El traje nuevo de la emperatriz

Bienvenida al planeta Tryston, la galaxia Trek Mi Q´an, la séptima dimensión donde lo que mandan son los sentidos y el placer sexual se busca por encima de todo lo demás. Un lugar donde los hombres son gigantes y las mujeres objetos de su deseo. Un lugar donde las mujeres son apreciadas y protegidas por encima de todo lo demás, y viven sólo para complacer a los hombres o que incluso desfilan en público más que medio desnudas y hacen el amor apasionadamente y a menudo.

Zor Q´an Tal es el gran emperador de Tryston y emperador de la galaxia Trek Mi Q´an. Un hombre poderoso en posición y estatura cuya búsqueda es simple: encontrar a su compañera sagrada, la mujer a la que estará unido durante todos sus largos años de vida. Eso en sí mismo es mucho pedir, ya que el hombre tiene a su disposición unas seiscientas hembras más que dispuestas a complacerla. Pero una vez que tenga a su compañera sagrada, todo irá bien en su vida y será feliz. Bueno… a menos que ella resulte ser una mujer humana de nuestros días.

Kyra Summers es una contable fiscal que sólo quiere encontrar una mínima tranquilidad mental tras la desaparición de su hermana. Con un pelo como el color del fuego y la piel clara, esta belleza está a punto de ser llevada en volandas por un bárbaro de más de 2 metros de altura que sencillamente resulta ser el hombre más apuesto que jamás ha visto. De más está decir, que ella no está nada entusiasmada en averiguar cómo se ve la moda y la "modestia" en la nueva vida que la espera, pero antes de darse cuenta se encuentra casada con ese hombre sumamente viril y empujada en un mundo donde el erotismo en un auténtico arte.

ANTICIPO:
Al llegar el último día del retiro, hasta Prue y Jameson habían encontrado la paz. Aunque no hasta el grado de Kyra, pero al menos un poco. Prue seguía llorando a veces y Jameson todavía ponía cara de perro, pero la técnica Mel-zel había logrado maravillas en ambos.

Jameson no se sentía contento por ello. Había adoptado un gesto más adusto que nunca desde probar la técnica de respiración de Geris y darse cuenta de que realmente funcionaba. Parece ser que el aristócrata había decidido inmediatamente después que iría directamente de allí a un spa masculino en los bosques cargado de testosterona, donde los hombres tocaban el tambor y se ponían en contacto con su animal interior.

Oye, cada uno con su rollo.

Kyra y Geris, ambas en vaqueros y camisetas, estrecharon las manos a los compañeros del retiro y les desearon buena suerte.

—Muchas gracias por todo lo que ha hecho, señora Blissful. Me siento totalmente renovada —sonrió Kyra cariñosamente a la serena monitora. Le soltó la mano y cogió su bolso. E] personal del spa ya había metido su maleta y la de Geris en el maletero del BMW.

—Me alegra haberle sido útil, señorita Summers. Por favor, vuelva a nuestro pequeño escondite cuando quiera si necesita nuestra ayuda.

—Claro que sí —dijo Kyra con una inclinación de cabeza.

Cinco minutos más tarde las dos amigas se dirigieron lentamente hacia el coche. Las dos se sentían rejuvenecidas, las dos lamentando de verdad que se acabase su semana de meditación. Geris vio su Beamer hacia la izquierda del parking e indico con la mano que tenían que cambiar de dirección. Kyra se cambió de brazo el pesado bolso, colgándoselo del hombro izquierdo para descansar el derecho. Asintió con la cabeza y la siguió.

Geris le dio un codazo juguetón en las costillas a Kyra mientras andaban.

—Oye, tía, al fin y al cabo no ha estado tan mal. Me lo pasé realmente bien al final de la semana.

Kyra lanzó un resoplido.

