Los viejos papeles

Arturo Iglesias es un joven periodista de vida laboral errática. Tiene que morir su madre para que empiece a hacer su vida. De la mano del viejo escritor Mateo Duque, profundizará en un enigma literario que le dará más respuestas de las que estaba buscando.
Calificada por Luis de Luis como la combinación definitiva de Dino Buzzati y las películas de Sergio Leone, Los viejos papeles combina el mundo interior con un código de honor insobornable, y nos presenta unos personajes que caen víctimas de sus ideales.
David G. Panadero, creador de la revista Prótesis, aprovecha sus extensos e intensos conocimientos de la novela popular española para ofrecernos una mirada nostálgica pero nada complaciente al mundillo de las novelas de kiosco. Como telón de fondo, el Madrid de tiempos de Franco, los sindicatos y los intentos de convocar una huelga general… Todos ellos son ideales fracasados que arrastran a sus personajes.

ANTICIPO:

Tuvo que morir mi madre para que yo empezara a hacer mi vida. No mentiré diciendo que tomé la decisión la misma mañana en que la enterramos. No. Fue esa tarde cuando le llamé, y me citó para el día siguiente, a las cinco. No sé si fue ansiedad por mi parte o que ese día el tráfico andaba especialmente fluido, pero a menos diez estaba llamando a la puerta de su casa.
Me pidió que esperase a que bajara, y entretuve aquellos minutos imaginando su aspecto. ¿Se parecería a aquellos rudos pistoleros de sus novelas, o por el contrario tendría el aire de un señor acomodado? Quizás el hambre y las penurias de la posguerra hubieran dejado una huella imborrable en su rostro. Todo lo que sabía sobre él se limitaba al aparatoso seudónimo de Matt Duke. Y, preguntando aquí y allá, acabé averiguando su verdadero nombre: Mateo Duque. En realidad, siempre me había figurado que debía de llamarse así, o al menos de una manera muy parecida, ya que al firmar sus viejas novelitas del Oeste querría hacerse pasar por un autor extranjero, aunque sin falsear del todo su nombre. Pero claro, en aquellos pequeños libros nunca venía ninguna foto del escritor, que permanecía en un limbo de anonimato, de donde sólo le rescataría, de rescatarle, algún estudioso, algún enamorado del tema como yo.
Cuando por fin le tuve frente a mí, quedé desconcertado. Era un anciano, y no cabía esperar otra cosa. Pero no me lo esperaba así. Los mitómanos pensamos que nuestros personajes favoritos nunca envejecen. No queremos que envejezcan los personajes, ni tampoco los autores que los han creado. En nuestra memoria se mantienen como el día en que los conocimos. Pero el tiempo pasa sin establecer diferencias, sin conceder privilegios de ningún tipo. Sí, era un anciano, y bajaba las cortas escaleras del portal agarrado al pasamanos, como si el vértigo lo fuese a empujar al vacío, mientras miraba receloso hacia un lado y otro. Guardaba las llaves de su casa en el puño cerrado, como si alguien acechase con malas intenciones.
–¿Eres Arturo? ¿Arturo Iglesias?
–¿Quién si no?
Respondí con una sonrisa que trataba de inspirar confianza. Poco sabía del pasado del viejo escritor, aunque me había hecho a la idea de que gran parte de su vida había transcurrido en la clandestinidad, escondiéndose, y que aquella costumbre de ocultarse había calado tanto en él que seguía haciendo su vida así aun cuando había dejado de ser necesario.
Parecía un caballero propio de otros tiempos. Aquella tarde de septiembre era más bien calurosa, pero él vestía con americana y corbata, sin dejar suelto ni un solo botón del cuello. No sabría decir si lo correcto de su indumentaria era una muestra de deferencia hacia mi visita, o si solía vestir así hasta en el interior de su casa.
–¿Aceptarías dar un paseo por el parque? Está aquí al lado y es bastante agradable.
–Claro, es buena idea.
