El laberinto del Minotauro. Sir Arthur Evans, el arqueólogo del mito

Sir Arthur Evans (1851-1941) revolucionó los estudios arqueológicos de su tiempo, y la periodización de la historia de la humanidad, a raíz del espectacular descubrimiento a principios del siglo XX del palacio de Knosos, en Creta, que identificó con el laberinto del Minotauro y que reconstruyó en una de sus acciones más polémicas y controvertidas. Evans no sólo formuló una concepción de la cultura de la isla de Creta conocida como minoica, sino que obligaba a la comunidad científica a replantearse los auténticos orígenes de la sociedad europea. Basándose principalmente en los textos publicados e inéditos del sir Arthur Evans, tanto como en su rico y en ocasiones críptico epistolario, Joseph Alexander MacGillivray arroja luz sobre unas décadas trascendentales en el conocimiento de los orígenes de la humanidad, de las relaciones entre las culturas de Egipto y del Mediterráneo y en los vínculos entre los mitos y los hechos. Evans provocó una auténtica revolución en su día comparable a la que provocó Schliemann, descubridor de Troya. Por otra parte, su obra se desarrolla en un momento en que la consideración social y científica de la Arqueología era muy distinta a la de nuestros días, y la perfecta recreación que hace MacGillivray (conflictos con las excavaciones y tráfico y falsificación de piezas) resulta muy sorprende para quien no conozca la historia.

ANTICIPO:
El Museo Ashmolean era la base ideal para un hombre ensimismado y con interés por viajar como Evans. Pese a que el sueldo de conservador dejaba mucho que desear, las condiciones de residencia eran muy generosas, y el único compromiso firme que debía atender era dar charlas ocasionales sobre el desarrollo de la investigación llevada a cabo, y que estuviera relacionada con las colecciones del museo. Lo más atractivo del puesto era que el conservador podía y debía viajar para obtener nuevas adquisiciones. Se ausentaba con tanta frecuencia y, al parecer, de forma tan espontánea, que al conservador adjunto, Edward Evans (con el que no tenía ningún parentesco), le encantaba decir a quienes preguntaban por él que «el conservador, señor, está en algún lugar de Bohemia». En realidad, Arthur y Margaret hacían muchos viajes a Italia y, sobre todo, a Sicilia, donde su suegro se había embarcado en una historia monumental de la isla en todos los periodos, y donde Arthur amplió el estudio de monedas de su familia en las ciudades coloniales de Siracusa y Tarento. El artículo que publicaría en 1889 sobre los jinetes de Tarento fue aplaudido tanto en el ámbito de la historia antigua como en el de la numismática, una rama de aquélla.

Para crear un nuevo Museo Ashmolean, Evans consiguió el apoyo de Charles Drury Fortnum, el propietario de la tienda de ultramarinos de Piccadilly Fortnum and Masón, que buscaba un lugar permanente en el que guardar su colección de cerámica y piezas de bronce antiguas, mayólicas (loza italiana) y bronces y esculturas renacentistas. El procedimiento de adquirir de forma gradual el surtido de «tesoros» que Fortnum poseía, y de convencer a aquel coleccionista selecto de dotar al museo de los fondos necesarios para crear y mantener una calidad de exposiciones de talla mundial, fue una de las labores más agotadoras para Evans. Aunque le llevó muchos años conseguirlo, fue también uno de sus mayores logros.

En noviembre de 1886, Arthur, acompañado de su padre y su tío Sebastian, fue hasta Aylesford (en el condado de Kent) para hacer lo que la familia había hecho a lo largo de medio siglo, buscar utensilios del Paleolítico. Sin embargo, en esta ocasión diversificaron su atención en hallazgos más recientes que localizaban capas superficiales, los restos mortales de unos «antiguos britanos» entre los recipientes de arcilla del cementerio céltico. Los objetos de cerámica rústica no atrajeron tanto la atención de Evans como los de metal que había con ellos; sugirió que su origen podía ser griego o romano. Arthur se dedicó entonces a localizar objetos que habían salido a la luz en exploraciones que habían hecho con anterioridad en el cementerio. Así, en septiembre de 1887, regresó al yacimiento, contrató a seis obreros y dirigió una de las primeras excavaciones sistemáticas de un cementerio céltico en Gran Bretaña. Evans había aprendido algunos de los métodos de campo del general Pitt-Rivers quien, en 1880, en su finca de Cranborne Chase, había emprendido excavaciones a gran escala, en las que combinaba sus habilidades de oficial militar y jefe respetado para animar a su grupo de agricultores a llevar a cabo tareas de arqueólogo; en 1887, empezó a divulgar informes completos y detallados de sus descubrimientos. La diferencia entre los robos desconsiderados de antigüedades que Arthur Evans perpetraba en Trier en 1875, y las notas claras que tomó con dibujos de los lugares donde hallaba los objetos, así como el respeto que mostró por los objetos de Aylesford, revelan no sólo que había mejorado como arqueólogo de campo, sino que respetaba mucho más a los antiguos britanos y sus productos que a los romanos provincianos de Germania.

Aquel compromiso que Evans acababa de contraer con la arqueología también se refleja en una crítica que hizo en 1888 a un libro de Julius Nane sobre excavaciones de túmulos de la Edad de Bronce en la alta Baviera, en la que decía que Nane había hecho:

… una exploración concienzuda, además de dar una descripción sucinta del contenido hallado en la tumba de cada individuo, un aspecto de vital importancia que los exploradores suelen omitir, porque anteponen su fervor por encontrar reliquias a la paciencia que exige tomar notas científicas de sus observaciones. ¡Sé muy bien cuáles son las consecuencias: el consabido atlas y la édition de luxe, un «objeto disecado» de museo, y todo un capítulo de la historia antigua dedicado a una raza europea mutilada de forma irrevocable!

