Los soñadores de Curvas Rocosas

Todo comenzó con un extraño sueño, una aparición fantasmal de alguien decidido a atacar a personas inocentes utilizando un arma que no es de este mundo. Eli, una niña de trece años, y sus amigos, dedicados en su tiempo libre a reunirse en su ‘centro de operaciones’ para resolver pequeños misterios, no pueden imaginar que su tranquilo pueblo, Curvas Rocosas, se transformará en el escenario de una lucha mortal entre enemigos ancestrales.
Extraños sucesos empiezan a ocurrir sin explicación aparente; un repentino mal se extiende peligrosamente sin que nadie pueda detenerlo. Así, cuatro amigos se convertirán en los protagonistas de una aventura en la que, con la ayuda de un anciano vecino que esconde un secreto, de tres forasteros que aparecen de la nada, de unas misteriosas piedras y de un extraño niño llamado Felipe, se enfrentarán a un poderoso adversario, pero lo más importante es que descubrirán algo sobre sí mismos que cambiará sus vidas para siempre.

ANTICIPO:

Jaqui tenía un problema. Bueno, en realidad eran dos. El primero y más urgente era el agujero que se había hecho en el pantalón casi nuevo tras caerse por octava vez jugando a los súper agentes atrapa-monstruos. Eli y Lucrecia se mofaban de ese juego en particular —el nombre del juego era un poco largo—, pero una vez comenzada la persecución de los \’monstruos\’, la cosa se ponía interesante.
En fin, de todas formas esa explicación no iba a servirle para aplacar la indignación de su madre: «¡Jacobo!¡Qué has hecho esta vez con tu pantalón recién estrenado!».
En fin… El segundo problema, y no menos importante que el ante­rior, era que iba a llegar tarde a la reunión. Y eso enfadaría a las chicas; a Eli en especial. Se ponía muy pesada cuando creía que uno no toma­ba muy en serio las ideas que tenía. De hecho, en la última aventura que vivieron él había arriesgado su pellejo para trepar por el techo de la casa de Milli, la sospechosa principal de unas bromas de mal gusto que estaba recibiendo Jordi el Piruchi últimamente. Y todo para des­cubrir, a no sabía cuántos metros de altura y con las chapas hirviendo bajo sus viejas zapatillas, que le iba a resultar imposible saltar desde allí al patio interior para colarse por la puerta del lavadero.
Así que, camino a casa con la pesada mochila a sus espaldas, imagi­naba posibles soluciones: «Mamá —le diría a su madre—, he sufrido un grave accidente cruzando la calle; pero no te preocupes, estoy sano y salvo, sólo me he hecho unos pocos rasguños…».
No, no iba a colar ésa. La mirada de su madre era un láser a la hora de descubrir cuándo intentaba mentir.
¿Y la reunión? Bien, llevaría unas gominolas extras para aplacar a las chicas.
Así que haciendo guiños al sol del mediodía, dio los últimos pasos para entrar en casa.

Ya eran las tres menos cuarto, y Jaqui fruncía el ceño ante el último problema de matemáticas. Su madre esperaba en la salita a que le lle­vase los ejercicios hechos antes de salir; en eso era implacable.
Tres menos cinco. Le quedaba la última ecuación.
Tres y dos minutos. De pie frente a su madre, esperaba mientras ésta revisaba la tarea.
—Mamá, porfi, has visto que ya está todo hecho, porfi, ¡porfiiii!
—Un momento, Jacobo, es que tienes una letra terrible, ¿qué son estos números?
—Son ceros, mamá, ¡porfi, que tengo un asunto muy urgente!
Su madre levantó la vista del cuaderno y dijo:
—¿Qué puede haber más importante que los deberes ? Ése es tu tra­bajo ahora, Jacobo: ser un buen estudiante. Y el día de mañana podrás ir a una buena universidad.
—Sí, sí, mamá, pero ahora ¡debo irme!
Cogió rápidamente la mochila, pese a las protestas de su madre, y corrió calle abajo; ella quería que por lo menos se peinase antes de salir.

