En presencia de mis enemigos

Heinrich Gimpel es un respetado oficial del mando supremo de la Armada alemana. Ciudadano ejemplar, vive en Berlín con su esposa y sus tres hijas, a quienes inculca los valores de la lealtad y la obediencia al Führer. La suya sería la perfecta familia aria… si no fuera porque no pertenece a la «raza superior». Como tantos otros berlineses, en un mundo dominado por los nazis, los Gimpel viven ocultando su condición de judíos: acatan las consignas del régimen ante los demás mientras rezan en soledad para que no les descubran. Ahora soplan vientos de cambio, y tendrán que elegir entre seguridad y libertad… ¿CÓMO SERÍA HOY EL MUNDO SI LOS NAZIS HUBIERAN GANADO LA II GUERRA MUNDIAL?

Turtledove está considerado como un maestro de la historia alternativa. En este ámbito es conocido como un gran creador de escenarios alternativos a la historia real, como la supervivencia del imperio bizantino, la recreación de la Alemania nazi y el tratamiento original de temas ya contemplados por otros autores, como la victoria de los nazis en la II Guerra Mundial o la del Sur en la Guerra civil norteamericana.

Un tema recurrente en su obra es la descripción realista de la guerra, así como su contemplación desde el punto de vista de soldados normales y corrientes, lo que añade más crudeza si cabe a su narración.

ANTICIPO:
—¡Despierta, Alemania! —Horst Witzleben hablaba a millones de hogares como si fuese un amigo íntimo—. Después de largas y serias discusiones, el Partido, las SS y los líderes militares han escogido al actual ministro de Industria Pesada, Heinz Buckliger, para guiar el futuro del Gran Reich alemán y del Imperio Germano. Me siento orgulloso de ser de los primeros en decir: ¡Heil, Buckliger! —Su brazo se estiró para realizar el saludo nazi.

Detrás de él, apareció una nueva fotografía en la pantalla. Heinrich no hubiese distinguido a Heinz Buckliger del rostro de la luna. Resultó ser un hombre de cara rubicunda de unos cincuenta años, con una gruesa mata de pelo rubio encanecido y una sonrisa llena de dientes.

—¡Es muy joven! —dijo Erika Dorsch—. Y guapo, también —añadió, un momento después.

Heinrich no sabía de atractivos. Joven sí que era el nuevo Führer: mucho más de lo que había sido Kurt I laldweim cuando empezó a liderar al Reich.

—Han pasado por un montón de gente con más edad para ponerle a él en el cargo —dijo Willi—. Por fin está aquí la nueva generación.

—El nuevo dirigente del Reich nació en Breslau en 1959 —dijo Horst Witzleben. Aquello hacía que Buckliger fuese más de cuarenta años menor que Haldweim. Una diferencia casi más cerca de dos generaciones que de una—. Estudió economía en Munich —prosiguió el presentador—, graduándose con los más altos honores en la universidad. Antes de unirse al Ministerio de Industria Pesada, sirvió durante siete años en el Allgemeine-SS, alcanzando el rango de Ha uptsturmkihrer. —Capitán, pensó Heinrich, traduciendo automáticamente a lo que él creía que eran los rangos reales. No estaba mal. Nada espectacular, pero no estaba mal—. Una vez en el Ministerio, Herr Buckliger se convirtió rápida-mente en un experto eficiente de renombre—continuó Witzleben—. Ha prometido trasladar esa pasión por la eficiencia al resto del Rcich. Estas son sus primeras declaraciones después de su elección.

Heinz Buckliger se sentaba en su despacho del palacio del Führer, en lo que era claramente una grabación de vídeo.

—Volk del Gran Reich alemán, acepto el rol de Führer con orgullo, pero también con gran humildad —dijo con una voz de barítono agradable, si no grandilocuente—. Teniendo en cuenta los triunfos del pasado, haré todo lo que pueda para gobernaros hacia un futuro aún más glorioso. En los últimos años, se han descuidado muchas cosas. Espero encargarme de ellas y hacer que el Reich y el Imperio Germano funcionen mejor. Con vuestra ayuda, sé que tendré éxito.

—Suena bien —dijo Willi mientras Horst Witzleben reaparecía y empezaba a hablar del chorro de felicitaciones que llegaban al Reich por la ascensión de Buckliger al poder supremo.

—Así es —concedió Heinrich—. Pero está claro que es la fachada de alguien. Me pregunto de quién. —Su primer candidato a patrón del nuevo Führer era Lothar Prützmann, jefe de las SS: una vez que entras en las SS, siempre eres de las SS. No era seguro, pero apostaba por ello.

—Está bien, ahora ya lo sabemos —dijo Erika—. Después de esto, el resto de las noticias serán menudencias. ¿Echamos una partida?

– 13uena idea —dijo Lise. Heinrich asintió. El suspiro de Willi indicaba que le habría gustado seguir frente al televisor, pero la democracia era una realidad en la casa de los Dorsch, incluso aunque la maquinaria del gobierno alemán hubiese sido capaz de ignorarla a la hora de elegir a Heinz Buckliger.

La primera mano que jugaron, Willi apostó y ganó un pequeño slam en tréboles. Heinrich y Lise no pudieron hacer nada. Si no tenías las cartas, estabas perdido. Willi reía alegremente.

