La flecha negra

La Flecha Negra (1888) transcurre durante los primeros años de la Guerra de las dos Rosas, a mediados del siglo XV, entre las casas inglesas de York (rosa blanca) y Lancaster (rosa roja) por el dominio territorial y la sucesión al trono, guerra caracterizada por las cambiante alianzas entre las familias más influyentes de Inglaterra y la intermitente locura del débil rey Enrique VI, que tan pronto apoyaba a una facción como a la otra («se acostaba York y se levantaba Lancaster»).

La novela narra las aventuras del joven aspirante a caballero Richard Shelton, pupilo de Sir Daniel Brackley, señor de Tunstall -y defensor, interesado y poco fiable, de la causa de Lancaster-, que, tras haber perdido a su padre en extrañas circunstancias, sirve a las órdenes de sir Daniel y recorre la agreste región con los mensajes de su señor. Estamos en los prolegómenos de la batalla de Shoreby, y en la cercana abadía en ruinas de Holywood se oculta la hermandad de La Flecha Negra, cuyo capitán, el misterioso John Amend-all (John Arregla-todo), un vengador justiciero tiene atemorizadas a las autoridades locales, pues sus certeras flechas negras, acompañadas de un mensaje, prometen cobrarse la vida de cuatro malvados personajes: «Los cuatro recibiréis lo que es de razón / una flecha negra en vuestro negro corazón»…

La edición incluye las clásicas láminas a color del inimitable ilustrador N.C. Wyeth.

ANTICIPO:
Una hora más tarde, Dick estaba de vuelta en “La cabra y la gaita” desayunando y recibiendo información de sus mensajeros y centinelas. Duckworth seguía ausente de Shoreby; cosa que sucedía a menudo, ya que desempeñaba muchas funciones en la política, compartía muchos intereses y dirigía muchos asuntos. Había creado esta comunidad de la Flecha Negra como personaje arruinado ansioso de venganza y de dinero; y no obstante, entre los que lo conocían bien, era considerado agente y emisario del gran artífice de reyes ingleses, Richard, conde de Warwick.

En su ausencia, en todo caso, la dirección de los asuntos de Shoreby recaía en Richard Shelton; y mientras comía, el cerebro 1e bullía de preocupaciones, y su semblante reflejaba un profundo ensmismamiento. Había quedado decidido, entre él y lord Foxham, intentar un golpe audaz esa noche, y liberar a Joanna por la fuerza. Los obstáculos, sin embargo, eran numerosos; y sus exploradores, a medida que llegaban uno tras otro, le iban dando nuevas vez más preocupantes.

La escaramuza de la noche anterior había puesto en alarma a sir Daniel. Había reforzado la guarnición de la casa del jardín; pero no contento con eso, había apostado jinetes en todos los caminos vecinos, de manera que pudiesen alertar inmediatamente de cualquier movimiento. Entretanto, en el patio de la mansión los caballos permanecían ensillados; y los jinetes, armados de pies a cabeza, aguardaban la orden de montar.

La empresa de la noche parecía cada vez de más difícil ejecución, hasta que de repente a Dick se le iluminó la cara.

-jLawless! -exclamó-; tú que has sido marinero: ¿podrías robar un barco?

-Amo Dick -replicó Lawless-, si me respaldáis, soy capaz de robar el monasterio de York.

Poco después salieron los dos y bajaron al puerto. Era una ensenada amplia, situada entre cerros arenosos y rodeada de acumulaciones de arena, maderos viejos y podridos, y ruinosas viviendas de suburbio. Había multitud de barcos con cubierta y botes abiertos fondeados y varados en la playa. Una larga racha de mal tiempo les había obligado a buscar refugio; y la gran formación de nubes negras y las frías turbonadas que se sucedían sin cesar, unas veces de nieve seca, otras meras fugadas de viento, no auguraban que fuese a mejorar, sino más bien amenazaban con desencadenar un temporal mucho más fuerte de un momento a otro.

Los marineros, en vista del frío y el viento, habían optado por regresar a tierra en su mayoría, y ahora cantaban y atronaban las tabernas de la playa. Muchas embarcaciones cabeceaban peligrosamente sobre el ancla; y a medida que transcurría el día, sin que el tiempo diera la menor señal de aclarar, su número iba en aumento. Fueron estos barcos, y en especial los fondeados más afuera, los que atrajeron el interés de Lawless. Mientras, Dick, sentado en un ancla medio enterrada en la arena y escuchando, ora el fragor tremendo y ominoso del oleaje, ora el canto ronco de los marineros en la vecina taberna, no tardó en abstraerse de su entorno y de sus preocupaciones, al venirle al pensamiento la feliz promesa de lord Foxham.