–La rodilla no me deja vivir. Más vale que camine un poco cada día, o acabaré por no levantarme de la silla.
Las cinco de la tarde es un momento del día tranquilo. La gente sigue anclada a sus puestos de trabajo, y por la calle sólo se ve a alguna madre joven, algún hermano mayor, o alguna extranjera dedicada al servicio doméstico, que se dirigen a los colegios a recoger a los niños. Es la hora perfecta del día para pasear cuando no se tiene nada más importante que hacer.
–Te voy a ser sincero, Arturo. Nunca me hubiera imaginado que alguien llegaría a recordar aquellas novelas mías. No sé qué atractivo podrían tener para la gente de hoy.
–Muchos crecimos con ellas. Y nos gusta atrapar esos recuerdos de la infancia. Son parte de nuestro pasado.
–Sí, son parte de nuestro pasado. Pero fíjate en aquellos chicos. –Mateo me señaló a un grupo de niños que intercambiaban con entusiasmo unos diminutos cartuchos que contenían videojuegos–. ¿Te imaginas a alguno de ellos jugando a «Pat Garrett y Billy el Niño»? No creo que les atrajese la idea. Tienen sus propios artilugios para jugar. Aquellas novelitas las escribíamos gente pobre para que las leyese gente pobre. Las cosas han cambiado mucho desde entonces.
–Entonces ¿ya no sientes la tentación de sentarte otra vez a escribir? –pregunté al viejo Duke.
–Nunca se deja de escribir. No del todo. Aunque lo que hago ahora no creo que interese a mucha gente. Ahora no sigo ninguna disciplina; de hecho, ni siquiera tengo ambiciones por abarcar un argumento entero. Sólo pequeñas reflexiones, ocurrencias aisladas…
–Claro. Imagino que así empiezan todas las historias. Siempre se parte de una inquietud propia, de una experiencia personal, sea de la clase que sea…
–Háblame entonces de tus inquietudes. ¿Qué quieres sacar en claro recordando todas aquellas novelitas de kiosco?
–Podría intentar quedar bien contigo, Mateo, y justificar mi empeño diciéndote que me interesa la educación antigua, las viejas formas de ocio, cómo la gente leía con voracidad esas novelas para intercambiarlas después en los kioscos… Pero en cierto modo, sólo en cierto modo, te estaría mintiendo, porque lo que más me interesa es acercarme a mis recuerdos. Mi infancia transcurrió a principios de los años sesenta. Me crié con mi madre, y no teníamos dinero para un televisor. Ella pasaba mucho tiempo fuera, sirviendo en otras casas, y yo pasaba tardes enteras leyéndote a ti, a Keith Luger, a Silver Kane… Con los años, cada vez se editaban menos novelas como las vuestras, pero mi madre se mantenía reacia a comprar un televisor, así que mi pasatiempo favorito siguió siendo releer vuestras novelas, además de otras que iba descubriendo.
El parque fue quedando vacío de niños, y poca gente quedaba allí, salvo algún anciano que caminaba o alguna joven pareja que demostraba su pasión de forma mal disimulada.
–¿Por eso quieres escribir un libro sobre nosotros?
–Eso es. Un libro dedicado a los escritores populares.
–¿Escritores populares? No termino de entender a los críticos literarios, siempre queriendo descubrir movimientos y tendencias en todas partes. En España no ha habido escritores populares. Tan sólo unas cuantas personas algo imaginativas que trataban de salir adelante aceptando unas condiciones de trabajo espantosas, escribiendo unas historias que no siempre eran buenas, o que, mejor dicho, casi nunca lo eran.
–Sobre todo eso quiero escribir largo y tendido. Merecerá la pena; quiero que quede un testimonio de todo esto.
Me costó mucho trabajo encontrar a algún superviviente de toda aquella época, pues casi todos los escritores de entonces ya habían fallecido. Quedaban algunos, pero no estaban en condiciones de mantener una conversación, y fue él, precisamente él, a quien había leído hace tantos años, al que pude localizar. No le dije que casi todos sus compañeros habían muerto. No quise recordarle que su mundo estaba desapareciendo.