Parece ser que Evans estaba dispuesto a expiar el mal ejemplo que había dado en Trier.

En Aylesford, halló seis urnas funerarias intactas y recogió otros objetos del yacimiento en un catálogo detallado, en el que hacía un análisis minucioso que mostraba un profundo conocimiento tanto de las pautas más actuales de la arqueología europea del momento, como de la Grecia y la Roma clásicas y de otras civilizaciones. Había tres sepulturas que tenían losas con agujeros lo suficientemente grandes para introducir una mano. Evans estableció un parangón entre estos túmulos y los arcenes mortuorios de los indios natchez del noroeste americano, una muestra de su constante interés por encontrar paralelismos etnográficos en todo el mundo.

Evans empleó los resultados obtenidos en Aylesford para crear una nueva síntesis del arte y la sociedad celtas. Empezó a formular ideas sobre los vínculos entre las civilizaciones mediterráneas y los primeros grupos humanos de las islas Británicas y, en febrero y marzo de 1888, presentó sus primeras impresiones en una serie de conferencias sobre el arte y la cultura de la época céltica tardía. Leyó un informe completo de la excavación y de sus repercusiones en la Sociedad de Anticuarios de Londres el 5 de diciembre de 1889 y el 20 de marzo de 1890, y lo publicó bajo el título «On a Late Celtic Urn-Field at Aylesford, Kent» (De un cementerio de urnas de la época céltica tardía hallado en Aylesford, Kent), en la publicación periódica de la sociedad al año siguiente. No obstante, a medida que su interés por las civilizaciones del Mediterráneo oriental se hacía más intenso, Evans fue combinando su conocimiento y curiosidad por el arte celta con aquello que veía en las primeras culturas de las que hablaba Schliemann; al final, sacó una impresión del arte celta que debía parte de su vitalidad a su análisis de las civilizaciones micénica y egea.

Evans también estaba interesado por otro aspecto menos tangible de la cultura celta. El 6 de diciembre de aquel año, dio una conferencia pública, como le correspondía en calidad de conservador del Museo Ashmolean, sobre Stonehenge (el monumento prehistórico formado por una estructura de piedras colocadas en posición vertical, dispuestas en círculo, al sur de Inglaterra) y su posible función. Añadió una síntesis de las religiones indo-aria y teutónica para explicar el gran circulo de piedras coronadas, para lo cual propuso que aquellos enormes monolitos tan perfectamente alineados habían sido erigidos para rodear un árbol sagrado, una alusión al Yggdrasil de Wagner, el fresno del centro del mundo. A Evans le entusiasmaba la idea de adorar árboles, y también la de adorar un símbolo más duradero que la fuerza de un árbol, el pilar de piedra. Entendía ambos elementos como símbolos clave de un sistema de creencias de la Europa prehistórica, cosa que trató de verificar constantemente en sus documentos sobre arqueología.

A finales de 1888, Evans adquirió para el Ashmolean una colección de sellos «fenicios» del reverendo Greville Chester, que había trabajado en excavaciones en Palestina. Se trataba de unas piezas de un centímetro cuadrado de jade rojo y verde, amatista, cornalina y otras piedras semipreciosas, a menudo traslúcidas, con un agujero para llevar colgadas, y con minúsculas escenas grabadas de una complejidad asombrosa, dadas sus dimensiones. Se empleaban para controlar el acceso a lugares o documentos, el mismo uso que se ha dado a los sellos a lo largo de casi toda la historia. Al numismático que había en Evans le entusiasmaban estas escenas en miniatura de las gemas, que miraba de cerca para analizar minuciosamente, pero en la colección de Chester, que éste había adquirido en bazares de Grecia y Oriente Medio, también había un conjunto de sellos con unos peculiares caracteres inscritos que resultaban ilegibles, lo cual aumentaba su encanto en gran medida.

Las excavaciones de Schliemann habían demostrado el origen egeo de buena parte de lo que hasta el momento había sido clasificado bajo la categoría genérica de «fenicio» y, en 1883, el historiador de arte alemán, Arthur Milchhöfer, propuso que la fuente de muchos de los sellos que Schliemann había encontrado en Micenas y Tirinto, conocidas entonces también como «piedras de las islas» por menudear en las islas griegas, podía ser Creta. Evans observó que los símbolos de las piedras que Chester había adquirido en Creta eran muy similares, aunque no idénticos, a los signos que su compañero de Oxford, Sayce, había reconocido hacía poco como hititas; además, se parecían a los jeroglíficos egipcios, aunque se diferenciaban en algo. Al principio, las piedras grabadas no fueron más que un curioso enigma para Evans, pero en pocos años se convirtieron en su centro de atención, cuando se dio cuenta de que eran parte esencial de un rompecabezas histórico incipiente y muy atractivo, cuya importancia él fue el primero en comprender.

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2 Opiniones

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    luzma
    on

    :)Muy chevere que publiquen este libro es muy bueno°°

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    lbsilvina
    on

    Sir Arthur Evans revolucionó los estudios arqueológicos de su tiempo, y la periodización de la historia de la humanidad, a raíz del espectacular descubrimiento a principios del siglo XX del palacio de Knosos, en Creta, que identificó con el laberinto del Minotauro y que reconstruyó en una de sus acciones más polémicas y controvertidas. Evans no sólo formuló una concepción de la cultura de la isla de Creta conocida como minoica, sino que obligaba a la comunidad científica a replantearse los auténticos orígenes de la sociedad europea.

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