Edgar A. Poe

Edgar Allan Poe es considerado el gran mago del terror. Wolfgang Martynkewicz a lo largo de estas páginas se encarga de demostrarlo. Un atractivo mosaico de la vida trepidante –salpicada constantemente de episodios convulsos y relaciones turbulentas- y la obra de este gran escritor, que, primeramente trabajando como colaborador en periódicos, director literario de varias revistas y crítico, y después dedicado en exclusiva a la creación literaria, siempre vivió entregado a los avatares de la época romántica, debatiéndose entre lo exótico y lo siniestro. Un espíritu que se anticipó casi un siglo a la literatura de terror. Un interesante, riguroso y sugerente estudio sobre la figura de Poe, cuya lectura nos ofrece mucho más que entretenimiento y suspense. Su prosa y poesía muestran la otra cara del sueño americano, describen las autodestructivas consecuencias de una voluntad sin límites y encarnan en impresionantes imágenes el deseo de muerte y las visiones catastróficas. El legado de una obra inmortal, espejo de la propia vida del escritor: un catálogo de sus propios terrores.

ANTICIPO:
Poe había llegado a ciertas conclusiones. La opción que había tomado debió hacer que se sintiera en muchos aspectos como su gran héroe Byron, cuando, henchido de osadía y resolución para el combate, partió a luchar pro la liberación de Grecia, Ciertamente, Byron contaba con medios suficientes para emprender ese tipo de gestos heroicos: disfrutaba de renombre, disponía de dinero y de amigos que apoyaban sus empresas, mientras Poe, en su «partida», se hallaba sin recursos y sin un solo amigo. Se hizo rápidamente consciente de la situación en la que su resolución lo había dejado. Una carta que le escribió a Allan unas horas después de la escena decisiva así lo muestra: «Señor, después del modo en que se me trató ayer mismo, después de lo ocurrido entre nosotros esta mañana, mucho dudo que le sorprenda el contenido de esta carta. He tomado finalmente, tras mucho pensarlo, una determinación: me marcho de su casa y me propongo encontrar un lugar en este ancho mundo en el que se me trate y se me considere de modo muy distinto a como usted me ha tratado». Las cartas que Poe dirigió a Allan no solo expresan ira y amargura, también una necesidad de amor y reconocimiento profundamente decepcionada. Una y otra vez, y por diversas vías se afana por conseguir la adhesión de Allan y opta conscientemente por asumir el papel del genio incomprendido, al que todo el mundo rechaza por ser diferente. En un poema inédito que Mabbot data en 1829, Poe da muestras de ese cuadro sentimental: «Ya desde mi niñez, yo nunca he sido / como eran otros; yo nunca he mirado / como los otros; nunca mis pasiones / brotaron del venero comunal. / Yo no sacaba de la misma fuente / mis penas; no podía despertar / mi corazón al gozo en igual tono, / y todo lo que amé, lo amé yo solo».

En Marzo de 1827 Poe viaja a Boston. Puede que tomara la decisión a partir de aquella pequeña acuarela del puerto de Boston que su madre le había dejado: aquí había encontrado ella –al menos eso decían las palabras del reverso- sus mejores y más íntimos amigos, aquí había sido feliz. ¿Por qué no habría, pues, de encontrar aquí su hijo la felicidad? Se sabe muy poco de donde vivía Poe en Boston y de que tipo de vida llevaba. El mismo Poe hunde en la niebla este periodo de su vida. Se veía a si mismo como un aventurero, un trotamundos, como a un luchador por la libertad y, naturalmente, como un genio de la poseía à la Byron. No obstante, las más recientes investigaciones llegan claramente a la conclusión de que su situación no era precisamente exótica. Trabajó, posiblemente solo un corto periodo de tiempo, en una empresa mercantil, y después en las oficinas de un pequeño periódico. Sus ratos libres los dedicaba a pulir su poesía. Por lo que respecta a su talento, no le faltaba a Poe conciencia de poseerlo. Tardó poco tiempo en encontrar un editor en Boston para sus poemas. Calvin F. S. Thomas era dueño de una pequeña imprenta, si bien no tenía experiencia en el negocio editorial ni disponía del capital necesario. Con todo, se dejaron de lado los problemas previstos y en junio o julio aparecieron aproximadamente cincuenta ejemplares de un pequeño opúsculo con el título de Tamerlán y otros poemas, por un bostoniano. Dos revistas se hicieron eco de la aparición de la obra en agosto; por lo demás, Tamerlán pasó desapercibida tanto para la crítica como pare el público. Y poco ha cambiado este estado de cosas hasta nuestros días. Nadie leería hoy en día Tamerlán –afirma el especialista en Poe Daniel Hoffman- por puro placer. Tampoco Poe se sentía satisfecho con sus versos y los reescribió una y otra vez: existen hasta cuatro versiones del poema. La composición sufre bajo el peso de la multiplicidad de intenciones de la obra, que a menudo entran en conflicto: se trata de una epopeya romántica en la que además de verter un relato épico en versos lírico-dramáticos con grandes aspiraciones estilísticas, se intenta dar cabida a un discurso filosófico acerca del espíritu y la materia. El trasfondo de esa obra es, entre otras cosas, la tragedia en verso de Christopher Marlowe Tamerlán el Grande. Este drama heroico del hombre titánico que, procediendo de una familia pobre, toma las riendas de su destino y se enfrenta a ese mundo con arrojo, ejercía sobre Poe una enorme atracción. También lo inspiraba el Giaour de Byron. Su protagonista, que da título al poema, es un hombre al que se arrebata su amada y se venga cruelmente. Poe pondrá en relación ambos motivos en su propia historia. Su Tamerlán es un joven ambicioso, hijo de un campesino, que se revela contra su padre, se lanza al mundo, triunfa en su camino y se convierte en un gran conquistador. Cuando regresa a su casa descubre que su amada ha muerto. Mabbott entiende que todo el poema constituye una alegoría de lo que Poe había vivido y se agitaba en su interior: la partida a un mundo nuevo, la pérdida del amor juvenil, el fracaso al regresar al hogar y, naturalmente el conflicto con el padre.

