← El rompecabezas ¿Dónde esta mi héroe? → Hazañas y aventuras del brigadier Gerard febrero 12, 2008 8 Opiniones Arthur Conan Doyle Género : Aventuras De la simpatía y admiración romántica que Sir Arthur Conan Doyle profesaba por la «aventura imperial francesa» nos ha quedado una biografía de Napoleón, La gran sombra, y diecisiete espléndidos relatos protagonizados por el heroico, jactancioso, valiente, humano y no excesivamente perspicaz Etienne Gerard, oficial de húsares del Emperador. Los primeros relatos de Gerard aparecen como serie en 1895 en el Strand Magazine, y se reúnen en un volumen titulado Las hazañas del Brigadier Gerard al año siguiente. Debido al éxito de estos relatos, el director del Strand pide a Conan Doyle más aventuras del popular brigadier (tal y como hiciera en el caso de Sherlock Holmes), que fueron apareciendo en la revista entre 1895 y 1903, y luego publicadas en un volumen con el título de Aventuras de Gerard (1903). Los relatos protagonizados por Gerard son cuentos de aventuras de ambientación histórica verdaderamente ejemplares: precisos, elegantes, ingeniosos y con ritmo. Doyle utilizó, como documentación de trabajo, memorias de combatientes que realmente intervinieron en las contiendas del período napoleónico. En todo caso, se trate de aventuras reales o batallitas, lo cierto es que estos episodios de la agitada vida de un húsar de Napoleón, el brigadier Gerard, al que Conan Doyle lleva a menudo a situaciones sin salida, están entre lo mejor que salió de su pluma ANTICIPO: Sus datos eran seguros, porque su hermano era cochero del alcalde, y había hablado con él ya muy avanzada la noche. Había allí un único escuadrón de cosacos, es decir, un polk, como ellos lo llaman en su horrendo idioma, y ese escuadrón se hallaba acuartelado en la casa del alcalde, que se alza en el ángulo de la plaza del mercado y es el edificio más espacioso del pueblo En los bosques, al Norte, estaba acampada una división completa de infantería prusiana, pero únicamente los cosacos ocupaban Senlis. ¡Qué oportunidad para vengarnos de aquellos bárbaros cuya crueldad con nuestros pobres compatriotas campesinos constituía la comidilla de las hogueras de todos los campamentos! Penetramos como un torrente en el pueblo, derribamos a mandobles a los centinelas avanzados, nos precipitamos sobre la guardia, y antes de que los cosacos se enterasen de que había un francés a menos de veinte millas de ellos ya estábamos derribando las puertas de la casa del alcalde. Vimos aparecer en las ventanas cabezas horrendas, cabezas con barba hasta las sienes, de cabellos enmarañados y gorros de piel de oveja; cabezas con bocas de expresión estúpida y aturdida. «¡Hurra! ¡Hurra!», gritaron, haciendo fuego con sus carabinas; pero nuestros hombres estaban ya dentro de la casa y se lanzaron contra ellos antes de que hubiesen sacudido el sueño de sus ojos. Fue cosa horrible ver cómo los polacos se abalanzaron contra ellos, igual que lobos famélicos sobre un rebaño de gamos bien gordos, porque, como ustedes sabrán, los polacos tienen sangrientas cuentas que cobrarse de los cosacos. La mayoría fueron muertos en las habitaciones superiores, donde habían buscado refugio, y la sangre goteaba en el vestíbulo igual que la lluvia de un rejado. Son soldados implacables los polacos, aunque a mí me parece que un poco pesadores para sus monturas; tomados hombre a hombre, son tan corpulentos como los coraceros de Kellerman. Como es natural, su equipo es mucho más ligero, porque no llevan ni coraza ni espaldera, ni casco. Pues bien: en aquel momento fue cuando yo cometí un error, un error muy grave, no hay más remedio que confesarlo. Hasta entonces había cumplido la misión mía de una manera que únicamente mi modestia me impide calificar de extraordinaria; pero en aquel instante hice algo que un oficial no podría menos de censurar, aunque un soldado lo disculpase. Mi yegua estaba, sin duda alguna, agotada, si bien no es menos cierro que yo habría podido cruzar Senlis al galope y salir a campo abierto, y que ya no encontraría ningún enemigo antes de llegar a París. ¿Pero hay algún húsar capaz de pasar por un sitio en el que se pelea sin tirar de la