Los sicarios del cielo

Sin embargo, durante la rueda de reconocimiento, nadie parece capaz de identificarlo. Poco después un grupo de guerreros japoneses disfrazados de ejecutivos ataca su local. Además, Remiel se siente perseguido por una agente del Mossad y por una orden secreta de sacerdotes católicos. El protagonista debe evitar a sus enemigos y convencer a Paula, la policía encargada del caso, de su inocencia para que le ayude en una lucha en la que está en juego el futuro de la humanidad.

Rodolfo Martínez, todo un veterano y autor de novelas como La sabiduría de los muertos (1995), La sonrisa del gato (1996), Tierra de nadie: Jormungand (1997), Sherlock Holmes y la sabiduría de los muertos y El sueño del rey rojo, combina lo contemporáneo, lo fantástico y el thriller policial en una novela llena de intriga y acción que narra la historia de unas almas atormentadas e por una insoportable inmortalidad.

ANTICIPO:
Yoshi se acercó a los tres hombres. Estaban conscientes, aunque amordazados, y el miedo brillaba en sus ojos, si bien trataban de ocultarlo. Yoshi desenvainó su espada y se la tendió a Omi por la empuñadura.

-Sus vidas son tuyas, amigos mío.

Omi tomó la espada que su señor le ofrecía, maravillándose ante lo liviana que resultaba, lo perfectamente equilibrada que estaba la hoja con la empuñadura. Admiró su filo y el modo en que la luz se reflejaba en la hoja desnuda y sin ornamentar. Sabía lo que se decía de esa espada, los rumores que hablaban de que su forja se remontaba a antes del reinado del primer shogun Tokugawa, casi quinientos años atrás. Nadie conocía el nombre del artesano que la había forjado y se decía que su acero provenía de una estrella caída en Edo el mismo día del nacimiento del que luego sería el shogun. Omi aferró el arma con ambas manos y apenas pudo contener el asombro ante lo bien que la empuñadura se ajustaba a ellas, como si en cierto modo estuviera viva y respondiera a los deseos y necesidades del hombre que la sostuviera. matar con un arma así era tan fácil, tan tentador…

Se acercó a los dos hombres atados. Los recorrió uno por uno con la mirada, percibió su miedo, fue consciente de las lesiones que habían sufrido. Contó los hematomas y las fracturas, las heridas y los golpes.

Bajó la espada sin haberla usado, y sintió que aquel gesto le costaba más que nada de lo que había hecho en toda su vida.

-No creo que estos hombres merezcan tanto honor, mi señor -dijo, tratando de que no le temblara la voz-. tu espada no merece mancharse con su sangre.

Yoshi pareció sorprendido. Omi no supo si aquello era bueno o malo. Lo que pasara a continuación lo decidiría.

-Pero sin duda merecen morir, amigo mío -dijo Yoshi.

Omi reprimió un suspiro de alivio. su decisión había sido la correcta, comprendió. Más tranquilo, sin apresurarse, sin parecer en absoluto satisfecho de sí mismo, dijo:

-Lo merecen, ya que han fallado en su misión. Y es evidente que no lo intentaron lo suficiente puesto que siguen vivos tras su fracaso. pero por eso mismo no merecen una muerte honorable.

Hizo girar el sable y se lo tendió a su dueño, con la empuñadura en su dirección. Yoshi lo recogió y lo envainó.

-¿Qué sugieres entonces? -preguntó.

-Qué importa -respondió Omi, con un gesto despectivo de la mano-. Que mueran de hambre. Que se los azote hasta morir. Que se los ahogue. Que se los arroje a un cenagal o se les dé como alimento a una jauría de perros. Eso no tiene importancia, con tal de que no sea una muerte honorable.

Yoshi asintió y permaneció pensativo unos instantes, considerando las palabras de Omi.

-Así sea -dijo al fin.

