El caballero del templo

El caballero del Templo es sin duda la novela más intensa, intrigante y de mayor acción de cuantas ha publicado su autor hasta la fecha. Siguiendo los pasos de un caballero templario de oscuro pasado, Jaime de Castelnou, el lector revive algunos episodios estremecedores, como la caída de San Juan de Acre, antes de verse envuelto en intrigas en las que acecha la mano del terrible Roger de Flor o de asistir desde primera línea a la persecución y el juicio a que fueron sometidos los templarios y a la consecuente muerte del legendario Jacques de Molay.

ANTICIPO:
Una mañana, mientras estaba en los establos con varios jóvenes de la corte condal cepillando los caballos, un paje entró corriendo y gritando.

—¡Están aquí, están aquí! El señor conde ordena que vengáis a verlos, venid, venid —y dicho esto salió tan rápido como había llegado.

—¿Qué ocurre? —demandó Jaime extrañado.

—Los templarios. Hace dos días llegó un emisario del comendador de Mas Deu anunciando que hoy estarían aquí. Vamos, el señor conde me ha dicho que acudamos a su presencia —dijo el maestro de armas.

Los jóvenes salieron del establo siguiendo a su educador.

En ese momento atravesaban el umbral de la puerta del castillo seis jinetes en columna de a dos. Los dos primeros vestían sendas capas blancas, impolutas como la nieve recién caída, y sobre el hombro izquierdo lucían una esplendorosa cruz roja que parecía dibujada con sangre. Se cubrían la cabeza con un bonete blanco orlado con una cinta llena de pequeñas cruces rojas. Cabalgaban erguidos sobre sus caballos, como si fueran estatuas; sus rostros barbados y sus ojos serenos y fríos denotaban un inmenso orgullo. Tras ellos cabalgaban dos jinetes vestidos con mantos pardos, muy oscuros, con la misma cruz en rojo sobre el hombro izquierdo, y detrás, cerrando el severo cortejo, dos criados montados en mulas.

Jaime de Castelnou tuvo la impresión de que la visita de aquellos hombres algo tenía que ver con él.

El conde de Ampurias saludó a los dos caballeros de blanco, que descendieron de sus monturas con agilidad. No eran jóvenes, pero tampoco tan mayores como le habían parecido en la primera impresión, al verlos tan altivos, con sus largas barbas y su porte solemne.

—Jaime! —el conde llamó a su ahijado y con un gesto de la mano le indicó que se aproximara.

—Mi señor… —el joven se acercó confuso.

—Te presento a Raimundo Sa Guardia, caballero del Temple, de la encomienda de Mas Deu, y a su compañero Guillem de Perelló.

Los dos templarios saludaron a Jaime con una ligera inclinación de cabeza, pero observándolo a la vez como quien mira a un insecto sin otro interés que el que despierta su zumbido.

—Señores… —balbució el joven Castelnou.

—Este apuesto joven es Jaime de Castelnou, de quien os hablé hace unas semanas. Como podéis comprobar, no exageré: su porte es digno de un príncipe. Será un perfecto caballero templario.

Al oír aquella frase, Jaime se quedó perplejo, mirando a su señor como si le acabara de anunciar que había

sido designado rey de Inglaterra o papa de Roma.

—No, no exagerabais, conde —dijo el primero de los caballeros—. ¿Le habíais comentado algo?

—No. Quería que fuera una sorpresa, y como podéis comprobar por el arrobamiento de su rostro, ésta ha sido mayúscula. Bien, Jaime, vas a ser un caballero templario.

—¿Yo, señor? —El joven estaba tan aturdido como si le acabaran de propinar una buena tunda.

—Sí, tú, claro; ¿quién mejor que el hijo del gran Raimundo de Castelnou para vestir el hábito mas prestigioso de la cristiandad? Vas a tener el privilegio de ser un soldado de Cristo. Tu padre así lo hubiera deseado; seguro que desde el cielo, en donde ahora está gozando de la paz celestial a la derecha de Nuestro Señor, está muy orgulloso de ti.