rienda a su caballo? Sería exigirle demasiado pedirle que obrase de otro modo. Pensé, además, que si Violette tenía una hora de descanso, quizá sacase luego tres horas de ventaja al final de la jornada. Y para acabar de echarlo todo a perder, aparecieron en las ventanas aquellas caras, con sus gorros de piel de oveja y sus gritos salvajes. Salté de mi silla, eché las riendas de Violette por encima de un balaustre, y corrí a meterme en la casa con los demás. Es cierto que llegué demasiado Tarde para echar una mano, y que estuve a punto de resultar herido de un lanzazo que me tiró uno de los bárbaros moribundos. Sin embargo, es una pena perder una pelea, aunque sea de poca envergadura, porque nunca se sabe las oportunidades que puede ofrecer para un ascenso. He presenciado acciones de puestos avanzados y peleas de galope y cuchillada en las que se ha derrochado más valor que en cualquiera de las grandes batallas del emperador. Una vez que se hizo la limpieza de enemigos en la casa, saqué un cubo de agua para Violette, y nuestro guía campesino me enseñó dónde guardaba los piensos el alcalde. ¡Y vaya si necesitaba una cosa y otra aquella Joya de animalito! Le mojé luego las patas con una esponja y, dejándola todavía arada, volví a la casa para buscar algo que llevarme a la boca, a fin de no tener ya necesidad de detenerme hasta París. Y ahora llego a la parte de mi relato que quizá encuentren ustedes más extraña, aunque podría contarles por lo menos otras diez anécdotas no menos extrañas que me han ocurrido en la vida. Ya comprenderán que el hombre que se pasa la vida en servicios de descubierta y de centinela en el espacio sangriento que separa a dos grandes ejércitos tiene muchas posibilidades de que le ocurran las más extrañas aventuras. Pero les voy a contar lo que me ocurrió sin añadir ni quitar nada. Cuando entré en la casa, me estaba esperando en el pasillo el veterano Bouvet, y me invitó a descorchar juntos una botella de vino, diciéndome: No nos demoraremos muchos. En esos bosques de ahí enfrente está Theilmann con diez mil ¿Dónde está el vino? le pregunté. Una pareja de húsares lo encuentra siempre me contestó. Y cogiendo una vela, bajó por la escalera de piedra a la bodega. Antes que nosotros habían estado allí los cosacos, como podía fácilmente deducirse de las botellas rocas que había tiradas por todas partes. Pero el alcalde era hombre al que le gustaba vivir bien, y no desearía tener una colección mejor de estanterías en que elegir. Chambertin, graves, alicante, vinos blancos y vinos tintos, espumosos y corrientes, formaban pirámides de botellas que parecían mirar tímidas por entre el serrín. El viejo Bouvet, con su vela en la mano, curioseaba de un lado para otro dejando escapar un ronroneo, como gato delante de una marmita de leche. Se decidió en última instancia por el borgoña, y ya había alargado la mano hacia una botella, cuando retumbó encima de nosotros una descarga de mosquetería y se armó un lío de gritos y alaridos como no los he oído iguales en mi vida. ¡Los prusianos nos atacaban! Bouvet era hombre valeroso; tengo que decirlo en su honor. Desenvainó su espada y se lanzó por las escaleras de piedra a la carrera, con un tintineo metálico de espuelas. Le seguí; pero, cuando desembocábamos en el pasillo de la cocina, un griterío tremendo nos anunció que la casa había sido reconquistada por el enemigo. Agarré a Bouvet por la manga y le grité: Ya no hay nada que hacer. Queda todavía uno por morir gritó, y se precipitó como un loco hacia el piso segundo. En efecto, también yo me habría hecho matar si hubiese estado en su lugar, porque habría obrado muy mal no destacando exploradores para avisarle si acaso los alemanes avanzaban contra él. Por un instante estuve rentado de seguirle; pero luego pensé que, después de todo, tenía una misión que cumplir y, si caía prisionero, se perdería la importante carta del emperador. Dejé, pues, que Bouvet muriese solo, y volví a meterme en la bodega, cerrando detrás de mí la puerta. La verdad es que tampoco allí abajo se me ofrecían perspectivas muy de color de rosa. Al darse la alarma, Bouvet había dejado caer la vela, y ésta había rodado debajo de la curva