El Highlander disfrazado. Trilogía Lockhart 2

Tras el fracaso de su hermano mayor, Griff Lockhart debe rescatar la reliquia familiar, que podría ser la salvación de su hacienda escocesa. Haciéndose pasar por un conde escocés, se introduce en la alta sociedad londinense, persiguiendo a la mujer que se rumorea posee ahora el tesoro familiar. Pronto capta la atención de Anna Addison, dama de la alta sociedad a la que su afilada lengua y excesiva inteligencia han impedido contraer matrimonio. Es esa misma inteligencia la que hace que descubra el engaño de Griff. Decidida a encontrar un marido esa temporada, Anna hace un trato con él…

Le entregará la preciosa reliquia familiar y mantendrá en secreto su verdadera identidad si Griff la enseña a seducir y enamorar a un hombre. Consciente de lo que realmente quiere un hombre de una mujer, Griff la instruye y pronto Anna está acosada por los pretendientes… mientras la exasperación crece en Giff, con cada hombre que sale al paso de esa belleza que consigue despertar en él un ardiente deseo. Hasta que decide no sólo reclamar su tesoro sino también a esa apasionada mujer que ya considera sólo suya. Tras superar muchos obstáculos, Griff volverá a Escocia con un tesoro: el corazón de su esposa.

ANTICIPO:
Lucy y Anna se colocaron detrás de sus padres y permanecieron pacientemente de pie mientras esperaban a ser anunciados. Lucy aprovechó la oportunidad de dar su opinión del vestido de Ana, despues de estudiarlo con ojos críticos.

— Deberías haberte puesto el collar de perlas. Iría bien con tu vestido.

Anna la fusiló con la mirada.

— ¿Te refieres al que llevas? ¿Al mío? ¿El que dijiste que tenías que llevar o no asistirias al baile de esta noche?

— ¿Realmente dije eso? – preguntó Lucy inclinando la cabeza con coquetería – Bien yo… ¡Oh! ¿Quién es ese? –preguntó poniendose de puntillas para mirar por encima del hombro de su padre.

Anna miró hacia el lugar donde indicaba Lucy y vislumbró a un hombre alto, ancho de espaldas que doblaba la esquina y se dirigía al salon de juego de los caballeros mientras Darlington, el mayordomo, anunciaba:

— Lord y lady Whittington… Señorita Anna Addison… Señorita Lucy Addison.

Su padre le ofreció el brazo a su madre, y los cuatro se introdujeron en el salón de baile.

Al instante varios jóvenes dandis se acercaron a Lucy, de quien se rumoreaba, para gran placer de esta, que era la debutante más atractiva de esa temporada. Anna permaneció pacientemente de pie, con una risa pegada en el rostro, como había estado haciendo toda su vida al lado de cualquiera de sus dos hermanas, sintiendose entre tímida e insignificante, mientras Lucy recibia los efusivos saludos de los jóvenes.

Pensaba que tan pronto encontrara un rincón tranquilo donde quedarse cuando notó que dos dedos le asían el codo.

Echó un vistazo por encima del hombro y sintió que una oleada de calor le recorría el cuerpo hasta llegarle al cuello y la cara, ya que la mano que agarraba su codo no era otra que la de él; alto, con el pelo castaño dorado, una sonrisa encantadora, y unos misteriosos ojos.

— Vaya, Sr. Lockhart — exclamó con una maliciosa sonrisa – Que casualidad encontrarle aquí, en un aburrido baile.

— ¿Aburrido? — preguntó él, levantando una ceja – no puedo entender lo que quiere decir, señorita Addison, no me perdería por nada el placer de ver a las encantadoras damas que Londres puede ofrecer.

Sus ojos la miraron de arriba a abajo.

— Y podría añadir que ver a alguien tan llena de feminidad y buena salud, es algo sublime.

El calor de su cuello se extendió rápidamente por todo su cuerpo, y Anna se rió por lo bajo, abrió el abanico y miró disimuladamente por encima de él.

— ¿Ha venido usted solo, Sr. Lockhart? ¿O tendremos el placer de ver también a su hermano y a la señorita Lockhart?

— Naturalmente, mi hermana ha venido en compañía de mis padres —dijo él, sonriendo como si supiera el efecto que causaba en ella – Por desgracia mi hermano Nigel, está en Bath esta temporada, tomando las aguas.

