La maldición de la momia. Relatos de horror sobre el antiguo Egipto

Género :


«Querrías volver a poseerme, Demonio, pero te digo que no podrás, porque ya me llega el fin y diré a los matarifes del dios Shu: ¡Adelante!» Así concluye el Papiro de Un, perteneciente a «El libro de los muertos», que se conserva en el Museo Británico. La fascinación de la literatura fantástica occidental por la figura de la momia egipcia es la consecuencia del temor ancestral a los “resucitados” (vampiros, zombies…) unido al miedo por lo diferente y extraño: una cultura ya desaparecida, oriental y pagana. Lejos de ser un fantasma, la momia es un cadáver que regresa físicamente del más allá para atormentar a los vivos, un resucitado que viene a ajustarnos las cuentas, dispuesto a hacernos daño, a acabar con nosotros de forma brutal. La maldición de la momia. Relatos de horror sobre el antiguo Egipto reúne veinte relatos y un poema, y es la primera recopilación en lengua castellana que se publica sobre tan apasionante mito literario (y cinematográfico). En ella el lector encontrará desde los grandes nombres de la narrativa fantástica como Arthur Conan Doyle, Sax Rohmer, Rudyard Kipling, Willa Carter o Robert Bloch, hasta sorprendentes incursiones en el género de conocidos ocultistas como el Conde Louis Hamon o C.W. Leadbeater, o la novelización, a cargo del escritor inglés John Burke, de una de las más populares películas sobre momias: La maldición de la tumba de la momia. El volumen se completa con la aportación de tres autores contemporáneos en lengua castellana: Pilar Pedraza (Carne de ángel), Norberto Luis Romero (El relicario de Lady Inzúa) y José María Latorre (La sonrisa púrpura). Todos ellos contribuyen a definir y engrandecer el mito de la momia, su poética, su trasfondo macabro e incluso su inconfesable gusto por la necrofilia.

ANTICIPO:
REYES MUERTOS

(Dead Kings, 1914)*

Aceptado como está que Egipto es un emporio comercial grande y emprendedor, ¿que resultaría más fascinante que el hecho de que el Gobierno se instalara en un rincón de este emporio comercial, que formara una pequeña compaña y que pasara la temporada de frío empleándose en la paga de dividendos mediante la comercialización de gargantillas de amatista, escarabajos de lapislázuli, potes de oro puro y estatuillas de un valor inapreciable? Mas aún, si uno es rico, ¿que otra cosa puede hacerse más divertida que enrolarse en una expedición para cavar en el lugar donde se supone que hay una ciudad muerta y ver cómo resucita? Conocí a un gran cazador que recorrió el continente atraído por este deporte.

—El año que viene formaré un grupo en la ciudad, iré allí y veré las excavaciones por mi mismo —dijo—. Es como trocear elefantes. En este juego desentierras cosas que están muertas y las haces vivir. ¿Por qué no te animas a revolotear un poco por ahí?

Me mostró un breve folleto de lo más seductor. En lo que a mí respecta, sin embargo, nunca alargarla las manos para hacerme con el equipamiento de un muerto, por mucho que este se fuera a la tumba albergando la creencia de que los dijes y abalorios garantizan la salvación Hay, por supuesto, otro argumento, propio de los escépticos, según el cual los egipcios de la antigüedad eran unos vocingleros que magnificaban sus logros, unos excelentes propagandistas, por lo que nada podía complacerles más que el imaginarse admirados por muchos anos. Más aun, uno podría robar tranquilamente alguna de esas almas dobladas sobre si mismas que no pueden verse a la luz del día.

Al final de la primavera los expedicionarios dedicados a la excavación volvieron del desierto para pasar buenos ratos intercambiando nuevas y haciendo chanzas en las terrazas. Por ejemplo, la Compañía A habla encontrado un material de valor incalculable, sólo Dios sabe cuánta antigüedad atesoraba, del que no se podía por menos que estar orgulloso, mientras la Compañía B, menos afortunada, insinuaba que de haber tenido la Compañía A tan poca ayuda como la que recibieron ellos de los nativos en la excavación, no se hubieran mostrado tan felices, pues no habrían hallado nada aun teniéndolo ante sus narices de arqueólogos.

—Eso no tiene sentido —replicaba la Compañía A— También los que excavaban para nosotros estaban bajo sospecha… Pero los vigilamos estrechamente.

—¿Seguro que sospechabais de ellos? —replicaban los Otros—. Bueno, pues la próxima vez que estéis en Berlín, entrad en el Museo para ver cuántas cosas se han llevado los alemanes… Lo mismo que podríais haber sacado vosotros, y no lo hicisteis… La dinastía lo demuestra.

