Me cago en mis viejos (II)

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Os diré que en septiembre volví a catear la selectividad. Que en octubre fui a pedir curro a una ETT. Que en diciembre me proporcionaron uno de camarero para el que había que hacer un curso obligatorio. Que me descontaron la mitad de lo que gané en las comidas de empresa de Navidad para pagar el curso de los cojones. Que en enero se acabó el curro. Que me pasaba el día mirando al techo. Que mi apatía provocó en casa una bronca histórica. Que di un portazo y me largué. Que pasé una semana a la intemperie. Que enfermé. Que volví al hogar. Que según el médico había caído en un estado de estupor. Que busqué estupor en el diccionario y significaba «disminución de la actividad de las funciones intelectuales, acompañada de cierto aire o aspecto de asombro o de indiferencia».
Me cago en mis viejos II se publicó originalmente por capítulos en la Revista de verano de El País, a lo largo del mes de agosto de 2009. Al igual que la primera parte de estas deternillantes memorias, Me cago en mis viejos, estos nuevos episodios provocaron un alud de comentarios y críticas de todo signo, así como especulaciones acerca de la verdadera identidad de su autor, que sigue sin ser desvelada, lo que no ha echo sino alimentar el interés por conocer esta obra, publicada originalmente por entregas en «El país».
Este es un libro gamberro e hilarante como pocos se publican, y escrito en un lenguaje directo y duro, como ya anuncia su título, que ha sorprendido, escandalizado y divertido a todo tipo de lectores, quienes han situado a su autor a medio camino entre Bukovski y Salinger.

ANTICIPO:

Día 1

Os diré que en septiembre volví a catear la selectividad.

Que en octubre fui a pedir curro a una ETT. Que en diciembre me proporcionaron uno de camarero para el que había que hacer un curso obligatorio. Que me descontaron la mitad de lo que gané en las comidas de empresa de Navidad para pagar el curso de los cojones. Que en enero se acabó el curro. Que me pasaba el día mirando al techo. Que mi apatía provocó en casa una bronca histórica. Que di un portazo y me largué. Que pasé una semana a la intemperie. Que enfermé. Que volví al hogar. Que según el médico había caído en un estado de estupor. Que busqué estupor en el diccionario y significaba “disminución de la actividad de las funciones intelectuales, acompañada de cierto aire o aspecto de asombro o de indiferencia”. Que me inflaron a pastillas. Que mi vieja se levantaba llorando y se acostaba llorando. Que mi viejo, recién prejubilado, padecía por su parte “estados de ansiedad” (“angustia que suele acompañar a muchas enfermedades”). Que publicaron Me cago en mis viejos y ni me enteré por culpa de la disminución de la actividad de las funciones intelectuales. Que unos me acusaron de imitar a Bukovsky y otros a Salinger. Que los comparé y eran incompatibles. Que los canutos empezaron a caerme como el culo. Que las birras también. Que la peña me mataba de asco. Que las mañanas eran negras, las tardes negras y las noches negras. Que atravesar un sábado era como atravesar una esquela. Que un día estaba viendo por la tele una publicidad de cereales y me eché a llorar. Que mi vieja preguntó por qué lloraba y le dije que porque me daba mal rollo esa señora que no podía cagar si no comía fibra. Que mi hermana se separó de su marido. Que mi sobrino, el hombre invisible, parecía también atacado por un estado de estupor. Que nos íbamos todos a la mierda, igual que el país. Y que entonces, en medio del naufragio, llegó un día mi hermana a casa, abrió violentamente la puerta de mi cuarto, me señaló con el dedo y gritó: Si no eres capaz ni de trabajar ni de estudiar, te vienes a vivir conmigo, me ayudas con tu sobrino y dejas de hacer desgraciados a tus padres.

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