La presa de Ramage

Año 1798, Inglaterra está en guerra con Francia y la información es una de las armas más peligrosas a la hora de llevar a buen puerto cualquier estrategia. El sistema de correos cobra por tanto una importancia de primer orden. Por ello, Ramage es consciente de hasta qué punto es urgente averiguar cómo han desaparecido -y a manos de quién ha ido a parar- los correos que cubren la ruta de las Indias.

Basándose en acontecimientos reales, Dudley Pope firmó con ésta una de las mejores novelas de la serie sobre Nicholas Ramage.

Además de novelista, Dudley Pope es considerado uno de los historiadores navales más prestigiosos de los últimos tiempos y autor de una abundante obra que abarca desde la época nelsoniana al siglo XX.

Su serie de Ramage cuenta con dieciocho novelas.

ANTICIPO:
Ramage se dispuso a trazar mentalmente un diagrama de la situación. El Lady Arabella navegaba con rumbo nordeste con un viento de aleta de oeste, y el corsario orzaba a barlovento amurado a babor, haciendo buen avante en el cuadrante noroeste y nornoroeste. Cuando tuviera que describírselo a Gianna, pensó Ramage al distraerse, el Arabella sería como un coche circulando a gran velocidad por un camino recto, y el corsario un salteador de caminos que galopaba por otra carretera que cortaba en diagonal, por la derecha. A menos que Stevens hiciera algo al respecto, ambos, coche y salteador de caminos, se encontrarían en la encrucijada.

El corsario no viajaba por el camino tan rápido como el Arabella, querido, puesto que barloventea, pero eso no importa porque el francés tiene menos distancia que recorrer hasta la encrucijada: dista unas seis millas del Arabella, mientras que la encrucijada se encuentra a menos de tres para el corsario.

Entonces, preguntaría Gianna con esa manera que tenía de arrugar el entrecejo cuando había algo que no entendía, cómo iba a escapar el Arabella. Ramage sonreiría para tranquilizada: cuando mayor andadura alcanzaba era con viento de través, de modo que viraría al norte para tenerlo así, viraría a la izquierda, en otras palabras, dejando al francesito a la derecha, muy a sotavento: tan a sotavento que sería incapaz de alcanzarnos antes del anochecer. Luego no sería un problema esquivado de noche, llevando a cabo un cambio de rumbo radical, por ejemplo. La mañana del lunes no habría nada a la vista en todo el horizonte.

Ramage volvió al presente con una sacudida, cuando tanto Yorke como Southwick le vocearon, señalando al alcázar, donde al volverse vio a Stevens de pie con la mano haciendo bocina en la oreja, como esperando una respuesta.

-Acaba de preguntar qué le parece ese barco -dijo Yorke, sarcástico-. Por lo visto, cree que eso que se acerca en el horizonte podría ser la Abadía de Westminster.

Ramage devolvió el catalejo a Southwick, e hizo bocina con ambas manos.

-No artilla más de una docena de cañones. Se encuentra a unas seis millas.

-¿Qué nacionalidad tiene?

Ramage se volvió a Yorke con cara de incredulidad. -¿Está de broma? -Al ver que el armador negaba con la cabeza, Ramage voceó a Stevens-: Es una goleta corsario francesa en rumbo de intercepción. Será mejor que vire usted al norte rápidamente, señor Stevens, o en una hora la tendrá a la voz.

-¿Está seguro, señor Ramage?

¿Era Stevens un estúpido o un bellaco? El más idiota de los marineros que servían a bordo de los paquetes del Servicio Postal, incluso cualquier paje de a bordo, sabía que una goleta que orzara al viento en un rumbo de intercepción en ese rincón del Atlántico tan sólo podía responder a un corsario enemigo.

-Estoy totalmente seguro, y también lo están el señor Yorke y el señor Southwick. Ha llegado el momento de virar, ¡ya ha perdido usted una milla a sotavento!

-No puedo actuar de ese modo tan irreflexivo -replicó a voz en grito Stevens-. No tardaríamos en arribar al Polo Norte si cambiara el rumbo cada vez que avistamos una vela desconocida.

Southwick dio un codazo a Ramage y gruñó: -Primera vela que avistamos desde hace semanas. Usted dé la orden, señor. Le aseguro que los del Triton nos aseguraremos de cumplida a rajatabla.

Ramage tomó de nuevo el catalejo sin pronunciar una palabra. El corsario asomaba ya el casco por el horizonte, señal de lo rápido que convergían sus respectivos rumbos. Era una embarcación alargada, de bajo bordo, negra y con palos blancos, y navegaba rápido; al viento de poniente, pero a escasos grados del ojo. Proyectada desde la popa, los rociones salpicaban el castillo de proa. Tenía un aspecto grácil y elegante, perfectamente cortada la lona, bien orientada. Su capitán esperaba que el paquete virara al norte, y se aseguraba de que el timonel no cediera una pulgada a sotavento.