Una mano en el hombro le hizo volver a la realidad. Era Lawless, que le señalaba un pequeño barco algo aislado, fondeado a poca distancia de la boca, donde cabeceaba suave y regularmente con cada ola que entraba. Un resplandor pálido de sol invernal cayó en ese momento sobre su cubierta, destacándolo contra un banco de nubes amenazadoras; yen ese resplandor fugaz pudo ver Dick un par de hombres atracando un bote a su costado.

-Mirad, señor -dijo Lawless-. Ése es el barco para esta noche.

Poco después el botecillo se apartó del barco, y sus dos tripulantes, poniendo proa al viento, bogaron vigorosamente hacia tierra. Lawless se volvió hacia un ocioso.

-¿Cómo se llama? -preguntó, señalando el barquito.

-Es el Buena Esperanza, de Dartmouth -contestó el ocioso-. Capitán Arblaster. Va a los remos de proa de aquel esquife.

Era cuanto quería saber Lawless. Dio las gracias apresuradamente al hombre, cruzó la playa y se dirigió a un entrante arenoso, hacia el que enfilaba el esquife. Se apostó allí, y en cuanto es tuvieron al alcance de la voz, abrió fuego sobre los marineros del Buena Esperanza:

-¡Eh, Arblaster! -gritó-. ¡Bien venido, compadre; bien venido, por la cruz! Aquél es el Buena Esperanza, ¿no? ¡Sí; lo reconocería entre diez mil! ¡Pero ven, diantre, y vamos a beber! Acabo de heredar, cosa de la que sin duda estarás ya enterado. Ahora soy rico; he dejado la mar, y ahora navego mayormente en cerveza. ¡Vamos, muchacho, vengan esos cinco! ¡Acompaña a beber a un viejo camarada!

El patrón Arblaster, un hombre ya mayor de cara larga y piel curtida, con el cuchillo colgado del cuello con un cordón trenzado, y toda la pinta, en ademán y manera de andar, de un moderno marinero, se había quedado en suspenso con evidente asombro y recelo. Pero la mención de una herencia, y la simpleza de racha y la campechanía que Lawless había adoptado, consiguieron disipar su suspicacia: relajó su expresión, y al punto tendió mano abierta y estrechó la del proscrito con un formidable apretón.

-No te recuerdo -dijo-. Pero ¿qué más da? Yo bebo con cualquier compadre; y lo mismo Tom, mi marinero. Tom –añadió dirigiéndose al que le acompañaba-, aquí está mi compadre, no recuerdo su nombre, pero sin duda es marinero de una pieza. Vayamos a beber con él y su amigo de tierra.

Abrió la marcha Lawless, y poco después estaban sentados en una cervecería que, como la habían abierto hacía poco y se hallaba en un lugar solitario y expuesto, estaba menos concurrida que las cercanas al centro del puerto. Consistía sólo en un cobertizo de troncos muy parecido a los blocaos del interior de los bosques que se construyen hoy, y estaba toscamente amueblada con una prensa o dos, varios bancos desnudos, y unos tableros puestos sobre barriles que hacían de mesas. En el centro, y rodeado por medio centenar de fuertes corrientes, un fuego de maderas de desecho ardía y vomitaba un humo espeso.

-¡Ah! -dijo Lawless-; ¡éste es el placer del marinero: un buen fuego, un vaso de algo fuerte en tierra, mal tiempo fuera, y un temporal bramando sobre el tejado! ¡Por el Buena Esperanza, que sabrá aguantar!

-Sí -dijo el patrón Arblaster-; buen tiempo para quedarse en tierra, ésa es a pura verdad. ¿Qué dices tú, Tom? Hablas bien, compadre, aunque sigo sin acordarme de tu nombre. Pero hablas muy bien. ¡Esperemos que aguante el Buena Esperanza! ¡Amén!

-Amigo Dickon -prosiguió Lawless, dirigiéndose a su jefe-, tienes ciertos asuntos que atender, si no me equivoco. Ve a ocuparte de ellos. Yo me quedaré aquí con la mejor compañía del mundo, dos recios y curtidos marineros; y hasta que regreses, te prometo que estos valientes camaradas y yo beberemos aquí unas rondas. ¡No son como los de tierra, estos tres pellejos!

-Bien hablado -exclamó el patrón-. Puedes irte, muchacho; yo cuidaré de tu amigo y de mi buen compadre hasta el toque de queda… ¡Y hasta que salga el sol, por santa María! Porque mira, cuando un hombre lleva años en la mar, tiene la sal metida en el barro que le cubre los huesos; y aunque se beba un pozo entero, no se le apaga la sed.