Así pues, la copa de A quedaba envenenada, al menos hasta el ano siguiente.

Ningún conservador de un museo, sin embargo, puede albergar escrúpulos, y afirmo que jamás me he encontrado con alguno que los tuviera. En cuanto a los alemanes, puedo asegurar que gentes de cuatro nacionalidades distintas, por lo menos, ratifican que son los mayores piratas.

El negocio de la exploración es tan romántico como el trabajo en el ferrocarril de la India. Las mismas caravanas, las mismas filas de burros cargados, las mismas bandas de tipos pertrechados con toda suerte de herramientas y los mismos grupos de mujeres que hacen un conjunto medio azul y medio negro, cargadas con sus hijos y con sus cestas. Peto en este caso no llevan azadas en esas caravanas, como cuando se va a destripar terrones, sino que al llegar ante un paredón los hombres comienzan a cavar cuidadosamente con sus propias manos. Un hombre blanco —o que al menos lo era a la hora del desayuno— recorre de continuo la línea de la excavación. Pueden transcurrir semanas sin que encuentren nada, un mínimo trozo de algo, pero en cualquier instante puede brotar la sorpresa, y el hallazgo responde así a las expectativas del descubrimiento.

Tuvimos la fortuna de estar un tiempo en el cuartel general del Museo Metropolitano (Nueva York), en un valle tan horadado que parecía una enorme madriguera de conejos, de tantas tumbas como había. Sus caballerizas, sus tiendas y casas, las habitaciones de los criados, eran antiguas tumbas; allí, por lo demás, no se hablaba más que de tumbas; sus sueños (los sueños de todo el que se dedica a las excavaciones arqueológicas) no eran otros que los del descubrimiento de una tumba virgen, que nunca hubiera sido hollada, en la que el muerto yaciera con todas sus joyas. A cuatro millas de allí están tos hoteles, grandes y acogedores. En el valle, por el contrario, no hay más que rascar la muerte de muertos que lo son desde hace miles de años. En sus tumbas jamás ha crecido la hierba, ni las plantas, nada de eso que identificamos con el color verde. Los moradores de las villas, con una experiencia de doscientos años, por lo menos, en el saqueo de las tumbas, acompañan sin embargo a los turistas y a los arqueólogos expectantes, como si no quisieran defraudar sus expectativas. Se recorren así senderos hechos secularmente por los pies desnudos de los moradores de las villas y de las aldeas, que van de una tumba, o de lo que fue una tumba, a los lodos que preceden a la siguiente tumba, y así una vez y otra. No lo hacen de manera muy distinta a la de los caracoles pegajosos que siguen sus rutas, y como éstos, lo vienen haciendo desde tanto tiempo atrás…

Pero jugar con el tiempo es algo muy peligroso. Aquella mañana, el conserje se dirigió a nosotros y a los marinos del barco de vapor para ver si podíamos demorarnos eres días. Por la noche estuvimos departiendo con gente para la que el tiempo se había detenido en la época de Ptolomeo. Primero me pregunté hasta qué punto tenían algo que ver con el hecho de que algunos faraones, para hacerse sus rumbas, hubieran robado las columnas de la tumba de otro faraón, antes o después de Melquisedec. Su tradición e influjo antiguos eran inconcebiblemente remotos para la mentalidad de nuestros días. Pero a la mañana del día siguiente, allí estábamos, tomando posesión de la tumba de un noble, que mostraba sus pinturas en buen estado, un ministro de agricultura muerto unos cuatro mil o cinco mil años atrás. Su momia me dijo así:

—Observe cuánto me parezco a su amigo, Mr. Samuel Pepys, al que tanto admira… Créame, tengo un gran interés por la vida, de la que, por otra parte, mucho he disfrutado, tanto de sus aspectos puramente mundanos como de su vertiente espiritual… No creo que encuentre por ahí cualquier departamento de Estado en can buen estado de conservación como el mío, o una casa igual de bien conservada que la mía, m siquiera una de esas casas tan bonitas que tienen los jóvenes… En cuanto a mis hijas… Bueno, la mayor, como puede observar usted, está junto a su madre; la menor, junto a mí, pues siempre fue mi favorita… Ahora le mostraré todo lo que hice, y deléitese con todo ello, pues ya es hora de que se aprecien mis logros.

Y en efecto, me mostró con todo detalle, unas veces pintados en color y otras con simples pero elocuentes trazos, su ganado, sus caballos, sus cosechas, sus recorridos por el distrito, sus informes, y a el en sí mismo, el más ocupado entre los más ocupados en sus buenos tiempos.