Mas bien eliminando la borrachera como todo el mundo sabía. En los salones de Mayfair no era ningún secreto que al señor Nigel Lockhart le gustaba más la bebida que comer, las mujeres o dormir. Anna sabía por Bette (quien lo sabía todo de todos) que cuando Drake regresó del continente, envió de inmediato a su hermano menor a Bath acompañado de un anciano tío hasta que abandonara la condenada bebida.

— ¿Qué es de usted, ma petite Anna Addison? – pregunto Drake, acercándose hasta casi tocarla — ¿Ha venido con sus padres? ¿Hay alguna posibilidad de que un caballero pudiera disfrutar del placer de su compañía para dar un paseo por los jardines bajo la luna llena? ¿O se vería forzado ese caballero a tener que aguantar también la presencia de su venerable padre? Anna se rió.

— Le aseguro a usted, señor, que si un caballero me acompañara a dar un paseo por un camino iluminado por la luna, mi padre sería el último en enterarse de ello, directamente detrás del vicario.

Lockhart sonrió abiertamente.

— Ah, señorita Addison, que terriblemente malvado por su parte. Seguramente tendré que buscarle y solicitar el permiso ¿verdad?

Anna apenas pudo evitar asentir impacientemente con la cabeza, pero le dirigió otra mirada por encima del abanico.

— Quizá – dijo encogiendose levemente de hombros, sin comprometerse.

— Hasta que salga la luna, entonces, señorita Addison — dijo Lockhart, y con un malicioso guiño la rodeó y se dirigió al lugar donde estaba Lucy, rodeada todavía de varios jóvenes.

Anna le miró subrepticiamente, esperando fervientemente que se limitara a saludarla y pasara de largo. Pero en cuanto él habló, el rostro de Lucy estalló en una encantadora sonrisa, le brillaron los ojos de color ámbar y Lockhart quedó atrapado en sus perfectas redes. Lucy tenía un envidiable éxito con los hombres, algo innato en ella que Anna era incapaz de explicarse.

Sin embargo, se dijo que a Lockhart no le importaban las atenciones de Lucy, que simplemente estaba siendo cortés; y luego intentó desesperadamente creerselo. Aunque mirarle; la encantadora forma de inclinar la cabeza, la amplia sonrisa; era tan doloroso que sintió el impulso de meterse en medio y romper la feliz reunión.

Fue su hermana, lady Featherstone, quien la detuvo apareciendo de repente a su lado.

— ¿A quien estas mirando con tanta atención? – preguntó Bette besándole la mejilla.

— ¿Qué? – preguntó Anna, fingiendo la sorpresa — ¿Por qué supones que estoy mirando a alguien. No hay casi nada ni nadie que me llame la atención.

— Hay alguien que podría hacerlo – dijo Bette deslizando la mano en el hueco del brazo de Anna y forzándola a andar alrededor de la pista de baile – Nunca adivinarias quien está entre los asistentes de esta noche.

— ¿Quién?

“ No, no… adivina — dijo Bette, dandole un codazo.

— ¡Bette! — exclamó Anna — ¡No puedo adivinar! ¿Quién?

— ¡Oh, está bien! — dijo Bette, mirandola con el ceño fruncido por no seguirle el juego – El escocés.

Anna levantó la vista al instante al oir eso. Se había sentido intrigada con la mención de un escocés, hacía un mes más o menos; cuando los rumores de un conde escocés con negocios en Londres, habían empezado a recorrer los salones. Había causado sensación; la verdad; se decía que él era muy divertido, rico, atractivo, y que necesitaba una esposa; desde luego, esto último era pura especulación, pero el hecho de que fuera escocés añadía un toque de emoción al juego habitual.

Casualmente, Anna había conocido a un escocés con anterioridad; en la última temporada, cuando el Capitán Lockhart había aparecido en la sociedad por un tiempo demasiado breve.

En aquella ocasión ella había estado en la fiesta de los Lockhart, y como Drake aún no había vuelto del Continente, estaba bastante aburrida. Hasta que Barbara Lockhart, la inaguantable filistea, le había presentado a su primo escocés, y al instante Anna se había sentido cautivada por su acento, su impaciente expresión, y la cicatriz que le cruzaba la mejilla. Esa tarde se entretuvo en seguirle y cuando le encontró solo y registrando el pequeño estudio de los Lockhart, se había sentido sumamente excitada.

Su recompensa había sido un beso muy apasionado que la había dejado débil y sin aliento y muriendose por más. Lamentablemente, el hermoso escocés había desaparecido sin dejar rastro solamente unos días después… al mismo tiempo que lo había hecho la reclusa Ellen Farnsworth.