—Pero yo, no sé si soy digno…

—Claro que lo eres. No conozco a nadie más piadoso, más discreto ni más honrado que tú. Eres el más indicado para ingresar en la Orden del Temple. Los caballeros de Cristo necesitan jóvenes arrojados y valientes que refuercen sus filas en Tierra Santa. El maestre ha dado instrucciones para que se reclute a nuevos caballeros que acudan en defensa de la cristiandad de Ultramar, que corre serios riesgos de desaparecer ante la ofensiva que han desplegado esos perros infieles seguidores de Mahoma. —El conde escupió al suelo tras pronunciar el nombre del Profeta.

—Yo no tengo… —volvió a balbucir Jaime.

—Claro que tienes —le interrumpió el conde—. Tienes cuanto hay que tener para ser un perfecto caballero de Cristo: linaje, agallas, valor, fuerza interior y fortaleza de cuerpo y de alma. Te he visto pelear y no creo que haya muchos que puedan igualar tu destreza en el combate, pese a tu juventud. El maestro de armas me ha dicho que no ha conocido a nadie que manejara la espada y la lanza con semejante habilidad y potencia a tus años. Está asombrado. La cristiandad necesita jóvenes como tú. Le he dicho al comendador del Temple en Mas Deu que podrías ser uno de ellos, uno de los caballeros que Cristo elige para que le sirvan como los primeros y más puros defensores de su mensaje.

Jaime de Castelnou observó a los dos templarios. Sus figuras parecían realmente imponentes. Intentó imaginarse cómo estaría él vestido con aquel manto blanco, y si sería capaz de portarlo con la majestuosidad con que lo hacían aquellos dos hombres.

—Ser templario es el mayor honor con el que puede investirse a un caballero cristiano, pero nuestra vida es dura y abnegada. Si deseas vestir este noble hábito, deberás renunciar a muchas cosas de este mundo y dedicar tu vida por completo al servicio y a la defensa de la cristiandad —le dijo el que el conde había presentado como Raimundo Sa Guardia.

—Mi decisión está tomada. Quiero que profeses como soldado de Cristo, pero antes hay que investirte como caballero. Creo que ya estás preparado para ello, pues tu formación es más que suficiente y la nobleza de tu sangre está más que contrastada. Ahora, la decisión última depende de ti. Nadie puede ser templario en contra de su propia voluntad.

—Yo me encuentro bien a vuestro servicio, señor —dijo Jaime.

—Pero el servicio a Dios es más importante que cualquier otro. Por mi parte, estaría muy orgulloso si uno de mis ahijados formara parte del Temple.

—No sé, no lo he pensado.. —, estoy un poco confuso.

—Tienes tiempo; don Raimundo, don Guillem y sus acompañantes se quedaran con nosotros hasta mañana.

Tienes todo el día para meditarlo. Piénsalo bien, porque si ingresas en la Orden renunciarás a los fútiles placeres del mundo, pero ganarás la eternidad en el paraíso.

—¿Puedo retirarme a la capilla?, necesito reflexionar…

—Claro, claro, hazlo. Entretanto, permitidme, señores, que os ofrezca mi hospitalidad, mi cocinero ha preparado un buey asado para celebrar vuestra visita.

Jaime de Castelnou se dirigió presto a la capilla; atravesó el umbral y avanzó directamente hacia el altar, ante el cual cayó de rodillas. El corazón le palpitaba alborozado dentro de su pecho con tal fuerza que lo sentía golpear entre las costillas. ¿Él, un templario? Jamás lo había siquiera imaginado. Su vida había discurrido hasta entonces en el castillo del conde, recibiendo formación militar para ser un día no muy lejano un vasallo a quien su señor le entregaría un pequeño feudo, tal vez un castillo con dos o tres aldeas, para gobernarlas en su nombre, como hiciera su padre años atrás. Pero en unos momentos todos sus planes habían cambiado. ¿Él, un templario? Tendría que acatar una dura disciplina, renunciar a deleitosos placeres que a su edad todos los jóvenes anhelaban, servir a la cristiandad defendiendo las peligrosas rutas de los peregrinos a Tierra Santa, combatir a los musulmanes, pugnar por recuperar Jerusalén… ¿El, un templario? Nunca antes se había imaginado vestido con la capa blanca, cabalgando orgulloso tras el estandarte blanco y negro de la Orden, obedeciendo sin rechistar las instrucciones de sus superiores… Pensó entonces en su padre muerto por acudir a la cruzada, y en su madre, fallecida para que él pudiera vivir. Y de repente, como si hubiera recibido un fogonazo de luz clarificadora, se disiparon todas sus dudas: los horizontes que buscaba en sus sueños acababan de presentarse ante sus ojos.

