← Al margen de Europa Las maestras paralíticas → El viento en los sauces julio 05, 2008 Sin opiniones Kenneth Grahame Kenneth Grahame (1859-1932) perdió a su madre cuando sólo tenía cinco años, y su padre, incapaz de hacerse cargo de sus cuatro hijos, los envió a vivir con su abuela a una gran casa en el campo, «The Mount», en el pueblo de Cookham Dene, Berkshire. El recuerdo de aquella casa inspiró a Grahame El viento en los sauces, de cuya aparición, en plena Edad Dorada de la literatura infantil inglesa, se cumplen ahora cien años. Recibida al principio con tibieza, la obra llevaba, cuarenta años después, más de cien ediciones publicadas: se había convertido en un clásico popular. El río donde viven Topo, Ratón, Tejón, Sapo, las nutrias y los demás habitantes de este «nuncajamás» es una Arcadia tranquila, fuera del espacio y el tiempo. Más allá, el Bosque Salvaje, peligroso pero bello y nada ajeno a los habitantes de la Orilla del Río, y, aún más lejos, el Ancho Mundo, al que es mejor no asomarse. Grahame nos cuenta, con gracia y gran lirismo, las idas y vueltas de Topo, Ratón y Tejón, las locuras de Sapo y los avatares aventureros pero cotidianos que todos ellos corren. La presente edición cuenta con las ilustraciones de dos clásicos del género infantil y juvenil: Ernest H. Shepard y Arthur Rackham. ANTICIPO: EL SR. SAPO Era una mañana radiante de principios de verano; el río había recobrado sus orillas frondosas y el ritmo acostumbrado de su caudal, y el sol caliente parecía atraer hacia sí todo lo verde y espeso y puntiagudo, sacándolo de la tierra como si tirara de hilos. El Topo y el Ratón de Agua llevaban levantados desde el amanecer, muy ocupados con todo lo relativo a las barcas y el comienzo de la temporada de navegación: pintando y barnizando, arreglando remos, remendando cojines, buscando bicheros perdidos y cosas así; y estaban terminando de desayunar en su saloncito, hablando animadamente de sus planes para el día, cuando se oyó una fuerte llamada en la puerta. Vaya, qué lata dijo el Ratón, volcado sobre su huevo. Anda, Topo, sé bueno y ve a ver quién es, que tú ya has acabado. El Topo fue a abrir y el Ratón le oyó en seguida dar un grito de sorpresa. Luego abrió de golpe la puerta del salón y anunció solemnemente: ¡El Sr. Tejón! Era sin duda algo extraordinario que el Tejón les hiciera una visita formal, a ellos o a quien fuera. Por lo general tenían que cazarle, si de verdad le necesitaban, mientras se deslizaba silenciosamente a lo largo de un seto a primera hora de la mañana o última de la tarde, o bien ir a buscarle a su casa en medio del bosque, lo que era toda una aventura. El Tejón entró pesadamente en la habitación y se quedó mirando a los dos animales con una cara muy seria. El Ratón dejó caer la cuchara en el mantel y se quedó boquiabierto. ¡Ha llegado la hora! dijo por fin el Tejón con gran solemnidad. ¿La hora de qué? preguntó el Ratón con inquietud, mirando hacia el reloj de la chimenea. Querrás decir la de quién contestó el Tejón. ¡Pues cuál va a ser, la del Sapo! ¡La hora del Sapo! Dije que me ocuparía de él en cuanto acabara de una vez el invierno, ¡y hoy me voy a ocupar de él! ¡La hora del Sapo, por supuesto! gritó gozosamente el Topo. ¡Hurra! ¡Ahora me acuerdo! ¡Le vamos a enseñar a ser un Sapo sensato! Esta misma mañana siguió el Tejón, sentándose en un sillón, según me enteré anoche por una fuente fiable, llegará a la Mansión del Sapo otro automóvil nuevo y sumamente potente, comprado a prueba. Acaso en este mismo instante el Sapo se está vistiendo con ese atuendo horroroso que tanto le gusta, y que siendo como es un Sapo relativamente apuesto le convierte en un Objeto capaz de provocar un ataque de nervios a cualquier animal decente que se cruce en su