Las minas del rey Salomón

La historia de Las minas del rey Salomón, escrita en 1885, es sencilla, pero llena de extraordinarios avatares. Allan Quatermain, el gran cazador blanco, conoce a sir Henry Curtis y al capitán John Good, que viajan al África de los bóers en busca de un hermano del primero, George, perdido en las misteriosas veldts. Asociados, y en compañía de un extraño indígena, Umbopa, los tres hombres parten en busca de George Curtis y con el propósito de encontrar las recónditas y fabulosas minas del rey Salomón.

Así comienza la primera de las "aventuras de Allan Quatermain" que, a lo largo de catorce trepidantes novelas, nos llevarán a los más inexplorados rincones de la misteriosa África.

Las cosas realmente necesarias son las aventuras -por imposibles que éstas sean mientras parezcan posibles- y la imaginación, junto con hábil uso de las coincidencias y un ordenado desarrollo del argumento, que, a ser posible, debe tener un final feliz, ya que muy pocas personas quieren que las lecturas le dejen un mal sabor de boca

ANTICIPO:
Dos horas más tarde, o sea, hacia las cuatro, me desperté, ya que, en cuanto hubo quedado satisfecha la primera y pesada exigencia de la fatiga corporal, hizo valer sus derechos la torturante sed que suma. No podía seguir durmiendo. Había soñado que me bañaba en una corriente de agua entre orillas verdes pobladas de árboles, y me desperté para verme en aquella árida extensión salvaje y para recordar, como había dicho Umbopa, que si no encontrábamos agua moriríamos miserablemente aquel mismo día. Ninguna criatura humana puede vivir mucho bajo un calor semejante. Me senté y me froté la mugrienta cara con mis manos secas y callosas, ya que tenía pegados los labios y los párpados; y fue sólo después de restregar un rato, y realizando un esfuerzo, cuando pude abrirlos. No faltaba mucho para que amaneciera, pero no había nada de la brillante sensación del amanecer en la atmósfera, que estaba espesada en una cálida lobreguez que soy incapaz de describir. Los demás seguían durmiendo. Al cabo de poco empezó a haber luz suficiente para leer, de modo que saqué del bolsillo un pequeño volumen de las Leyendas de lngoldsby que me había traído, y leí «El grajo de Rheims». Cuando llegué al punto en que

Un guapo niño asió un jarro de oro, repujado y rebosante del agua más pura que haya fluido entre Rheims y Namur,

chupé, literalmente, mis labios agrietados, o, mejor dicho, traté de chupados. El mero pensamiento de aquel agua pura me enloquecía. Si hubiera estado allí el cardenal, con su campana, su libro y su cirio, me habría precipitado sobre él para beberme toda su agua; sí, aunque estuviera llena del jabón con que se había lavado las manos el papa, y yo supiera que todas las maldiciones concentradas de la Iglesia Católica caerían sobre mí por hacer aquello. Casi pienso que debía tener la cabeza un poco fuera de su sitio por culpa de la sed, la fatiga y la carencia de alimento, ya que me puse a imaginar lo atónitos que se hubieran quedado el cardenal y el guapo niño y el grajo si hubieran visto de repente a un menudo cazador de elefantes quemado por el sol, de ojos grises y cabellos erizados, saltar entre ellos, hundir su cara mugrienta en el lebrillo y engullir hasta la última gota de la preciosa agua. Esta idea me divirtió tanto que me puse a reír, o más bien a cloquear, ruidosamente, cosa que despertó a los demás; y empezaron a restregarse por su cuenta sus caras mugrientas y a tirar de sus labios y párpados pegados.

En cuanto estuvimos todos bien despiertos, empezamos a discutir la situación, que era bastante seria. No quedaba ni una gota de agua. Volvimos de todos lados las cantimploras y lámimas los bordes de sus cuellos, pero sin el menor éxito; estaban secas como huesos. Good, que tenía a su cargo la botella de brandy, la sacó y la contempló con ansia; pero sir Henry se la quitó en seguida, ya que si bebíamos licor puro no haríamos con ello otra cosa que precipitar el fin.