—Me pregunto qué habrá en las noticias —dijo Heinrich.

En la siguiente mano, Erika Dorsch hizo tres sin triunfo: una mano tan rápida y desnivelada como increíble.

— Heinrich tiene razón —dijo Lise—. Ver las noticias parece cada vez una mejor opción. —Sus anfitriones se rieron.

Jugaron sin parar, con un par de pausas cuando Erika ayudó al hijo y a la hija de los Dorsch con sus tareas y cuando Willi disolvió una pelea entre sus hijos. —Todo esto me suena de algo —dijo Heinrich.

— La vida sigue —dijo Erika—, de una forma u otra. —Si lo que le echó a Willi no fue una mirada intencionada, Heinrich no había visto ninguna.

El propio Willi fingió no darse cuenta. ¿O no se había percatado de verdad? Con Willi, nunca se sabía.

—¿Quién reparte? —dijo este último.

—Yo, creo —respondió Lise. Recogió las cartas y empezó a barajarlas —. Y si no, ya da igual.

Heinrich logró el contrato cuando todo el mundo pasó después de dos corazones. Esa partida ya era rutina, hasta tal punto que las cosas quedaron medio aparcadas cuando Lise y Willi empezaron a discutir sobre una historia del periódico sobre arqueología babilónica que ambos habían leído y que Heinrich y Erika no. Willi insistía en que el hallazgo probaba que el código de l íarnmurabi era 250 años más antiguo que cualquier otro; Lise estaba segura de que no probaba nada. Como sucede cuando la gente discute sobre algo de una importancia tan monumentalmente nimia, ambos estaban cada vez más seguros de tener la razón. Cuando comenzaron a apuntarse con los dedos, se habían olvidado de que había más gente en la habitación. O, por así decirlo, en el planeta.

Heinrich posó sus cartas sobre la mesa, boca abajo. Lise rara vez se excitaba tanto cuando discutía con él, y estaba encantada de que así fuera. Si Willi alzaba la voz y se ponía rojo… Bueno, Willi tenía la costumbre de hacerlo.

—Menos mal que son amigos; si no, se matarían el uno al otro —le apuntó Heinrich a Erika.

Con todo el ruido que estaban haciendo Willi y Lise, no estaba seguro de que le hubiesen oído. Pero ella asintió.

—Willi es como un niño pequeño —dijo, hablando por debajo del ruido de la discusión—. En cambio, tú tienes el suficiente sentido común como para no malgastar el tiempo con tales estupideces.

—No sé —dijo él—. Lise lo está haciendo y tiene más cerebro que yo. —Puede. —Erika hizo un gesto de descarte con la mano—. Pero yo no quiero acostarme con Lise.

Lo que Heinrich quería decir era: ¿Estás chalada? Incluso aunque ella quisiera acostarse con él (lo cual le resultaba más extraño aún por estar casada con Willi, mucho más apuesto), ¿decirlo enfrente de su marido y de la esposa de él? Sin embargo, quizá supiese lo que estaba haciendo, pues ni Willi ni Lise saltaron de su silla con un grito de furia. Estaban demasiado ocupados discutiendo sobre estilos cuneiformes, cronología de los anillos de los árboles y otras cosas por el estilo sobre las que ninguno de ellos tenía mucha idea.

Lo que le dejaba a Heinrich la cuestión de cómo responder. Parte de él sabía exactamente cómo le gustaría hacerlo. El resto de él le decía a esa parte que se callara y lo olvidase. Si no hubiese sido feliz con Lise, o si hubiera sido unos años más joven, unos años más cachondo, unos años más estúpido (asumiendo que los dos últimos no fuesen lo mismo), la primera parte de su ser habría ganado la contienda, en especial teniendo en cuenta que podría haber poseído a Erika allí mismo, sobre la mesa de juego, sin que Willi o Lise se diesen cuenta.

Pero tal y como estaban las cosas, ceder a la tentación no era práctico. Así que respondió:

—Lo siento, pero con todo el jaleo que están haciendo estos dos, no he oído una palabra de lo que has dicho.

La sonrisa avinagrada de Erika Dorsch le indicó que no se creía una palabra de lo que acababa de decir. ¿Qué pensaba ella? ¿Que no quería irse a la cama con ella? ¿O que no quería hacer nada en ese momento y lugar? ¿No es interesante, la cuestión? Decidió que no quería saber la respuesta, alargó el brazo y agitó su mano entre Willi y Lise.

—¿Podemos volver al bridge, por favor? —preguntó en voz alta.

Su esposa y el marido de Erika parpadearon, como si volvieran al mundo real. —No sé por qué te impacientas tanto —dijo Willi—. Acabamos de empezar a

hablar…

—Y hablar, y hablar —interrumpió Erika, con voz ácida.

—Eso fue hace quince minutos —dijo Heinrich.

—Oh, Quatsch —dijo Willi. Miró su reloj y volvió a parpadear. Sonrió de forma un tanto enfermiza—. Oh. Bueno, quizá sí. —Lise parecía casi tan sorprendida como él.

—Es tu turno, Willi, si puedes pensar en algo aparte de la historia antigua — dijo Erika.

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