La versión del Minotauro

Una guerra innecesaria. Un ex presidente del gobierno acosado por la justicia internacional y las sombras del pasado. Una viceministra ávida de poder. Una conspiración urdida en las cloacas del Estado para eliminar a varios oficiales incómodos para el poder. Un mercenario psicópata con el alma castiza y muchas lagunas mentales. Un militar íntegro que intenta detener la matanza, aun a riesgo de desatar una tormenta política de consecuencias inimaginables…
Todos estos personajes, y algunos más, se adentran en el laberinto de los servicios secretos españoles. Un laberinto desquiciado cuyo hilo de Ariadna lleva muchos años cercenado, y en el que ni siquiera el Minotauro comprende las reglas. Ésta es su versión, tan delirante, divertida y escalofriante como los acontecimientos que relata.
Francis P. Fernández nos muestra el lado oscuro de la política internacional española, en un estremecedor retrato de la condición humana que pocos autores se habían atrevido a narrarnos de una manera tan documentada, certera y descarnada.

ANTICIPO:

Luna nueva.

Espero en la cuneta pedregosa acompañado del martilleo pejiguero de los grillos. No más de cinco minutos. Pronto, en la lejanía, adivinándose al otro lado de la loma, diviso el destello de unos faros que rompen la oscuridad. Entonces tiro el cigarrillo y lo aplasto con la punta del zapato. Estaba a la mitad, y eso me fastidia. De hecho, me enfurece. Cada uno tiene sus manías.
Tengo aún algo de tiempo antes de que el coche alcance mi altura, de modo que reviso por última vez el estado del arma. Nunca ha fallado, pero siempre hay una primera vez para todo. Tengo las manos sudorosas. No son los nervios, que yo no recuerdo haber tenido nunca de eso, sino este enfermizo calor de agosto. El hierro se me escurre de los dedos y va a caer entre mis pies con un sonido apagado, amortiguado por la broza reseca que medra hasta el mismo borde del asfalto. Tengo que agacharme, y las bisagras oxidadas que el tiempo me ha plantado en mitad de la espalda me recuerdan que ya no soy quien era.
Eso me cabrea todavía más.
Quito el polvo del cañón con el dorso de la mano mientras miro a derecha e izquierda. Sé que es una precaución completamente absurda, puesto que no hay nadie y la oscuridad es impenetrable, pero tampoco puedo evitar estas manías insensatas que se apoderan de mí cuando llega el momento. Son actos reflejos. Inevitables. Y da igual cuántas veces lo hayas hecho antes. Cuando uno se habitúa, se habitúa. Al principio, cuando empecé en el negocio, pensaba que estas costumbres desaparecerían con el tiempo, pero con los años he descubierto que las cosas no son tan simples y que la mente es una mierda de laberinto.
A pesar de todo, no tengo nada de ansiedad.
Pero me fumaría otro cigarrillo.
Lo que ya no aparece desde hace años es la gratificante sensación de la adrenalina que riega mi cuerpo y despierta esa excitación que era, precisamente, lo mejor de esta historia. Lo que hacía que mereciese la pena. Ahora es como fichar en la misma porquería de curro mileurista durante años o, mejor, como chingar con la misma persona durante todos y cada uno de los asquerosos días de tu vida. La misma cara, el mismo sexo, idénticos prolegómenos y los quejidos repetidos una vez, y otra, y otra. Hasta que te hartas pero lo sigues haciendo por inercia, porque sí, aunque no te guste y hayas dejado de sentir lo que fuera que sintieras con anterioridad, y de lo que ya ni te acuerdas. Y, pese a que te encantaría mandarlo todo a tomar por saco y que te tragase la tierra, sigues en lo mismo y no te explicas la razón por más que piensas en ello.
También está el dinero, pero eso es secundario a estas alturas de la película. Hace tiempo que podría haberme retirado a… Bueno, no sé adónde, pero podría haberlo hecho si hubiera pensado en ello. El problema es que no sé vivir de otro modo, y pese a que ya no tengo claro por qué hago esto, de momento no tengo ni la más mínima intención de echarme atrás. A servidor tendrán que convencerlo o retirarlo.
Asco de laberinto.
