El prestigio

El Prestigio es la historia de una rivalidad que va más allá de los límites físicos y temporales. Alfred Borden y Ruper Angier son dos ilusionistas del Londres de finales del siglo XIX en busca de la fama mundial, enfrentados por un secreto que tiene que ver con la teleportación y que les llevará a un profunda rivalidad.

Ambos ambicionan un futuro brillante que pasa por ser, sencillamente, el mejor. La suya será una guerra silenciosa pero persistente que los invadirá por completo. Todos sus proyectos profesionales, su vida personal, sus ambiciones, sus sentimientos y sus pasiones se verán dirigidos hacia la única idea que gobierna su destino y que trascenderá a su propia existencia: lograr el truco perfecto.

ANTICIPO:
Lo que yo siempre había buscado era un resultado escénico espectacular, en parte para destacar el efecto de «El hombre transportado», y en parte para disfrazar su funcionamiento. Llegué a la conclusión, a partir de los artículos publicados en los periódicos, de que el señor Tesla era capaz de generar altos voltajes, los cuales podían brillar y destellar por todas partes, sin ningún peligro y sin provocar quemadura alguna.

Una vez que el señor Tesla se fue para regresar a Estados Unidos, su influencia permaneció conmigo. En poco tiempo Londres y otras ciudades comenzaron a suministrar pequeñas cantidades de electricidad a aquellos que podían costearlo. Debido a su naturaleza revolucionaria, la electricidad aparecía habitualmente en las noticias, siendo aplicada para un propósito o bien resolviendo otro problema. Un tiempo después, cuando me enteré de que Angier estaba montando una imitación de «El hombre transportado», comprendí que debía desarrollar el truco una vez más. Me di cuenta de que, sin mucha dificultad, probablemente podría aplicar la electricidad a mis necesidades y comencé una búsqueda a través de las oscuras existencias de los comerciantes científicos de Londres. Con la asistencia de Tommy Elbourne, mí ingénieur, me las arreglé para construir el equipamiento de «El nuevo hombre transportado». Años después seguiría agregándole cosas y mejorándolo, y en el año 1896 el nuevo efecto pertenecía definitivamente a mi espectáculo. Provocó una conmoción de elogios, el tintineo de las monedas, así como inútiles especulaciones con respecto a mi secreto. Mi truco se realizaba bajo un destello deslumbrante de luz eléctrica.

Daré un poco de marcha atrás. En octubre de 1891, me había casado con Sarah Henderson, a quien había conocido cuando formaba parte de un espectáculo realizado a beneficio de un albergue del Ejército de Salvación en Aldgate. Era uno de los ayudantes voluntarios, y durante el intervalo de presentaciones se había sentado informalmente conmigo mientras los dos tomábamos té. Mis trucos de cartas la habían divertido, y me desafió con coquetería a que realizara algunos más para ella sola, para que pudiera ver cómo los hacía. Lo hice porque era joven y hermosa, y disfruté enormemente de la expresión de desconcierto que veía en sus ojos.

Sin embargo, ésta no fue solamente la primera vez que hacía magia para ella: también fue la última. Mi destreza como prestidigitador se convirtió en algo irrelevante, comparada con lo que sentíamos el uno por el otro. Nos convertimos en compañeros de paseo después de nuestro encuentro, y no tardamos mucho en admitir que estábamos enamorados. Sarah no tiene antecedentes familiares en el teatro, ni en el de variedades, y de hecho era una joven de una familia de cierta clase. Es un testimonio de su devoción por mí que, a pesar de que su padre la amenazara con desheredarla, cosa que hizo después de un tiempo, siguiera siéndome fiel.

Después de nuestra boda, nos mudamos a unas habitaciones de alquiler en el área Bayswater de Londres, pero no tuvimos que esperar mucho tiempo a que el éxito me sonriera. En 1893 compramos la enorme casa en St. Johns Wood en la que hemos vivido desde entonces. El mismo año nacieron nuestros dos niños gemelos, Graham y Helena.

