← El oro de los dioses (Cañari 1) Príncipes de Irlanda → El juicio ajeno enero 02, 2007 Sin opiniones Andrew Taylor Género : Negra El hilo conductor de la trama de El juicio ajeno es un poema escrito por un ficticio poeta maldito, Francis Youlgreave, que se suicidó en lo que antaño fuera un pueblo y hoy es un suburbio de Londres, Appleyard. La trama gira inicialmente en torno a la macabra muerte de un gato, en la que algunos de los habitantes ven una advertencia, pero no tardan en surgir nuevos enigmas, con la llegada de una extraña pareja que se presentan como hermanos a una señorial mansión que nadie sabe a ciencia cierta cómo han podido pagar. A través de la mirada de David Byfield, un párroco viudo que está enamorándose de una editora, el autor va presentando a una amplia galería de personajes, cada uno de los cuales parece tener algo que ocultar en su pasado. La historia desemboca en un asesinato cometido por la hija de Byfield. Si bien el escenario y algunos de los personajes son comunes a Las cuatro últimas cosas, la época, los primeros setenta, es completamente distinta y viene muy marcada por el consumo de drogas y por nuevas formas de entender las relaciones sexuales. ANTICIPO: Hallamos el cadáver mutilado de Lord Peter la tarde del martes 13 de agosto de 1970. Fue la primera víctima de una serie de incidentes que arrancaron a finales del verano anterior, cuando conocí a Vanessa Forde…, o incluso antes, con Audrey Oliphant y La historia de Roth. Cada parroquia tiene su propia Audrey Oliphant e incluso a veces varias como ella; sus vidas giran en torno a la Iglesia y, en cierto modo, la Iglesia anglicana gira en torno a ellas. Audrey no podía evitar pasar por la vicaría cada dos por tres, y yo lamentaba no poder atenderla siempre con el afecto merecido. También me irritaba que el gato de Tudor Cottage entrara y saliera de la vicaría a sus anchas, capeando el tráfico de la calle principal para llegar. Podría decirse que la señora Oliphant vive aquí dijo un día mi hija Rosemary al final de una visita particularmente larga. Y si no viene ella, envía al gato en su lugar. Hace muchas cosas por nosotros señalé. Y por la parroquia. Cómo eres, padre. Siempre consigues encontrar y sacar lo mejor de cada uno, ¿eh? dijo Rosemary mirándome con una sonrisa, Pero es que me gustaría que nos dejara en paz. Me gusta más cuando estamos los dos solos. Audrey tenía, más de cuarenta y cinco anos, y era soltera. Había vivido en Roth toda su vida. Su casa, Tudor Cottage estaba situada en una plaza ajardinada en la parte norte, entre la tienda de ultramarinos de Malik y el edificio que albergaba el pub Queen´s Head. El jardín principal de su casa que daba a la plaza, era del tamaño de una colcha de matrimonio y lo separaba de la acera una verja de entra de entrada: que había un cartel que repintaba todos los años: ANTIGUO SALÓN DE TÉ TUDOR (Desde 1931) PROPIETARIA: SRA. A. M. OLIPHANT Teléfono: Roth 6269 Café por las mañanas Comidas ligeras Té y bollos con nata Se hacen reservas para fiestas Yo conocía aquel lugar desde hacía diez años. Y el negocio, que nunca había sido muy boyante, había ido decayendo desde entonces, cosa que concedía a Audrey tiempo de sobra para leer cantidades ingentes de novelas policíacas y para volcarse en los quehaceres de la parroquia. Una tarde primavera1 de 1969 se presento en mi casa sin avisar. Acabo de tener una idea magnífica Ah, ¿sí? No habré llegado en un momento inoportuno… pregunto, Un iniciando de este modo las cortesías de rigor:: un versículo y una respuesta seculares. En absoluto. ¿Seguro? Nada que no pueda esperar decía yo, mintiendo por educación. Iba a tomarme un descanso. La hice pasar a la salita y, haciendo de la necesidad virtud, le ofrecí una copita de jerez. Audrey era una mujer menuda y regordeta, y tema un rostro de rasgos aplastados, como si le hubieran comprimido en un tomo el cráneo cuando aún era maleable; habría sido una cara muy bien proporcionada, de no haber tenido tan juntos los ojos, los pómulos y las comisuras de los labios. Tomó un sorbito de jerez y retuvo el vino en la boca antes de tragarlo. Esta tarde en la biblioteca han entrado unos escolares a preguntar a la señora Finch si tenía libros de historia local. Y resulta que hay varios ejemplares de ciudades y pueblos vecinos, pero muy poca cosa acerca de Roth. Se interrumpió para tomar otro sorbo. Me encendí un cigarrillo, sabiendo ya lo que iba a decirme. Entonces me vino a la cabeza dijo y la papada le tembló de entusiasmo, ¿Y si alguien escribiera la historia de Roth? Seguro que a muchos les gustaría leerla. Y hoy en día aquí vive mucha gente que no tiene ni idea de cómo es el auténtico