-Si no encontramos agua, moriremos -dijo.

-Si hemos de confiar en el mapa del viejo don, tiene que haber agua cerca -dije yo. Pero nadie pareció extraer mucha satisfacción de esa observación. Era demasiado evidente que no podía depositarse mucha fe en el mapa. Ahora la luz iba creciendo y, mientras permanecíamos sentados, en blanco, mirándonos los unos a los otros, observé que el hotentote Ventvogel se ponía en pie y empezaba a andar con los ojos fijos en el suelo. Al cabo de poco se detuvo bruscamente y, profiriendo una exclamación gutural, señaló hacia el suelo.

-¿Qué pasa? -exclamamos; y poniéndonos en pie simultáneamente nos dirigimos hacia donde estaba Ventvogel señalando la arena.

-Bueno -dije-; son huellas recientes de springboks. ¿Y qué?

-Los springboks no van nunca lejos del agua -respondió el hotentote en holandés.

-No -respondí-; lo había olvidado; y demos gracias a Dios por ello.

Este nuevo descubrimiento nos devolvió algo de animación; y es increíble cómo, cuando un hombre se encuentra en una situación desesperada, se aferra a la más ligera esperanza y se siente entonces casi feliz. En una noche oscura, una estrella solitaria es mejor que nada.

Entretanto, Ventvogel levantaba su nariz chata y husmeaba el aire exactamente igual a como un viejo impala huele el peligro. En pocos momentos volvió a hablar.

Huelo agua -dijo.

Entonces nos sentimos absolutamente jubilosos, ya que conocíamos el maravilloso instinto que poseen los hombres de origen salvaje.

Justo en aquel momento salió el sol gloriosamente y reveló ante nuestros ojos asombrados un panorama tan grandioso que, por unos momentos, nos olvidamos incluso de la sed.

Ahí, a no más de cuarenta o cincuenta millas de nosotros, resplandecientes como plata bajo los primeros rayos del sol de la mañana, se erguían los Pechos de Saba; y a lado y lado de ellos se extendían a lo largo de cientos de millas el gran Berg de Solimán. Ahora, cuando, sentado aquí, trato de describir la extraordinaria grandeza y belleza de aquel panorama, creo que me faltan las palabras. Soy incapaz incluso de recordado. Ante nosotros se alzaban dos enormes montañas, que no tienen, creo nada en África que pueda comparárseles, y dudo que haya nad_ comparable a ellas en todo el mundo, cada una de una altura de al menos quince mil pies, separadas por no más de una docena de millas, unidas por una escarpada masa de roca e irguiéndose hacia el cielo en una sobrecogedora solemnidad blanca. Esas montañas, así situadas, como columnas de un pórtico gigante, tienen la forma de los pechos de una mujer y, a veces, las brumas y sombras debajo de ellas adquieren la forma de una mujer recostada, misteriosamente cubierta por velos en su sueño. Sus bases se dilatan suavemente a partir de la llanura, haciendo que a esa distancia se las vea perfectamente redondas y lisas; y en la cima tienen ambas un enorme montículo cubierto de nieve, que se corresponde exactamente con el pezón de un pecho femenino. La brida de roca que las enlaza parece tener una altura de varios miles de pies, y es perfectamente escarpada; y en cada uno de los flancos, hasta allí donde alcanza la mirada, se extienden escarpaduras semejantes, rotas tan sólo, aquí y allí, por montañas chatas con la cima cortada en forma de mesa, de modo parecido a las mundialmente famosas formaciones de Ciudad del Cabo que, dicho sea de paso, son muy comunes en África.

Está más allá de mis fuerzas el describir la amplia grandeza de aquel panorama. Había algo tan inexpresablemente solemne y abrumador en aquellos grandes volcanes -ya que sin duda se trata de volcanes extinguidos- que nos dejó casi sin aliento. Durante un rato, las luces del amanecer jugaron sobre la nieve y las turgentes masas pardas debajo de ella, y luego, como para velar aquel panorama majestuoso ante nuestras miradas curiosas, se amontonaron y aumentaron extraños vapores y nubes alrededor de las montañas, hasta que, al cabo de un rato, sólo pudimos percibir sus puros y gigantescos perfiles mostrándose fantasmagóricamente a través de aquella envoltura lanosa. A decir verdad, según descubrimos posteriormente, lo habitual era que estuvieran arropadas por aquella extraña bruma semejante a gasa, lo cual explica, sin duda, el que no las hubiéramos visto antes más claramente.