Desenvainó entonces su cuchillo, se acercó a los hombres atados y, con tres gestos precisos, les abrió el vientre. Sin hacer caso de sus espasmos y sus inútiles intentos por articular un grito tras la mordaza, limpió el cuchillo con un retal de seda y lo envainó. Sólo entonces miró a Omi.

Éste se dio cuenta de que el peligro aún no había pasado, de que todo aquello no había sido más que una primera prueba, un primer escollo. buntaro, como una sombra, como una advertencia, seguía colgando entre los dos hombres. Hasta que no hubieran hablado de su destino, Omi seguiría en peligro.

-Vámonos, amigo mío -dijo al fin Yoshi-.Tenemos asuntos más importantes que tratar.

Abandonaron la sala y subieron por las escaleras. Poco después compartían el té en una pequeña y sobria habitación paredes de papel de arroz.

-Tu hermano no ha sobrevivido -dijo Toshi, mirando el interior de su taza, el gesto impasible, la voz controlada-. sin embargo, no fue el renegado el que le quitó la vida.

Ya estaba. Ahí llegaba. Omi inspiró profundamente antes de preguntar:

-¿Sobrevivió al ataque?

-Me temo que sí. Al menos los otros tres fueron heridos, señal de que, si bien no lo suficiente como tú mismo señalaste, lo intentaron. Buntaro fue desarmado limpiamente por el renegado y maniatado con su propia arma, sin que sufriera un rasguño. Mala cosa, neh?

Hai.

Omi hervía de furia, no sabía muy bien si hacia su hermano y sus compañeros o hacia los responsables de haber otorgado aquella misión a hombres que, eivdentemente, aún no estaban preparados. Ni Buntaro ni sus compañeros habían alcanzado aún el nivel requerido: por supuesto, eso no los excusaba. Era su deber darlo todo en el cumplimiento de la misión y estaba claro que no lo había hecho. Pero parte de la culpa recaía sobre las personas que los habían elegido. Sin que nada de eso trasluciese en su expresión y, sobre todo, consciente de que no podía dejar que su furia lo guiara en aquellos momentos, preguntó:

-¿Cómo murió?

Yoshi bebió un largo sorbo de té.

-No estamos seguros. Sabemos que desobedeció la orden de volver a Nihon y se acercó solo a la casa del renegado… La policía gai-jin encontró su cuerpo cerca de allí. Sin embargo, pensamos que no fue él quien lo mató. Lo había degollado, y eso no parece encajar con lo que nos han contado del renegado. Además, hemos descubierto que hay otros implicados en la caza. Un grupo de cristianos. Y una bruja judía.

-¿La bruja judía? -preguntó Omi, sin pensarlo. En seguida se arrepintió de su precipitación, pero ya era tarde.

Yoshi entrecerró los ojos.

-Claro, perdóname. Olvidaba que tú y buntaro la conocisteis. Sí, es ella. Es probable que matara a Buntaro, el método coincide con lo que sabemos de ella. Aunque bien pudieran haber sido los cristianos.

Omi comprendió de repente adónde estaba yendo la conversación y supo, con una claridad casi mortal, lo que tenía que hacer. Lo que le contaba Yoshi no era importante. Es decir, lo era, pero no en aquel preciso momento. Yoshi estaba eludiendo algo deliberadamente, en la esperanza de que Omi fuer el que lo mencionara.

-En cualquier caso -dijo, con la voz convertida en algo frío y lejano y sintiendo odio hacia su señor por primera vez en toda su vida, a causa de lo que le estaba obligando a decir-, nada de eso tiene importancia frente al hecho de que la muerte de Buntaro no fue honorable. Falló en el cumplimiento de su misión. Desobedeció sus órdenes, volviendo a la morada del renegado. Y se dejó matar de forma estúpida. Se deshonró a sí mismo y al clan Toda.

Yoshi se relajó de forma claramente visible, como si aquello fuera lo que había estado esperando durante toda la conversación.

