Experiencias Extremas S.A.

Teresa Simons viaja a la Inglaterra de su infancia para intentar superar la reciente pérdida de su marido, víctima de un asesinato en masa. Allí descubre sorprendentes paralelismos entre la masacre en la cual enviudó y la acaecida en el pequeño pueblo en que se instala. Ávida de respuestas, se sumerge en el universo que ofrece Experiencias Extremas, S. A.: una realidad virtual donde conviven las mejores y las peores vivencias humanas. Teresa se adentrará en un laberinto de violencia, sexo y locura en estado puro que le revela los aspectos más crudos de la psique así como la quebradiza relación entre pasado y presente…

Christopher Priest nació en Cheshire en 1943, y es uno de los más interesantes escritores ingleses actuales. En 1970 publicó su primer libro Indoctrinario, al que siguieron Fuga para una isla (1972), Un mundo invertido (1974), La máquina del espacio (1976), A Dream of Wessex (1977), Un verano infinito (1979), y La afirmación (1980), este último fue nominado para el Booker Prize como uno de los mejores libros del año. Su novela El Glamour ganó el Premio Kurd Lasswitz a la mejor novela en 1988. La obra de Priest ha sido comparada con la de H. G. Wells, Thomas Hardy, A. E. Coppard, Walter de la Mare.

Fue nominado como uno de los mejores jóvenes escritores británicos en 1983, y sus obras han sido ampliamente traducidas a muchos idiomas en todo el mundo. El Prestigio fue galardonado con el Premio James Tait Black Memorial, en 1995. Vive en Hastings con su esposa y sus hijos gemelos.

ANTICIPO:
Teresa se hallaba en un coche estacionado frente al mar en Bulverton. La brillante luz del sol se derramaba sobre ella desde el mar. Estaba reforzando el empalme que había hecho antes b.yo el salpicadero, estirándose hacia adelante con ambas manos, con la mejilla apretada contra el centro del volante.

Una figura se detuvo alIado del coche, ensombreciendo la luz. Sin mirarlo, Teresa se estiró y bajó la ventanilla.

-¿Gerry? -dijo el hombre.

-Sí.

El hombre extendió la mano con la palma hacia arriba. Teresa depositó seis billetes de diez libras en ella y miró cómo se los guardaba y se retiraba. Unos instantes más tarde, una pequeña bolsa de plástico fue a parar al suelo del coche, volando frente a su cara y rebotando en el asiento del pasajero.

-Que te jodan -dijo automáticamente y éstiró el brazo para coger la bolsa. El hombre ya se estaba alejando rápidamente, sorteando los coches aparcados a lo largo del paseo. Era alto y delgado, y su largo pelo negro estaba recogido en una cola de caballo. Llevaba una chaqueta sucia de color marrón claro y unos tejanos gastados. Se apresuró por la calle principal sin mirar atrás y desapareció por una callejuela lateral.

Teresa sopesó la bolsa en sus manos; parecía tener el peso adecuado, pero probablemente la habrían timado, como siempre. Podía ver el polvo blanco a través del polietileno y sonaba bien cuando ella la apretaba ligeramente entre sus dedos. Deslizó la bolsita en el bolsillo de su chaqueta.

Mientras conducía vio a Fraser Johnson paseando bajo la entrada de las atracciones. La saludó con insistencia, pero ella siguió conduciendo y pasó de largo. Le debía a Fraser un poco de dinero, no mucho, pero a causa de la compra que venía de realizar no podría pagarle durante un tiempo. De todos modos, probablemente lo vería esa noche y, para entonces, las cosas serían distintas.

Se fue a casa, pensando en Debra, la puta sin tetas, la puta sangrante con su jodida cara llena de granos, y ese chaval llamado Mark, que había aparecido con ella venido de algún lugar y que se había instalado en su casa la noche anterior. En realidad, todos habían pasado la noche en su casa, porque los amigos de Mark también habían venido. Habían registrado todas sus cosas y mirado sus listas mientras le hacían preguntas estúpida acerca de qué era todo aquello.