—Qué pena que nos llevase la mitad de nuestras vacaciones acostumbramos —sonrió, mostrando una dentadura blanca y perfecta—. Pero estoy de acuerdo contigo. Yo también lo he pasado bien. Y me he dado cuenta de algo importante.

—¿Si?

Ella asintió con la cabeza.

—Finalmente me he dado cuenta de que angustiarme por la desaparición de Kara no hará que vuelva. Desde luego que seguiré buscándola, pero hundirme en la tristeza no hará que ninguna de las dos se sienta mejor —Kyra hizo una profunda inspiración y se encogió de hombros—. Kara desearía que no desfalleciese. Después de todo, soy su hermana mayor.

—Ella te admiraba —sonrió Geris—. Siempre lo hizo.

—Ya lo sé.

Geris titubeó un breve momento antes de acabar de decir lo que pensaba:

—Kyra, nunca te dije esto antes porque no quería darte falsas esperanzas, pero creo que estás suficientemente curada como para soportarlo ahora.

Kyra arqueó una ceja color caoba y no dijo nada.

Geris lanzó un suspiro. Detuvo a Kyra de un tirón y la hizo girarse para que se pusiese frente a ella.

—Vamos a ver a Kara otra vez. ¡Lo sé! Tengo el presentimiento —encogió sus elegantes hombros y sonrió, quitándole importancia—. Cuándo y cómo no tengo ni idea, pero estoy segura de que lo haremos —masculló.

Kyra lanzó una risilla y luego esbozó una sonrisa radiante.

—Yo también.

Una vez aclarado aquello, ambas mujeres prosiguieron hacia el BMW. Geris buscó las llaves en el bolso y abrió las puertas del coche con el mando a distancia. Abrió el maletero y tiró dentro el bolso, junto con sus maletas, e hizo un gesto a Kyra de que hiciese lo mismo.

—¿Sabes que estaría bien, Ger?

—¿Qué?

Kyra esperó a que Geris cerrase el maletero y la mirase antes de responder.

. —¡Pizza!

A Geris se le iluminaron los ojos. Una semana de comida para conejos hacía que la pizza pareciese maná del cielo.

—¡Ooooh, qué buena idea!

—Vi un restaurante italiano de camino cuando veníamos hacia aquí, hace una semana. Paremos de vuelta a Manhattan.

Geris sonrió ampliamente.

—Amiga mía, eso es… —se interrumpió, los ojos se le abrieron como platos, y su sonrisa vaciló al mirar por encima del hombro de Kyra—… un trato —susurró.

Kyra se quedó perpleja ante la expresión de asombro de Geris. Se dio la vuelta para mirar lo que había dejado a su mejor amiga boquiabierta. Y luego tragó con esfuerzo. Sus clarísimos ojos azules se le salieron de las órbitas y la boca se le abrió como a la de su amiga.

Madre santísima.

Dos hombres las observaban. Dos enormes hombres, gigantes, de aspecto bárbaro. Uno de ellos era rubio, el otro tenía el pelo como ala de cuervo y ambos poseían escalofriantes ojos azules que parecían emitir luz. Los bárbaros medían más de dos metros de altura y tenían una fuerte musculatura acorde con su porte.

Llevaban el torso desnudo excepto sendos medallones de oro con hermosas gemas. El oro y las piedras contrastaban con el profundo moreno de su piel. Completaban su atuendo con pantalones de cuero negro y botas.

Kyra se quedó boquiabierta cuando se dio cuenta de que el hombre más grande, el de cabello negro, la miraba de arriba abajo como si ella estuviese ofreciendo sus servicios. Le sonreía como si poseyese un conocimiento oculto del que ella carecía. Intentó apartar la vista, pero descubrió con extrañeza que no podía. Prosiguió mirando al gigante mientras le susurraba por lo bajo a Geris:

—Será mejor que nos vayamos. No me gusta el aspecto de esos tíos.

—Dios santo —dijo Geris—, el rubio me mira como si fuese un caramelo —su tono era de preocupación, pero no apartó la mirada.

