Cumbres borrascosas

Según H.P. Lovecraft, Cumbres Borrascosas es una historia totalmente aparte como novela y como obra literaria de terror, con sus enloquecidos paisajes y las vidas atormentadas y violentas que en ellos se desarrollan. Heatchcliff, variante del héroe malvado byroniano, es un niño raro y huraño que aparece abandonado en la calle; sólo habla una especia de extraño galimatías, y es adoptado por una familia. Entre Heathcliff y Catherine Earshaw –hija de la familia de acogida- nace un vínculo más profundo y terrible que el amor humano. El misterioso terror de Emily Brontë no es un mero eco gótico, sino la tensa expresión del estremecimiento del hombre ante lo desconocido. Emily Brontë nació en Thornton, Inglaterra, el 30 de junio de 1818. Dos años más tarde, su padre fue nombrado rector de Haworth, un pueblo situado en los páramos de Yorkshire, lugar al que la familia quedaría vinculada para siempre. La infancia de Emily fue una época maravillosa, poblada de libros, arte, leyendas y juegos, hasta la muerte de su madre en 1824. Emily fue enviada entonces, junto con sus tres hermanas mayores, a un riguroso internado femenino en Cowan Bridge. Tras la muerte por tuberculosis de las dos mayores, Emily y Charlotte regresaron a Haworth. En 1846, Charlotte, Emily y Anne, la hermana pequeña, se propusieron escribir una novela cada una. La primera en llegar a las librerías fue la de Charlotte, Jane Eyre, un melodrama gótico que tuvo un éxito inmediato. Anne escribió Agnes Grey, y Emily la inmortal Cumbres Borrascosas (1847), una historia de amor imposible que se prolonga más allá de la muerte. Un año después fallece su querido hermano P. Branwell. Emily coge frío en el entierro, enferma, y muere tres meses después, el 19 de diciembre de 1848.

ANTICIPO:

