← Fátima. El enigma de las apariciones Traición → Cinco miradas sobre la novela histórica agosto 07, 2009 Sin opiniones VV. AA. Género : Ensayo Cinco miradas sobre la novela histórica es un conjunto de siete textos escritos por varias manos, por las de Pedro Godoy, Javier Negrete, Antonio Penadés, Gisbert Haefs y Carlos García Gual. Las aproximaciones que los autores nos ofrecen resultan frescas y variadas vistas sobre el estado actual del género, desde lo que fue hacia lo que es hoy en día. El lector encontrará reflexiones generales, detalles particulares, títulos que a buen seguro le traerán recuerdos, otros por los que interesarse, datos y trucos de la creación literaria y un buen puñado de guiños. Los tres primeros autores citados nos ofrecen textos inéditos, mientras que de los segundos recopilamos dos artículos y dos ensayos descatalogados, respectivamente, que por su interés, pensamos, merecen ser recuperados. ANTICIPO: Soy un sufrido lector de novelas históricas. Tal vez debiera añadir “y de otras cosas”, porque cuando alguien confiesa su afición a un género narrativo, el interlocutor cultivado que no comparte sus gustos suele arquear las cejas y mirar de arriba abajo al asombroso ejemplar que tiene delante; después frunce el ceño, los labios y el rostro todo; se debate luego entre la aversión y la misericordia; y adopta finalmente una grotesca mueca que trasluce sus temores: cree estar frente al mismísimo Alonso Quijano, poseído, con los ojos desorbitados y cuajados ensangre de tanto castigar la vista y, sobre todo, de tanto perder miserablemente el tiempo con novelas aburridísimas e interminables, hueras e insulsas, como si Christian Jacq hubiese alumbrado a todas las criaturas del género. Por eso, y para desbaratar prejuicios y deshacer entuertos, vaya por delante que también disfruto leyendo otras novelas —tengan o no apellidos genéricos— que nada o muy poco comparten con las “históricas”; y poemas, y dramas, y ensayos… y otros muchosgéneros que también pláceme leer, dependiendo de la ocasión y del momento. Soy, como digo, un lector de novela histórica “y de otras cosas”, y no el tonto del pueblo al que siempre da por lo mismo.Naturalmente, me encantan las librerías. Cuando estoy cerca de alguna, esta ejerce sobre mí una atracción gravitatoria cuya magnitud ninguna relación guarda, por supuesto, con asuntos tan ordinarios y prosaicos como mi crónica falta de liquidez o mi penosa solvencia financiera. La atracción, en cualquier caso, es irresistible, y el destino, inexorable. Y allá que voy, de excursión al paraíso. Pero cuando franqueo la entrada, el rito vuelve indefectiblemente a repetirse, una y otra vez, en la noria sagrada del tiempo: mis pies decláranse independientes; y, aunque yo intento otear el horizonte, creyéndome dueño de mi voluntad y mis impulsos, ellos me conducen sin remedio, en un decir Jesús, a algún rótulo donde leerse pueda “Narrativa Histórica. Novedades” o algo parecido. En ese preciso instante, mi adrenalina se dispara y mi pulso se desboca, porque ha llegado la Hora de la Verdad. Y entonces, justo entonces, cuando la boca se hace agua y uno se relame de gusto… ese rincón del paraíso deviene en purgatorio y empieza la vía dolorosa para alguien como yo, que ya me definí al principio como un “sufrido” lector denovela histórica. Sufrido, paciente, resignado, estoico e incluso heroico, como muchos otros aficionados al género. Porque hay que ser un santo Job cualquiera para iniciar ese desolador viaje que supone la búsqueda, infructuosa casi siempre, de algún título interesante que, por obra y gracia de los hados o por enajenación mental transitoria de algún editor, haya podido extraviarse entre las montañas de enigmas, misterios, conjuras y conspiraciones de todo orden que pueblan las secciones de novedades de narrativa histórica. Por supuesto, no descubro nada nuevo, porque este es un mal endémico que venimos padeciendo los aficionados al genero desde hace decenios, si bien rebrotó con ímpetu tras el éxito, tan arrollador como sorprendente, de la excelente novela de Eco, El nombre de la rosa; una renovada epidemia cuyos primeros síntomas asomaron en los mil émulos que le nacieron al intuitivo franciscano (de la mano de Lindsey Davis, Paul Doherty —o Paul Harding, a gusto del consumidor—, Steven Saylor, Alys Clare, Margaret Doody y otro buen rosario de nombres) y que se ha propagado después, con desatada virulencia, desde la publicación del mediocre y torticero relato —de cuyo nombre no quiero acordarme—, de un escritor que, mas que al “marrón” o al “castaño”, debiera asociarse al gris o al negro.Pero aunque no constituya novedad, conviene ilustrar, con esclarecedores ejemplos, ese sentimiento de impotencia que nos recorre el espinazo, ese vínculo espiritual que, a través del éter, nos une indisolublemente a todos los aficionados, o al menos, a todos los que estamos hasta salva sea la parte de los mismos opúsculos con distintos collares. Los títulos siguientes proceden de una muestra estadística obtenida experimentalmente en las librerías de una capital de provincia durante las últimas semanas, con un margen de error de más menos tres por ciento: El complot de María Magdalena, El secreto de la abadía, La cripta de los templarios herejes, Los caballeros de Salomón, El último secreto templario, El signo de Salomón, El código Cluny, El enigma Vivaldi, La profecía del laurel: el secreto del último cátaro, El enigma de Monserrat, Los custodios del testamento, La conjura de Córdoba, La clave Gaudí, La Biblia del diablo, La conspiración del Vaticano, El enigma Constantina, El Códice 632, La profecía del Louvre… y así hasta el infinito. El elenco es, cuando menos…, estimulante. Estimula el ahorro, la vida familiar, la practica del deporte… Y mucho más cuando uno, por mor de una debilidad pasajera aunque lastimosa, sucumbe a la curiosidad y se aproxima a leer la escueta reseña argumental que ofrecen los editores en las contraportadas. Un ejemplo es suficiente: A lo largo de un complejo entramado de acción trepidante, historia verificada y enigmas por resolver, Sandra Rialc i Codony se ira sintiendo progresivamente parte integrante de un fascinante rompecabezas histórico-religioso cuyas piezas componen un mosaico coherente que nos habla de Evangelios canónicos y Evangelios gnósticos, de viejos y nuevos templarios, de santos venerados y reyes ambiciosos, de herejes cátaros y papas intrigantes, de órdenes secretas de ayer y de hoy y de la repentina irrupción en escena de la Alemania de Hitler en busca de uno de los tesoros mas deseados de todos los tiempos. Pertenece a El enigma de Monserrat y tenemos la enorme dicha y fortuna de saber que esta escrita por un compatriota. Es un ejemplo antológico, porque no le falta un solo detalle. Están todos los arquetipos argumentales que se repiten una y otra vez hasta la nausea en esta clase de engendros: templarios, cátaros, gnósticos, órdenes y hermandades secretas, misterios, enigmas, tesoros, nazis… Aunque, en honor a la verdad, habría que reconocer la ausencia de algunos socorridos personajes y objetos recurrentes que el autor habrá olvidado en esta ocasión o que, mas probablemente, se reserve para “creaciones” posteriores: el Santo Grial, María Magdalena, los masones, Salomón y su Templo, los merovingios, Leonardo da Vinci… Y es que, aunque el autor se empecine en lo contrario, todos los tópicos manidos y todas las conspiraciones secretas vaticanas y todos los arcanos de la historia universal… no caben en la misma novela; esa es una proeza que no esta al alcance de cualquiera. 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