Al devolver el catalejo a Southwick, Ramage recordó el comportamiento de Stevens, que no parecía tener prisa, y a quien no vio sorprenderse cuando el vigía anunció que había avistado la goleta. ¿Pertenecía a esa clase de personas que son incapaces de reaccionar rápidamente en caso de emergencia? ¿Era debido a ello que los corsarios lo hubieran apresado en dos ocasiones? Seguro que no, incluso el más lento de los hombres hubiera aprendido la lección a esas alturas.

Ramage estaba sorprendido, y estaba sorprendido porque no sabía qué hacer. Ese corsario de negro casco y su dotación, compuesta por un centenar de aguerridos franceses, podían constituir la captura segura de todos los que viajaban a bordo del Arabella, y muy probablemente la muerte de algunos de ellos. La alternativa del Arabella de huir o ser capturado dependía del capricho de Stevens, no de las órdenes dadas por el capitán corsario. Dependía de lo rápido que virara al viento el paquete, de lo rápido que huyera con rumbo norte.

Aun así, la captura del Arabella podía revelar, de algún modo, por qué muchos (si no todos) de los anteriores paquetes habían sido apresados. Ésa era la única razón de por qué el Arabella contaba con la presencia del teniente Ramage. Que el diablo lo llevara, se dijo a sí mismo, enojado. Había hablado tantas veces de responsabilidad con Yorke y Southwick, a lo largo de las últimas semanas. Hablado, sí, y ahí estaba la cuestión: era la vieja historia de tener que enfrentarse una fría mañana a la decisión tomada durante la cálida y dulce velada anterior.

«De acuerdo, dejemos que el Arabella sea capturado», pensó. El corsario podría alcanzado antes del anochecer. En caso contrario, podría hacer una suposición del rumbo que había tomado y podría cazado en la oscuridad. El condicional, ese «podría», era la palabra clave, pero ajuzgar por el modo en que Stevens se manejaba la probabilidad podía convertirse perfectamente en certeza.

Ramage observó a Stevens en cubierta, e intentó adivinar qué pasaba por la mente de aquel hombre. Lo vio hablando con el segundo oficial. De pronto, Much señaló al corsario y, con enfado, se volvió a las piezas de cuatro libras artilladas a estribor, sacudiendo de un lado a otro la cabeza como un palomo. A pesar de la distancia, Ramage comprendió que Stevens estaba totalmente tenso, como sacudido por un dolor agudo.

Entonces vio al cirujano caminar a popa hacia los dos oficiales. Un mediador, ¿o se pondría del lado de uno de los dos? Much le vio acercarse y repitió los gestos, sólo que en esa ocasión se dirigió a Farrell, que se detuvo a unos pasos de distancia como si el segundo oficial supusiera una amenaza para él. Por unos instantes, los hombres fueron silenciados por la violencia de las palabras de Much; al cabo, los tres arrancaron a hablar a la vez, moviendo las manos como locos. Aunque el viento se llevó sus palabras, saltaba a la vista que se estaban peleando.

-Como mercachifles en plena feria -comentó Yorke. -¿Qué hace ahí el cirujano? -murmuró Ramage, pensando en voz alta.

-Es como ver una obra de teatro sin escuchar lo que dicen los actores. Supongo que el señor Much quiere virar al viento, y luchar si llega a ser necesario. El valiente capitán es incapaz de tomar una decisión; y el buen matasanos quiere rendir el barco sin más.

-Sí -gruñó Southwick-, eso mismo me parece a mí.

-Era de esperar -comentó Ramage-. Me pregunto

quién… Pero vamos, ya es hora de que nos unamos a la fiesta, pues no hacemos más que perder un cuarto de milla a sotavento cada dos minutos.

Y tras pronunciar esas palabras, descendió por los flechastes y, dirigiéndose hacia Stevens, se recordó que el capitán del paquete nada sabía del motivo real de su presencia a bordo. Stevens no tenía ni idea de que la fortuita aparición del corsario en el horizonte había convertido a Ramage en la figura clave de una investigación secreta encargada por el Gabinete. Para Stevens y sus oficiales, Ramage era otro inquieto pasajero, y por el momento tenía que recordar atenerse al papel.

Los tres dejaron de hablar al ver que se acercaba el teniente.

-Ah -dijo Stevens con una sonrisa tranquilizadora que intentó extenderse en su rostro, pero que se perdió alrededor de los labios-. Vaya, señor Ramage, es una lástima no tener una de sus fragatas a barlovento, ¿no le parece?