—Ya son las tres y veinte. Eli, vamos a sacar las galletas ahora, si no cuando venga Jaqui no nos dejará ni una.
—Lucre —dijo Eli—, pero si son para la merienda, y es demasiado pronto para…
—¡Está bien, está bien! —dijo Lucre sentándose en una vieja silla de madera—. Por lo menos, empieza a contarme esa noticia tan importan­te; ¡es que si esperamos a Jaqui tardaremos mil años en comenzar!
—¡Ya estoy aquí! —se oyó que gritaba Jaqui tras dar un portazo—. No he podido llegar antes. A ver, Eli, ¡desembucha tu noticia ya!
Eli lo miró con suficiencia y le dijo:
—¿No nos olvidamos de algo antes?
—¿Qué? —replicó él—. ¡Oh, no! ¿Todavía insistes con eso de las velas ?
—¡Déjala, Jaqui! —dijo Lucre—. No te hará daño, y es divertido.
¡Yo las buscaré!
Lucre se inclinó para abrir una de las puertas de una pequeña ala­cena desvencijada (de hecho, todos los muebles que habían llevado allí eran rescatados prácticamente de la basura). Se incorporó con tres velas en las manos. Las puso en el centro de la pequeña mesa, y fue a buscar las cerillas.
—Está bien —dijo Jaqui—, encended las velas. Pero no pienso co­germe de las manos con vosotras esta vez —y al decir esto miró ceñudo a Eli. La idea había sido de ella.
—De acuerdo —dijo Eli—. Pero tienes que mirar fijamente tu vela cuando diga la oración. Sólo así surtirá efecto.
—¡Ya está todo listo! Jaqui, tú debes encender la vela azul. Eli en­cenderá la blanca, y yo la roja. —Diciendo esto, Lucre le dio las ceri­llas a Jaqui.
De repente se hizo el silencio. Después de encender la vela azul, Ja­qui le dio las cerillas a Eli, quien encendió la suya, y luego fue el turno de Lucre.
Después se quedaron los tres de pie, alrededor de la mesa, mirando las pequeñas llamas encendidas.
Eli comenzó la oración:

Angeles de la luz,

custodios de todo conocimiento.

Guardianes de aquello que aún

no ha sido revelado.

Hoy os invocamos nosotros

para conocer aquello

que aún permanece en las sombras.

Que así sea.
—Que así sea —respondieron los dos. De repente, las llamas par­padearon un instante. Jaqui miró a Eli, para ver si ella también lo ha­bía notado.