Siempre he mantenido separada mi vida profesional de mi vida familiar. Durante el período que estoy describiendo, practiqué mi profesión desde mi oficina y taller en la Avenida Elgin, y cuando tenía que irme de gira al exterior o a sitios más alejados de Gran Bretaña, no llevaba a Sarah conmigo. Cuando paraba en Londres, o entre giras, vivía tranquila y felizmente en mi casa con ella.

Hago hincapié en mi feliz vida doméstica, debido a lo que no tardaría en ocurrir.

¿Continúo?

Creo que debo hacerlo; sí. Sospecho que sé a qué me estoy refiriendo.

Había estado publicando anuncios en periódicos teatrales, solicitando una nueva asistente, porque la que tenía en aquel entonces, Georgina Harris, planeaba casarse siempre temí el trastorno que causaría la llegada de un nuevo miembro a la plantilla del personal, especialmente uno tan importante como el asistente en el escenario Cuando Olive Wenscombe escribió y solicitó una entrevista no parecía lo suficientemente apta, y su carta permaneció sin respuesta durante algún tiempo.

Tenía, decía en su carta, veintiséis años. Era un poco mayor de lo que yo hubiera querido, y proseguía describiéndose a si misma como una danseuse cualificada que se había pasado al trabajo de asistente de magos. Muchos ilusionistas emplean a bailarinas por su aspecto y por la flexibilidad de sus cuerpos, pero yo siempre he preferido a las jóvenes con cierta experiencia en el campo de la magia, en lugar de aquellas que se dedicaban a ello simplemente porque se les había ofrecido un trabajo alguna vez en el pasado. De todas formas, la carta de Olive Wenscombe llegó en uno de esos momentos en que las buenas asistentes eran difíciles de encontrar, así que finalmente concerté una entrevista con ella.

El trabajo de asistente de un mago no es fácil, y no hay mucha gente que esté cualificada. Una joven debe poseer ciertas características físicas. Tiene que ser joven, por supuesto, y si no es naturalmente hermosa, entonces debe tener facciones agradables, capaces de transmitir belleza Además de esto, su cuerpo debe ser delgado, ágil y fuerte Tiene que estar dispuesta a estar de pie, agachada, arrodillada o acostada en lugares reducidos, generalmente durante vanos minutos, y al ser liberada aparecer perfectamente relajada y sin ninguna marca de su período de encierro. Sobre todo, debe estar dispuesta a soportar las inusuales demandas y las extrañas solicitudes que le hace su jefe, para conseguir realizar sus trucos.

La entrevista de Olive Wenscombe tuvo lugar, como todas las demás, en mi taller de la avenida Elgin. Allí, entre cajas abiertas y cubos de espejos y nichos con cortinas, se encontraban expuestos muchos de los secretos de mí trabajo. A pesar de que nunca puse demasiado empeño en mostrarle a ninguno de mis empleados exactamente cómo se hacía algún truco, a menos que, por supuesto, ese conocimiento fuera esencial para su participación en el mismo, lo cierto es que quería hacerles ver que cada truco tenía una explicación racional y que yo sabía lo que estaba haciendo. En algunos trucos escénicos, y algunos de los que he realizado, se utilizan cuchillos o espadas e incluso armas de fuego, y parecen peligrosos desde el auditorio. «El nuevo hombre transportado», en particular, con sus reacciones eléctricas explosivas y nubes de descargas de carbón, ¡habitualmente les da un susto de muerte a las personas sentadas en las primeras seis filas de cualquier presentación! Pero yo no quería que nadie que trabajara conmigo se sintiera en peligro. El único truco cuyo secreto guardaba maniáticamente era «El nuevo hombre transportado», y su mecanismo permanecía en misterio incluso para la joven que compartía el escenario conmigo hasta un segundo antes de que comenzara el truco.

