← Cross Los lunes al golf → La amante del guerrero julio 13, 2008 Sin opiniones Juliet Landon Género : Romántica ¿Realmente era una mujer respetable? Vivía como una dama refinada, pero Dania Rhiannon tenía en realidad un origen muy diferente que había preferido ocultar. Durante el día los soldados invadían las calles de aquel puesto avanzado del imperio romano, pero por la noche los oficiales más importantes acudían a la Casa de Mujeres de Dania. Hasta entonces ella nunca había sentido la tentación de compartir sus placeres más íntimos con nadie, pero su mundo estaba a punto de derrumbarse al descubrir que un guerrero como aquél podía seducirla con enorme facilidad. ¿Sería cierto que Fabio Cornelius se sentía atraído por ella o acaso sospechaba lo que ocultaba bajo su apariencia de respetabilidad? ANTICIPO: Ninguna mujer brigantina, y mucho menos una de la tribu de Boar, habría tenido que preguntar mucho para encontrar la razón de la visita personal de un emperador romano en ese momento, pues era ya de sobra sabido que el ejército romano estaba pasándolo mal en aquella parte de la muralla fortificada. La muralla de Adriano, la llamaban; pues había sido iniciada por el emperador Adriano para controlar el flujo de tribus y el tráfico, los impuestos y el comercio entre las tribus de la colina del lado sur y los caledonios bárbaros del lado norte. Las tribus inglesas de la colina, los brigantinos, jamás se habían dividido completamente en dos secciones como sugería el muro, pues algunos de ellos estaban desperdigados por el otro lado también. Durante los últimos seis años, la resistencia contra la autoridad romana había ido teniendo cada vez más éxito de lo que nadie hubiera previsto; nadie salvo Dania y su hermano Somer, ahora cacique de Boar. De no haber sido por el enorme éxito de su misión, su gente seguiría sufriendo como cuando se marchó. De no ser por su coraje e intuición, el ejército de Brigantia habría permanecido ajeno a los puntos fuertes y flacos del ejército romano, a sus movimientos de fuerte en fuerte y a todos los cambios que permitían los ataques de las tribus de la colina, una y otra vez. Finalmente, el ejército romano había decidido que había que hacer más para aguantar y, tras haber conseguido por fin un emperador con reputación de temerario, habían enviado más refuerzos que nunca para encargarse del problema. El emperador Septimus Severus y su hijo mayor lo verían personalmente, utilizando el cuartel regional de Eboracum y Coria como base principal. Casi diariamente entraban nuevas tropas en la ciudad, construyendo más barracones, cubriendo los alrededores con tiendas de campaña, atestando las calles con su presencia, apoderándose de los caballos y los carruajes. Para molestia de Dania, algunos incluso se habían personado en su casa. La Casa de las mujeres, abierta sólo a partir de última hora de la tarde, siempre era popular entre aquellos soldados y ciudadanos que podían permitírselo. Jamás se habían disputado tanto la admisión, y jamás los residentes habían tenido semejante oportunidad de descubrir lo que el cacique Somer y sus compatriotas de Brigantia necesitaban saber. Haciéndose pasar por ciudadana romana, Dania se había preocupado durante los seis años anteriores por no destapar sus orígenes. Sólo dos personas habían ido con ella desde Boar; una de ellas era Etaine, su dama de compañía; la otra era Bran, hijo de Brigg, que había sido rebautizado como Brannius. Ciudadano británico durante el día y mensajero de Brigantia durante la noche, Brannius tenía veinte años, sólo dos menos que su hermanastra, y estaba completamente entregado a ella. Estaba de pie a su lado cuando concluyó su ritual en el pequeño templo de Diana, donde una pequeña figura de la diosa de la caza les recordaba a ambos sus orígenes. Me siento inquieta con respecto a este encuentro le susurró Dania. No sé por qué. No te preocupes contestó él. Hemos recorrido un largo camino, Bran, hijo de Brigg dijo ella. Creo que nos hemos redimido, después de seis años de éxito. Estoy segura de que tienes razón. ¿Qué tenemos que temer? Bran podría haberlo explicado, pero no era el momento para eso. Seis años antes, habían sido conducidos a Coria para montar un pequeño telar, cómo ella había sugerido. No les habían faltado recursos, pero tampoco lo habían tenido fácil durante el primer año, pues no podían realizar las capas de lana con la suficiente rapidez para satisfacer la demanda, y habían contratado a dos mujeres del lugar para ayudar. El paso a la vida en la ciudad había sido incluso más duro, especialmente para Dania, quien, como hija de un cacique, había esperado mantener su estatus durante el resto de su vida. Ahora era una ciudadana comente sujeta a más restricciones de las que podría haber imaginado. Había descubierto que las mujeres británicas romanizadas no disfrutaban del mismo estatus que las mujeres de las colinas, y la cercanía que la protegía en Boar había desaparecido de la noche a la mañana. Era una pérdida terrible que no había anticipado al renunciar a su estilo de vida, pues sus padres y Somer habían sido su mundo, a los que jamás había tenido que rendirles