Por eso, estaba preparada para sufrir aún más humillaciones, pero, a medio camino por la larga colina de Hyde Avenue, el motor había expirado y ella había aparcado en el arcén. Dejó el coche allí mismo, con la portezuela del conductor abierta. Era chatarra de todos modos. Le llevó unos diez minutos caminar hasta la casa donde vivía, la que la asistente social le había encontrado hacía un par de semanas. Los chicos se habían ido. Buscó comida, pero si había algo, se lo habían llevado. Esnifó una raya de cocaína y guardó el resto para más tarde.

Anduvo dando vueltas, mirando los daños que la casa había sufrido, enfadada con todos y con todo. Alguien se había meado en sus cosas. ¿Por qué siempre le hacían lo mismo? Había otra ventana rota en el salón; debió de haber sido durante la noche, porque los trozos de cristal roto aún estaban en el suelo. Uno de los chicos, un chaval de Eastbourne llamado Darren, lo había hecho cabrear junto a esa ventana. No podía recordar por qué. Probablemente tenía algo que ver con Debra, porque él era el que se había largado con ella esa mañana, ¿no era así? No podía recordar demasiado bien. Sus uñas se clavaron en la palma de su mano y deseó haberle pegado una ostia al chaval; ¡se la estaba buscando!

Fuera vio a otro de sus amigos, Steve Ripon, dirigiéndose en coche hacia el paseo y le pidió que la llevara. Steve la dejó delante del Bulver Arms, diciendo que quizá se pasaría a tomar una cerveza más tarde. No quería saberlo. Steve solía ponerla de los nervios. Vio a un par de los chicos en el bar jugando al billar, y se quedó con ellos un rato, esperando jugar una partida. Hicieron como si la vieran y empezaron a bromear acerca de ella como si no estuviera allí, el mismo tipo de bromas que había oído siempre. Jodidos imbéciles. Uno de ellos dijo que le pagaría una cerveza, pero al final no lo hizo y los otros se rieron de ella otra vez, y tuvo que pagársela ella. Estaba hambrienta, pero no le apetecía comer. Tampoco podía permitírselo.

-Me voy a casa -dijo, pero nadie pareció oírla.

Se dirigió a Hastings, pero andaba por el paseo marítimo y no había ningún lugar a la sombra, a salvo del sol. Empezaba a sentir un ligero mareo y el sol no hacía más que empeorado. Dejó el camino de la costa en el primer gran cruce y empezó a andar por Batde Road.

Steve Ripon pasó conduciendo y disminuyó la velocidad. No quería que volviera a llevarla, así que fingió no verlo.

A través de la ventanilla del conductor, Steve gritó:

-Eh, ¡Gerry! Esa, Debra tuya se lo ha dicho todo a Darren.

-¡Vete a la mierda, Steve! -gritó ella a su vez.

-Va diciendo por ahí.que no se te levanta. ¿Va en serio?

-Vete a la mierda -dijo ella de nuevo, pero por 10 bajo. Se alejó por una avenida que Steve no podía tomar. Después de unos noventa metros salió a Fearley Road, que conocía bien. Un amigo suyo había atracado una licorería allí y se había librado sólo con servicios comunitarios. Estaba empezando a hartarse de tanto caminar y marearse, así que ahora estaba echando un vistazo para ver si había algo disponible en 10 que se pudiera ir sobre ruedas.

Impulsivamente, se fue al aparcamiento que había en el último piso del AlINights Market y allí empezó a probar las puertas de los coches. Quería uno que fuera bastante nuevo, no un trasto viejo, pero a la mayoría de los coches nuevos era muy difícil hacerles un puente, a menos que uno supiera lo que hacía. El último coche que probó antes de abandonar resultó ser el más fácil, un Austin Montego rojo oscuro. Tenía una cartera en la guantera, con cuarenta libras y una taIjeta Barclays, un equipo estéreo y el depósito lleno de gasolina. Dos minutos más tarde estaba conduciendo por Batde Road con la música en marcha, de vuelta a casa.

Debra salió por la puerta mientras aparcaba. Teresa salió de un salto del Montego y echó a correr en cuanto la vio; pero Debra se escurrió. Cargaba con un puñado de ropa y una bolsa de plástico de Sainsbury llena.