Aquella extraordinaria coincidencia, unida a ese extraordinario beso, había fascinado a Anna.

Algunos especularon con que señorita Farnsworth se había ido de buen grado con el capitán, después de todo tenía una reputación a ese respecto. Otros dijeron que el capitán la había secuestrado, y que el viejo Farnsworth era demasiado agarrado para pagar el rescate. Y mentes todavía más inteligentes argumentaron que no había ninguna conexión en absoluto entre las dos desapariciones, insistiendo mucho en que el escocés simplemente había vuelto a Escocia y la señorita Farnsworth a Cornualles.

Independemente de cual fuera la verdad, Anna había inventado una gran aventura romántica en su mente, y la historia estaba tan profundamente grabada en su imaginación que, durante el año pasado, había devorado todo lo relativo a Escocia; leyendas, libros de viajes y viejos mapas. Escocia parecía mágica, una tierra donde el tiempo no parecía transcurrir tan lentamente como aquí, en la zona de Mayfair en Londres.

Por lo tanto, la mención de otro escocés excitó a Anna, y deseó fervientemente que se lo presentaran.

— Allí está — dijo Bette, tocándole el brazo con su abanico mientras paseaban a lo largo de la pared del sur del salón de baile.

Anna miró donde su hermana indicaba y vió un grupo de hombres conversando. Reconoció unas fuertes espaldas como pertenecientes al mismo caballero que habían entrevisto Lucy y ella mientras esperaban a que las anunciaran. Se sorprendió ya que creía que el conde debía ser más mayor. El escocés era tan alto como el capitán, pero no tan fuerte. Su pelo, casi negro, estaba echado hacia atrás y era más largo de lo normal, pero sin embargo estaba peinado de la manera habitual. Sus hombros eran completamente cuadrados y su cintura estrecha, y no encorsetada como muchos otros caballeros de la alta sociedad.

— ¿Me presentas? – susurró Anna — ¡Venga, dime que si!

Bette se rió.

— ¿Te gusta, no? Pero a mi tampoco me lo han presentado correctamente.

Al ver la mirada suplicante de Anna volvió a reir.

– Bueno, veré lo que puedo hacer.

Giñándole un ojo a Anna y dándole un golpecito en el hombro con el abanico, se fue en busca de alguien que pudiera presentarlas, dejando a Anna sola junto a las gruesas cortinas de brocado.

Anna abrió el abanico y lo sostuvo de modo que pudiera explorar el recinto disimuladamente. El escocés y los otros caballeros estaban profundamente sumidos en la conversación y para su gran consternación, Drake todavía estaba en compañía de Lucy. Desde donde estaba, podía ver a su hermana riendose con timidez.

Incapaz de contemplar el coqueteo entre su hermana y el hombre que ella tanto admiraba, Anna se dio la vuelta; con lo cual vio a la señorita Crabtree, sola, sentada en el borde de su asiento, con las manos unidas en su regazo. La pobre, tenía la doble desgracia de ser bastante simple y tener un tono de voz muy bajo. La combinación de ambas siempre la mantenía apartada del resto y ni siquiera en las raras ocasiones en que un alma amable se compadecía de ella e intentaba darle conversación, nadie podía oír ni una palabra de lo que la chica decía.

A Anna le costaba soportarlo; la alta sociedad podía ser muy cruel a veces; de modo que empezó a dirigirse hacia la señorita Crabtree con la intención de hablar con ella. Pero mientras se acercaba se dio cuenta de que el conde escocés y el señor Fynster—Allen tambien se hacian lo mismo, y era evidente que iban a hablar con ella.

La pobre señorita Crabtree también se había percatado y, más blanca que el papel, intentó sentarse un poco más recta.

El sr. Fynster—Allen fue el primero en llegar, y se inclinó para decirle algo. La señorita Crabtree asintió al instante, permitiendo que él la ayudara a levantarse y mirando inquieta al conde escocés, que en ese momento avanzó un paso e hizo una profunda reverencia.

Anna contuvo el aliento cuando le vio delante de ella. Santo cielo, era extraordinariamente guapo, con una mandíbula cuadrada, una nariz aguileña, y unos profundos y mágnificos ojos verdes. Y cuando sonrió; su sonrisa, tremendamente seductora; fue tan brillante y cálida que pudo notar que se le agitaba el estómago mientras la señorita Crabtree hacía una muy torpe reverencia, de la cual la rescató el conde extendiendo la mano y sujetándola.

