El hundimiento de la Casa Usher

Tras fijar su residencia en Filadelfia a finales de 1838, Poe pudo publicar su famosa antología Tales of the Grotresque and Arabesque y trabo conocimiento con el editor William Burton en cuyas publicaciones, pese a los conflictos entre ambos que acabaron en ruptura, aparecieron los ocho relatos recopilados en este tomo.

Los relatos más destacados son El hundimiento de la Casa Usher, que da título a esta entrega y William Wilson. El primero, uno de los más famosos del autor, está dedicado a retratar un ambiente de decadencia y locura; mientras que el segundo, se centra en el tema del doble, conciencia y fiscal de las actividades del protagonista.

En el libro también se incluyen tres piezas satíricas: :El hombre que se gastó, sobre los pioneros del Oeste; Por qué el francesito lleva la mano en cabestrillo, sobre la sociedad bienpensante de la época y El hombre de negocios, sobre la vida de un mercachifle consagrado al dinero.

La recopilación concluye con: la fábula apocalíptica La conversación de Eiros y Charmión; el ensayo humorístico La filosofía del mobiliario; el cuento El hombre de la multitud, que nos da ciertas claves de un Poe errabundo que parece estar aislado en un mundo interior e Instinto contra razón: una gata negra, debate entre la humanidad y la bestialidad que se intuye antecedente de otro se sus más famosos relatos: El gato negro.

ANTICIPO:
INSTINTO CONTRA RAZÓN: UNA GATA NEGRA

La línea que separa el instinto de la creación pura y la tan traída y llevada razón humana tiene, sin duda alguna, un carácter de lo más brumoso e insatisfactorio, esa línea de demarcación aun más difícil de precisar que la del nordeste del Oregón Puede que nunca se resuelva el interrogante sobre si los animales poseen o no razón; desde luego, no en nuestro actual estado de conocimientos. Mientras que el amor propio y la arrogancia del hombre le lleven a negar la capacidad de reflexión a las bestias, ya que admitir tal cosa parece significar la derogación de su propia y jactanciosa supremacía, se encontrara por siempre medido en la paradoja de denigrar por los instintos como facultad inferior, al tiempo que se ve obligado a admitir su infinita superioridad, en millares de casos, sobre esa misma razón que reclama en exclusiva. El instinto, lejos de ser un raciocinio interior, puede que sea el supremo intelecto. Se muestra a ojos del verdadero filósofo, como la obra de la propia Divinidad, actuando de inmediato a través de sus criaturas.

Los hábitos de la hormiga-león, así como los de muchas especies de arañas, y los del castor, muestran todos un parentesco prodigioso, o al menos bastante similitud, a las normales operaciones racionales del hombre —aunque el instinto de otras muchas criaturas no presenta tal analogía— y es explicable solo mediante el espíritu de la propia Deidad, que actúa directamente sobre los impulsos del animal, a través de órganos no corporales. Respecto a sus nobles clases de instintos, el pólipo del coral ofrece un ejemplo reseñable. Esta pequeña criatura creadora de continentes, no solo es capaz de levantar murallas contra el mar, con una precisión y propósito, y una adaptación científica y disposición, de las que muchos ingenieros habilidosos podrían sacar grandes lecciones, sino que ha sido bendecida con aquello que la humanidad no posee; el espíritu absoluto de la profecía. Pueden prever, con meses de adelanto, los simples accidentes que van a afectar a su morada y, ayudado por miles de hermanos, actuar como una sola mente (lo cierto es que de hecho obran con una sola; la mente del Creador) y trabajar con diligencia para contrarrestar influencias que solo existen en el futuro. Hay también consideraciones sumamente prodigiosas, en lo que a las celdillas de las abejas respecta. Recurramos a un matemático para resolver el problema de las formas magistralmente calculadas, de las celdillas que usan las abejas para obtener así la relación entre fuerza y espacio, y se encontrará enfrascado en las cuestiones más difíciles y peliagudas de la investigación analítica. Pidámosle que calcule el número de lados que debiera tener la celdilla para conseguir el máximo espacio con la mayor solidez, y que defina los ángulos exactos de la cubierta, con el mismo objetivo… y tendrá que ser un Newton o un Laplace para resolver la pregunta. Desde que las abejas son, han venido resolviendo de continuo el problema La gran distinción entre instinto y razón parece ser que, mientras que una es íntimamente más exacta, cierta y penetrante en su esfera de acción, en lo que toca a la otra, su esfera de acción es más amplia. Pero pareciera que estamos dando un sermón cuando nuestra intención era, simplemente, contar una historia breve acerca de un gato.

El que escribe estas líneas es propietario de una de las gatas negras más notables del mundo entero, y eso ya es decir mucho, ya que hay que recordar que todas las gatas negras poseen poderes mágicos. Lo primero de todo es que no tiene un solo pelo blanco, y que su comportamiento es recatado y casto. Esa parte de la cocina que la gata frecuenta con más asiduidad es solo accesible mediante una puerta que se cierra con pestillo; esos pestillos son bastante toscos y se necesita cierta fuerza y habilidad para abrirlos. Pero el caso es que ha desarrollado el hábito de abrir la puerta, cosa que hace como voy a relatar. Primero salta desde el suelo a la guarda del pestillo (que recuerda a la de un gatillo) y engancha ahí la pata izquierda. Luego, con la zarpa derecha, aprieta el pestillo hasta que se abre, cosa que por lo normal requiere varios intentos. Tras haber abierto, empero, parece darse cuenta de que ha realizado la mitad de la tarea; ya que, si la puerta no se abre cuando se suelte, el pasador del pestillo caerá de nuevo en su hueco. Lo que hace entonces es girar el cuerpo de forma que lleva su pata trasera justo debajo del pasador, y salta con todas sus fuerzas desde la puerta, de forma que el ímpetu del brinco hace que esta se abra, al tiempo que su zarpa trasera sujeta el pasador hasta que ha conseguido impulso.

Hemos presenciado este hecho singular un centenar de veces al menos, y nunca sin dejar de sentirnos impresionados por la verdad de la afirmación con la que hemos comenzado este artículo: que la frontera entre el instinto y la razón es de una naturaleza sumamente brumosa. La gata negra, para hacer eso, debe haber usado todas esas facultades perceptivas y reflexivas que nosotros tenemos por costumbre suponer que son las cualidades más destacadas de la razón pura.

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