Pero cuando luego me llevó por el estrecho pasaje que desembocaba en la cámara mortuoria donde había yacido por un tiempo con todos sus bienes, no pude seguirle bien… No pude ver cómo aquel hombre, de vida con tantas experiencias, podía sentirse a gusto entre frisos en los que había pinturas francamente monstruosas que se repetían como si estuviesen archivadas… Trató de explicarme algo al respecto:

—Vivimos junto al río, un lugar donde no disponemos de espacio, pero tampoco de estrecheces… Detrás tenemos el desierto, con lo cual no nos afecta, pues no suele ir allá ningún hombre hasta que ha muerto; no se utilizan las tierras cultivables para cavar tumbas— Por todo ello, pues, prácticamente nos movemos sólo en dos dimensiones, corriente arriba, o comente abajo. Si dejamos a un lado el desierto, al que tenemos la misma consideración que un hombre sano puede observar con respecto a la muerte, verá usted que no poseemos un fondo… Nuestro mundo está entre dos líneas, una verde, sólo observamos el resplandor del cielo en las aguas. Si contempla usted los Colosos, por ejemplo, verá cuán extravagantes somos en esta tierra, al hacer cosas tan desmesuradas en un espacio así de mínimo como el que le he descrito. Pero observe igualmente que nuestras cosechas son suficientes y que nuestra vida resulta fácil, muy fácil… Además, no tenemos vecinos, lo que quiere decir que podemos expandirnos sin peligro si así lo decidimos… Así pues, ¿qué otra cosa pueden hacer nuestros sacerdotes, sino pintar frisos y desarrollar rituales, ya que encima son muy imaginativos? Sin mayores perspectivas, limitados por el espacio en el que nos desenvolvemos, divididos entre el río hipnotizador y el desierto que sólo evoca a la muerte, debemos, pues, ipso facto

—Ni siquiera así –lo interrumpí— comprendo a vuestros dioses, ni vuestra relación con las bestias y los monstruos.

—¿Prefiere que se lo explique de manera indirecta? Bien, sea… Al fin y al cabo escribimos Humanidad con H mayúscula… Digamos que mis dioses, o lo que veo en ellos, me contienen a mí.

—¿Quiere decir con eso que lo que observa en sus dioses incide en sus creencias y en su conducta?

—¿Conoce usted la respuesta al enigma de la Esfinge?

—No –dije en un susurro—. ¿Cuál es?

—Todo hombre sensible tiene la misma religión, pero no rodos los hombres sensibles lo dicen.

Y me tuve que dar por contento con sus palabras, pues el paisaje concluía en pura roca.

Hay un valle sembrado de rocas y de piedras que ofrecen un reflejo marrón y rojo, al que llaman el Valle de los Reyes. Allí, un pequeño ingenio petrolero trabaja todo el día, gracias a lo cual la luz eléctrica ilumina las caras de los faraones a unos cuantos cientos de pies bajo tierra. Todo el valle, durante la temporada turística, se ve recorrido por borricos que van de un lado a otro llevando gente y carga. Por todo el valle, igualmente, se extienden las tumbas de los reyes, que son innumerables, las cuales pueden visitarse durante el día y quedan cerradas con cadenas a la caída de la noche. Para visitarlas hay que pagar un tíquet a los encargados del Departamento de Antigüedades. Uno entra, y tanto en lo más profundo de las tumbas, como en la superficie, oye las voces incesantes de los guías turísticos repitiendo los nombres y los títulos de quienes allí fueron enterrados, tan ilustres… Hay que cuidarse de no sufrir heridas en los pies con los filos cortantes del piso de roca, y por lo general hace un calor sofocante allí abajo, en esos pasajes oscuros y las cámaras que, según los guías, son tan intrincados porque así los hicieron los sabios arquitectos de la antigüedad para evitar que los ladrones camparan allí por sus respetos. Por allí pasan cada año todas las razas de Europa, y varias de las que atesoran los Estados Unidos. Sus pasos van haciendo que el suelo sea cada vez más romo, a lo que también ayuda la cantidad de polvo que allí se acumula, un polvo que no barren los vientos. Los turistas admiran los techos pintados, las paredes igualmente pintadas con distintos motivos, se entusiasman ante una u Otra cornisa, y salen sin aliento para embarcarse en la aventura de recorrer un buen trecho bajo el duro sol, hasta llegar a la siguiente tumba y hacer un recorrido semejante. Lo que se les ocurre decir, lo que les sugiere todo aquello, lo dicen alto y fuerte; y cabe señalar que algunas de las cosas que dicen son muy interesantes. También es cierto que intuyes lo que van a decir con la sola observación de sus movimientos, de su actitud. En algunos ves que sus palabras van a ser las propias de la modestia, en otros ves el escepticismo, pero en cualquier caso ninguno de nosotros puede afirmar que sus actitudes difieren de las nuestras. En suma, lo normal en alguien que se mete bajo tierra sin ánimo de lucro, o en alguien al que van a meter bajo tierra definitivamente. Uno, allí abajo, cobra conciencia de cuan grande es el peso de la tierra, pues la sabe arriba, y cuando hace bulto con los demás visitantes, una vez recorridos los pasajes, y visto las cosas que hay allí abajo, demuestra una natural tendencia a salir de allí cuanto antes, con los demás. Ni siquiera la visión de un gran sarcófago con su rey, bajo la luz eléctrica, o la visión de las pinturas que representan diversas escenas de la vida del muerto, quita las ganas de salir de allí, cuanto antes, al turista.

