo circulo, y miramos hacia arriba, hacia la cara que nos contemplaba. En torno a nosotros, el repiqueteo del tambor alcanzó un frenético ritmo, exageradamente ruidoso, que parecía hacer temblar el bosque entero. El humo me mareaba. Los árboles parecían dar vueltas en torno a nosotros; tan sólo Skogen permanecía quieto. Se trataba del trance del sueño, la magia primaria de los chamanes. A una indicación mía, Jasón gritó con voz ansiosa y titubeante: -La muerte de mis hijos; muéstrame la muerte de mis hijos. Observé cómo tal petición dibujaba el dolor en su cara. Durante unos instantes el bosquecillo continuó atronando. Luego, de forma súbita, se quedó quieto y silencioso. Fijé la vista en Skogen, en sus ojos grandes y pétreos. Oí ruido de hombres que corrían, chillidos de niños, entrechocar de hojas de metal, y olí un tufo de madera quemándose… -¡Oh, dioses! -gritó Jasón-. ¡Me acuerdo del hedor a sangre y a hojas quemadas! ¡La bruja está aquí! El bosquecillo pareció replegarse en sí mismo y un extraño fuego me deslumbró… Habíamos luchado en los jardines del palacio y los siete supervivientes entramos en el edificio, recorrimos a toda prisa vestíbulos y pasillos y al final nos topamos con las llamas antinaturales del corazón del palacio. Reconocí su carácter sobrenatural y vacilé, pero antes de poder pronunciar una sola palabra, Jasón había saltado a través del fuego. Pisándole los talones, le seguí; me deslizaba y patinaba por el suelo de mármol pulido que conducía a los aposentos privados de Medea. Los demás argonautas, los que habían sobrevivido al combate, se lanzaron a través de las llamas detrás de mí con las espadas extendidas y protegiéndose la cara con los redondos escudos. Luego, las cosas ocurrieron tan deprisa que yo sólo retuve recuerdos fragmentados de los momentos que precedieron a los espantosos hechos que queríamos presenciar. -¡Antíoco! -gritó Jasón a modo de aviso-. ¡A tu izquierda! Me giré a tiempo de desviar una jabalina lanzada por uno de los guardianes de Medea. La ancha hoja me dio un golpe de refilón en el brazo y el atacante se precipitó hacia delante, sobre mi espada. Al caer, su casco de calavera de carnero me rozó la mejilla, lo cual no era un buen presagio. Jasón y los demás seguían corriendo por los estrechos pasillos de paredes azules en pos de la mujer que huía arrastrando con ella a los niños. Corrí tras ellos a toda prisa, observado por los siniestros ojos oscuros de los carneros dorados pintados a lo largo del pasillo. Los chicos gritaban, alarmados y confusos por lo que ocurría. Una hilera de guerreros con armadura ligera, yelmo y escudos anchos, nos cortaron el paso y Jasón se lanzó a combatir. Peleaba con un frenesí que yo habría asociado más bien a las tribus de los keltoi del oeste. Conseguimos abrirnos paso entre aquellos hombres de rostros severos y dejamos que Tisaminas y Cástor terminaran la matanza. Medea había huido al Santuario del Toro y, mientras Jasón nos conducía hacia la verja de barrotes de bronce que la desesperada mujer había cerrado y bloqueado, nos dimos cuenta de nuestro error. Detrás de nosotros, al otro lado del estrecho pasillo, un bloque d piedra se deslizó desde arriba y nos cortó la retirada. Por delante, 1a encumbrada efigie del toro, ante la cual Medea se detuvo triunfante, se abrió en dos, desvelando ser una puerta. Fuera se extendía la carretera que conducía hacia el norte. Allí esperaban un carro de guerra seis jinetes; los animales estaban impacientes y asustados y los hombres se esforzaban por controlarlos. Reconocí en el auriga protegido con una armadura a Cretantes, el confidente de Medea y consejero d su tierra natal. Los pobres chiquillos trataron de desasirse del abrazo de Medea, súbitamente conscientes de que su destino era vivir en manos de su madre un terror mayor que el que ella les había dicho que les esperaba con su padre. Jasón se lanzó contra los barrotes del santuario, implorando a 1a mujer, vestida con una túnica negra, que liberara a los chicos. -¡Demasiado tarde! ¡Demasiado tarde! -gritó ella detrás del velo negro-. Mi sangre no puede salvarlos de los estragos de tu sangre Traicionaste a aquellos que querías, Jasón. ¡Nos traicionaste brutal mente con aquella mujer! -¡La quemaste viva! -Sí. ¡Y ahora tú arderás en el infierno! ¡Nada te cambiará, Jasón! ¡Nada puede hacerlo! Si pudiera apartarte de los chicos y conservarles la vida, lo haría sin vacilar. Pero no puedo. ¡Así que despídete de tus hijos! El aullido de Jasón fue semejante al de un lobo. -¡Antíoco, utiliza tu magia! -¡No puedo! -grité-. ¡No sirve! Arrojó su espada hacia la mujer, pero no la alcanzó. Y en aquel momento, Medea cometió el terrible acto: se movió con tanta celeridad que sólo vi el fugaz destello de luz de la hoja con la que cortó las gargantas de los gemelos. Luego nos dio la espalda y se