Pensando en estas cosas me sonrío mientras le paso el peine al quitapenas. Luego me lo coloco en los riñones, cogido con la cinturilla del pantalón, y percibo la frialdad gratificante y tranquilizadora. Gozo de ella. E imagino que a lo mejor por esto hago lo que hago. Tampoco le doy más vueltas. Da igual.
El coche toma la curva despacio, con excesiva precaución, y luego se encara en mi dirección ronroneando. Apenas doscientos metros. Al tajo.
Paso la pierna por encima de la bionda, doy un paso al frente y me coloco sobre la línea que demarca el arcén. Me doy cuenta entonces de lo bien que he escogido el lugar, al comienzo de una larga recta y en la salida de una curva peligrosa. El objetivo no puede tomar la velocidad suficiente como para no advertir mi presencia con claridad. Ni siquiera me había dado cuenta del detalle y creo que es esto a lo que se refieren los novelistas cuando hablan del dichoso «instinto asesino». A saber: matar bien, a conciencia, sin darse uno ni cuenta de lo cojonudo que se es matando al personal. Es cosa de rutinas. Te inventas una mecánica, la perfeccionas, la pules, la engrasas y llega un punto en el que funciona sola. Y soy bueno en eso de matar. Un fenómeno. Otros son héroes haciendo calceta, pintando tabiques o comiendo cacahuetes, pues cada uno tiene sus dones. El mío es vender billetes para el tren del más allá.
Alzo un brazo y lo agito.
A juzgar por las oscilaciones repentinas y fugaces que sufre la trayectoria del vehículo comprendo que el conductor me ha visto. Ahora todo está en sus manos.
El factor humano. A última hora todo se vierte en el sumidero de una decisión crítica que no está en mi mano controlar. Si el objetivo es listo y se acuerda de las normas más elementales de supervivencia, sabrá que nunca se debe coger a nadie en la cuneta de una carretera solitaria en mitad de la noche. Me lo reiteraba el pelmazo de mi viejo cuando tenía dieciocho años y acababa de sacarme el carné de conducir. Si él tuvo una relación tan poco edificante con su papá como lo fue la mía, pisará el acelerador y se largará sin entretenerse siquiera en mirar el espejo retrovisor.
Ya me ha pasado otras veces. No iba a ser el primer día en que regreso de vacío, subiéndome por las paredes, después de acechar al tipo en cuestión durante horas porque se le ocurre hacer lo que no hace nunca. Y entonces me hace perder el tiempo durante tres o cuatro días más, y cuando por fin le doy matarile ya no es sólo negocio, sino también un asunto personal. «Toma, por mamón.»
Me pongo en el lugar del tío que conduce el coche y supongo que ahora mismo trata de valorar si mi presencia es fruto del azar, de la fatalidad o de la amenaza. Por experiencia, tengo la completa seguridad de que cuanto más fantasmón y machote sea el menda, más fácil es que se meta en la trampa como un pardillo… Bueno, también están los buenos samaritanos. Esos que creen que su misión en la vida es la de hacer el bien sin mirar a quién porque la bondad, con bondad se cobra. Los que suponen irracionalmente que la virtud es una coraza que te protege contra todo mal. Con esos pobrecillos suelo sentir algo de pena, un leve remordimiento, tibio y escaso, apenas un susurro que pronto se extingue y que nunca me induce a desistir. Al fin y al cabo, ambos tipos representan diferentes modalidades de estupidez patológica. Y la tontería es una plaga que debe erradicarse para el beneficio futuro de la Humanidad. A veces incluso tengo la impresión de que los tíos como yo, con nuestra impagable contribución a eso que decía el tal Darwin y que nunca recuerdo cómo coño se llama, realizamos una auténtica obra social.
El vehículo reduce la marcha. Ya sabía que éste era de los que se paraban, pero también podía cambiar hoy de opinión. ¿No he dicho ya que siempre hay una primera vez para todo? Su relación paterno-filial no debió de resultar menos lamentable y petarda que la que padeció un servidor.
