← La habitación de cristal El conjuro de Satán → La cámara oscura octubre 05, 2006 Sin opiniones Peter Straub Género : Terror Willy Patrick, galardonada autora de libros infantiles y juveniles, está al borde de una crisis nerviosa. Figuras de su pasado han comenzado a aparecérsele. La más aterradora es la de su única hija, Holly. Sencillamente no puede estar ahí. Porque tanto la hija como el marido de Willy están muertes. Muy pronto, la escritora se ve obligada a huir de su casa al descubrir la posible implicación de su prometido actual en ambas muertes. El escritor Tim Underhill, ha creído ver el fantasma de su hermana fallecida hace muchos años y está recibiendo en su ordenador extraños y angustiantes e-mails cuyos autores tienen en común pertenecer al pasado de Underhill y estar todos muertos. Lo que verdaderamente le ha aterrorizado ha sido darse cuenta de que Willy Patrich, a quien ha conocido recientemente, se parece demasiado a la protagonista del libro que está escribiendo actualmente y que se encuentra, precisamente, en el mismo peligro mortal que está tomando forma en su novela… ANTICIPO: Guilderland Road, en cuya parte superior se extendía la amplia y muy arbolada finca de Mitchell Faber, atravesaba una zona de las laderas (es un decir) sur occidentales de Alpine, New Jersey, donde poco después de la Guerra de Secesión habían desprendido quirúrgicamente el pueblo invisible de Hendersonia del más público distrito de Creskill. En todos los aspectos de la vida, salvo el de poner nombres a lugares, los Henderson de Hendersonia habían quizá valorado tanto el anonimato como Mitchell Faber, porque habían pasado por la historia dejando nada más que unas cuantas lápidas apenas legibles en el diminuto cementerio del extremo inferior de la carretera. Más abajo, en la colina, el bloque de hormigón del banco, una iglesia presbiteriana abandonada, una casa particular convertida en agencia de seguros, una tienda de alquiler de vídeos y de DVDs, un bar y brasería llamado Retdop´s, conformaban el centro del pueblo. El verano anterior una tienda de comestibles Foodtown había sustituido a una vieja bolera en un solar pavimentado una calle hacia el sur, y Willy se prometió que desde ese momento haría allí sus compras. Todavía se estaba situando, todavía estaba tratante de encontrar una rutina. Hacía dos semanas que Mitchell había conseguido convencerla de abandonar su cómodo apartamento de un dormitorio en la calle Setenta y Siete Este por la «finca». Ya que iban a casarse dentro de dos meses, ¿por qué no empezar a vivir juntos? Eran adultos de treinta y ocho y cincuenta y dos anos (cincuenta y dos anos muy bien llevados), solos en el mundo. «Tenemos que reconocer que me necesitas», dijo Mitchell una noche. Ella lo necesitaba, y él la quería de la manera extravagante con que Mitchell Faber lo quería todo: un Mitchell ceñudo envolviéndola en un abrazo, prometiéndole que se encargaría de que nunca más le ocurriera nada malo. La «finca» sería perfecta para ella, un reino protector así como el propio Mitchell era una especie de reino protector. Y lo bastante grande como para que cada uno tuviera su estudio, porque él quería pasar más tiempo en casa y ella necesitaba lo que necesitan todas las mujeres, sobre todo mujeres que escriben libros: un cuarto propio. Cuando Willy conoció a Mitchell Faber, él la asombró por estar enterado no sólo de que su tercera novela juvenil, La cámara oscura, acababa de ganar la Newbery Medal, sino de que la ciudad en la que estaba ambientada. Mill Basin, se inspiraba en Millhaven, Illinois. El premio había sido anunciado hacía sólo cuatro días, pero la fiesta en el apartamento de Molly Harper no era en