← Leila.exe La banda de la misericordia → El río septiembre 15, 2006 19 Opiniones Wade Davis Género : Viajes En 1941 el profesor Richard Evans Schultes (1915-2001), uno de los fundadores de la etnobotánica y de la etnofarmacología, y que después sería, hasta el día de su muerte, el director del Museo Botánico de Harvard, desapareció en la selva amazónica, donde pasó los siguientes doce años de su vida, consagrados a la exploración de ríos que no figuraban en los mapas, la recolección de plantas desconocidas para la ciencia y el estudio de las costumbres de varias tribus indígenas de Ecuador, Perú, Brasil, Bolivia, Venezuela, y particularmente Colombia. Regresó a la Universidad de Harvard en 1954 para impartir clases de Botánica, con el tiempo se convertiría en catedrático, pero su pasión por el Amazonas le hizo volver a un escenario tan fastuoso con sus estudiantes, ya que sostenía que los pueblos que han vivido en un complejo entorno natural durante mucho tiempo adquieren profundos conocimientos de su riqueza botánica. Tweet Acerca de Interplanetaria Más post de Interplanetaria »
Frau Hesselius on 18 septiembre, 2006 at 7:44 pm Parece muy entretenido y aleccionador. ¿Alguien lo ha leído? Es que me tardará en llegar. Répondre
Pluto on 8 octubre, 2006 at 6:00 pm Quizá ya te ha llegado, Frau, y eres tú la que nos puedes dar una opinión. No se nada de ese libro. Del Amazonas solo conozco el de Javier Reverte, que no lo he leído pero vi una larga entrevista en tv a propósito de él y de verdad que a ese hombre es una placer escucharlo hable de lo que hable, un tío lleno de humor y sensibilidad. El Amazonas es siempre un asunto tentador. Lo sobrevolé una vez camino de Perú, en un Boeing desde el que solo se veía una océano de verde, sin matices, y juro que si me hubieran dejado me lanzo en paracaidas, allí mismo. A lo Indiana Jones. Pero ya lo dijo alguien: todos queremos ser Indiana Jones, y en realidad somos Mister Bean. Répondre
Frau Hesselius on 8 octubre, 2006 at 6:03 pm Calla, que prefiero soñar con Indiana cuando era joven. No sé si me ha llegado: me pasé esta semana por la librería pero no pregunté por él. (No me apremies: que yo estoy a lo mío, con Kapus, aunque tú aún no te hayas enterado). Répondre
Frau Hesselius on 25 noviembre, 2006 at 12:31 pm Bueno, ya llevo cien páginas de las casi 700 que tiene el libro. Las experiencias de los etnobiólogos que protagonizan el libro son interesantísimas. El relato se inicia en los años setenta en Medellín, antes de que tomara entidad su famoso Cartel, con un investigador veinteañero que se internará en la vorágine y que cuenta a su vez la historia de un profesor suyo de Botánica, que vivió en las selvas amazónicas algunas décadas atrás. Pero la traducción es tremenda. ¿Existe en castellano la palabra escogencia? ("la escogencia de las palabras, la escritura elegante, el tono a la vez íntimo y formal, eran como las cartas de un caballero victoriano", pág.18) Répondre
Lobo on 25 noviembre, 2006 at 1:09 pm En América Central, Colombia, República Dominicana y Venezuela, sí. Esto es lo de siempre, de lo que se queja un porrón la peña, las importaciones. Una de las cosas que me más preguntan a la hora de comprar un libro es si la traducción es española o maqueada. Ya sabes, pagas la tercera parte, le metes una limpieza y por eso luego no hay quien entienda los giros del puto libro. Répondre
Lobo on 25 noviembre, 2006 at 1:10 pm Iría mucho mejor la palabra selección, y en todo caso, siempre podía haber utilizado el término escogimiento, que es castellano RAE en mano. Répondre
I on 25 noviembre, 2006 at 1:12 pm Pues macho, los libros no los rebajan un tercio precisamente. Répondre
Palmira on 25 noviembre, 2006 at 3:52 pm Perdona, Lobo, pero escogencia también es lengua española diccionario RAE en mano. Se utiliza en América Central, Colombia, Venezuela y República Dominicana, es decir, por más de setenta millones de hispanohablantes, más de los que viven en España. La lengua española no es patrimonio de una sola nación. Répondre
Saulo on 25 noviembre, 2006 at 5:36 pm Castellano y español no son lo mismo. El gallego, por ejemplo, es un idioma del estado español. Hay tantos castellanos como países, por supuesto, pero la RAE lo identifica el término mencionado como un localismo y recomienda otro término. Por otra parte, estoy con Lobo en el planteamiento. Los libros tienen nacionalidad. Si los compramos aquí, tienen que entenderse aquí. Lees páginas y flipas porque los personajes nunca están de pie, se paran; manejan, no conducen; dicen boludeces, no gilipolleces o tonterías… y en general, tienen que poderse entender aquí, con o sin RAE. Répondre