Entró vociferando horribles juramentos y me cogió en el momento de ocultar a su hijo en el armario de la cocina. Hareton tenía grabado un lógico terror a encontrarse tanto con el cariño de la bestia salvaje, como con la rabia del loco. En el primer caso corría el riesgo de ser aplastado o muerto a besos, en el otro, de ser tirado al fuego o lanzado contra la pared, y el pobre niño se quedaba absolutamente callado le pusiera donde le pusiera.
-¡Vaya, por fin lo encontré! -gritó Hindley, tirándome de la piel de la nuca como a un perro-. Por Dios y por el diablo, os habéis conjurado para asesinar al niño. Ahora comprendo cómo es que está siempre lejos de mí. Pero con la ayuda de Satanás te haré tragar el cuchillo de trinchar, Nelly. No es ninguna broma. Acabo de meter a Kenneth de cabeza en el pantano del Caballo Negro, y lo mismo da dos que uno… Tengo ganas de matar a uno de vosotros. ¡No descansaré hasta que lo haga!
-Pero a mí no me gusta el cuchillo de trinchar, señor Hindley -respondí-. Han cortado arenques con él, prefiero que me pegue un tiro, si le parece bien.
-Prefieres irte al diablo -dijo-, y te irás. No hay ley en Inglaterra que impida a un hombre tener su casa decente, y la mía es espantosa. ¡Abre la boca!
Asió el cuchillo con la mano y me metió la punta entre los dientes, pero yo, por mi parte, no tuve nunca mucho miedo a sus desvaríos, escupí y afirmé que sabía muy mal y que no lo tragaría de ninguna manera.
-¡Oh! -dijo soltándome-, veo que aquel repugnante granuja no es Hareton. Perdón, Nelly. Si lo fuera merecería ser desollado vivo por no correr a saludarme y por chillar como si yo fuera un duende. Cachorro degenerado, ven aquí, yo te enseñaré a abusar de un padre de buen corazón y defraudado. Bueno, ¿no te parece que el chico estaría más guapo con las orejas cortadas? Eso les hace a los perros más fieros ya mí me gusta lo feroz… dame unas tijeras… lo feroz y sin adornos. Además es una afectación infernal… una vanidad diabólica, querer tanto a nuestras orejas… ya somos bastante asnos sin ellas. ¡Chitón, niño, chitón! ¡Vaya, pero si es mi niño! Calla, sécate los ojos… cariño, dame un beso. ¡Qué! ¿Que no quieres besarme? ¡Bésame, Hareton! ¡Maldito seas, dame un beso! ¡Por Dios, como que voy a criar semejante monstruo! ¡Tan cierto como que estoy vivo, que cortaré el cuello al mocoso!
El pobre Hareton chillaba y pataleaba en brazos de su padre con todas sus fuerzas, y redobló sus alaridos cuando lo llevó arriba y lo levantó por encima del pasamanos. Le grité que iba a asustar al niño hasta la locura, y corrí a rescatarle. Cuando les alcancé, Hindley se asomó por la barandilla para escuchar un ruido de abajo, olvidándose casi de lo que tenía en las manos.
-¿Quién está ahí? -preguntó, escuchando a alguien que se acercaba al pie de la escalera.
Yo me asomé también con el propósito de hacer señas a Heathcliff, cuyos pasos reconocí, para que no se acercara, y en el mismo instante que quité la vista de Hareton, dio un repentino salto, desprendiéndose de la negligente mano que le sujetaba, y cayó.
Apenas hubo tiempo de experimentar un estremecimiento de horror antes de que viéramos que el pobre crío estaba a salvo. Heathcliff llegó en el crítico momento, por un impulso natural detuvo su caída y, poniéndole de pie, miró hacia arriba para descubrir al autor del accidente. Un avaro que se hubiera desprendido por cinco chelines de un billete de lotería premiado y se encontrara al día siguiente que ha perdido cinco mil libras en el negocio, no mostraría un semblante más pálido que el suyo al ver la figura del señor Earnshaw arriba. Expresaba con más claridad que pudieran hacerlo las palabras su intensísima angustia al convertirse él mismo en el instrumento que frustraba su propia venganza. De haber sido de noche, me atrevo a decir que habría intentado remediar el error estrellando la cabeza de Hareton contra los peldaños, pero habíamos presenciado su salvación, y yo estaba inmediatamente abajo con mi precioso pupilo apretado contra mi pecho.
Hindley bajó más despacio, sobrio y avergonzado.
-Tú tienes la culpa, Ellen -dijo-, deberías haberlo mantenido fuera de mi vista, deberías habérmelo quitado de las manos, ¿se ha hecho daño?
-¿Daño? -grité airada-. Si no se mata, se volverá idiota. ¡Oh, no sé cómo su madre no se levanta de la rumba para ver cómo le trata!
Es usted peor que un pagano… tratar a su propia carne y sangre de esta manera.
Intentó tocar al niño quien, al encontrarse conmigo, desahogó enseguida su pánico llorando. Al primer dedo que su padre puso sobre él, sin embargo, chilló más alto que antes y empezó a forcejear como si le fuera a dar un ataque.
-¡No se meta con él! -continué-. ¡Le aborrece… todos le aborrecen… ésa es la verdad! Dichosa familia tiene y a bonito estado ha llegado usted.