su honor, y el triunfo de Willy era tan reciente y, por lo tanto, medio irreal, que sentía que en cualquier momento podían revocarlo. La propia Willy, que aún no había salido de la angustiosa oscuridad, habría huido de algo tan público como una celebración. Sentía que apenas podía soportar una cena. Algunos de los presentes sabían que Willy acababa de ser premiada por el Newbery Committee y algunos se acercaron a felicitarla. Los amigos de Molly tendían a ser demasiado ricos para mostrarse efusivos; como la propia Molly, muchas de las mujeres eran décadas mis jóvenes que sus maridos, lo que las llevaba a ejercer una conducta modificada equivalente a pulsar el botón de «silencio». A esa característica reserva se añadía su reacción ante el aspecto de Willy, que parecía una guapísima niña perdida. Algunas mujeres le tomaban una inmediata antipatía. Otras se sentían amenazadas cuando sus maridos, con afán o no de ligue, entraban en la órbita de Willy. Hacía el final de la noche, o poco antes de las diez, porque aquellos caballeros de cabeza plateada y sus relucientes esposas nunca se acostaban después de las once, Lankford Harper, el susurrante marido de Molly, se levantó de la silla a la izquierda de Willy y en cuestión de segundos rué reemplazado por un pulcro y zalamero animal masculino que se distinguía por ser mayor que la mayoría de las mujeres y menor que todos los hombres. La energía zumbaba en aquel pelo negro, grueso y lustroso, y en aquel frondoso bigote negro. Ojos negros y brillantes dientes blancos relucieron para Willy y una ancha y cálida mano cubrió la suya. Se asombró de que esa familiaridad no la pusiera en guardia. Ocurriría lo que tendría que ocurrir; Willy, en vez de sentirse ofendida, se relajó. Deseo felicitarla por su magnífico galardón, señora Patricio dijo el hombre, inclinándose hacia ella. Debe de sentirse como si hubiera ganado a la lotería. No exactamente dijo Willy. ¿Entonces está al tanto de los libros para niños, señor…? Soy Mitchell Faber. No, no puedo decir que sea un experto en libros para niños, pero el Newbery es una gran distinción, y he oído cosas maravillosas sobre su libro. Es el tercero que publica, ¿verdad? Willy abrió la boca. Sí. Buen título. La cámara oscura, sobre todo en un libro para niños. Quizá recuerde demasiado a Maurice Sendak, pero él escribía para lectores más jóvenes. «¿Por qué estoy dando explicaciones a este individuo?», se preguntó Willy. La mano del hombre apretó la suya. Por favor, disculpe lo que voy a decir, señora Patrick. Conocí a su marido. A veces, nuestro trabajo nos ponía en contacto. Era un hombre magnífico de verdad. Por un momento, la visión de Willy se volvió granulosa y su corazón vaciló entre latidos. A su alrededor continuaba el zumbido de la conversación normal. Parpadeó y se llevó la servilleta a la boca, tratando de ganar tiempo. Lo siento dijo el hombre. He sido un poco brusco. En absoluto. Me ha sorprendido un poco. ¿Trabaja para el Baltic Group? De vez en cuando me llaman para enturbiar un poco más las cosas turbias. Estoy segura de que lleva claridad dondequiera que vaya dijo ella, y tratando de cerrar de una manera elegante la conversación, le dio las gracias por haberse acercado. Mitchell Faber se inclinó y le dio una palmadita en la mano. Mill Basin, el pueblo de su libro, ¿se basa en Millhaven? Entiendo que es su pueblo natal. Mitchell Faber era una fuente de pequeñas sorpresas. Adulada, desconcertada, Willy le sonrió. Debe de conocer Millhaven muy bien. ¿Es usted de allí también? La pregunta era absurda: Faber no tenía el aspecto ni el acento ni el comportamiento de alguien nacido en Millhaven. Ni era un producto de las fábricas de