de una barrica; tanteando en la oscuridad, sólo tropezaron mis manos con botella rotas. Di, por último, con la vela; pero, por mucho que hice, no conseguí encenderla con mi cerilla, porque el pabilo se había empapado de vino en un charco. Sospechando la causa, corté el pabilo con mi espada, y entonces pude encender la vela sin dificultad. Pero estaba sin saber qué hacer. Los granujas del piso de arriba iban quedándose roncos de tanto vociferar, y era evidente que entre aquellos centenares de hombres habría algunos que no tardarían en querer mojar sus gaznares. Allí acabaría un militar impetuoso, y con él la misión que llevaba y la medalla que esperaba ganar. Pensé en mi madre, y pensé en el emperador. Y lloré ante la idea de que aquélla iba a perder un hijo buenísimo, y el segundo, el mejor de los oficiales de caballería ligera que había tenido desde los tiempos de Lasalle. Pero inmediatamente me enjugué las lágrimas, y exclamé dándome un golpe en el pecho: ¡Animo, mi valeroso muchacho, ánimo! ¿Será posible que quien logró regresar de Rusia sin un miembro congelado vaya a morir en una bodega francesa? Esta idea me hizo ponerme en pie y apretar la carta que llevaba en el interior de la guerrera, porque el crujido del papel me inyectaba ánimos. Tweet Acerca de Interplanetaria Más post de Interplanetaria »
gandalin on 4 julio, 2006 at 9:09 pm Yo sigo con mi fase napoleónica Tras "los duelistas" de Joseph Conrad, que me parecio buenísimo pero que no de ja de tener moralina final, me metí siguiendo la estela de los húsares de los batallones napoleónicos con " Las hazañas del Brigadier Gerard" , de Arthur Conan Doyle. Vibrantes, emociantes, estupendas aventuras de este personajes momentos sublimes donde casi tocas las muescas de su sable… Cierto es que el tufillo victoriano de Coyle te hace a veces un poco de gracia ( hay un capítulo donde Sir Arthur hace una descripción de unos gerrilleros españoles la guerra de la independencia endonde nos pone a caer de un burro en crueldad, y brutalidad respecto a los caballerosos y flemáticos ingleses y los honrados e idealistas franceses, que me cago en sus muelas) pero también te la hace en Sherlock Holmes y una vez que lees alguna de sus aventuras te atrapa para siempre. leyendo las aventuras de Gerard sientes por momentos el entusiasmo de la aventura en su más puro estado. Duelos y pistoletazos de lo mejorcito que he leido. Y por que parezca extraño el personaje no es petulante, si no por momentos entrañable… Un descubrimiento Ahí queda eso para quien le interese. Chao… Répondre
JavJimBar on 11 julio, 2006 at 2:34 pm Totalmente de acuerdo, Gandalin. Es un tipo entrañable, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de un francés retratado por un británico. Ese puntillo vanidoso y picarón me recuerda un poco al Harry Flashman de George MacDonald Fraser, solo que, claro está, Flashy es un cobarde y una mala persona, y Gerard es un buen hombre. Por cierto, que hay más relatos de Gerard, aparte de los contenidos en los dos volúmenes de Valdemar (he supuesto que a lo mejor tenías esa edición). Uno de ellos se desarrolla en Inglaterra: durante su breve "cautiverio" (que es mencionado en los libros de Valdemar) Gerard tiene ocasión de participar en la caza del zorro, con éxitos insospechados. (Este relato apareció en "Historias de deportes") El otro es un epílogo maravilloso para la saga: nos presenta a un Gerard ya anciano, que no ha olvidado lo que es el romance. Ambos relatos, junto con el resto de aventuras y hazañas de Gerard, aparecieron en el tomo de Aguilar dedicado a las novelas históricas de Conan Doyle (incluía también sus dos obras medievales sobre Sir Nigel y la Compañía Blanca). Es puñetero de encontrar, pero merece mucho la pena. Répondre
gandalin on 11 julio, 2006 at 11:18 pm gracias por la ampliación de conocimientos Efectivamente estoy con la edición de valdemar, por el segundo tomo, el titulado " Aventuras de Gerard" Aparte de este personaje y sus relatos, ¿ conoces algún otro personaje de Coyle que resulte simpático de leer? Cambiando de tercio, me han recomenddo las aventuras de Horatio Hornblower, ambientadas en aventuras marítimas de la armada inglesa Preferís esta saga o la de Aubrey y Maturin ?? Chao Répondre