Apenas se hubieron desvanecido los Pechos de Saba en la intimidad de su ropaje de nubes, nuestra sed –un asunto literalmente candente- volvió a afirmarse.

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Interplanetaria

13 Opiniones

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    dra fernad
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    quiero saber si el narrador es en primera persona o en tercera persona.

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    menelao
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    Por lo que se puede leer en el anticipo, es en primera persona

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    Alberto
    on

    Efectivamente, está narrado en primera persona por Allan Quatermain

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    Titus
    on

    Allan Quatermain narra sus aventuras en primera persona porque, aunque ya se ha dicho en estos foros, es un personaje con una larga lista de novelas. Por cierto que el forista que usa como nick el nombre del cazador ya puso hace mucho tiempo el listado completo.

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    QUATERMAIN
    on

    Aquí la pongo otra vez, por si os es útil:

    1. Las Minas del Rey Salomón(1885)

    2. Allan Quatermain (1887)

    3. La Esposa de Allan (1887)

    4. La Venganza de Maiwa(1888)

    5. Marie (1912)

    6. Child of Storm (1913)

    7. The Holy Flower (1915)

    9. The Ivory Child (1916)

    8. Finished (1917)

    10. The Ancient Allan (1920)

    11. Ella y Allan(1920)

    12. Heu-heu: or The Monster (1924)

    13. Treasure of the Lake (1926)

    14. Allan y los Dioses del Hielo(1927)

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    sir_curtis
    on

    El libro me gusto mucho, fue un deleite para mi, tal es el punto que lo he leido 2 veces, y me ha gustado mas.

    pero he conseguido la pelicula en DVD, y es un fiasco, violan todo el argumento y no respetan nada, solo para vender, es una lastima, una decepcion, para mi, que no hayan sido fieles al libro.

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    fettes
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    Y si no agarraté a la Liga de los Hombres Extraordinarios, aunque Sean Connery sea un gran actor, es una ocasión perdida para el cine.

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    Wamba
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    Si se ve la película como adaptación, sí es mala, no nos vamos a engañar. Pero como peli palomitera está muy bien. Al menos yo me lo pasé teta.

    Lo de Connery… en una entrevista dijo que le ofrecieron hacer El señor de los anillos y no aceptó pq no entendió el guión. Le ofrecieron Matrix y no aceptó pq no entendió el guión. Le ofrecieron la Liga y tp entendió el guión, pero decidió que ya era hora de no hacer caso a su instinto.

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    Saulo
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    Pues tampoco hubiera pasado nada porque siguiera haciendo caso a su instinto 🙂

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    Rael
    on

    ¿Qué libros de la saga están editados en España?

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    Alberto
    on

    Lo que tienen título en español fueron traducidos en su momento, pero pueden ser difíciles de encontrar. Que ahora recuerde, Las Minas del Rey Salomon</ i> tiene múltiples ediciones en español y es fácil de encontrar, Allan Quatermain está disponible en Abraxas. De los demás, solo me acuerdo de Ella y Allan y Allan y los Dioses del Hielo que salieron hace años en ediciones obelisco.

    Además, en Valdemar está La maldición de Chaka, que, aunque Quatermain no sale (al margen de una referencia hacia el final) cuneta la história de su compañero Umslopogaas.

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    ed
    on

    hola soy edgar, recibi tu respuesta acerca de la pelicula "las minas del rey salomon", me gustaria hablar mas del tema, si gustas mi msn es: actosimple@hotmail.com

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    josemiguel
    on

    Edicomunicación publicó en 1996 Hija de la sabiduría, de la serie Ayesha, aunque Laertes ya lo había editado en 1983 y reeditado en 1987. Obelisco también publicó una de sus últimas novelas: Cuando el mundo se estremeció

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