El Castillo

El castillo, la última novela de Kafka, relata la inquietante historia de un hombre llamado K. y de su interminable e inutil lucha contra una inescrutable autoridad que le impide entrar en el Castillo, la meta de todas las aspiraciones humanas. Kafka dejó la obra inconclusa, considerándola un fracaso, pero la crítica póstuma ha calificado de forma unánime a esta novela como una obra maestra, una de las más grandes novelas de este siglo.

Esta nueva versión restaurada, realizada por un equipo internacional de expertos sobre los manuscritos originales y las notas de Kafka, revela por primera vez el pensamiento real y las notas de Kafka, salvando los errores y omisiones de las versiones anteriores, obras de Max Brod, que si bien es gracias a quien hemos conservado estas novelas –Kafka, de quien Brod era albacea, había encargado que fuesen destruidas- también las altero, a veces en gran medida, para darles un aspecto “más publicable”.

ANTICIPO:
-¿Te refieres a su chaqueta? -dijo Olga- No, es Amalia quien se la ha hecho, mucho antes de que fuera mensajero. Pero tocas una fibra sensible. Desde hace tiempo debía haber recibido no una librea, pues nadie lleva esa prenda en el Castillo, sino un traje oficial. Además se lo prometieron, pero en el Castillo todo marcha siempre muy lentamente, y lo aburrido del caso es que nunca se sabe qué significa esa lentitud. Puede significar que el asunto marcha por vías administrativas, pero también puede significar que nada se ha iniciado todavía, que se desea, por ejemplo, probar a Barnabás; y tal vez incluso que el asunto está ya arreglado, que la promesa ha sido retirada por una u otra razón y que Barnabásjamás vestirá su traje. Nada puede saberse con más exactitud, al menos desde hace mucho tiempo. Existe un refrán popular que quizá ya conoces: «Las decisiones de la administración son tímidas como jovencitas».

-Muy bien observado -dijo K., tomando las cosas con mucha más seriedad aún que OIga-, muy bien observado: las decisiones administrativas deben tener más cosas en común con las jóvenes.

-Tal vez -dijo OIga-, pero para volver al traje oficial, es una de las preocupaciones de Barnabás de lo que yo hablaba, y también mía, ya que lo compartimos todo. Por qué no viste el traje oficial, nos lo preguntamos vanamente. El asunto, además, es complicado. Los funcionarios, por ejemplo, no parecen llevar traje oficial. Según lo que vemos aquí, y lo que Barnabás nos cuenta, los funcionarios llevan ropas, aunque vistosas, como las de todo el mundo. Además, ya has visto a Klamm. Pero dejémosle, Barnabás no es un funcionario, ni siquiera de la más baja categoría, y no tiene la audacia de querer serio. Mas, según lo que dice, ni siquiera los grandes criados, a los que no se ve nunca en la aldea, llevan traje oficial. Es un consuelo, podríamos pensar en un principio, pero equívoco, pues Barnabás, ¿acaso es un gran criado? No, por más afecto que se le tenga, eso no podría concebirse, no es un gran criado; el solo hecho de que venga al pueblo, e incluso que viva en él, bastaría para probado. Los grandes criados están aún más distantes que los funcionarios, y tal vez con derecho; tal vez son a veces superiores a ciertos funcionarios, y algunas cosas parecen indicado: trabajan menos y Barnabás dice que es un espectáculo´magnífico el de esos hombres fuertes pasando lentamente por los pasillos. Barnabás se desliza siempre entre ellos. En una palabra, no podría decirse que sea un gran criado. Debería, pues, tomar parte de la servidumbre subalterna; pero los criados subalternos llevan justamente un traje oficial, al menos los que bajan al pueblo; no es una verdadera librea y hay bastantes diferencias en esos trajes, pero a pesar de todo se reconocería inmediatamente por sus ropas a un criado del Castillo. Tú les has visto en la Posada de los Señores. Lo que choca de sus ropas es que van casi siempre muy ceñidas al cuerpo, y un campesino o un obrero no podría llevar una ropa de este género. Y bien, Barnabás no tiene ese traje, lo que no es sólo humillante, envilecedor, cosa que sería soportable, sino que, sobre todo en los momentos penosos -y los tenemos alguna vez, incluso a menudo, Barnabás y yo-, eso hace dudar de todo. ¿Pertenece realmente al servicio condal lo que hace Barnabás?, nos preguntamos entonces. Cierto que entra en las oficinas; pero, ¿son éstas el verdadero Castillo? E incluso si ciertas oficinas forman parte del Castillo, ¿son las que Barnabás tiene derecho a visitar? Va a las oficinas, pero sólo a una parte del conjunto, tras éstas existe una barrera, y tras esa barrera otras oficinas. N o se le prohíbe explícitamente ir mas lejos, pero ¿cómo iría más lejos una vez que ha encontrado a sus superiores, que ha liquidado sus asuntos y le han vuelto a enviar? Y además, es observado constantemente, o al menos eso se figura. E, incluso si fuera más lejos, ¿de qué serviría si no tiene trabajo oficial, si se presenta como un intruso? No es necesario representar esta barrera con un límite preciso, Barnabás insiste siempre en ello. Hay también barreras en las oficinas adonde va; existen, pues, barreras que pasa, y éstas no parecen diferentes de las que no ha pasado todavía, y es por lo que tampoco puede afirmarse a priori de que las oficinas que se hallan detrás de esas últimas barreras sean esencialmente distintas a las que Barnabás ha visitado ya. No es sino en los malos momentos, como decía, que lo cree. Barnabás habla con funcionarios, Barnabás recibe mensajes para transmitir, pero ¿de quéfuncionarios, de qué mensajes se trata? Ahora está, como dice, agregado al servicio de Klamm y recibe misiones de Klamm personalmente. Esto es bastante, ya que muchos grandes criados no llegan tan lejos, lo cual tiene algo de angustian te, imagina: ¡estar destinado directamente al servicio de Klamm! iHablarle cara a cara! ¿Pero es así? Sí, es así, por cierto que es así. Pero ¿por qué Barnabás duda de que el funcionario al que se llama Klamm en esa oficina sea verdaderamente Klamm?

