Ciudad Motor

Durante diez mil años Nueva Babilonia ha sido la mayor ciudad de la Segunda Esfera, una civilización interestelar de humanos y otros seres que han sido secretamente expulsados de la Tierra a lo largo de la historia. Ahora, los humanos de la lejanía llegan a la Esfera ofreciendo inmortalidad — además de para avisar a Nueva Babilonia que levante defensas ante una invasión extraterrestre que saben que está llegando, dirigida por la figura más alienígena que existe—. A medida que alienígenas y humanos compiten y conspiran, la rueda de la historia alterará a los jugadores de formas nuevas y sorprendentes.

ANTICIPO:
El salto es instantáneo. Para un fotón, puede que toda la historia del universo sea como esto: un estallido de luz, antes siquiera de tener tiempo de parpadear. Para un ser humano, resulta una experiencia desorientadora. En un momento estás a una hora del último planeta que has visitado. Luego, sin transición alguna, estás a una hora de distancia del próximo.

Volkov dedicó la primera de aquellas horas a prepararse para la llegada, consciente de que no tendría tiempo de hacerlo en la segunda.

Mi nombre es Grigory Andreievich Volkov. Tengo 240 años. Nací aproximadamente hace cien mil años, y a una distancia similar en años luz: En Jarkov, dentro de la Federación Rusa, en la Tierra, en el año 2018. Luché en la guerra del petróleo del Ural Caspio como joven recluta. Formaba parte de las primeras tropas que entraron en Marsella y de los que chapotearon con los pies descalzos en las aguas del Mediterráneo. En 2040 me convertí en Cosmonauta déla Unión Europea, y tres años más tarde participé en la primera misión tripulada humana a Venus. En 2046 me ofrecí voluntario para trabajar en la estación espacial Mariscal Titov, que en 2049 se rebautizó como la Estrella brillante, y que se convirtió en la primera nave interestelar humana. En ella viaje hasta la Segunda Esfera. Durante los dos últimos siglos he vivido en Mingulay y Croatano.

Esta es mi primera visita a Nova Terra. Espero poder compartir con vosotros…

¿El qué? ¿El secreto de la inmortalidad?

Sí. El secreto de la inmortalidad. Eso haría.

Estrictamente hablando, lo que él esperaba compartir era el secreto de la longevidad. Pero él se había formado una impresión de la forma en la que funcionaba la ciencia en Nova Terra: un clericalismo secular, un oscurantismo científico; alquimia, filosofía. Un torrente de investigaciones en busca de la inmortalidad que había sobrepasado las habilidades mágicas, aumentado la importancia del herbalismo, sin conseguir alargar nada que no fueran barbas grises y el índice de fármacos, pero conservando todavía su respetabilidad y su capacidad de fascinación. Volkov confiaba en ser presentado a la Academia como un prodigio. Fue puliendo su discurso frente al espejo del baño y refrescando su latín mercantil.

Los pelillos de su barba cayeron en un remolino de agua junto con la espuma de afeitar en e] lavabo. Se dio unas palmadas en las mejillas con una colonia que le escocía, se obsequió una sonrisa de ánimo y salió del estrecho baño. Los cubículos de uso humano de la nave eran escasos y provisionales. En caso de emergencia, o al arbitrio de los dueños, podían inundarse. En la mayoría de los casos, lo normal era viajar en uno u otro de los esquifes gravitacionales que en aquel momento descansaban en los lados curvados de la cámara delantera como gigantescos discos plateados. El aire olía a pintura y agua de mar: canales abiertos y piscinas dividían el suelo, y sobre los muros, enormes tuberías transparentes contenían columnas de agua que subían y bajaban, funcionando como ascensores para la tripulación de la nave. Unos pocos humanos, y aún menos saurios, deambulaban por la cámara. Volkov recorrió el pasillo. Al otro extremo, una baja barandilla lo separaba de la cabina del piloto. Unos ojos del tamaño de balones de playa reflejaban cambiantes bandas de colores de los órganos cromáticos del piloto y de los controles de la nave que lo rodeaban.

Volkov estaba a medio camino subiendo por la escalera del esquife en el que había pasado la mayor parte del breve viaje y donde pensaba pasar el resto, cuando se encendió la luz que avisaba del salto espacial. La sensación fue tan breve y tan débil que no hizo que perdiera pie ni el agarre de las manos a la escalera- Era consciente de que había ocurrido, eso es todo. En un momento de curiosidad ociosa, porque nunca había tenido la ocasión de ver al controlador de la nave en aquellas circunstancias, desvió la mirada a un lado y abajo, al foso de agua que se abría a unos veinte metros a sus pies.

El piloto flotaba en el medio de la piscina. Su cuerpo se había vuelto de un blanco casi translúcido. Para Volkov fue una visión perturbadora, y no se le ocurrió nada mejor que hacer que subir rápidamente las escaleras hasta el esquife.