Algunos dicen que la cripta de San Pedro, con sólo nueve siglos a sus espaldas, y las tumbas de los primeros Papas y de unos cuantos reyes, resultan más impresionantes que el Valle de los Reyes, pues evidencian cuan breve es la vida. Pero el Valle de los Reyes no expone otra cosa que no sea eso tan terrible que leemos en Macbeth:

Hasta la última silaba del tiempo recordable.

Es la tierra la que abre sus labios secos y así lo dice.

compra en casa del libro Compra en Amazon La maldición de la momia. Relatos de horror sobre el antiguo Egipto
Interplanetaria

10 Opiniones

Escribe un comentario

  • Avatar
    Frau Hesselius
    on

    Sólo por curiosidad, me gustaría que alguien que haya leído ya La maldición de la momia me dijera qué relatos le han gustado más. Ciao.

  • Avatar
    Markus
    on

    Algunos llevamos leidos unos cuantos (aunque no he llegado a la mitad). Me han gustado bastante El Pectoral del Pontífice judío y me ha sorprendido el Estudio de Destino del ocultista Louis Hamon. Creo que hablan también divinamente del de Pilar Pedraza, pero aún me queda… En todo caso, soberbia edición como siempre de los de Valdemar. Si somos justos, no hay otro libro que se parezca a esta Maldicion de la Momia por las librerías, en cuanto a temática y lujo editorial. Soy un afortunado, que se le va a hacer

  • Avatar
    Frau Hesselius
    on

    Apreciado afortunado,

    el Estudio del Destino te habrá gustado por la pedrada mística que tenía el Conde Louis de Hamon, porque como narrador era un poco, bastante torpe. Pero me parece genial que le hayan incluido en la antología y que en sus notas biográficas hayan incluido el episodio de la princesa egipcia que se les apareció a él y a su mujer (¡lo que hubiera dado yo por pasar una apacible velada con aquella tierna parejita!). Eso es lo mejor, junto con sus predicciones sobre Franco y los Estados Unidos.

    Gracias.

  • Avatar
    Ramiro
    on

    Yo ya me lo alivié en una semanita.

    No entiendo como no incluyeron eEl lote 249 de conan doyle en vez de esa chingada de amor El anillo de Toth. No da espanto ninguno

  • Avatar
    Iscariot
    on

    El Lote 249 y otros relatos igual de intrigantes aparecerán en una antología de Conan Doyle. No te harán esperar mucho… Información de primera mano, palabra.

  • Avatar
    elabismo
    on

    a ver si nos adelantas mas al respecto que tengo que ahorrar….y si aparte de comentar esa futura novedad comentas mas novedades me darias un alegrón

  • Avatar
    Iscariot
    on

    En la Gótica ya ha salido el de relatos fantásticos de Meyrinck. Eso promete, después del buen sabor de boca de la antología de Momias…

    Espero q no nos hagan esperar tanto para el segundo de Lovecraft. Para ese sí tendrás que ahorrar, porque ya no incluye relatos primerizos, sino lo mejor de lo mejor, su consagración con los mitos de Cthulhu, relatos y novelas cortas.

  • Avatar
    elabismo
    on

    yo espero con ansia el de lovecraft y el de hodgson alguien que se apiade y diga las fechas de salida porfi

  • Avatar
    Frau Hesselius
    on

    Si es por pedir, a mí que me digan alguno de los cuentos de la antología de Meyrinck, que me gusta mucho.

  • Avatar
    lala
    on

    :- :-[font=georgia][size=7][color=orange][/color][/size][/font]

Leave a Comment

 

↑ RETOUR EN HAUT ↑