Cuentos completos de Thomas Mann

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Este volumen reúne, por primera vez en lengua española, la totalidad de los textos breves de ficción, ordenados cronológicamente, de Thomas Mann, un autor de verdadero talento y uno de los más influyentes en la historia de la literatura universal, algunos de ellos nunca antes traducidos.
Una soberbia lección del arte de narrar, con una presentación de Marisa Siguán que nos invita a mirar con nuevos ojos una obra inmortal. Una obra concentrada para poder entender el proceso creativo de Mann y comprender su evolución como novelista.

ANTICIPO:

En este volumen se presenta por primera vez en español el conjunto de novelas cortas de Thomas Mann. Existían ediciones sueltas, volúmenes que incluían algunas de ellas según criterios varios, pero ninguna edición de su totalidad. Aquí aparecen prácticamente completas* y en el orden en que fueron escritas, indicando en cada caso su fecha de publicación pero priorizando el período de creación. El texto que da pie a las traducciones es el de la edición de Obras Completas de la editorial Fischer. Thomas Mann escribió novelas cortas a lo largo de toda su vida. Acompañaban la escritura de las grandes novelas que cimentaron su fama, y algunas de ellas son tan famosas como las obras de mayor envergadura o incluso más. La muerte en Venecia ha pasado a ser uno de los iconos de la obra de Thomas Mann, la novela tuvo el mérito y la suerte de inspirar la versión cinematográfica de Luchino Visconti y la ópera de Benjamin Britten. Mario y el mago se ha considerado como una anticipación genial del poder de fascinación diabólico del fascismo y de sus estrategias. Tonio Kröger recrea en una breve miniatura el ambiente y los problemas que protagonizan Los Buddenbrook. El interés de la presentación cronológica de las novelas radica en que permite seguir muy bien la evolución de los temas tratados por Thomas Mann a lo largo de toda su obra, y ver cómo sus historias tan genialmente narradas, tan evocadoras, responden a los problemas que se van planteando en el horizonte intelectual de la primera mitad del siglo xx.
Presentan aventuras y peripecias de personajes que trascienden su época y que podemos reconocer. En este sentido, Thomas Mann es un autor clásico de la modernidad. Forma parte de cualquier canon que se quiera establecer para el siglo XX. Pero con ello, como todo buen clásico, no ha muerto: porque no es posible limitar su lectura a una lectura modélica, a unas historias hermosas, sino que mantiene unas ambivalencias inquietantes, deja abiertos problemas que no hay manera de dar por concluidos sin banalizarlos. Permite lecturas diversas. Su propia vida es una buena muestra de ello. Cuando murió, Thomas Mann (Lübeck, 1875-Zúrich, 1955) era un escritor que había alcanzado la cima de todos los honores. Poco antes de su muerte, al celebrar su 80 aniversario, había recibido homenajes por parte de muchas instituciones, incluso de diversos estados. Entre los galardones estaba la ciudadanía honoraria concedida por la ciudad de Lübeck, un volumen titulado Hommage de la France donde alrededor de doscientos representantes de la cultura y política francesas celebraban al «génie allemand», un doctorado honoris causa concedido por la Universidad de Jena y otro por el Politécnico (ETH) de Zúrich. Dos días antes de morir le llegó la noticia de estar nombrado para la condecoración Pour le Mérite. Thomas Mann se había convertido en el representante oficial de lo mejor de la cultura alemana, y, como Goethe en su día, en una figura de dimensión ingente y olímpica. A los veinticinco años ya había publicado una novela que le había llevado a la fama, Los Buddenbrook (1901). En 1929, cuando contaba cincuenta y cuatro años, había recibido el Premio Nobel. Las fotos que se conservan de Thomas Mann, de las villas y los entornos en los que vivió, nos muestran la imagen de un representante, impecablemente vestido, de la alta burguesía adinerada, un escritor famoso y de gran éxito, casado con una mujer hermosa y con una familia de seis hijos. Sólo la publicación de sus diarios, en parte destruidos, en parte guardados en Zúrich en paquetes sellados y accesibles desde 1975, veinte años después de su muerte, mostró cómo Thomas Mann necesitaba del muro protector de la fachada burguesa y representativa para vencer sus propias dudas, sus debilidades, su ambigua identidad sexual, para mantenerse en un equilibrio frágil y a menudo al borde del hundimiento.