La señorita Crabtree (bueno, y Anna también) casi se desmayó; miró al conde echando la cabeza hacia atrás para poder verle bien, con la boca abierta.

Para gran asombro de Anna, el conde le ofreció el brazo, la señorita Crabtree posó en él su temblorosa mano, y él la condujo a la pista de baile.

La separación de las aguas del Mar Rojo no debió ser más espectacular, porque ni una sola persona en el salón de baile dejó de notar su excepcional acto de bondad.

La llevó sin esfuerzo y con gracia hasta la pista y las diminutas garras de la envidia se apoderaron de Anna. La pareja evolucionó delante de la orquesta debajo de la lámpara de araña de seis pisos que colgaba del techo, y por delante de las puertas ventanas que daban a los jardines; pero entonces algo llamó su atención y casi dejó caer el abanico.

Justo detrás de la radiante señorita Crabtree, Drake y su hermana salian a la noche.

Se le hundió el corazón; al instante comenzó a andar en aquella dirección, yendo contracorriente de la gente, abriendose camino entre las sillas, la muchedumbre y la ridicula cantidad de plantas decorativas que encontró hasta salir a la galería; pero no les vió por ninguna parte.

Olvidando a las parejas que están de pie a su alrededor, Anna permaneció allí varios minutos, debatiendose entre salir a los jardines o discutiendo simplemente esperar que no fuera lo que parecía y volver al salón de baile. Pero como creyó que su corazón no podría soportar verles abrazados a la luz de la luna, finalmente agachó la cabeza, se volvió y retrocedió hasta las puertas ventanas, casi chocando con la señorita Crabtree, quien, con un brillo de sudor en la frente, sonreía abiertamente con excitación.

— ¡Señorita Addison! — gritó radiante y con mucha franqueza — ¡No sabía que estaba usted aquí esta noche!

Anna se recuperó.

— No podía perdermelo – dijo esbozando una sonrisa.

¡Y oh! el conde escocés estaba de pie detrás de ella. Su mirada viajó hasta sus oscuras cejas, una de ellas enarcada con diversión por encima de sus ojos verdes.

— ¿Ha tenido usted el placer de conocer a Lord Ardencaple? – preguntó la señorita Crabtree, y Anna sólo pudo negar con la cabeza mientras mantenía la mirada fija en los labios de él.

— ¿Puedo presentarle a mi buena amiga la señorita Addison?

De algún modo Anna logró levantar su mano y hacer una reverencia. Él sonrió agradablemente, cogió su mano entre las suyas y se inclinó rozando sus nudillos enguantados con los labios.

— Es un placer conocerla, señorita Addison — dijo él con un encantador y melodioso acento.

Su mirada permaneció fija en la sonrisa de esos encantadores labios tan masculinos.

— El placer es todo mío, milord— refunfuñó Anna.

Él levantó una ceja con curiosidad, pero Anna no podía hablar, incluso le costaba moverse. Lord Ardencaple le sonrió a Amelia Crabtree.

— ¿Tomamos un poco el aire, señorita Crabtree?

— Estaría encantada — dijo ella, con una radiante sonrisa.

— ¿Nos perdonais entonces, señorita Addison? — preguntó él.

Sin poder hacer uso de su lengua, Anna asintió desconcertada con la cabeza y se apartó. Cuando se iban, el conde rió, pero Anna no podía apartar la mirada de su boca.

Eran unos labios extraordinarios para un hombre, llenos, maduros y bastante atractivos, como Anna debería saber; no olvidaría esos labios en su vida, y había pensado en ellos prácticamente a diario ya que había besado unos casi idénticos hacía un año en la fiesta de los Lockhart.

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17 Opiniones

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    Pluto
    on

    Es que no dice de que va disfrazado, y en la portada sale un señor en el trance de despelotarse, o sea, que se va a disfrazar pero seguimos sin saber de qué.

    "Anna Addison, dama de la alta sociedad a la que su afilada lengua y excesiva inteligencia han impedido contraer matrimonio."

    O sea, que sólo se casan los tontos. Mal empezamos.

    Ell le entragará a él lo que busca ("la preciosa reliquia familiar" me parece a mí que este jailander pierde aceite, ¿donde se ha visto a un jailander hecho y derecho buscando joyas) y mantendrá oculto el secreto del muchacho a cambio de que él la instruya en el arte de "seducir y enamorar a un hombre".

