Memorias y aventuras de Barry Lyndon

William M. Thackeray (1811-1863), hijo de un próspero comerciante inglés y autor de la inmortal sátira social Vanity Fair, perdió toda su fortuna tras la quiebra de un banco en Calcuta, con lo que finalmente pudo dedicarse a su gran pasión: el periodismo y la literatura. Considerado en su época rival literario de Dickens, la amplitud de registro de su humor, que transita entre la ironía suave y el sarcasmo cruel y violento, su capacidad de evocación del pasado, puesta de manifiesto en su novela Henry Esmond (1852), y la complejidad de su pensamiento social, que hace de Vanity Fair (1848) algo más que una sátira, le han granjeado una perenne popularidad, especialmente entre los lectores británicos.

Memorias y aventuras de Barry Lyndon (1844) recibe una vivificante influencia de la novela picaresca española del Siglo de Oro, que la emparenta con otras memorables novelas biográficas como Moll Flanders, Tom Jones o Tristram Shandy, aunque el caballero Lyndon no es propiamente un pícaro del siglo XVIII, sino, como él mismo dice, «un hombre de mundo». Y un hombre de mundo es aquel que es diestro en disciplinas tan dispares como «la filosofía natural, o ciencia de la vida, la equitación, la música, el salto, el manejo de la espada, el conocimiento de un caballo, los modos de un caballero distinguido…», aunque sus enemigos, que son los nuestros, podrían perfectamente tacharle de ladrón, estafador, jugador de ventaja, duelista, matasiete, embustero, traidor, y, si la situación así lo requiere, de secuestrador e incluso asesino. La nostalgia, un tanto paródica, del Antiguo Régimen recorre estas memorias del caballero Barry Lyndon plagadas de lances, aventuras y viajes.

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4 Opiniones

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    gandalin
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    Bajando hoy de Montserrat, con un sol agradable calentándome la geta, he terminado las «Memorias y aventuras de Barry Lyndon», de Thackeray.

    Es curioso como un buen libro hace más llevadero aguantar un lenguaje dieciochesco y cortesano que a veces se atraganta. Pero por encima de todo sobresale el personaje del gran Barry cuya imagen de canalla, espadachín, jugador, pendenciero y soldado de fortuna se vuelve entrañable con el mensaje que prevalece en toda la novela, de a pesar de todo, tiene un corazón noble y valeroso. Es imposible odiarle y el lector caerá seducido por alguien que es de otro tiempo que no volverá, que lo vivió intensamente y que nos lo cuenta con esa pizca de arrogancia y flema británica infalible.

    Gran Tackeray en esta novela medio costumbrista medio picaresca medio de lance….se me ocurren muchas clasificaciones pero para no encasillarla diré que queda para siempre en mi retina como una de las grandes de la literatura clásica.

    Si pasa cerca de vosotros, no olvidéis invitarle a una botella de vino. Barry y tú acabaréis habiendo bebido seis, jugando al poker y saltand tapias con libertina pasión y nada sanas intenciones

    Chao.

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    Urco
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    Colega. Reseñas como estas abren el apetito al más anorexico de la literatura. Felicidades

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    timura
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    Hola,

    Si teneis ocasión de ver la película, no os la perdais. Tiene muchos años, pero está hecha con iluminación natural y las escenas de noche con velas. Ni que decir del vestuario.

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    lbsilvina
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    Rodada enteramente en decorados de época (sobresaliendo el Castillo de Howard) y en luz natural (con velas en las escenas nocturnas o de interior), mediante objetivos de cámara muy luminosos (modificación de una cámara Mitchell y de objetivos Zeiss de focal 50 mm y de abertura F0.7) y mediante el tratamiento especial del negativo, esta película presenta una fotografía excepcional, auténtica proeza técnica que le confiere una estética más bien sombría y muy particular, en el tono de la historia y las pinturas de la época. El espectador se encuentra de esta forma imbuido en la intimidad de los personajes, tal y como pretendía Kubrick, que quería realizar un documental que se desarrollara durante el siglo XVIII.

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