La inercia prolonga la distancia de frenado y hace que pase de largo para terminar deteniéndose unos metros más allá. No tengo dudas porque no puedo permitirme el lujo de que el tío se mosquee y eche a correr. En décimas de segundo valoro la situación con esa habilidad depredadora que no sé de dónde pelotas sale y que, por supuesto, jamás pensé que tenía cuando, de niño, era el memo al que todos los chulitos del colegio le guindaban el pan con chocolate a la hora del recreo. Sorpresas te da la vida. Ya me gustaría ver en qué agujero han terminado todos aquellos niñatos comemierdas que me hundieron la infancia, pero es que no va a poder ser… Hace años que recibí un papelote en el que me invitaban a una fiesta de antiguos alumnos y, por más que lo intenté, no pude resistir la tentación de limpiarme la cloaca con él.
Caminó despacio hacia el vehículo. No demasiado. Lo suficiente como para permitirle que se fije bien en mí a través del retrovisor. Bañado por la incandescencia de las luces traseras debo tener un aspecto interesante, lo mismito que el guitarra solista de un grupo de rock, y me regodeo en el efecto. Nunca hay que perder de vista la variable espectáculo y, si tienes que hacer algo, pues tienes que hacerlo como Dios manda.
Va solo. Como de costumbre.
Habría sido una pena que se trajera al chalé a la mantenida que se trajina los martes y los jueves para hacerse un trío con la parienta, porque entonces habría tenido que cargármelos a los dos. Un desperdicio, y me molesta la sola idea de pensarlo. Bien maciza que está. Me da por pensar que igual un día de estos me presento en su casa y me lo monto con ella, y el mero pensamiento esboza una sonrisa en mi cara. Decido entonces aprovechar el gesto en beneficio de la causa así que lo estiro, de oreja a oreja, derrochando simpatía. Un día de estos tendré que echarle un currículum vítae al Spielberg.
La ventanilla de mi lado está abierta, de modo que puedo escuchar con nitidez, a medida que me aproximo, cómo los Boston gimotean aquello tan profundo que recuerda más que sentimientos. Me gusta, pero eso no me empuja a empatizar más con el conductor. De hecho, ahora mismo, en este instante, el odio empieza a poseerme. Me envenena. Me reafirma. Es un sentimiento irracional, absurdo, negro y temible que a duras penas soy capaz de controlar.
Me domina. Me domino. Sé hacerlo.
Se supone que esto es un trabajo, que no es nada personal, que no debería odiar a este elemento, pero eso es cosa del cine. La verdad, y seamos sinceros, es que todo este asunto me pone. Que lo hago porque en el fondo me gusta, y punto pelota. Hay que tener algo de manía a los mendas a quienes liquidas para que esto tenga algún sentido. Y si no se la tienes, pues te inventas los motivos para tenérsela.
Apoyo las manos en el vano de la portezuela de manera que se muestren bien visibles. Luego, sin dejar de sonreír, agacho la cabeza y dedico un par de segundos, el manual indica que ni uno más, a estudiarle. Prefiero que tomen ellos la iniciativa porque les hace sentirse más seguros. Éste anda en los cincuenta, pero los lleva tan bien que aparenta diez menos. Va afeitado y peinado con pulcritud. Rostro vulgar pero no exento de atractivo. Gesto decidido. El polo a rayas horizontales de Ralph Lauren, abotonado hasta arriba, permite imaginar un pecho musculoso y bien formado, trabajado en largas y caras sesiones de gimnasio pijo. Hombros cuadrados y fuertes. Probablemente alto. Ni en las fotografías, ni visto de lejos, me pareció para tanto. Igual podría tratarse de un individuo difícil que de un mequetrefe aficionado a las mancuernas, así que tendré que andarme con mucho tiento. Hoy en día ya no sabes con quién te gastas los cuartos. Antes, por aquello de que las apariencias eran menos valoradas, todo resultaba mucho más sencillo: bastaba mirar a un tío a los ojos y sabías de inmediato si podías darle un buen par de hostias o no. También, de paso, por el modo en que me mira, llego a la conclusión de que es un imbécil del tipo «soy la tira de macho y estoy encantado de conocerme». Me lo imagino recién salido de la ducha, plantado delante del espejo del cuarto de baño, haciendo poses, guiñándose el ojo y pensando completamente en serio que, si pudiera, se lo montaría consigo mismo.
—¿Tiene algún problema? —Me dice con una voz algo atiplada que encaja bastante mal con el ampuloso conjunto físico.