Se quedaron las dos quietas como estatuas, esperando a ver qué pasaba. Y lo descubrieron más rápido de lo que creían.

Kyra lanzó un grito de sorpresa al sentir que se le desabrochaba toda la ropa. Y chilló cuando unas fuerzas invisibles le arrancaron los vaqueros y la camisa, que volaron por los aires, dejándola totalmente desnuda en presencia de aquellos bárbaros.

El alarido de Kyra rompió el hechizo que el rubio ejercía sobre Geris. Geris dio vuelta a la cabeza de golpe para mirar a su mejor amiga. Lanzó una exclamación ahogada.

—¡Tía, qué haces! ¡Estás en pelota picada!

Un estremecimiento recorrió la columna de Kyra, haciendo que los pezones se le pusiesen tiesos.

—Lo hizo él —susurró, incapaz de apartar los ojos de la espeluznante mirada del moreno—. El me lo hizo.

—¡Pero si no se te ha acercado! —puntualizó Geris, histérica.

Kyra asintió como una marioneta. La frente se le perló de sudor cuando se concentró en romper el embrujo hipnótico que el gigante tenia sobre ella. No sabía cómo era posible, pero sabía sin ninguna duda que aquel coloso que se hallaba a unos metro de ella se lo había hecho Otro escalofrío la recorrió al ver la expresión de triunfo que tema él ahora. Los ojos se le agrandaron de sorpresa y las dos mujeres exclamaron asombradas cuando el hombre lanzó un penetrante grito de guerra, se golpeó el pecho y se lanzó a la carrera hacia ellas.

Zor y Dak se detuvieron al ver a las dos guapas mujeres dirigiéndose a una especie de caja de metal. Las dos eran excepcionalmente bonitas, con largas melenas y tez, poco común. Mientras que las mujeres libres que se podía ver en la galaxia Trek Mi Q´an, y particularmente en el planeta Tryston, tenían el tono de piel semejante al de ellos, aquellas jóvenes poseían tonos traslúcidos de perla sekta y profundo ónice.

Los ojos de Dak se regodearon al mirar a la muchacha de piel negra. La polla estaba a punto de explotarle con sólo pensar en hundirse en ella cuan larga era. Gimió decepcionado al recordar que se hallaba allí para ayudar a su hermano a encontrar a su Sagrada Pareja, no para darse ningún gusto. Había dominado a la chica con una mirada sin siquiera darse cuenta de que lo hacía.

Zor inmediatamente se centró en la doncella de cabello de fuego. Todos sus sentidos físicos y metafísicos concentrados en ella. Ella era la elegida. Tenía que serlo. No podía haber otra. Jamás se le habían despertado los sentidos de aquella forma. Nunca había experimentado que la sangre pareciese hervir con sólo mirar una doncella. Tenía la verga tan enhiesta que le dolía.

La amiga alertó a la muchacha de perla sekta de la presencia de ellos dos. Cuando se volvió para ver lo que la doncella de ónice miraba boquiabierta, Zor capturó su mirada y no la soltó. Sonrió con la satisfacción de un predador mientras se confirmaba la primera prueba para la Sagrada Pareja de un guerrero trystoní. Por mucho que lo intentase, y la muchacha perla sekta lo intentaba con todas sus fuerzas y su furia, no podía apartar la viste de él. La tenía presa. Tenía que ser suya.

Así que aquello era lo que sentía un guerrero cuando encontraba a su Pareja Sagrada. Zor había oído a otros guerreros describir la sensación, pero nunca había logrado comprenderla. ¡Por la diosa! No había nada más placentero ni más doloroso en toda la vida.

Pero bien, tendría que ser así. ¿De qué otra forma podrían los enérgicos trystoníes dejar las camas de todas las otras mujeres cuando había esclavas Kefa y siervos en abundancia reclamando la atención de los guerreros? Las Kefa estaban hechas para dar placer, sin embargo todas, las trescientas esclavas que tenía, carecían de atractivo después de ver a la doncella que sería su nee’ka.