-Todavía llegaré a otro más bonito, Nelly -se rió aquel hombre extraviado, recuperando su dureza-. De momento, lárgate y llévateal niño. ¡Y, escucha tú, Heathcliffl. Lárgate tú también, que no os vea ni os oiga. No os mataré esta noche, a no ser que prenda fuego a la casa, pero eso según se me antoje.
Y diciendo eso, tomó una botella de brandy del aparador y echó un poco en un vaso.
-¡No, no lo haga! -le supliqué-. Señor Hindley, tómelo como un aviso. Tenga compasión de este desgraciado niño, si es que su propia persona no le importa.
-Cualquiera le será más útil que yo -respondió.
-Tenga compasión de su propia alma -dije, intentando quitarle el vaso de la mano.
-¡Yo de ninguna manera! Al contrario, tendré mucho gusto en mandada al infierno para castigar a su Hacedor -exclamó el blasfemo-. ¡Brindo por su absoluta condenación!
Bebió el licor y nos despidió con impaciencia, terminando la orden con una serie de horribles imprecaciones, demasiado espantosas para repetidas o recordadas.
-¡Qué lástima que no se mate a fuerza de beber! -observó Heathcliff, devolviéndole entre dientes un eco de maldiciones cuando se cerró la puerta-. Hace todo lo que puede, pero su naturaleza le desafía. El señor Kenneth dice que apostaría su yegua a que vivirá más que cualquier hombre de este lado de Gimmerton, y que irá a la tumba siendo un pecador con canas, a menos que le ocurra por afortunada casualidad algo fuera de lo normal.
Entré en la cocina, me senté y me puse a arrullar a mi niño para que se durmiera. Pensé que Heathcliff había cruzado hacia el granero. Resultó después que sólo había ido hasta el otro lado del escaño, se había echado en un banco junto a la pared, lejos del fuego, y permanecía en silencio.
Yo estaba meciendo a Hareton en mis rodillas y tarareando una canción que empezaba:
En la noche oscura, los niños lloraban, y bajo tierra, las madres les escuchaban…
cuando la señorita Cathy, que había oído la bronca desde su habitación, asomó la cabeza y susurró:
-¿Estás sola, Nelly?
-Sí, señorita -respondí.
Entró y se acercó a la chimenea. Yo, suponiendo que iba a decir algo, la miré. La expresión de su rostro era de inquietud y angustia. Tenía los labios entreabiertos como si quisiera hablar y respiró, pero el aliento se le escapó en un suspiro, en lugar de una frase. Continué con mi canción, pues no había olvidado su conducta reciente.
-¿Dónde está Heathcliff -dijo, interrumpiéndome.
-Haciendo su trabajo en el establo -fue mi respuesta.
Él no me contradijo, quizá se había adormilado. Siguió otra larga pausa, durante la cual vi resbalar una o dos lágrimas desde las mejillas de Cathy a las losas. «¿Estará arrepentida de su vergonzosa conducta? -me pregunté-. Sería una novedad, pero ya lo dirá cuando quiera… ¡no la ayudaré!» No, bien poca pena sentía ella por nada, salvo por lo que le concernía.
-¡Ay, Nelly, soy muy desgraciada! -dijo al fin.
-¡Qué lástima! -observé-. Es usted difícil de complacer. ¡Tantos amigos y tan pocos cuidados, y no logra ser feliz!
-Nelly, ¿me guardarás un secreto? -prosiguió, arrodillándose a mi lado y levantando hacia mí sus encantadores ojos con aquella mirada que le quita a uno el mal humor, aunque tenga toda la razón del mundo para tenerlo.
-¿Vale la pena guardarlo? -pregunté menos malhumorada. -Sí, y me preocupa y tengo que soltarlo. Quiero saber qué he de hacer. Hoy Edgar Linton me ha pedido que me case con él y le he dado una respuesta. Ahora bien, antes de que yo te diga si ha sido un consentimiento o una negativa, dime tú cuál debiera haberle dado.
-Realmente, señorita Catherine, ¿cómo voy a saberlo? -respondí-. Desde luego que, considerando la escena que usted representó en su presencia esta tarde, yo diría que lo prudente sería rechazarle, puesto que se lo pidió después de eso, tiene que ser o un estúpido sin remedio, o un loco temerario.
-Si hablas así no te digo nada más -replicó malhumorada, poniéndose de pie-. He aceptado, Nelly. Rápido, di me si lo he hecho mal.
-¿Le ha aceptado? Entonces, ¿para qué discutir el asunto? Ha comprometido su palabra y no puede retroceder.
-¡Pero dime si debería haberlo hecho… dilo! -exclamó en tono irritado, restregándose las manos y frunciendo el ceño.

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3 Opiniones

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    bribuela
    on

    La vida de Emily Brontë es toda una tragedia. Es asombrosa la cantidad de escritoras y escritores que tienen en común una vida trágica y, en numerosas ocasiones, una muerte temprana.

    :´-(

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    Tomas
    on

    Un poco inclasificable el libro, quizá en terror no sea su mejor sitio.

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    Wamba
    on

    pues a mi me parece lo suficientemente gótico como para ponerlo ahí.

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