    Pues NO, por ahí no paso, aparte de que esta historia de pigmalión ya se a contado cien mil veces, incluido el enamoramiento final de pigmalión por su alumna, lo cierto es que en el arte de enamorar y seducir las mujeres son las que tienen mucho que enseñarnos a los hombres, seamos o no jailanders.

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    Frau Hesselius
    on

    "O sea, que sólo se casan los tontos". Las tontas, querrás decir.

    No entiendo por qué de un tiempo a esta parte todos son escoceses por este foro. Menudo rollo. ¿Una colaboradora nueva con un novio escocés? Pues podía cambiarse un poco el chip y meterme un trocito de Madrid, que yo con Daniel Mares siempre me río mucho.

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    Fergus
    on

    El highlander es todo un género en sí mismo dentro de la romántica.

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    lun
    on

    ¿Qué quiere decir eso de "todo un género en sí mismo"?

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    Wamba
    on

    Pues que dentro del género novela romántica hay un subgénero llamado novela romántica de highlanders. Igual que hay otro de n.r. de piratas. Te sorprenderías de la cantidad de libros de highlanders que se llegana a hacer.

    Supongo que va por modas, porque hace unos años fue el boom de las de castillos a lo Robin Hood.

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    Fergus
    on

    Exactamente, es tal y como lo ha explicado Wamba, el highlander escocés es igual que las novelas de Regencia, otro subgénero dentro de la romántica.

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    Wamba
    on

    Mi favorito es el de vikingos: esos agerridos y rudos vikingos de las portadas, con rimel y el pecho depilado. Oich! si es que están para comérselos! XD

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    mari carmen
    on

    Jo, Wamba me has dejado sorprendida como sabes tambien de "Romantica", ¿has leido alguno?????????. jejeje.

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    coronel pike
    on

    ¿Me podríais recomendar alguna de higlanders?

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    Wamba
    on

    Cómo era aquello… "nada humano me es ajeno". Pues después de 5 años en una librería, nada escrito me es ajeno 😀

    Cógete El highlander apasionado, que es el primero de una trilogía, que sigue con El highlander disfrazado y El highlander enamorado.La autora es Julia London, toda una institución en la romántica.

    Pero conste que yo no he dicho que sea bueno en ningún momento, eh?

    Si quieres algo que se pueda leer sin sentir grandes arcadas, Flores en el ático, de V. C. Andrews. La saga sigue, pero no los he leído y tengo entendido que decaen en picado.

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    aportivoytu
    on

    Pues el único recuerdo que yo guardo de Flores en el ático es que los nombres de todos los protagonistas empezaban por "C" (tipo Cathy, "Connie", "Chris"), lo que me pareció una soberana cursilez, y eso que era el líbro preferido de mi mejor amiga, y que ninguna de las dos teníamos más de quince años…

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    aportivoytu
    on

    Vamos, que mi sentido para el romántico clásico está poco desarrollado (perdón, pero antes le di al botón de enviar antes de tiempo)

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    Wamba
    on

    Ojo, no digo que sea un buen libro, sólo que se puede leer sin tener arcadas. Otra cosa es que la trama resulte creíble cuando uno reflexiona sobre ella, o los montones de defectos que tiene, que los tiene. Pero en comparación con lo que suele haber por la estantería de romántica, pues ya es bastante.

    PS: alguno que sepa catalán, ¿conoceis una expresión en castellano análoga a Déu ni dó?

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    coronel pike
    on

    Que grande, Wamba, yo también repito mucho esa frase: Nada humano me es ajeno.

    Creo que con los de Stevenson tengo ya suficientes highlanders, pero hace mil años, cuando estaba en el instituto, el tipo más duro de la clase (un tipo genial, conocido como el Pelos, que no hacia otra cosa que fumar canutos y leer novelas) me dejó un libro…Flores en el Atico, sí señor, ya ni me acordaba de ello.

    A mí lo que más me impresionó es cuando se enrollan los dos hermanos.

    Saludos, highlanders.

    PD. Duda existencial, ¿cuántos de nosotros podríamos ser portada de esas novelas? En un carnaval me disfracé de Señor de Ballantrae…

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    Wamba
    on

    Yo encajo con lo de los abdominales. De hecho, tengo uno muy desarrollado 😀

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    carlota
    on

    Pues chicos, desde mi punto de vista, algunas novelitas de romántica deberían ser de obligatoria lectura para los caballeros, podrían aprender unas técnicas , ejem, amatorias que seguro harían las delicias de sus damas ;))

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    Wamba
    on

    Según qué técnicas, ¿no pegarían más en ci-fi que en romántica? 😀

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