El matrimonio con Katja Pringsheim, cuyo padre, berlinés y de origen judío, era un rico y respetado catedrático de matemáticas de la Universidad de Múnich, se revela en los diarios como un ejercicio, mantenido a lo largo de cincuenta años, en beneficio de este orden necesario pero puesto constantemente en peligro, también por los hijos, individualistas, geniales y asimismo psíquicamente frágiles. El matrimonio resulta así como un refugio frente a la inquietante dinámica tanto del inconsciente como de los conflictos políticos. Burguesía significa para Thomas Mann no tanto una categoría social o política como el intento de incluirse en una totalidad que puede ser portadora de conceptos como humanidad, ética, discreción, escepticismo, moral de trabajo pero también New Deal o socialismo humanista.
La obra narrativa de Thomas Mann enlaza conscientemente con las formas narrativas tradicionales. Lo fascinante y nuevo en el modo narrativo de Thomas Mann era que hacía fracasar las formas narrativas transmitidas del siglo xix en su contacto con la realidad. Su medio de abrir estas formas narrativas a la experiencia de la nueva realidad del siglo xx era la ironía. Thomas Mann convirtió la propia imposibilidad de reproducir el proceso de cambios sociales y culturales del siglo xx mediante las formas narrativas del realismo decimonónico en tema de su obra narrativa. En un principio, esto era un juego con la tradición; en su obra tardía reflejaba su consternación personal frente a la historia. Según su comprensión humanista de sí mismo, y anclado conscientemente en la tradición, Thomas Mann veía, en los años anteriores a la primera guerra mundial, una contradicción básica entre espíritu y política, entre cultura y civilización. Las aspiraciones democráticas del siglo xix evidenciaban para él una clara tendencia a la nivelación total, a la reglamentación del espíritu, que rechazaba: «El ser humano no es sólo un ser social, sino también un ser metafísico». Estos pensamientos los expuso en las Betrachtungen eines Unpolitischen (Consideraciones de un apolítico) (1918), donde defendía la cultura de la vieja Alemania y la oponía a los democratismos civilizatorios. Sin embargo, estos pensamientos no se desarrollan como fruto de una desconfianza política sino más bien como una seria advertencia ante cualquier forma de totalitarismo estatal. Thomas Mann se acabará convirtiendo en un «literato de la civilización», defenderá la República de Weimar frente a ideologías totalitarias y llegará a ser incluso su representante intelectual oficioso.
En 1933, advertido a tiempo, no regresa a Alemania después de un viaje. Emigra primero a Suiza, más adelante a Estados Unidos, asentándose en California. Los nacionalsocialistas le retiraron la ciudadanía alemana, la Universidad de Bonn le retiró el doctorado honoris causa que le había concedido en 1919. La respuesta del autor, en enero de 1937, expone bien su credo político y su concepción de la propia escritura: «No lo podía ni soñar, no me lo cantaron en la cuna que pasaría mis días de edad avanzada como emigrante, expropiado y proscrito de mi casa, ocupado en una protesta política profundamente necesaria. Desde que me inicié en la vida espiritual me he sentido en feliz conjunción con los presupuestos anímicos de mi nación, seguro y recogido en sus tradiciones espirituales. He nacido más para representante que para mártir, más para aportar un poco de noble alegría que para alimentar el odio. Ha tenido que pasar algo terriblemente erróneo para que mi vida se configure de forma tan equivocada, tan poco natural. Intenté atajar este espantoso error en la medida de mis escasas fuerzas –y con ello me preparé la suerte que ahora tengo que aprender a conciliar con mi naturaleza, a quien en realidad le resulta ajena». Al acabar la guerra no volvió a Alemania: en 1952 regresó a Suiza y se instaló en Kilchberg, a orillas del lago de Zúrich, donde moriría.

* Con la única excepción del «Gesang vom Kindchen», una narración en hexámetros que el propio Thomas Mann trataba con cierto escepticismo.

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