La puerta se abrió y él se introdujo dentro, para reunirse de nuevo con sus anfitriones. Esias de Tenebre permanecía de pie observando el panel de controles, como si pudiera leer los rápidos glifos que a Volkov no le decían nada. Estaba a pocos metros, con las manos en los bolsillos de sus pantalones, su torso poderoso y musculoso cubierto por su grueso jersey, sus greñas asomando bajo su gorra de marinero. Aunque vestía los rudos y toscos ropajes que los comerciantes tradicionalmente llevaban en la cubierta de sus barcos, conservaba toda la robusta y descarada dignidad del Enrique de Holbein, la de alguien que no había matado a sus tres esposas, que estaban allí junto a él. Lydia, la hija de Esias y Faustina, que estaba tumbada en el sofá circular que rodeaba el motor central, a espaldas de sus padres, le dedicó una mirada de falta de interés a Volkov al entrar en el esquife. Un cabello negro en el que uno podía bucear, ojos castaños donde ahogarse, una piel dorada donde uno se podía dejar acariciar por la brisa. Un jersey varias tallas más grande y unos pantalones holgados de lona tan solo conseguían aumentar su atractivo. El otro ocupante del vehículo era su piloto Voronar, que estaba sentado delante de Esias.

— ¿Sucede algo?

Los ojos elípticos del saurio se volvieron hacia Volkov y después regresaron a la pantalla.

—Nada fuera de lo ordinario -dijo Voronar. Su gran cabeza que hacia que el resto de su delgado cuerpo de reptil pareciera tener proporciones infantiles, se ladeó y luego asintió- Estamos a una hora de Nova Terra.

— ¿Podrías mostrarnos las vistas? —dijo Esias.

—Perdón.

Acciono algunos controles y todo el casco del esquife se hizo pseudo-transparente, recogiendo información de los sensores externos de la nave y ajustando automáticamente el brillo y el contraste: se mitigó el resplandor del sol de Nova, y la luna pasó a ser de un color azul gélido, resaltando su cara oculta Un amasijo de conglomerados de rayos de luz punzaban la oscuridad como pléyades.

—Qué cantidad de ciudades —dijo Volkov.

Era cierto, comparado con cualquier sitio que hubiera visto en la Segunda Esfera, descontando la Tierra que él recordaba

—Solo hay una que importe —dijo Esias. No tuvo que dar mas detalles.

Nova Babilonia era la joya de la Segunda Esfera. Su cultura milenaria, y sus jóvenes pero aun y todo antiguas instituciones republicanas, la hacían pacíficamente hegemónica en Nova Terra y más allá. Las zonas más templadas de los continentes de Nova Terra eran plácidos parques, donde incluso las áreas más agrestes eran el resultado de una cuidadosa gestión paisajística. Todos los grupos sociales que componían su población eran felices. Los académicos y artistas asimilaban las últimas ideas y estilos que iban llegando con cuentagotas desde la Tierra a lo largo de los milenios, los patricios y políticos debatían cordialmente y se felicitaban a sí mismos por la fortuna que representaba conocer, y evitar, los terribles errores de su mundo natal. Los mercaderes comerciaban con los exóticos productos de otros tantos mundos. Los artesanos y trabajadores disfrutaban de las ventajas de una división del trabajo mucho más amplia de lo que cualquier civilización humana podía haber alcanzado por sí misma. La emigración estaba permitida, pero la proporción de emigrantes era insignificante. Los homínidos cuidaban y cosechaban con alegría las fuentes de recursos, mientras que los saurios y los kraken intercambiaban sus productos y servicios más desarrollados por aquellos de manufactura humana y por objetos de arte. Como especie más antigua y sabia, a los saurios se les consultaba para resolver disputas, y como especie más poderosa, intervenían para evitar que las situaciones se salieran de control.

Las luces de Nova Babilonia brillaban a media intensidad, en un punto situado un tanto al norte del camino intermedio entre el polo y el ecuador. Genea, el continente en cuya parte oriental se alzaba la ciudad, se extendía de manera diagonal a través de la en ese momento cara oculta del planeta y en dirección sur hasta la franja diurna y el hemisferio inferior. Su accidentada costa se contraponía a la del otro gran continente, Sauria, a unos dos mil kilómetros al oeste: los dos tenían el aspecto de haber sido arrancados y desplazados, el uno hacia el norte, el otro hacia el sur. Gran parte del territorio sur y oeste de Sauria quedaba oculto en el otro lado del planeta en aquel momento; en su parte visible, incluso a aquella distancia, la regularidad rectangular de algunos de sus penachos verdes distinguían las instalaciones fabriles de la jungla o las altiplanicies.

— ¿Hay seres humanos en Sauria? -preguntó Volkov.

Esias se encogió de hombros.