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Interplanetaria

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    La versión del Minotauro, del autor Francis P. Fernández, llegará a las tiendas durante estos días. Mientras tanto y, por si aún tienes dudas sobre si la novela será de tu agrado o no, hemos lanzado un test que tal vez pueda ayudarte a tomar la decisión de adquirirlo (o no).

    Por el momento, podéis acceder a él desde [url=http://www.ngcficcion.es/index.php/extras/39-laversion-del-minotauro/131-test]AQUÍ MISMO[/url], o desde los extras de La versión del Minotauro.

    Así mismo, el próximo día 22 de julio, jueves, a las 19:30 horas, en [url=https://interplanetaria.com/publicidad.php?id=VersionMinotauroFPFernandez&isbn=9788493780111]Casa del Libro[/url] de Gran vía (Madrid), NGC ficción!, junto a [b]Juan Antonio Fernández Madrigal[/b] ([url=https://interplanetaria.com/ficha.php?id=FragmentosBurbujaMadrigal][i]Fragmentos de burbuja[/i][/url]), y a [b]Francis P. Fernández[/b] ([url=https://interplanetaria.com/ficha.php?id=VersionMinotauroFPFernandez][i]La versión del Minotauro[/i][/url]), hablará tanto de la actividad de la editorial como de ambos títulos: habrá firmas, se charlará sobre ambas novelas y, por supuesto, se proyectará el nuevo cortometraje que sirve como presentación y dará paso al autor [b]Francis P. Fernández[/b], y a su charla sobre [url=https://interplanetaria.com/ficha.php?id=VersionMinotauroFPFernandez][i]La versión del Minotauro[/i][/url].

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    Este jueves, 22 de julio, de 19:30 a 20:30 horas, el equipo de NGC Ficción estará en [url=https://interplanetaria.com/publicidad.php?id=VersionMinotauroFPFernandez&isbn=9788493780111]Casa del Libro[/url] (Gran Vía 29, Madrid), presentando sus dos títulos:

    [url=https://interplanetaria.com/ficha.php?id=FragmentosBurbujaMadrigal][i]Fragmentos de burbuja[/i][/url], del autor [b]Juan Antonio Fernández Madriga[/b]l (Colección Ciencia-Ficción 1) y [i][url=https://interplanetaria.com/ficha.php?id=VersionMinotauroFPFernandez]La versión del Minotauro[/url][/i], del autor [b]Francis P. Fernández[/b] (Serie Negra 1).

    Para la presentación, contarán con la presencia de ambos autores y además proyectarán EN EXCLUSIVA el cortometraje que dará paso a una pequeña charla sobre la confección de la novela [url=https://interplanetaria.com/ficha.php?id=VersionMinotauroFPFernandez][i]La versión del Minotauro[/i][/url].

    A los interesados, se les ruega puntualidad.

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