Así animado por todos, se levantó Dick, se despidió de la compañía y, saliendo otra vez a la tarde borrascosa, se dirigió a toda prisa a «la cabra y la gaita». Una vez allí mandó recado a lord Foxham de que, en cuanto oscureciera, tendría una buena nave preparada para zarpar. Y a continuación, llevándose consigo un par de proscritos con alguna experiencia como marineros, volvió al puerto, y al pequeño entrante arenoso.

El esquife del Buena Esperanza estaba varado junto a muchos otros botes, de los que era fácil distinguirlo por su extrema diminutez y fragilidad. Efectivamente, cuando Dick y sus dos hombres ocuparon sus puestos, y empezaron a bogar para salir del entrante al puerto abierto, el pequeño cascarón embestía la ola y se estremecía con cada golpe como si fuera a hundirse.

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Interplanetaria

20 Opiniones

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    robinhood
    on

    Como mola Stevenson, ese sí que sabía escribir novelas de aventuras sin eternizarse ni desperdiciar páginas. Absoluto dominio del lenguaje, frescura y una buena historia.

    Y pedazo de edición, con ilustraciones a color y una tapa dura de verdad, con la que se le puede abrir la cabeza a alguien sin dañar el libro.

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    luis
    on

    Lo suscribo.

    Lo he pillado de gorra aprovechando la oferta de suscripción de Galaxia y me he encontrado con un libraco de aspecto inmejorable. El otro que ofrecían era aún más gordo, pero al final mi criterio fue escoger el que traía dibujos, que uno es como un crío.

    Me lo estoy pasando como un enano leyéndolo.

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    Lobo
    on

    Es un gran libro, amigo Luis. Lo lees de crío y te lo pasas teta, pero de mayor se disfruta tanto o más.

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    luis
    on

    En efecto, es un gran libro.

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    Iscariot
    on

    Creo q Stevenson puede presumir de estar editado en casi todos los formatos de Valdemar: Avatares, con La flecha negra, la isla del tesoro y demás, Club Diógenes (para qué voy a contar), incluso en la colección gótica, donde han sacado El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde. Un autorazo. Aparte, creo que las reflexiones y la filosofía de Stevenson resultan saludables para lectores grandes y pequeños (ya podían aprender algunos políticos)

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    campeador
    on

    Jajaja, me ha llamado la atención este comentario en el As sobre el partido Inglaterra-Francia:

    Propone un juego de control, que con marcador a favor se convierte en el castillo del Rey Arturo cuidado por los caballeros de la Mesa Redonda y en la flecha negra al contragolpe.

    Buena comparación, sí señor, aunque abierta la veda, habría que ver con que referencias literarias habría que describir a España.

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    Orco
    on

    Hay o había un premio deportivo consagrado al futbol, y estaba muy bien remunerado.

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    oscar
    on

    Pues la comparación literaria de la selección española no puede menos que ser la obra cumbre de nuestra literatura: El Quijote, un pobre hombre que sale del pueblo creyendo que se va a comer a todos los monstruos del mundo conocido y por conocer y se ve apaleado por los primeros molinos con los que se encuentra.

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    Alberto
    on

    Será un premio literario ¿no?

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    desmojrs4r
    on

    el libro esta muy bien  me ha gustado mucho , pero se hace un poco cansado de leer cuando vas por la pagina 170 o así. ssaalluuddooss ddee lluuiiss luix@ o luiixo

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    aa
    on

    que año se publico el libro¿? 😀

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    Alberto
    on

    ¿Te refieres a la edición original o a esta en concreto?

    [b]Stevenson[/b] publicó [i]La Flecha negra[/i] en 1888 y esta edición la sacó Valdemar en 2002.

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    Io mismo
    on

    alguien podria hacerme una pekeña critica del libro??? por favor gracias crak ;Ds

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    coronel pike
    on

    Va sobre una flecha negra.

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    pike
    on

    pues comprate el libro y lo sabras

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    gonza
    on

    el libro se escribio en el año 1888 😮

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    elisa
    on

    ¿ acaso te lo has leido tù? >:(

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    elisa
    on

    ¿ acaso te lo has leido tù? >:(

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    elisa
    on

    es uno de los mejores libros que escribió Stevenson

    año 1888

    flecha negra es todo un puntazo

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    Marti
    on

    [b]Yo lo tnego el libro y sinceramente no tengo ganas de leerlo ami me paree aburrido y un poco complicado 😀 es solo una opinion [/b]

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