Cuando Tamerlán apareció, Poe ya era soldado el ejército de los Estados Unidos. Se había alistado el 26 de mayo con el nombre de Edgar A. Perry y su contrato había de durar cinco años. La unidad a la que pertenecía permaneció en Boston hasta el otoño, el regimiento se trasladó después a parajes más cálidos, a Fourt Moultrie, en la isla de Sullivan, Carolina del Sur. Poe describe en el cuento El escarabajo de oro, el triste ambiente que halló en la isla: «Esta es una isla muy singular. No consiste en otra cosa que arena de mar y tiene cerca de tres millas de longitud. Su anchura en ninguna parte excede de un cuarto de milla […]. La vegetación, como puede suponerse es pobre o al menos raquítica. No se ven árboles de algún tamaño. Cerca del extremo oeste, donde queda el fuerte Moultrie y algunos miserables edificios de madera habitados por los que huyen del polvo y la fiebre de Charleston, […]». Tampoco se dispone de información acerca de este periodo, aunque, presumiblemente, la vida en el servicio no debía de ser muy apasionante. Los años comprendidos entre 1815 y 1846 se conocen también con el nombre de «Thirty Years’ Peace» -la vida militar se agotaba en la instrucción-, con lo cual no habían de presentársele a Poe especiales dificultades; incluso se alababa la correcta ejecución de su trabajo. En 1829 es ascendido a sargento mayor. Poco antes el regimiento había sido destinado a Fortress Monroe, en al desembocadura del río San James, no lejos de Richomnd. Pero en algún momento por aquellas fechas decidió que ya había tenido bastante de la vida militar y tramita su suspensión del servicio, lo que no era fácil, pues no habían pasado ni siquiera dos de los cinco años por los que se había alistado. Poe descubrió a su superior, el teniente Howard, cuál era su verdadera identidad y le contó las desavenencias con su padre adoptivo. El teniente le recomendó unir su solicitud de destitución a una de ingreso en la academia militar de West Point. Sus oportunidades de éxito eran buenas; al fin y al cabo, muchos recordaban todavía al «general» Poe, y si John Allan apoyaba su solicitud el ingreso estaba asegurado. Poe debía reconciliarse con Allan –asunto espinoso en el que Howard medió-. Aunque ya habían transcurrido dos años desde su desencuentro, la posición de Allan no se había suavizado en lo más mínimo: Edgar debía permanecer hasta el final de su servicio donde estaba. Ahora es el turno de Poe y no da su brazo a torcer: «Llevo alistado en el Ejército norteamericano un tiempo más que suficiente para mis fines o mi inclinación. El alistamiento se hace por cinco años, con lo cual echaría a perder los mejores años de mi vida. Me veré obligado a adoptar medidas drásticas si se niega usted a ayudarme. […] Notará que le hablo con toda confianza, aunque ¿cuándo ha existido la ambición, sin la convicción previa de tener el éxito al alcance de las propias posibilidades? Me he arrojado al mundo, igual que los conquistadores normandos se arrojaron sobre las costas de Gran Bretaña, y con mi juramento de alcanzar la victoria he destruido la única flota que podía haberme cubierto la retirada. Debo, pues, conquistar o morir, tener éxito o caer en desgracia». Poe se imaginaba ser un conquistador que encara con arrojo al mundo y le grito: «¡Yo solo!». A los ojos de Allan todo esto era una exageración; ni siquiera se tomó la molestia de contestar. Tampoco contestó a la carta siguiente. El 4 de febrero de 1829 Poe hace un tercer intento. Esta vez le informa sin rodeos de sus planes de ingresar en West Point. Al final, sin embargo comete una palpable torpeza: afirma haberse endeudado y necesitar dinero, Es posible que Allan tampoco hubiera respondido a esta carta de no haber sido por un acaecimiento imprevisto. A finales de febrero escribe a Poe diciéndole que la señora Allan agoniza. Poe parte inmediatamente a Richmond, pero llega tarde. Si bien la señora Allan no había podido desempeñar una función mediadora entre padre e hijo, se había sentido muy unida a Edgar. El encuentro entre ambos se desarrolló esta vez sin enfrentamientos, Allan otorgó incluso su apoyo a los planes de su Edgar y escribió la carta deseada solicitando que su hijo fuera exonerado del servicio. Las autoridades militares dan la definitiva autorización a principios de abril. Poe debe buscar primero una persona que lo reemplace y dejar una fianza inesperadamente elevada que, como veremos, le traería de nuevo no pocos problemas. Las semanas siguientes Poe reunió varias cartas de recomendación. También Allan intercedió en su favor y escribió una carta al ministro de Defensa, si bien con palabras no precisamente muy efusivas.

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