Lobo on 25 noviembre, 2006 at 5:48 pm No, Palmira, es un localismo identificado como tal por la RAE. En esos países tiene un significado y aceptación del que carece fuera de ellos. Répondre
Alberto on 25 noviembre, 2006 at 8:00 pm El problema no es tanto que busquen traductores americanos (que los hay muy buenos) sino que, entre estos, seleccionan a los que cobran menos (que no suelen ser los mejores) De ahí el abuso de localismos. Répondre
Pluto on 25 noviembre, 2006 at 8:24 pm Y, al margen del traductor, ¿no tienen las editoriales correctores de estilo? Répondre
NormanBates on 25 noviembre, 2006 at 8:32 pm Realicé ese trabajo durante unos pocos meses antes de sacarme las oposiciones y era aterrador ver cómo llegaban los textos. Lo que quiero indicar es que fácil corregir cuando un texto tiene tres o cuatro mil errores, pero cuando la mitad está plagada de erratas y la otra mitad no se entiende (por eso hay que consultar el original del inglés) resulta muy complicado que el texto final sea fino. Y además de ser una paliza, por cierto, pagaban una miseria y daban un tiempo récord. De esta experiencia no hace más de un par de años, por lo que deduzco que aún puede aplicarse. A continuación, vino un corrector ortotipográfico y se hicieron dos pruebas. No voy a mencionar los títulos, pero me quedé con mal sabor de boca. Sé que la diferencia entre lo que recibimos como materia prima y lo que se publicó es infinitamente mejor, pero no quedó bien, y eso es lo que percibe el lector. No es que yo sea el mejor filológo del mundo, no lo soy, ni tampoco fui el mejor corrector, por eso no seguí por ese camino y me le eché codos, pero me esforcé cuanto pude porque los libros se entendieran. Répondre
NormanBates on 25 noviembre, 2006 at 8:35 pm Respecto a los localismos que menciona Alberto, he de decir que en muchas ocasiones era incapaz de discernir qué rayos decían en páginas y páginas de diálogo. Tenía que repasarlo con el original inglés delante para enterarme, pero claro, como luego había que dar más pasadas para corregir estilo y quitar el mayor número posible de erratas. Aun así, llega un momento que te acostumbras y no los ves hasta que el libro está impreso. Al menos, ésa es mi experiencia. Répondre
Alberto on 25 noviembre, 2006 at 9:13 pm El problema es que la corrección también hay que pagarla, darle tiempo a los correctores e incluso pagar segundas o terceras correciones. Si un texto llega plagado de errores hay que invertir un extra en la correción, cosa que rara vez se hace si se está racaneando en la traducción. Répondre
Alberto on 25 noviembre, 2006 at 9:15 pm A parte de que hay mucha editorial que decide prescindir del corrector por completo (¿para qué? le pasas el corrector de word y listo) Répondre
Palmira on 27 noviembre, 2006 at 9:26 am Sobre los localismos: te doy toda la razón, Lobo, "escogencia" es un localismo y sería preferible haber utilizado en la traducción un término del acervo común. Subrayo en la traducción porque si se tratara de un libro escrito directamente en español el uso de un localismo no solo no estaría fuera de lugar sino que podría embellecer el estilo: pienso por ejemplo en Gabriel García Márquez y en Mario Vargas Llosa, que utilizan términos y expresiones de Colombia y Perú con mucha fortuna. Répondre
Magnolia de acero on 20 diciembre, 2006 at 12:57 pm Después de este largo devaneo con la filología no me ha quedado claro si este libro sobre el Amazonas vale la pena o no. Répondre
Frau Hesselius on 20 diciembre, 2006 at 1:34 pm Al margen de lo que criticábamos, sí, El río vale muchísimo la pena. Su autor, Wade Davis, comenzó el relato después de la muerte de su novio, víctima del sida. Durante años, a partir de principios de la década de los setenta del siglo pasado, ambos habían recorrido la selva colombiana y buena parte de la cuenca del Amazonas estudiando su flora y siguiendo los pasos de un viejo profesor suyo, uno de los hombres que más sabía de aquellas tierras (indígenas, plantas medicinales que utilizaban, venenos, drogas…). Si tienes tiempo por delante, léetelo. Répondre