Roth. Qué idea tan interesante. Tendrás que decirme si puedo colaborar en algo. Quizá pueda resultar útil el registro de la parroquia. Tal vez lady Youlgreave tenga material interesante. Ella… Qué bien me interrumpió. Ya esperaba que te ofrecieras a ayudar. De hecho, tenía en mente una colaboración. Y he pensado que tú y yo nos avendríamos a las mil maravillas. Bueno, yo no diría que… Además se apresuró a decir, la historia del pueblo no puede separarse de la de la iglesia y su parroquia. Hasta podríamos dedicar un capítulo a los habitantes ramosos del pasado. Francis Youlgreave, por ejemplo. ¿Qué te parece? No sé si yo podría aportar gran cosa. Al fin y al cabo, tú eres quien conoce bien la historia del pueblo. Además, la falta de tiempo… Todo el entusiasmo desapareció de su rostro como el agua por un desagüe. Me sentía avergonzado por haberle dicho aquello, pero estaba irritado con ella. ¿Por qué insistía en hablar de Roth como si fuera un pueblo? Era un barrio de las afueras de Londres, idéntico a tantos otros. La mayor parte de la vida cotidiana de sus habitantes se desarrollaba en otra parte; en Roth, sólo atendían a sus necesidades mundanas, miraban la televisión y los domingos jugaban al golfo lavaban sus Fords Cortina. Lo entiendo perfectamente dijo Audrey mirando fijamente la copa vacía Era sólo una idea. Dime proseguí en un intento de acallar la culpa que me remordía, ¿te serviría de algo que echara un vistazo a una primera versión del libro? Levantó la vista y, con el rostro iluminado, respondió: Sí, te lo agradecería. Ya estaba decidido. Si Audrey no hubiera resuelto escribir una historia de Roth, tal vez no habría sucedido nada de cuanto ocurrió. Sé que es tentador culparla a ella, culpar a cualquier otro que no sea yo. Pero también que el destino tiene un modo de encontrar mediadores, y si Audrey no se hubiera ofrecido como sierva de la Providencia, lo habría hecho otro. Audrey terminó el ansiado libro a primeros de agosto de 1969. Rebosante de entusiasmo vino a verme con un manuscrito a lápiz casi ilegible. Por suerte era breve, principalmente porque no se sabe mucho de la historia de Roth. Desde la Edad Media, los pueblos vecinos más grandes han eclipsado este distrito de Londres. Al principio porque quedaba demasiado lejos del Támesis y, con el tiempo, de la línea de ferrocarril. Con todo, a juzgar por las viejas fotografías que Audrey había encontrado, Roth había sido un lugar hermoso y bastante bien conservado pese a estar a sólo veinte kilómetros del bullicioso distrito de Charing Cross. En la década de 1930 todo esto cambió con la construcción del pantano de Jubilee: doscientas ochenta y tres hectáreas del distrito, incluida la parte norte del pueblo, fueron anegadas bajo cuatrocientos cincuenta y cinco billones de litros de agua, es decir, sacrificadas para saciar la sed insaciable de los habitantes de Londres. No tardé en percatarme de que Audrey flojeaba en ortografía y en gramática. El texto consistía en retazos de suposiciones «¿Quién sabe? Quizás Enrique VIII se alojó en la vieja casa solariega, Old Manor House, de camino al palacio de Hampton Court» y citas, la mayor parte inexactas, a menudo extraídas de libros que había encontrado en la biblioteca. La convencí de que mandara pasar a máquina el manuscrito, y con diplomacia, o eso supuse yo, conseguí que el mecanógrafo incorporara con discreción algunas de mis correcciones. Revisé con Audrey la versión dactilografiada y la volví a repasar. Para entonces, ya estábamos a principios de septiembre. Ahora hay que encontrar una editorial que lo publique propuso Audrey. También podrías llevarlo tú misma a una imprenta. Pero estoy segura de que interesara a lectores de toda Inglaterra objetó. La historia de Roth es en muchos aspectos la historia de Inglaterra. Sí, en cierto modo sí, pero… Y, además, David me interrumpió, quiero que todos los derechos de autor vayan a parar al fondo de restauración. Hasta el último penique. Así que habrá que encontrar una editorial que nos vaya a pagar mucho dinero. ¿Por qué no vienes a cenar a casa mañana y lo hablamos? Quisiera prepararte algún plato especial para agradecerte todo el esfuerzo que has hecho se ofreció, mientras me daba unas palmaditas en el brazo Pareces un hombre de buen apetito. Por desgracia mañana no podrá ser. Los Trask me han invitado a cenar. Otra vez será. Otra vez será repitió. Era un alivio que los Trask me hubieran dado una excusa tan irrefutable como aquélla. A consecuencia de haber aceptado su invitación, dos personas murieron, otra fue a la cárcel y una cuarta ingresó en un hospital psiquiátrico. Tweet Acerca de Interplanetaria Más post de Interplanetaria »