privilegios de la Costa Este que habían creado a Lankford Harper. A veces, cuando estoy en Chicago, me gusta ir en coche hasta Millhaven, alojarme en el Pforzheimer una noche o dos, salir a dar un paseo a orillas del río, tomar una copa en el viejo Green Woman. ¿Conoce el bar Green Woman? Ella nunca había oído hablar del bar Green Woman. Un sitio antiguo y encantador, con una historia fascinante. Debería estar en las enciclopedias. Tiene una interesante relación con la tradición criminal. ¿Tradición criminal? No sabía de qué estaba hablando ese hombre y no tenía ninguna intención de averiguarlo. Para Willy, el asesinato de su marido y de su hija era crimen más que suficiente para el resto de su vida. La propia idea de «tradición criminal» le pareció una mala idea. Mitchell Faber le podía haber causado la misma impresión, pero Willy descubrió que en cuanto a él no había tomado una decisión tan rápida. Al día siguiente, cuando llamó a Molly para darle las gracias, se vio haciendo preguntas acerca del hombre que le había hablado del Newbery y de Millhaven. Molly sabía muy poco sobre él. Un día más tarde, Willy llamó para informar de que el huésped desconocido de la cena le había pedido encontrarse para tomar un café o una copa o lo que fuera. Yo iría directamente a lo que fuera dijo Molly. ¿Qué puedes perder? Me pareció muy buen mozo. Además, no tiene cien años. No sé nada sobre él dijo Willy. Y no creo que esté preparada para salir con alguien. Ni remotamente. Willy, ¿cuánto tiempo hace que pasó? Dos años. Es muy poco tiempo. Un café es también muy poco. Tendría que contárselo todo. Si trabaja con Lanky ya lo sabe. Esos tipos descubren lo que quieren, investigan cualquier cosa. Lanky me ha dicho que son mejores que la CÍA, y deben de serlo. Tienen diez veces más dinero. Todo dijo Willy. Así fue, entonces, cómo el señor Faber descubrió lo de La cámara oscura y Millhaven. Tenía a Lanky. ¿Lanky sabe que gané el Newbery? Discúlpame, no quería preguntarlo en ese tono. Molly se había echado a reír. Claro que lo sabe. Incluso leyó La cámara oscura. Ahora Willy estaba atónita. ¿Lanky leyó mi libro? ¡Es una novela juvenil! Las novelas juveniles son la pasión secreta de Lanky. Cuando tenía veinticinco años leyó The Greengage Summer, y ese libro le cambió la vida. Ahora es un experto en Rumer Godden. Willy trató de imaginarse al adusto, reservado y canoso marido de Molly con el traje a rayas y el reloj de oro, inclina do hacia adelante, a la luz de una lámpara de biblioteca, leyendo un ejemplar de Miss Happiness and Miss Flower. Tiene una fabulosa colección dijo Molly. Recuerda que estamos hablando de Lankford Harper. Tiene una cámara especia! con enormes estantes de metal. Cuando oprimes un pequeño botón, giran. Miles de libros, la mayoría en perfecto estado. Cuando consigue uno nuevo, compra un montón de ejemplares, uno para leer y el resto para ponerlos en la cámara. Philip Pullman… no te imaginas cuánto valen esos Philip Pullman. Willy tendría que haberse dado cuenta de que el interés de Lanky Harper por sus libros era sobre todo financiero. ¿Cuántos ejemplares de La cámara oscura tiene guardados en ese sitio? Cinco. Compró tres cuando salió y en cuanto se anunció el Newbery compró dos más. ¿Cinco ejemplares? Parece que le gustó mucho. Su mente había vuelto a Mitchell Faber, cuya impertinencia contenía un inesperado atractivo. Por lo menos a Faber no le había dado miedo hablar con la viuda trágica, en vez de recurrir a tópicos. Secretamente, el oscuro Mitchell Faber excitaba bastante a Willy Patrick: era el tipo de hombre para quien las reglas de los demás eran sólo pautas. Tweet Acerca de Interplanetaria Más post de Interplanetaria »