—Unos pocos miles, quizá, en ocasiones contadas. Trabajadores con contratos de corta duración, mercaderes, personas relacionadas con infraestructuras de transporte y aficionados a la caza mayor. Lo mismo que pasa con los saurios en Genea.

Muchos individuos, pero no verdaderas comunidades, excepto alrededor de los hospitales y centros sanitarios. Hospitales y centros sanitarios, si, pensó Volkov. Aquello podría llegar a constituir un problema.

— ¿Y qué hay de los otros homínidos?

—Ah, ahí se da una distribución más usual, excepto por el hecho de que tienen ciudades enteras para ellos —apuntó Esias; aquello no era de mucha ayuda— Gigantes aquí, pithldes allá Bosques y minas, incluso granjas. Más sorprendentes que las ciudades; es cosa únicamente de unos pocos siglos. Y ellos siempre han estado trabajando con ganado, por supuesto.

Conforme la nave se aproximaba, aumentaron el zoom de la pantalla, haciendo que la ciudad y sus alrededores se expandieran y sus contornos se dibujaran con mayor claridad. El territorio que se encontraba en las inmediaciones de la ciudad era un largo promontorio triangular de unos miles de kilómetros en dirección noroeste-sureste y de quinientos kilómetros de anchura en su parte más alargada. Era como si una isla hubiera embestido al continente por el costado. Y probablemente hubiese sido así. El hielo de una espectacular y joven cordillera refulgía en sus picos nevados, cubriendo la zona de unión. La costa oeste de aquel continente en miniatura estaba separada del resto de la tierra firme de Genea por un mar semicircular, de trescientos kilómetros de amplitud en su parte de mayor extensión, curvándose hasta casi encontrarse con el límite del promontorio justo al sur de la metrópolis. Desde las montañas surgían alrededor de una docena de ríos que confluían aproximadamente a medio camino, formando un rió más caudaloso, que discurría hasta el mar cerca del extremo más estrecho. La parte central y más antigua de Nova Babilonia era una isla de unos diez kilómetros de longitud que parecía encajada en la desembocadura de aquel río.

La ciudad se apartó del centro de la imagen en la pantalla para, acto seguido, salir completamente del ángulo de visión cuando la nave corrigió su inclinación para la toma de contacto con la atmósfera. El por qué las grandes naves espaciales se aproximaban a los planetas en lo que parecía una largo planeo era algo desconocido, y ciertamente innecesario, pero siempre se llevaba a cabo de aquella forma. El aire comenzó a enrojecer alrededor del campo de la nave, y siguiendo otra costumbre innecesaria e invariable, los pasajeros humanos regresaron a sus asientos.

Volkov se apoyó en la barandilla de la cubierta al aire libre de la nave espacial que se encontraba al nivel del mar y aspiró un poco del aire fresco de la mañana. La nave espacial no tenía, hasta donde él sabía, ningún aparato de reciclaje de aire o mecanismo de circulación de aire, y después de un par de horas incluso su enorme volumen de aire se iba viciando ligeramente pero de forma apreciable. A su alrededor, pasando desapercibida, la nave iba realizando su descarga de material, trasladando cajas a los barcos y en ocasiones a esquifes gravitacionales. La maquinaria que él había importado de Mingulay y Croatano (maquinaria marina y equipos de buceo en su mayoría) sería una pequeña fracción de la carga de los de Tenebre, y todo aquello sería insignificante comparado con la carga de los verdaderos dueños de la nave y los comerciantes más importantes, los kraken. Bajo sus pies, el campo de la nave hacía presión contra las olas como una sábana invisible y flexible, aplanándolas hasta convertirlas en un colchón de agua bamboleante. Bajo aquella superficie cristalina de olas marinas, los kraken de la nave y el mar intercambiaban saludos en forma de explosiones de luz. Lejos, a la derecha de Volkov, detrás de la mole de la nave, el sol comenzaba a despuntar en el cielo, rescatando con sus rayos de luz a la ciudad de la oscuridad y cubriéndola con rectángulos de resplandores blancos y largos triángulos de sombras negras. Diez mil años amontonando una roca sobre otra, la acumulación de la arquitectura de la antigüedad hasta las alturas de la modernidad. Un Manhattan de mármol, gigantesco y aun así altísimo, con el aspecto de haber salido de la mente de un Speer con humanidad, o de un Stalin con buen gusto. Las avenidas que horadaban la metrópolis de la isla de este a oeste atmósfera. El por qué las grandes naves espaciales se aproximaban a los planetas en lo que parecía una largo planeo era algo desconocido, y ciertamente innecesario, pero siempre se llevaba a cabo de aquella forma. El aire comenzó a enrojecer alrededor del campo de la nave, y siguiendo otra costumbre innecesaria e invariable, los pasajeros humanos regresaron a sus asientos.

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