cuentas de nada. Somer había salido en su defensa contra Mog; había sido él el que organizó su nueva vida. Era su héroe, y se debían su vida el uno al otro. Diariamente, el odio de Dania hacía los romanos aumentaba mientras trataba de sacarles información con tal de conseguir que Somer llegase a ser el cacique más temible. Las visitas nocturnas de Bran a la tribu con la información obtenida pronto comenzaron a dar resultados, causando consternación al ejército romano a lo largo de la muralla. Tan mal iban las cosas en los fuertes enemigos que una vez habían perdido una unidad entera al ser asaltada y, poco después de eso, otras dos unidades al incendiarse un fuerte durante el invierno. Por aquella época. Daña, que se había rebautizado como Dania, había descubierto que Etaine había estado acostándose con soldados romanos por dinero, justificándose al decir que era una manera más fácil y rápida de conseguir recursos que pasarse el día entero en el telar. Dado que ambas sabían cómo evitar la concepción, Etaine corría poco peligro y, cuando llevó a una joven que necesitaba cuidados médicos, sus vidas tomaron una dimensión inesperada y poco corriente Su reputación como curanderas de los problemas femeninos pronto se extendió por la ciudad de Coria. Aun así, como su llegada a la calle Weaver había sido tan minuciosamente preparada y ejecutada, las aparentes relaciones de Dania con los ciudadanos británicos romanizados y su supuesto parentesco con habitantes de Eboracum y Cateractonium parecía satisfacer incluso a los vecinos más suspicaces. No estaba mal visto que fuera una mujer soltera con un negocio, ni que contratara a gente del lugar para ayudar en el telar. Y, cuando extendió el negocio a la tienda de al lado, principalmente gracias a las ganancias de Etaine y Jovina, tuvo sentido que contratara a un sastre que pudiera mantener la fachada tras la cual se llevaban a cabo en privado otros servicios más personales. En su tercer ano, Dania había comprado el terreno de detrás de las tiendas y había construido una casa de dos plantas y un jardín que descendía hasta el no. Muchas mujeres pidieron trabajar ahí siendo un lugar seguro en el que podrían ser tratadas con respeto. Dania pidió una licencia y se la concedieron. Eligió a las mujeres por su inteligencia y por su belleza, así como por su disposición a escuchar cuando sus clientes, principalmente militares, hablaban de su trabajo ya fuera en la cama, en la mesa o en los lujosos baños. Esa disposición incluía el traspaso de dicha información a Dania, pues todas sus empleadas compartían ya una lealtad común a la tribu de la montaña de Boar. Lo que su adorada jefa hiciera con la información no lo preguntaban, aunque probablemente lo sospecharan a raíz de la creciente irritación de sus clientes hacia las tribus locales de las colinas, particularmente la situada en Boar, oculta en el bosque a treinta kilómetros al oeste de Coria. Los cambios del modesto negocio original también se reflejaban en la propia Dania; tanto que, durante sus visitas secretas a Boar, regresaba al aspecto que tenía al marcharse siendo una chica de dieciséis años desafiante y dolida. En Coria, sin embargo, era Dania, alta y esbelta, tan cercana a los ideales masculinos de una diosa como le era posible. Se había convertido en una mujer hermosa con unos encantadores ojos verdes y una melena negra y ondulada que, como una mujer digna, llevaba recogida con lazos. Mantenía su figura esbelta como si hubiera dado clases de baile desde la infancia, captando la atención de los hombres con el contoneo de sus caderas y la gracilidad de sus brazos. Al haber adoptado el estilo de vestir romano, las sedas y prendas de lino se deslizaban por su cuerpo provocativamente, realzando sus caderas y sus piernas. Su cuello de cisne, oculto en público bajo un elegante velo, quedaba expuesto de noche, revelando collares de oro y perlas. A la vez que exigía un nivel muy alto de refinamiento en las mujeres que trabajaban para ella, los principios personales de Dania la habían colocado fuera del alcance de los hombres. Ni una sola vez se había unido a aquéllas que servían a los oficiales en sus visitas nocturnas a la Casa de las mujeres, oficiales que iban sólo por recomendación. Dania se negaba a admitir a cualquiera, aunque tampoco podría permitírselo cualquiera. Uno de sus clientes más frecuentes era el centurión Claudio Karus, cuyas generosas ofertas nunca había aceptado, aunque él siempre se lo había tomado bien. Como oficial, tenia la ventaja de poder casarse, mientras que sus legionarios no. Pero Karus prefería la soltería y sus visitas a la Casa de mujeres; y Dania y las demás mujeres escuchaban con atención sus charlas sobre la vida en la muralla antes de pasar la información a su señora, normalmente esa misma noche. Ahora Dania esperaba que Claudio Karus hubiese enviado a alguien a buscarla para demostrar su eficiencia, al tiempo que ponía a prueba su tradicional discreción. No, no había razón para preocuparse, salvo que el soldado al que le habían roto el brazo hubiera decidido vengarse de alguna forma. Tweet Acerca de Interplanetaria Más post de Interplanetaria »