¡Eh, ven aquí! -gritó Teresa.

-¡Déjame en paz, jodido loco! -gritó Debra a su vez. -¡Entra en el maldito coche!

-¡Ya tengo bastante de toda esta mierda! ¡Lárgate, Gerry! -Se alejó camino abajo, dejando caer su ropa y tropezando con el suelo irregular.

-¡Te voy a pillar, maldita!

Teresa dejó de perseguirla y corrió hacia la casa. Alguien había estado allí y se había cagado en el suelo. Subió la escalera, abrió la puerta del armario de un golpe y agarró sus armas y la munición. Tuvo que hacer dos viajes para meterlo todo en el Montego, pero, tan pronto como estuvo lista, condujo colina abajo en busca de Debra. El rifle estaba escondido en el maletero, en la parte de atrás, pero tenía la pistola en el asiento de al lado.

Sabía adónde iba Debra. Su madre tenía una casa de protección oficial más abajo. Teresa detuvo el coche con dos ruedas encima de la acera y ocultó la pistola bajo la chaqueta. Corrió hacia la puerta de la casa y empezó a aporrearla y golpearla con los puños.

-¡Te han visto venir, te han visto! -dijo una mujer, inclinándose desde el umbral de la puerta de alIado-. ¡Se han largado! ¡Y bien que han hecho, maldito capullo!

Teresa estuvo tentada de hacerle un buen agujero en la jodida cara que le sonreía burlona, en cambio sacó su polla e intentó mearse en la puerta, pero no tenía orina. La mujer chilló algo y desapareció. Teresa miró a su alrededor, sabía cuál era el coche de la madre de Debra y, como la vecina había dicho, no estaba a la vista.

Volvió al Montego, que chirrió girando por la estrecha vía mientras se alejaba.

Condujo a toda velocidad hasta que hubo cruzado el Ridge y salió al campo, alrededor de Ninfield. El sol caía a plomo ahora. Un coche de policía se cruzó en la otra dirección, con las luces y las sirenas en marcha. Teresa instintivamente se encogió en el asiento, pero obviamente estaban persiguiendo a otro y ninguno de los dos policías miró siquiera en su dirección.

El lado derecho de la autopista estaba rodeado de bosques. Teresa sólo recordaba vagamente haber conducido por ahí antes, pero, después de un rato, vio un cartel anunciando una zona de picnic autorizada por la comisión forestal. Estaba conduciendo demasiado rápido para parar, pero se detuvo en el siguiente camino de entrada a una granja, giró y volvió atrás.

Se dio cuenta de que ninguna de las pistolas estaba cargada. «¡Maldita sea! ¡Y había salido en busca de Debra tal cua!!»

Entró en la zona del aparcamiento con una nube de polvo y enfadado, cogió una pistola. Le encajó con fuerza un cargador.

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Interplanetaria

7 Opiniones

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    Noticias
    on

    El lunes 16 de Junio, el autor de Experiencias Extremas S.A., Christopher Priest, estará en Madrid para presentar su libro. El acto tendrá lugar en la Casa de América, a las 19.30 de la tarde, en la Sala Bolívar.

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    Taurus
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    Desde luego, no habrá muchas oportunidades como esta, aunque es un poco pronto, las siete y media, y muchos estamos currando.

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    Merlin Fog
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    O en el puto atasco, pero en fin.

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    melmoth
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    Aguien lo ha leido?? El argumento me parece ya muy visto… merece la pena???

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    hur
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    Buen olfato, hay más humo que leña. Entre nosotros, si no eres exigente te result bastante flojo; si lo eres, es una xxxxx.

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    I
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    Tiene por ahí otra novela, The Separation, que dicen que está muy bien. ¿Alguien la ha leído?

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    Wayland
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    No hay que sacarle punta a todo. La novela no es el colmo de la originalidad ni su lectura resulta arrebatadora, pero está bien escrita y cumple. Cosa diferente es que uno debe exigirle mucho más a un autor como Priest.

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