JavJimBar on 12 julio, 2006 at 2:39 pm Hombre, en la vena de Gerard, no recuerdo que Doyle tenga otro personaje. Ese carácter suyo tan emotivo y alejado de la frialdad británica, Doyle lo trata con cierta condescendencia cariñosa, pero resulta muy poco british (y la gran mayoría de los personajes de Doyle son británicos). De todos modos, en la vena entrañable, recuerdo algunos personajes de la saga medieval, en concreto el propio Sir Nigel Loring y el arquero Samkin Alyward se hacen querer bastante. ¿Hornblower o Aubrey? Difícil cuestión, caballero. Es como preguntarle a un trekkie: ¿Picard o Kirk? La saga de Hornblower es mucho más clásica, más centrada en la vida del protagonista y sus romances. Resulta un poquitín fría, y eso que se publicó en su día en un peazo pulp de aventuras: Argosy. No sé si habrás visto la peli que hicieron sobre Hornblower en los 50: "El hidalgo de los mares" con Gregory Peck y Virginia Mayo. Tampoco es que Peck clave el personaje, pero desde luego se acerca bastante: algo frío, con un puntillo melancólico, muy, pero que muy caballero y bastante estirado. Las novelas de Aubrey reconozco ue me gustan más (de hecho las reservo siempre para las vacaciones veraniegas): se centran más en escaramuzas, intrigas políticas y bélicas, y batallas navales. Y Aubrey es el opuesto a Hornblower, un tipo campechano y sencillote, con un puntillo de tramposo pirata. A mi me aprece que tiene bastante más carisma. Por otra parte, tanto en una saga como en la otra, a los españoles nos ponen de sucios ignorantes "negros" (sic), sin honor, que comen basura. Avisado quedas. (Estos británicos a veces tienen unas cosas…) Répondre
gandalin on 12 julio, 2006 at 7:13 pm OK Tengo en barbecho el primer volumen de la saga de O`Brian y creo que lo reservo para los días de playa hace unos años anduve por Guatemala y allí había un canal de la BBC de series clásicas y me enganché con Hornblower , y la serie me pareció buenísima. En cuanto al cliché de los españoles, he tenido varias referencias de escritores europeos, no solo británicos, del siglo XIX y no falla: los españoles somos tipos melencarados, crueles, sucios, traicioneros y nada que fiar. Ahora a las españolas todos ellos las ponen por las nubes….la madre que los p…En fin. Es curioso pero ¿ tanta distancia habría entre la Europa y la España de aquellos años? . Puede que sí, pero me da la impresión de que hubo un par o tres de viajeros burgueses de la Europa de la época que lo fliparon en sus viajes con España y se dedicaron a tipificar a los españoles de tal forma que esa imagen ha permanecido mucho tiempo… Fuera de que lo del tipo bajito, moreno y cabreado sigue siendo verdad, no veo tanta diferencia hoy entre nosotros y otros Europeos, es más , creo que estamos menos metidos en nosotros mismos que otros paises como Inglaterra que viven en su luna de Valencia… Sin embargo no he encontrado ningún escritor español de la época que te haga una imagen aunque sea crítica de los ingleses o franceses. Don bento Perez galdós en sus episodios se centra en relatar más que en opinar sobre comportamientos….. Reverte en su alatriste sí que se mete a juzgar a ingleses, holandeses y franceses y hay que reconocer que en eso , me hace gracia. Chao Répondre
pepe on 22 julio, 2006 at 9:18 pm sobre el brigadier gerard, que quieres que te diga, no está mal en lo de aventuras, pero se me hace un poco ñoño, por ejemplo hay una historia que se desarrolla contra una mesnada de desertores franceses e ingleeses, en la que luchan juntos las tropas inglesas y francesas que me resultó un poco tonta, por ejemplo eso mismo sale en el quinto libro de la serie de sharpe y lo borda, y en cuanto a lo de las series marítimas nelsonianas no olvides la serie de alexander kent, que a mi gusto es de más tiros y aventuras que la de aubry y mathurin, o la de dudley pope que un oco más romántica es muy marítima -a veces en exceso, pues si no has navegado a vela a veces se hace insufrible la descripción minuciosa de las amniobras- la otra a la que os referís no la he leido pero tengo ganas de meterle el diente un día de estos Répondre