-Sin duda se deshonró a sí mismo -dijo. Luego añadió con magnanimidd, una vez que su vasallo había reconocido lo que él quería-: Pero sólo tú eres el responsable del clan Toda. Y nunca has hecho nada que lo pudiera deshonrar.

Omi se dio cuenta de lo que vendría a continuación, al darse cuenta del «hasta ahora» que había implícito en las palabras de Yoshi. Y por primera vez comprendió lo transparente que era éste, lo fácil que resultaba seguir su pensamiento, averiguar la verdad más allá de sus fintas verbales. Se sintió como un hijo que de pronto descubre debilidades humanas en su padre. La sensación no era agradable.

-Se te ha elegido para que completes la misión -decía Yoshi, ignorante de lo que pasba por la mente de su vasallo-. Sabemos que tendrás éxito.

Omi se inclinó frente a Yoshi. Tocó el suelo de madera con la frente y, sin incoporarse, recitó:

Mi vida es del tao y el bushido. Mi alma pertenece al Nihon secreto. Mi cuerpo es de mi shogun.

-Levántate, Toda Omi-san. Ningún señor ha tenido jamás un vasallo más fiel.

Omi se incorporó.

-Estoy dispuesto -dijo.

Yoshi asintió aprobadoramente.

-Partirás mañana.

Ya no había nada más que decir. Con una última reverencia, Omi abandonó la sala. ya en el exterior, recuperó sus dos espadas de mano de uno de los guardias. No pudo evitar preguntarse qué habría hecho de haber tenido las espadas durante la entrevista con el shogun Tokugawa Yoshi. Su giri, su deber como samurái y vasallo de Yoshi, hacía inconcebible la sola idea de atacarlo. pero un señor tiene también deberes haia sus vasallos, Omi lo sabía bien, y sabía que Yoshi había fallado en su deber. Había enviado a Buntaron a una misión para la que no estaba preparado. No deliberadamente, de eso Omi estaba seguro, pero había cometido un error a la hora de calibrar la importancia del enemigo y, por lo tanto, no había sabido usar las herramientas adecuadas.

Pero su verdadera falta, su aténtico crimen había consistido en obligar a Omi a reconocer la deshonra de su hermano, obligarlo a afirmar que su clan estaba deshonrado para luego, en un estúpido gesto de poder y orgullo, devolverle el honor como si fuera cosa suya darlo o quitarlo. El mayor pecado que un vasallo puede cometer es ser desleal a su señor. pero peor era aún el crimen del amo que es desleal a sus siervos y abusa de su poder. Entre samuráis y daimíos había un contrato que ataba a ambas partes. Y Omi supo, por primera vez en su vida, que la parte que más se beneficiaba en el contrato era también la que cargaba con más culpa cuando lo rompía.

Siguió caminando, consciente de que ninguno de los que se cruzaban con él eran capaces de traspasar su pariencia de indiferente tranquilidad. para todos, era Toda Omi, el samurái perfecto, impasible, inflexible, fanáticamente leal a su señor. Pero él sabía que Yoshi había destruido su wa, su armonía interior. Y sabía también que no podía emprender la misión que se le había encomendado en esas circunstancias.

necesitaba estar a solas y purificarse. Y aguardar luego la llegada de la confirmación de la orden de Yoshi. Tembló de anticipación al recordar otros momentos en que la presencia, fría y distante, se le había aparecido en medio de la nada a la que se había entregado.

NLlegó a la puerta del castillo. Allí, en una pequeña cabina, se quitó el kimono y las espadas y se vistió con ropas occidentales. Mientras lo hacía no pudo evitar el pensamiento de que, a la vuelta, tendría mucho que pensar. Sí, la misión era lo primero. Y, con ella, devolver a su hermano el honor perdido para que en la siguiente vida pudiera reencarnarse, si no como samurái, al menos como hombre. Pero tras esto quedaba una cuestión no menos importante. Porque cuando una de las dos partes rompe el contrato que la ata, ¿está la otra obligada a respetarlo?

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