-Todos los laureles serán para usted -dijo Ramage con alegría-. ¡Estoy seguro de que le fastidiaría tener que compartidos!

La sonrisa de Stevens desapareció sin dejar rastro. -Bueno, teniente, ese corsario parece grande… -Sí, pero no deja de ser más pequeño que el Arabella, supongo.

-¡Oh, no! ¡Si cuenta con dieciocho portillas! -¡Tonterías! -soltó Much-. Podría tener diez portillas y artillar dieciocho cañones.

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Interplanetaria

8 Opiniones

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    Lorenzo
    on

    Hay numerosas series navales, basadas en la misma época, que además cuentan con numerosos volúmenes. Quisiera una opinión que me decantara, porque me da a mi que no me voy a leer 20 libros de O´Brian, 20 de Forrester, 20 de Kent y 20 de Pope… Es decir, 80 libros de la misma temática. Ni siquiera creo que lea 20.

    Así que quisiera que alguien me de algunas referencias, tanto de autor como, si pudiera ser, de qué libro/s es más recomendable.

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    Danko
    on

    Alexander Kent y O brien son la misma persona me parece; ya fallecida es el autor favorito de Pérez Reverte.

    He leído algo de las series de O Brien y la de Bolitho de Kent y las de O Brien son mucho más novelas que las de Bolitho.

    Eso sí, llenas de términos náuticos, vas acabar con el mastolero las jarcias hasta el mismo trinquete.

    Pero para adquirir vocabulario náutico e historia naval de la marina de su majestad, están muy bien y son muy aventureras y llenas de acción se enmarcan en las guerra de la independencia americana y las guerra contra napoleón mayormente.

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    Maligno
    on

    Alexander Kent es el seudónimo de Douglas Reeman, que sigue vivo y escribiendo.

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    Anónimo
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    Tírate a los libros de O´Brian y Dudley Pope, son los mejores del género casi sin discusión; el más famoso es Clive Steve Forester, que escribió la saga de Hornblower, Pero para mi gusto son mejores los anteriores. Para ponerte al día con el vocabulario, las ediciones de Edhasa te lo facilitan al final de cada libro; pero si no te llega (no te va a llegar ni de coña), recurre a internet.

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    hectorfe
    on

    mira, yo lei las de Obrian y las de Forester y me quedo mil veces con Forester y yo tengo que solo son 10 libros la serie de Hornblower

    forester es el padre de la novela historica naval, y sus personajes son mas humanos que los de Patrick Obrian

    otra diferencia que note es que la de Obrian es muy repetitiva, en cambio la de Forester ademas de las luchas navales tenes a Hornblower desde sus inicios en la marina pirata

    de Obrian te recomiendo un librito que ahora no recuerdo el nombre donde explican terminos navales, comidas uniformes de la epoca etc

    saludos, hector de buenos aires

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    Pluto
    on

    Las novelas de Alexander Kent son muy distintas de las de Obrien, pero yo no diría que uno es superior a otro. En Obrien lo que prima es la aventura marinera, la lucha contra los elementos, las artes de navegacion, la idiosincrasia de los hombres de mar. En Kent lo sustantivo es la guerra naval, la táctica y el combate, la conducta humana en situaciones límite, la camradería y la lealtad. Si quieres aventura y viajes: Obrien, si quieres cañonazos y gestas: Kent. A mí me gustan los dos.

    Forester es el padre de todos, es el Tolkien de la novela histórica marítima. Imprescindible.

    Y yo añadiria uno más a la terna: James L. Nelson, un americano (los otros tres son ingleses) que escribe sobre la marina americana de la primera mitad del XIX, cuyos miembros eran algo intermedio entre piratas y guardaespaldas contratados para defenderse de los piratas. Algo característico en Nelson es que sus protagonistas tienen tanto que temer de sus compañeros de tripulación como de los navíos enemigos. En España se pueden encontrar al menos dos estupendas obras de James L. Nelson: El pirata y El vigía. Yo creo que valke la pena.

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    thorfinnr
    on

    si te gustan las novelas de barcos, lee el primero de O´Brian… y cuando vayas por el décimo ya estarás lamentando, de verdad, de que sólo te queden otros diez por leer…

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    rafa perera
    on

    Me aficioné a las novelas de la marina británica leyendo a O´Brian, a pesar de estar muy mal traducidas y de lo repetido y aburrido de las tramas.

    Seguí con Alexander Kent, que encuentro muy superior a O´Brian, mucho más humanas y entretenidas.

    Jonathan Lunn me parece flojísimo, el peor.

    Dudley Pope no está mal, aunque lo situaría por debajo de Kent.

    Y por encima de todos siempre está Forester. Indudablemente el mejor.

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