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8 Opiniones

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    Pluto
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    No sé cuantos libros suyos he comenzado y siempre los abandono al cabo de un par de capítulos. Este muchacho no es novelista sino que es un profesor que escribe como un profesor, es decir, sin la menor intención de resultar interesante. En sus obras no hay ambientación, ni diálogos, ni psicología de los personajes, ni metáforas, es decir, no hay nada de lo que caracteriza a una novela, son simples narraciones de hechos sacados de la Historia, eso sí, con mucho rigor histórico pero sin ninguna calidad literaria.

    ¿Cómo es posible que siendo un plumífero tan plomizo publique tantos libros?

    Por cierto, aviso a navegantes: del Corral tiene su correspondencia en otro escritor francés: Max Gallo, el de Napoleón y La cruz de Occidente, es otro catedrático que escribe insípidos cronicones basados en los tratados de historia y trata de hacerlos pasar por novelas eliminando las referencias bibliográficas.

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    pepe
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    mi querido Pluto, por una vez estamos de acuerdo, creo que Corral es el rey de un subgénero de la novela histórica qeu es el de la tesis doctoral con diálogos, qeu no es lo mismo que una novela , pero no nos preocupemos hay otros muchos libros para leer …

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    carlota
    on

    Me encanta tu definición "Tesis doctoral con diálogos" (aunque en realidad, la mayoría no podrían pasar la criba de una tesis doctoral). Hay que reconocer que muchas novelas historícas pertencen a esta categoría y son un ladrillo, por ejemplo, Ladrones de tumbas (o algo así) y

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    coronel pike
    on

    Lei La Cruz de Occidente hace unas semanas y todavía estoy resacoso del esfuerzo. Me pareció una historia muy buena, pero contada de una forma pésima. Luego pensé que la historia era muy buena porque era la Historia, sin quitar ni añadir nada. Tesis doctoral con diálogos, magnífica definición.

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    Alberto
    on

    La cosa da un poco de rabia, porque como historiador es bueno (o por lo menos me lo parece) y se documenta como nadie, pero es taaan pesado.

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    Saulo
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    Es lo malo que tiene mezclar el ensayo y la novela.

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    pepe
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    totalmente de acuerdo con la confusión entre ensayo y novela, pues creo que a veces los novelistas de histórica se olvidan qeu escriben novelas, históricas, pero ante todo novelas. y eso que con la documentación histórica ya tienen ganado un montón de espacio, y si no recuerdo el caso de la quinta novela de alatriste, la del jubón amarillo, que entre citas tearales e históricas se come la mitad de la novela y con un poco de argumento y algo de lance de espada ya resolvió la novela.

    esto no descalifica la labor de muchos novelistas de histórica , gracias a los cuales yo he redescubierto épocas y personajes qeu cuando estudié o leí historia no me llamaron la atención, pero de eso a comerme por … los kilos de documentación conseguida sobre un tema, hay una diferencia importante

    ¿no os da la sensación en algunas novelas que tras arduos esfuerzos de búsqueda de documentación , algunos autores nos la intentan meter como sea en un argumento?

    esto no descalifica la labor de docmentación de algunos histori

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    HALEF5
    on

    Saludos, pues por lo que veo algunos de los que le criticais habeís leido más de una de sus novelas.

    Si es cierto que es más un profesor de Historia que un novelista, y que sus novelas siempre adolecen de profundidad sicologica de sus personajes que acaban siendo algo planos y básicos, pero a mi particularmente me gusta leer cosas distintas y no siempre lo mismo, asi que cuando me compro un libro de este señor(Que por otra parte es un de mis favoritos porque considero que leyendo sus obras aprendo bastante) ya se que me espera.

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