Zor continuó dominando la mirada de su Gran Reina. Prosiguió con la siguiente fase de la prueba, rogando a las Sagradas Arenas que aquella muchacha fuese suya según la sagrada ley inquebrantable. Canalizó todas sus energías, reunió sus poderes y los concentró en la tarea de quitarle la ropa.

Era solamente en sí mismo o en el cálido cuerpo de una Pareja Sagrada que un guerrero trystoní podía manipular objetos inanimados. En todas las demás criaturas, el cuerpo vital evitaba que el llamamiento de lo inanimado. Porqué era así, nadie lo sabía. Era tan misterioso como que las arenas sagradas curasen.

Sí, podría haber confirmado que era ella quitándole solamente una joya o algún otro objeto, que la doncella llevase en el cuerpo, sin embargo, su ropa le ofendía profundamente. No eran las prendas que un guerrero prefería que llevase su mujer.

Cuando la vestimenta salió disparando de la curvilínea figura de la doncella, Zor experimentó una excitación erótica indescriptible por su intensidad. Resultó tan placentera que faltó poco para que vertiese su jugo vital.

Era suya.

¡Por la diosa, era suya!

Siguiendo la ancestral tradición de pretender la Sagrada Compañera, Zor lanzó un rugido triunfal, se golpeó el pecho y se lanzó a reclamar a su novia.

Era hora de llevar a su Gran Reina a casa.

Faltó poco para que Kyra se hiciese pis en las bragas al ver a aquel gigante lanzarse sobre ella. Y lo habría hecho si hubiese tenido bragas puestas, pensó. Los enormes músculos de él se flexionaban al lanzarse hada ella como un toro furioso en Pamplona.

¡Dios santo, aquel bárbaro chiflado iba a matarla! Allí mismo, en el aparcamiento de Centro de Meditación Rostros Sonrientes y Paz en el Corazón. Se le ocurrió pensar que aquella no era una forma demasiado serena de morir.

Lejos, como en una nebulosa, Kyra se dio cuenta de que Geris gritaba. También de que aquel bruto de cabello negro le paralizaba las piernas con la mirada de la misma forma en que lo hacía con sus ojos. Kyra no se podría mover ni aunque su vida dependiese de ello.

Una gota de sudor le bajó por la frente cuando pensó como en un sueño que quizá su vida probablemente dependiese de ello. Creyendo en ese hecho, intentó liberarse nuevamente de las cadenas invisibles con las que aquel coloso la había sujetado.

No hubo caso.

Había llegado su fin.

Zor se detuvo de golpe frente a su Sagrada Compañera. Los oídos casi estallaron por los agudos alaridos que emitía la muchacha de ónice que se hallaba junto a su Gran Reina. Se tomó un momento, teniendo cuidado en no romper el trance en que mantenía a su Sagrada Pareja, para lanzarle una mirada penetrante a la amiga. El ruido cesó inmediatamente. La muchacha se desmayó.

Centrando todas sus energías nuevamente en su doncella, Zor elevó el collar nupcial que había llevado consigo de Tryston y rodeó el cuello femenino con él, abrochándoselo. Listo. El lazo que los unía nunca más podría romperse.

Sonriendo a su pequeña doncella, que parecía tan perpleja como sugestionada, Zor la levantó en sus poderosos brazos. Ella dormiría durante horas una vez que la liberase del trance. Al menos, eso era lo que le habían dicho los guerreros. Sin querer correr ningún riesgo, la estrechó con fuerza contra su cuerpo, masajeando su culo nacarado mientras la miraba a los ojos y la liberaba del embrujo.

Ella lanzó un ahogado grito. Sus hermosos ojos color azul plateado parpadearon y se durmió profundamente.

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