camino. Tenemos que intervenir antes de que sea demasiado tarde. Vosotros dos me acompañaréis inmediatamente a la Mansión del Sapo para cumplir nuestra misión de rescate. ¡Eso es! exclamó el Ratón, levantándose de un salto. ¡Vamos a rescatar a ese pobre infeliz! ¡Le vamos a convertir! ¡Cuando acabemos con él se habrá convertido en el Sapo más sensato del mundo! De modo que se pusieron en camino, encabezados por el Tejón, para llevar a cabo su misión de salvamento. Cuando van juntos, los animales caminan siempre de forma sensata y cabal, es decir, en fila india, en vez de ocupar todo el ancho del camino, con lo que no podrían ayudarse unos a otros en caso de que se presentara un problema o un peligro repentino. Nada más llegar al paseo de coches del Sapo vieron aparcado frente a la casa, como había anunciado el Tejón, un flamante automóvil nuevo, muy grande, pintado de rojo brillante (el color favorito del Sapo). Cuando se acercaban, la puerta se abrió de golpe y el Sr. Sapo en persona, ataviado con gafas de piloto, gorra, polainas y un enorme sobretodo, bajó las escaleras muy ufano mientras se ponía sus guantes de conducir. Sus palabras joviales se entrecortaron y apagaron al advertir la expresión severa e inflexible con que le miraban sus silenciosos amigos, y no concluyó su invitación. Llevadle dentro dijo severamente el Tejón, subiendo las escaleras. Luego, mientras le arrastraban al interior de la casa protestando y debatiéndose, el Tejón se volvió hacia el chófer que había traído el automóvil. Me temo que sus servicios ya no son necesarios dijo. El Sr. Sapo ha cambiado de idea. Ya no necesita el coche. Y entienda por favor que esto es definitivo. No hace falta que espere y entrando tras los otros cerró la puerta. ¡Vamos a ver! dijo dirigiéndose al Sapo cuando estuvieron los cuatro reunidos en el vestíbulo. ¡Para empezar, quítate todas esas cosas ridículas! ¡Ni hablar! replicó el Sapo enérgicamente. ¿Qué significa semejante ultraje? Exijo una explicación inmediata. Pues entonces quitádselas vosotros ordenó secamente el Tejón. Para poder hacerlo tuvieron que tumbar al Sapo en el suelo, mientras pateaba y les llamaba de todo. Entonces el Ratón se sentó encima de él y el Topo le fue quitando una a una sus prendas de piloto, y luego le pusieron de nuevo en pie. Al verse despojado de su garboso equipo pareció como si perdiera también buena parte de su fanfarronería. Ahora que volvía a ser simplemente el Sapo, y ya no el Terror de la Carretera, soltó una risita y miró de uno a otro con aire suplicante, como si comprendiera perfectamente la situación. Sabías bien, Sapo, que tarde o temprano llegaríamos a esto explicó severamente el Tejón. Has hecho caso omiso de todas nuestras advertencias, has despilfarrado el dinero que te dejó tu padre, nos has dado muy mala fama a los animales en toda la región con tu forma salvaje de conducir y tus accidentes y tus peleas con la policía. La independencia está muy bien, pero los animales nunca permitimos que nuestros amigos hagan el ridículo más allá de ciertos límites, y tú has sobrepasado esos límites. Ahora bien, eres un buen animal en muchos sentidos, y no quiero ser demasiado duro contigo, de modo que haré un último esfuerzo por hacerte entrar en razón. Ahora vas a venir conmigo al salón de fumar a escuchar un par de cosas que tengo que decirte, y ya veremos si cuando salgas de esa habitación sigues siendo el mismo Sapo. Cogió al Sapo firmemente del brazo, le llevó al salón de fumar y cerró la puerta. ¡Eso no sirve de nada! exclamó el Ratón desdeñosamente. Al Sapo no se le cura hablando. Dirá cualquier cosa. Se acomodaron en sillones y esperaron pacientemente. A través de la puerta cerrada alcanzaban a oír el murmullo continuo de la voz del Tejón, elevándose y