-iPero Olga -dijo K-, tú bromeas! ¡Cómo puede dudarse acerca de la persona de Klamm! Se sabe cómo es, su apariencia es bien conocida. Yo mismo le he visto.

-No por cierto, K -dijo alga-, no bromeo, hablo de mis más graves preocupaciones. Pero no te las cuento para aliviar mi corazón y acongojar el tuyo, te las digo porque me has preguntado sobre Barnabás y porque Amalia me-ha encargado hablarte de ello, y porque creo también que provechoso que sepas algunos detalles. Lo hago incluso por Barnabás, para que no fundes grandes esperanzas en él, para que no te decepcione y no tenga que sufrir él mismo tu decepción. Es muy susceptible; esta noche, por ejempfo, no ha dormido porque te habías mostrado descontento con él ayer por la tarde. Le habías dicho que era muy penoso para ti el tener «solo» un mensajero como Barnabás. Esas palabras le han desvelado, aunque no habrás notado, sin duda, su emoción. Los mensajeros del Castillo deben dominarse perfectamente. Pero su tarea no es fácil, ni siquiera contigo. No le pides demasiado, desde tu punto de vista, pero has traído aquí una cierta idea del servicio de los mens<yeros y es según esta idea que mides tus exigencias. De todos modos, en el Castillo se tiene una idea distinta de dicho servicio, que no se concilian con las tuyas aunque Barnabás se sacrificara por entero al servicio, lo que parece desafortunadamente a veces demasiado dispuesto a hacer. Contigo, como es natural, no puede dejar traslucir sus dudas, eso sería violar groseramente las leyes a las que se cree aún sometido, e incluso conmigo no habla con libertad, pues tengo que arrancarle sus confidencias a base de besos y caricias, y hasta se prohíbe confesar que sus dudas sean e:p. realidad dudas. Tiene en la sangre algo de Amalia y no me lo dice ciertamente todo, aunque yo sea su única conÍidente. Pero hablamos a veces de Klamm. Yo no he visto aún a Klamm; sabes que Frieda no me aprecia y no me dejaría verle nunca, pero su aspecto es bien conocido en la aldea, algunos le han visto, todos han oído hablar y los testimonios directos, los rumores que corren, e incluso las intenciones engañosas, han atribuido a crear una imagen de Klamm que debe ser exacta en lo esencial. Pero sólo en los aspectos esenciales. No obstante, los detalles de la imagen varían, pero varían tal vez menos que los de la persona misma de Klamm. Se dice que su exterior es distinto cuando llega a la aldea que cuando la abandona, que no tiene el mismo físico antes y después de tomarse su cerveza, que cambia cuando duerme, cuando vela, cuando habla, cuando está solo, de lo que se deduce que es completamente distinto en el Castillo. No obstante, incluso en la aldea, esos cambios son ya importantes. Se señalan en él diferencias de talla, de postura, de corpülencia, hasta su barba se modifica. Los testimonios no concuerdan sino en el tema de su ropa: lleva siempre el mismo traje, un chaqué negro con largos faldones. Como es natural, esas diferencias no son efecto de una operación mágica, sino que dependen del humor con el que se mira a Klamm y de que los demás no tienen sino un breve instante para mirarle; las diferencias dependen del grado emocional del espectador y de los innumerables matices de su esperanza o de su desesperación. Te cuento todo esto como Barnabás me lacha explicado a menudo, ya que parece un consuelo, cuando no se está interesado personalmente en el asunto. Pero nosotros no podemos; a Barnabás le gustaría saber si es a Klamm o no a quien habla, es para él una cuestión de vida o muerte.

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Interplanetaria

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