dispuso a cubrir los cuerpos con su túnica; y mientras se inclinaba para hacerlo, Jasón chillaba. Envolvió las cabezas con tiras del velo y se las arrojó a Cretantes, quien las metió en unos morrales que le colgaban de la cintura. Luego Medea arrastró los cuerpos hasta los caballos, los arrojó sobre unas mantas y los aseguró con ataduras. Un momento después, todos desaparecieron, dejando en el santuario remolinos de polvo, olor a sangre inocente y dos crueles Furias que se mofaban de los argonautas atrapados en la guarida de Medea. Jasón se derrumbó agarrado aún a la verja. Se había golpeado él mismo sin saber lo que hacía contra los barrotes del templo; tenía los ojos y la cara llenos de contusiones y la boca en carne viva. Orgominos empujaba la puerta de piedra que teníamos detrás y trataba de encontrar la palanca que nos liberaría de la trampa. Me sentía impotente: todos mis poderes mágicos se habían esfumado en el instante mismo en que entré en el palacio; una impotencia que me sorprendió y me confundió y que supuse se produjo porque Medea había utilizado su propia brujería para insensibilizarme en el momento de las muertes. Ahora sentía de nuevo el familiar hormigueo bajo la piel, recobré mis facultades, y enseguida vi el modo de abrir la puerta y la obligué a hacerlo. Arrastramos el cuerpo de Jasón al exterior, a través de los fuegos, hasta el aire libre. Los guardianes cólquidos de Medea que habían sobrevivido, no aparecieron por ningún lado. Sin duda habían escapado para reunirse con ella en su huida. -Consigue caballos -le dije a Orgominos-. Ve a buscar a los demás, heridos o no. Tisaminas se agachó junto a mí y levantó la maltrecho cabeza de Jasón. Éste abrió los ojos y alargó el brazo para agarrarme por el hombro. -¿Por qué no la detuviste? -murmuró. -Lo siento -dije-. Te advertí que ella era más poderosa que yo. Lo intenté, Jasón; lo intenté, con todas mis fuerzas. La mirada de Jasón era severa y llorosa, pero aceptó mis palabras. -Sé que lo hiciste; estoy seguro de ello. Eres un buen amigo. Sé que habrías tratado de hacerlo dijo gruñendo al intentar moverse-. ¡Vamos, ayúdame a levantarme! ¡Tisaminas, ayúdame! ¡Y prepara los caballos! Tenemos que seguir… -Los caballos están en camino -le dije. -Ella irá hacia el norte, Antíoco. Conozco su manera de razonar. Correrá hacia la orilla, hacia el puerto escondido. ¡La atraparemos! -Sin duda, podemos intentarlo -dije, aunque en mi corazón sabía que Medea se había escapado para siempre. Ante ella, Jasón siempre había perdido. Al contemplar la lucha de aquel hombre para recuperar la calma y organizar sus pensamientos, me sentí muy triste; la tristeza no tardó en abrumarme. Incluso podría haber murmurado en voz alta: «Oh no … ». Jasón se dio cuenta de que algo iba mal. Sus ojos oscuros y húmedos me miraron mostrándome su dolor. -Antíoco… -dijo en voz baja-, si crees que es la venganza lo que me mueve, te equivocas. No es Medea a quien quiero alcanzar. Todavía no, por ahora. Son mis hijos. Cuando alargó los brazos para abrazarme, temblaba violentamente. -Por encima de todo, tengo que llorar su pérdida. ¡Pero ella se ha llevado los cuerpos! Antíoco, aunque eres un extranjero en esta tierra, no lo eres tanto como para no comprender esto: ¿cómo puedo llorarlos si sólo tengo su recuerdo? Debo tener a mis hijos conmigo. ¡En mis brazos! Me pertenecen a mí, no a ella. Sus dedos se me clavaban en el hombro, y tenía la cara pegada a la mía. -Mi querido amigo…, Antíoco. No estés triste. ¡Ayúdame! Yo no podía hablar. No podía decirle lo que estaba pensando. ¿Cómo podía decirle que había llegado el momento de irme, que pronto tendría que abandonarlo? Él sabía que algo me apenaba y, dado su carácter, trató de infundirme coraje. Pero había interpretado mal la causa de mi pesar al creer que yo estaba enfadado porque él persiguiera a Medea inmediatamente después de la muerte de sus seres queridos. Orgominos se acercó con cinco caballos. Contuso y maltrecho, desconcertado y agarrado a su idea por el más débil de los asideros, Jasón se apartó de mí, montó a caballo y nos hizo una señal para que lo siguiéramos; a mí en particular con una intensa y larga mirada. Luego, cruzando las verjas abiertas del palacio, encabezó la persecución de la esposa huida. Cabalgué con él, pero sólo durante unas horas. Tweet Acerca de Interplanetaria Más post de Interplanetaria »
Berta on 11 febrero, 2004 at 3:51 pm Y su argumento es algo, como poco rebuscado. Original, pero riza el rizo demasiadas veces. Espero q en las continuaciones mejore. Bueno, espero que mejore en la continuacion, o no le daré tregua al tercero y siguientes. Répondre
Saulo on 11 febrero, 2004 at 9:35 pm A mí me ha parecido flojillo. Tiene una idea que retuerce algo que ya existe y luego se deja leer. No creo que la lentitud sea el problema específico. Répondre