cayendo en oleadas de oratoria, y al cabo de un rato advirtieron que el sermón empezaba a ser puntuado a cada rato por largos suspiros, procedentes a todas luces del pecho del Sapo, que era un animal de buen corazón, afectuoso y fácil de convencer (por algún tiempo) de cualquier cosa. Tras unos tres cuartos de hora la puerta se abrió y volvió a aparecer el Tejón, llevando solemnemente de la pata a un Sapo abatido y renqueante. La piel le colgaba como un saco en torno al cuerpo, las piernas le temblaban y sus mejillas mostraban los surcos de las lágrimas tan abundantemente derramadas por obra del conmovedor discurso del Tejón. Siéntate aquí, Sapo dijo afablemente el Tejón, indicándole una silla. Amigos míos siguió, me alegra informaros de que el Sapo ha reconocido por fin sus errores. Lamenta sinceramente su mala conducta en el pasado y se ha comprometido a renunciar completamente y para siempre a los automóviles. Cuento con su promesa solemne en ese sentido. Es una noticia muy buena dijo seriamente el Topo. Sin duda muy buena observó dubitativamente el Ratón, sólo que… sólo que… Mientras hablaba miraba fijamente al Sapo, y no pudo evitar pensar que advertía algo vagamente parecido a un centelleo en los ojos todavía afligidos del animal. Sólo queda una cosa por hacer continuó el complacido Tejón. Sapo, quiero que repitas solemnemente aquí, ante tus amigos, lo que acabas de reconocer ante mí en el salón de fumar. En primer lugar, ¿lamentas lo que has hecho y admites que ha sido una auténtica locura? Hubo un silencio largo, muy largo. El Sapo miraba desesperadamente de un lado a otro, mientras los otros animales esperaban en grave silencio. Finalmente habló. ¡No! dijo con voz un tanto hosca, pero firme. No lo lamento. ¡Y no ha sido ninguna locura! ¡Ha sido simplemente glorioso! ¿Qué? exclamó el Tejón, muy escandalizado. Especie de bicho renegado, ¿no me acabas de decir ahí dentro…? Oh, sí, sí, ahí dentro dijo el Sapo impacientemente. Hubiera dicho cualquier cosa ahí dentro. Eres tan elocuente, querido Tejón, y tan conmovedor, y tan convincente, y lo explicas todo tan estupendamente bien… que ahí dentro podías hacer conmigo lo que quisieras, y lo sabes bien. Pero luego me lo he estado pensando con calma, y me he dado cuenta de que en realidad no lo lamento ni me arrepiento lo más mínimo, así que de nada sirve que lo diga, ¿no? Entonces dijo el Tejón, ¿no prometes que nunca volverás a tocar un coche? ¡Por supuesto que no! contestó rotundamente el Sapo. Al contrario, ¡prometo lealmente que saldré pitando en el primer coche que vea! ¡Pu-pu! Te lo había dicho, ¿no? comentó el Ratón al Topo. Pues muy bien dijo firmemente el Tejón, poniéndose en pie. Dado que no te dejas convencer con buenos modos, tendremos que intentarlo por la fuerza. Mucho me temía que llegaríamos a esto. A menudo, Sapo, nos has pedido a los tres que viniéramos a pasar una temporada contigo en tu hermosa mansión. Pues ahora vamos a hacerlo, y no nos marcharemos hasta que te hayamos hecho entrar en razón. Vosotros dos, llevadle arriba y encerradle en su dormitorio mientras decidimos lo que vamos a hacer. Es por tu bien, Sapito, ya lo sabes dijo cariñosamente el Ratón mientras los dos fieles amigos arrastraban escaleras arriba al Sapo, que no dejaba de patear y debatirse. Piensa en lo bien que nos lo vamos a pasar todos juntos, como antes, cuando se te haya pasado este… ¡este horrible ataque! Nos ocuparemos de todo hasta que te pongas bien dijo el Topo, y tendremos cuidado de no malgastar tu dinero, como hacías tú. No habrá más incidentes lamentables con la policía dijo el Ratón mientras le metían en su dormitorio. Ni más semanas en el hospital con todas esas enfermeras mandonas, ¿eh, Sapo? añadió el Topo, girando la llave en la cerradura. Bajaron