—¿Has visto, Eli? ¿Lo has visto? ¿Las llamas? ¿Y tú, Lucre?
Lucre se giró hacia las dos ventanas de la habitación, cerradas a causa del exceso de calor que entraba de la calle.
—No ha sido una corriente de aire, ¡si apenas hay aire con este ca­lor infernal!
Eli se mantenía en silencio mirando las llamas, en ese momento inmóviles.
—No importa. Quizás ha sido una señal para que sepamos que han escuchado nuestra invocación. Chicos, concentrémonos ahora; es im­portante que escuchéis con atención.
Abrió su cuaderno y les relató lo del sueño de la noche anterior.
—El niño era muy real. Y lo que me dijo no me lo pude haber in­ventado. No sé cómo ha ocurrido, pero este sueño era real, siento algo aquí —remarcó golpeándose el pecho con el puño— que me dice que ha existido, no es producto de mi imaginación.
—Pero lo soñaste —replicó Jaqui—. Eli, todos a veces hemos sen­tido eso que tú dices con algún sueño, y peor, con alguna pesadilla. La sensación de haberlo vivido, de que realmente te caías por un pre­cipicio, por ejemplo. Pero es un sueño. Te despiertas y todo eso des­aparece: ¡pum!
—Yo te creo, Eli —intervino Lucre.
—¡Vamos, por favor! —exclamó Jaqui—. ¡Menuda novedad! ¡Si tú te crees todo lo que te dicen! Si yo te digo que ayer me encontré con un gnomo del bosque, me creerás a mí también…
—¡No es verdad! —gritó Lucre—. ¡Sólo porque seas tú un cabezota y un ignorante, los demás no tenemos por qué serlo!
—¡Basta! —Eli dio un golpe sobre la mesa con las palmas—. ¡Pa­rad ya! ¡Discutiendo así no aclararemos nada! Jaqui, entiendo lo que dices, pero es que este sueño no es como los otros, es más como… No sé, como una especie de visión.
—¿Como la que tiene doña Manuela, la que dice que ve a la Virgen María todos los primeros viernes de cada mes, o algo así?
—Bueno, no era a la Virgen a quien vi, era un niño corriente, creo yo. Pero sí, algo así, aunque no del todo.
—Yo me fío más de ti que de doña Manuela —dijo Lucre—. ¿Le has preguntado a ese niño quién es ? ¿Y qué quiere de ti?
—Me dijo su nombre. Se llama Felipe. Y todavía no sé qué quiere. Sospe­cho que me lo irá diciendo poco a poco. Siento que es algo importante.
—Bien, y a todo esto, ¿nosotros qué hacemos? La que sueña eres tú —dijo Jaqui.
—No sé ni lo que debo hacer yo, pero Felipe os ha nombrado a vosotros también. Sabe que somos amigos, y sospecho que conoce nuestras reuniones secretas.
—¿Cómo? —dijo Lucre—. ¿Es como un fantasma o algo así?
—No, no, pero creo que sabe esas cosas, quizás por ser el niño del sueño, y en los sueños pueden pasar esas cosas. No lo sé.
—Chicas, necesitamos un plan de acción. —Jaqui cogió un lápiz y señaló a Lucre—. Lucre, escribe.
—¿Por qué yo ? ¡Ya lo hice la última vez!
—Está bien, lo haré yo.
Jaqui se puso de pie y se acercó a una pequeña pizarra gris, cogió una tiza y comenzó a escribir: «1- Sueño de Eli».
—Eli, cada vez que tengas un sueño de ésos, debes apuntarlo en tu cuaderno.
«2- Aviso al equipo ».
—No sabemos con qué frecuencia tendrás ese sueño, si todas las noches, o una vez por semana. Aunque no podamos reunirnos todos los días, debemos mantenernos en contacto por si hay novedades.
Continuó escribiendo: «3- Estrategia».
—Y ¿eso qué es? ¡No estamos en un combate! —exclamó Lucre.
—No es eso, tonta —dijo Jaqui—. Estrategia es algo como cuando tú engatusas a tu madre para que te deje salir, aunque aún no hayas terminado de hacer los deberes.
—¡Eso es mentir, y yo siempre hago los deberes! —replicó Lucre.
—Lo que quiero decir es que se refiere a cómo haces algo para lo­grar alguna cosa.
—Jaqui, hasta ahí te sigo —intervino Eli—, pero eso ¿qué tiene que ver con mis sueños?
—¿Es que tengo que explicarlo todo? —dijo Jaqui extendiendo los brazos—. Es para cuando el niño del sueño te diga que ve caer una lluvia de meteoritos en el pueblo, ¡hemos de pensar ya cómo construir refugios para salvarnos!
—¡Tú siempre pensando en catástrofes! —dijo Lucre—. Ya son las cinco, chicos, hora de irse. Mamá tiene cita con la peluquera dentro de poco, y me ha hecho prometer que iría con ella.
—Muy bien —dijo Eli, y recogió su cuaderno y la bolsa con los res­tos de galletas—. Nos mantendremos al tanto de este tema. A ver si mañana puedo contaros algo más. ¡Ah! Y recordemos: hemos jurado guardar secreto sobre lo que decimos aquí.
—No te preocupes, Eli —le dijo Jaqui sonriendo—. No le diremos a nadie que tenemos una amiga chiflada.
—¡Oh, cállate! —gritaron las dos.

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