Así, debe quedar claro que no trabajo completamente solo, al igual que ningún otro ilusionista moderno. Además de mis asistentes en el escenario, tenía trabajando para mí á Tomas Elbourne, mi irreemplazable ingénieur, y dos de sus propios jóvenes artesanos, que lo ayudaban a construir y a mantener los artefactos en buenas condiciones. Thomas ha sido mi empleado casi desde que empezó mi carrera, y antes había estado en la Sala Egyptian, con Maskelyne.

(Thomas Elbourne conocía mi más preciado secreto tenía que saberlo. Pero yo confié en él; tenía que hacerlo)

Digo esto de la forma más simple posible, para expresar la simplicidad de mi confianza en él. Thomas había trabajado con magos durante toda su vida, y ya nada le sorprendía. Casi todo lo que yo sé acerca de la magia lo he aprendido de él de una forma u otra. Sin embargo, ni una sola vez, en todos los años que trabajé con él —se retiró hace algunos años—, reveló explícitamente ningún secreto de otro mago, ni a mí ni a nadie. Poner en duda su confianza sena poner en duda mi propia cordura. Thomas era un londinense de Tottenham, un hombre casado y sin hijos. Era vanos años mayor que yo, pero nunca descubrí exactamente cuántos. Para cuando Olive Wenscombe comenzó a trabajar para mí debía de tener casi setenta años )

Decidí emplear a Olive Wenscombe casi tan pronto como llegó. No era ni alta ni ancha; tenía un cuerpo delgado y atractivo. Mantenía su cabeza erguida cuando caminaba o cuando estaba de pie, y su rostro tenía rasgos bien definidos. Había nacido en Estados Unidos y tenía un acento que ella identificaba como de la costa Este pero había vivido y trabajado en Londres durante varios anos. Se la presenté lo más informalmente posible a Thomas Elbourne y a Georgina Harrís, y luego le pedí las referencias que traía, cualesquiera que fuesen. Generalmente daba mucha importancia a las referencias al evaluar a un candidato, porque la recomendación de un mago cuyo trabajo yo conocía casi seguramente le garantizaría el puesto al candidato. Olive había traído dos referencias; una era de un mago que trabajaba en los pueblos de veraneo de Sussex y Hampshire, cuyo nombre no reconocí, y la otra era de Joseph Buatier de Kolta, uno de los mejores magos aún vivos. Estaba, lo admito, impresionado. Pase silenciosamente la carta de De Kolta a Thomas Elbourne, y observé su expresión.

—¿Durante cuánto tiempo trabajó para el señor De Kolta? —le pregunté.

—Solamente durante cinco meses —dijo—. Fui contratada para una gira por Europa, y me dejó ir cuando acabó.

—Ya veo.

Después de eso, emplearla fue una formalidad, pero aun así sentía que debía hacerla pasar por las pruebas acostumbradas. Georgina había venido para eso, y no sería justo pedirle a cualquier candidato, incluso uno tan experimentado como Olive Wenscombe, que demostrara sus habilidades sin la presencia de una acompañante femenina.

—¿Has traído un traje para ensayar? —le pregunté.

—Sí, señor.

—Entonces, si fueses tan amable…

Unos minutos más tarde, llevando un traje ceñido, Olive Wenscombe fue llevada por Thomas hasta una de nuestras cajas, y le pidió que se introdujera en ella. La aparición de una joven viva y saludable de lo que parece ser una caja vacía es uno de los recursos tradicionales de la magia. Para conseguir dicho efecto, la asistente debe introducirse en un compartimiento secreto, y cuánto más pequeño sea el compartimiento más sorprendente resulta el truco. La cuidadosa elección de un traje voluminoso, de colores llamativos y con cintas brillantes cosidas a la tela para atraer y reflejar la luz de los focos, acrecentará el misterio. Era obvio para nosotros que Olive se mostrara muy versada en compartimentos secretos y paneles." Thomas la llevó primero a nuestro «Palanquín» (que incluso en aquella época raras veces utilizábamos en la actuación, puesto que el truco se había hecho muy conocido); ella sabía exactamente dónde estaba el compartimiento secreto y enseguida se metió dentro.