las escaleras oyendo los insultos que les gritaba el Sapo por el agujero de la cerradura, y los tres amigos se reunieron a deliberar sobre la situación. Va a ser un verdadero fastidio dijo el Tejón con un suspiro. Nunca había visto al Sapo tan decidido. Pero aun así aguantaremos hasta el final. No debemos dejarle solo ni un instante. Vamos a tener que turnarnos para estar con él hasta que elimine ese veneno de su cuerpo. De modo que establecieron turnos de vigilancia. Cada animal pasaba una noche en el dormitorio del Sapo, y los otros se repartían el día para estar con él. Al principio el Sapo resultó muy cargante para sus atentos guardianes. Cuando le daba uno de sus violentos arrebatos disponía las sillas de la habitación como si fueran las partes de un coche, se agazapaba en la de delante, se inclinaba mirando fijamente al frente y se ponía a hacer unos ruidos espantosos y muy zafios, hasta que de pronto, en el colmo de la excitación, daba una voltereta por el aire y se quedaba tumbado entre los restos de las sillas, al parecer completamente satisfecho por el momento. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo estos penosos ataques se hicieron cada vez menos frecuentes, y sus amigos procuraron distraerle con cosas nuevas. Pero nada parecía ya despertar su interés, y cada vez tenía un aire más lánguido y deprimido. Una bonita mañana el Ratón, que empezaba su turno, subió a relevar al Tejón y le encontró muy impaciente por salir a estirar las piernas dando un largo paseo por su bosque, sus túneles y madrigueras. El Sapo sigue en la cama dijo al Ratón ante la puerta. Apenas ha hablado, salvo para decir que le dejemos en paz, que no necesita nada, que quizá se sienta mejor dentro de poco, que se le pasará con el tiempo y que no nos preocupemos tanto por él. ¡Así que ten cuidado, Ratón! Cuando el Sapo está tranquilo y sumiso, como un crío que quiere ganar un premio en la escuela dominical, es cuando más hay que temer su astucia. Le conozco, y seguro que está tramando algo. Bueno, ahora tengo que irme. Tuvo que esperar varios minutos para recibir una respuesta. Por fin una voz débil le contestó: Muchas gracias, querido Ratoncito. Muy amable por tu parte que te intereses por mí. Pero primero dime cómo estáis túy el bueno del Topo Oh, nosotros estamos bien contestó el Ratón. El Topo añadió imprudentemente va a salir a dar una vuelta con el Tejón. No volverán hasta la hora de comer, así que tú y yo vamos a pasar una agradable mañana juntos, y haré todo lo que pueda por entretenerte. ¡De modo que no seas vago y levántate, que hace una mañana preciosa como para estar en la cama! Querido Ratón murmuró el Sapo, ya veo que no te das cuenta de lo mal que estoy, de que no voy a poder levantarme hoy… ¡ni acaso nunca más! Pero no te preocupes por mí. Odio ser una carga para mis amigos, aunque no creo que siga siéndolo durante mucho tiempo. En realidad casi espero que sea así. Bueno, yo también lo espero dijo jovialmente el Ratón. Nos has dado una lata tremenda durante todo este tiempo, y me alegra oír que se va a acabar. ¡Con el tiempo que hace y nada más empezar la temporada de navegación! ¡Debería darte vergüenza, Sapo! No nos molesta ocuparnos de ti, pero nos estás haciendo perder un montón de cosas. Pues yo me temo que sí os molesta replicó lánguidamente el Sapo. Y lo entiendo perfectamente. Es de lo más natural, estáis hartos de la tabarra que os doy. No debo pediros nada más. Soy un fastidio, ya lo sé. Desde luego que lo eres dijo el Ratón. Pero te aseguro que estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por ti con tal de que seas un animal sensato. Si pudiera creerlo, Ratón murmuró el Sapo con un hilo de voz, te suplicaría, probablemente por última vez, que te acercaras al