–Perdona que sea escéptico, joven amigo, pero no sé si todo esto va a interesar a mucha gente.
–En primer lugar, me interesa a mí. Y, siguiendo una lógica elemental, también puede interesar a muchas otras personas que han crecido en los mismos años y en un contexto semejante. Ya he firmado un contrato con una editorial modesta. No ganaré mucho dinero, pero el libro saldrá. La novela popular bajo el franquismo. Ese será el título.
No me di cuenta, no me quise dar cuenta, de que el viejo llevaba ya un buen rato lanzando miradas furtivas a su reloj de pulsera. El paseo que habíamos dado llegaba a su fin.
El sol refrendaba nuestra inminente despedida. Empezaba a esconderse en el horizonte, sacando brillos anaranjados al cielo, proyectando alargadas sombras de los edificios. De vuelta a su casa, Mateo aprovechó para parar en una bodega, donde compró una botella de whisky que acabaría bebiendo a solas.
Al despedirnos en su portal, no concretamos la fecha de un nuevo encuentro. Sólo eso saqué en claro de mi cita con Mateo Duque. Hay ancianos que mitifican los años de su juventud, que añoran encontrar un auditorio ante el que magnificar los hechos de su vida. Pero Mateo no era así, en absoluto. Si salió del portal aferrando con su puño las llaves de su casa como si fueran el más preciado tesoro, entró en él con violencia, cerrando la puerta para impedir que nadie ni nada del exterior pudiese entrar detrás de él.

Ya eran casi las nueve de la noche, el momento de volver a casa para preparar algo de cenar. Como me sucede tantas veces, me dio pereza coger el metro. No me gustaba el ruido estrepitoso que formaban los trenes, ni tampoco me atraía la idea de viajar de pie, hacinado con el resto de los viajeros. Cogí un taxi.
Viajaba con la ventanilla bajada, respirando el ambiente de las calles en la cercanía de la noche. Y no dejaba de pensar en Mateo, en su perenne gesto de desconfianza, en ese aire taciturno de indiferencia, en su aparente autosuficiencia. Su momento había pasado, y él parecía asumirlo sin ninguna sensación de derrota.

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Interplanetaria

2 Opiniones

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    [url=www.ngcficcion.es]NGC ficción![/url] anuncia que, en unos días, un nuevo título dará vida a la también nueva colección de bolsillo, «Pequeña NGC». Se trata de [url=https://interplanetaria.com/ficha.php?id=LosViejosPapelesDavidGPanadero][i]Los viejos papeles[/i][/url], del escritor, periodista, crítico de cine y de literatura [b]David G. Panadero[/b]. Esta novela está dedicada al género negro, pero la colección también acogerá a los géneros de la ciencia ficción y el terror.

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    Interplanetaria
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    Este viernes, 3 de diciembre, a las 19,30 horas, tendrá lugar en la Librería Estudio en Escarlata (C/Guzmán el bueno, 46. Esq. Fernández de los Ríos. Madrid) la «PRESENTACIÓN ESCARLATA»:

    [b]Fernando Cámara[/b] ([url=https://interplanetaria.com/ficha.php?id=NecroparisFernandoCamara][i]NECRÓPARIS[/i][/url]. Colección Terror) le dará el relevo a [b]David G. Panadero[/b] ([url=https://interplanetaria.com/ficha.php?id=LosViejosPapelesDavidGPanadero][i]Los viejos papeles[/i][/url]. «Pequeña NGC» (Col bolsillo)). Ambos autores, han prometido sabotear la novela de su respectivo contrincante y hacernos pasar a la vez un rato entretenido y entrañable.

    [center][URL=http://img7.imageshack.us/i/presentacionconjunta.jpg/][IMG]http://img7.imageshack.us/img7/7230/presentacionconjunta.jpg[/IMG][/URL][/center]

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