Luego, le pedimos que intentara realizar el truco conocido como «Feria de vanidades», en el cual una mujer atraviesa un sólido espejo. No es un truco difícil de ejecutar, pero sí requiere agilidad y rapidez de movimiento por parte de la chica. A pesar de que Olive dijo no haber formado parte en este truco antes, una vez que le mostramos el mecanismo, demostró que podía escurrirse a través del espejo a una velocidad admirable.

Únicamente quedaba la necesidad de evaluarla en lo que respectaba a su tamaño, a pesar de que para aquel entonces Thomas y yo de buena gana habríamos construido algunos de los artefactos para ella si hubiera resultado ser muy alta. No deberíamos habernos preocupado. Thomas la colocó dentro de la caja utilizada para el truco llamado «La princesa decapitada» (un espacio notoriamente reducido para la mayoría de las asistentes, y que requiere varios minutos de incómoda inmovilidad), pero ella fue capaz de entrar y salir con soltura, y dijo que no le resultaría angustiante quedarse dentro tanto tiempo como fuera necesario.

Basta decir que Olive Wenscombe demostró ser más que apta en todas las pruebas habituales, y tan pronto como concluyeron los preliminares, la retuve con el salario habitual. Al cabo de una semana, estaba lista para participar en todos los trucos de mi repertorio. A su debido tiempo, Georgina se fue para casarse con su pretendiente, y Olive ocupó su lugar como mi asistente a tiempo completo.

¡Qué pulcro parece todo cuando lo escribo, qué tranquilo y profesional! Ahora que he escrito la versión «oficial» de Olive, permítanme, honrando nuestro pacto, agregar la imborrable verdad, la verdad que hasta ahora he ocultado a todos los que más importa. Olive prácticamente me puso en ridículo, y debo añadir el informe verdadero.

Georgina no estuvo presente en la entrevista, por supuesto. Ni yo tampoco. Tommy Elbourne estuvo allí, pero como siempre se quitó de en medio. Ella y yo de hecho estábamos solos en mi taller.

Le pregunté a Olive si había traído un traje, y dijo que no. Me miró directamente a los ojos al decirme esto, y se produjo un largo silencio mientras yo pensaba en lo que eso significaba y lo que ella debía de pensar que eso significaba. Ninguna joven que se presentara para el puesto esperaría ser contratada sin ser medida o examinada o puesta a prueba de alguna forma. Las candidatas siempre traían un traje para ensayar.

Bueno, aparentemente Olive no. Entonces dijo: —No necesito un traje, cariño.

—No hay ninguna acompañante presente, querida —dije.

—¡Supongo que podrás conformarte con eso! —dijo ella.

De repente se quitó la ropa, y lo que llevaba debajo eran prendas de tocador; se quedó con ropas que eran indecorosas, holgadas y propensas a accidentes. La llevé hasta el «Palanquín» donde, a pesar de que obviamente sabía lo que era y dónde debía esconderse, me pidió que la ayudara a entrar. ¡Esto requería un gran contacto íntimo con su cuerpo semivestido! Lo mismo sucedió cuando le mostré el mecanismo de «Feria de vanidades». Aquí simuló tropezarse cuando pasaba por la trampa y cayó en mis brazos. El resto de la entrevista se realizó en el sillón que se encontraba en el fondo del taller. Tommy Elbourne se retiró silenciosamente, sin que ninguno de nosotros dos se diera cuenta. Al menos, no se encontraba allí más tarde.

El resto es sustancialmente cierto. La contraté, y aprendió a actuar en todos los trucos en los que la necesitaba.

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