pueblo lo antes posible, aunque acaso sea ya demasiado tarde, y trajeras al médico. Pero no te molestes. Es un engorro, y quizá sea mejor que las cosas sigan su curso. Vaya, ¿y para qué quieres un médico? preguntó el Ratón, acercándose a examinarle. Ciertamente estaba muy quieto y decaído, su voz era más débil y parecía muy cambiado. Quizá habrás notado últimamente… murmuró el Sapo. Pero no, ¿por qué tendrías que haberlo notado? Darse cuenta de las cosas es una molestia. Acaso mañana mismo tengas que decirte: «¡Oh, si al menos me hubiera dado cuenta antes! ¡Si hubiera hecho algo!» Pero no, es una molestia. No te preocupes, olvida lo que te he pedido. Mira, chico dijo el Ratón, que empezaba a alarmarse, por supuesto que te traeré el médico, si de verdad crees que lo necesitas. Pero no puedes estar tan mal, digo yo. Anda, vamos a hablar de otra cosa. Me temo, mi querido amigo dijo el Sapo con una triste sonrisa, que «hablar» servirá de poco en este caso… o incluso los médicos, a decir verdad, aunque uno se agarra a un clavo ardiendo. Y a propósito, ya que estás en ello… odio tener que causarte más molestias, pero acabo de recordar que pasarás por delante… ¿te importaría pedir también al notario que venga? Me convendría hablar con él, y hay momentos… quizá debería decir que hay un momento… en que uno debe afrontar tareas desagradables, ¡por mucho que le cueste a la carne exhausta! «¡El notario! ¡Oh, sí que debe de estar mal!», se dijo el Ratón, muy asustado, mientras salía corriendo de la habitación, pero sin olvidarse de cerrar la puerta cuidadosamente con llave. Una vez fuera se paró a pensar. Los otros dos estaban muy lejos, y no tenía a nadie con quien consultarlo. «Lo mejor es no correr ningún riesgo», reflexionó. «Ya sé que el Sapo se ha sentido terriblemente enfermo otras veces sin el menor motivo, ¡pero nunca le he oído llamar al notario! Si no tiene nada el médico le dirá que es un cabezota y le animará un poco, con lo que algo habremos salido ganando. Más vale que le haga caso y vaya, no tardaré mucho.» Y salió corriendo hacia el pueblo en su misión de salvamento. su cama, ató un extremo de la improvisada cuerda al parteluz central de la hermosa ventana Tudor que tanto llamaba la atención en su dormitorio, se colgó de ella, se deslizó rápidamente hasta el suelo y tomando la dirección opuesta a la del Ratón echó a andar con paso ligero, silbando una alegre melodía. El Ratón tuvo una comida muy penosa, cuando al fin volvieron el Tejón y el Topo y hubo de contarles en la mesa su historia lamentable y poco convincente. Cabe imaginar y por tanto omitir los comentarios cáusticos, por no decir brutales, que hizo al respecto el Tejón; pero para el Ratón fue muy doloroso que el propio Topo, aunque se puso de su lado en la medida de lo posible, no pudiera evitar decir: Esta vez te has dejado engañar como un pardillo, Ratón. ¡Y encima por el Sapo! Es que lo ha hecho muy bien dijo el alicaído Ratón. ¡Te la ha hecho muy bien! dijo acaloradamente el Tejón. Pero en fin, hablando no arreglaremos nada. Está claro que de momento se ha escapado, y lo peor es que debe de sentirse tan ufano de lo listo que cree haber sido que es capaz de cometer cualquier locura. El único consuelo es que ya estamos libres, y no tenemos que seguir perdiendo nuestro valioso tiempo con tareas de vigilancia. Pero será mejor que continuemos durmiendo en la Mansión del Sapo, pues en cualquier momento pueden traer al Sapo… en una camilla o entre dos policías. Así habló el Tejón, sin saber lo que el futuro les tenía reservado, ni cuánta ni cuán turbia agua tendría que pasar bajo los puentes hasta que el Sapo volviera a presidir a sus anchas la mesa de su mansión ancestral. Tweet Acerca de Interplanetaria Más post de Interplanetaria »