← Las comedias eróticas Rio Sagrado → Mil y una aventuras febrero 03, 2004 3 Opiniones Varios autores Género : Aventuras La narrativa de aventuras siempre se ha caracterizado por los formatos de gran extensión, en los cuales se podía ver la evolución de los personajes y las intrigas que los rodean. Además, favorecida por la publicación por entregas nos daba como resultado enormes novelas de aventuras. Determinados autores, sobre todo escritores del siglo XIX, optaron por otra fórmula, pequeños relatos o cuentos donde exponer los avatares de los personajes. En este libro se recogen pequeñas joyas de los autores mas consagrados en el género de aventuras. Ninguno de ellos falta: Kipling, Stevenson, Conrad, H.G.Wells, Conan Doyle, Bierce o Melville, algunos de los relatos son Billy Budd, Gaspar Ruiz o El hombre que pudo reinar. ANTICIPO: De como el brigadier ganó su medalla -Brigadier Gerard, de Húsares- dijo en el mismo tono que podía usar un cabo con un recluta. Yo saludé. -Comandante Charpentier, de Granaderos a caballo-. Mi compañero se cuadro. -El emperador tiene una misión que confiar a ustedes-. Y sin mas abrió de par en par la puerta y nos anuncio. Habré visto a Napoleón diez veces a caballo por cada una de las que le he visto a pie, y opino que obra en mucha cordura mostrándose en aquella actitud ante la tropa, porque su figura es airosa sobre la silla de montar. Tal y como se nos presentaba ahora resultaba, por cuatro dedos largos, el mas pequeño de los seis, aunque yo no soy de gran estatura, a pesar de que resulto con mucho demasiado pesado para un húsar. Es también evidente que el emperador tenía el busto demasiado largo en proporción a sus piernas. Con su cabeza voluminosa y redonda, sus hombros caídos, y su cara completamente afeitada, parecía más un profesor de la Sorbona que el primer soldado de Francia. Allá cada cual con sus gustos; pero yo creo que no perjudicaría en nada al emperador que le pegasen a uno y otro lado de la cara unas patillas hermosas, de las que se usan entre los oficiales de la caballería ligera. Sin embargo, su boca demuestra firmeza y sus ojos son extraordinarios. En una ocasión se revolvieron coléricos contra mí, y prefería atacar un cuadro de infantería, montando un caballo cansado, a recibir otra mirada como aquella. A pesar de que no soy hombre que se arredra así como así. El emperador se hallaba a un lado del salón, alejado de la ventana, examinando un gran mapa de la región que tenía colgado en la pared. Junto al emperador estaba Berthier, tratando de aparecer prudente y justo, en el momento en que nosotros entramos Napoleón le arrancó impaciente la espada a su acompañante y se sirvió de ella para señalar un punto en el mapa. Hablaba rápidamente y en voz baja; pero yo le oí decir; el valle del Mosa, y repetir por dos veces la palabra Berlin. Su ayuda de campo se adelanto hacía nosotros; pero el emperador lo detuvo y nos hizo señas de que nos acercáramos a él. -¿Todavía no ha sido condecorado usted con la cruz de honor, brigadier Gerard?- me pregunto-. Le conteste que no, y estuve a punto de agregar que no era porque yo no me la tuviese bien ganada; pero él me atajó con sus maneras bruscas de siempre: -¿Y usted, comandante?- pregunto a mi compañero. -Tampoco, Majestad-. -Pues ahora voy a darles a los dos su oportunidad-. Nos acercó al gran mapa extendido sobre la pared, y colocó la punta de la espada de Berthier sobre Reims. -Caballeros les voy a hablar con la franqueza con la que se habla a los camaradas, porque creo que ustedes dos están conmigo desde Marengo, ¿No es así?- -Nos hablaba con una sonrisa extraordinariamente agradable, que solía iluminar su rostro pálido con una especie de fría llamarada de sol-. Hoy, día 14 de Marzo, nuestro cuartel general esta aquí, en Reims. Perfectamente. Aquí tenemos París, que dista por carretera sus buenas veinticinco leguas. Blucher se encuentra hacía el Norte, y Schwarzenberg hacia el Sur. Al decir esto fue recorriendo el mapa con su espada y prosiguió: -Pues bien: cuanto mas avancen con sus fuerzas en el país, mas aplastante será la derrota que voy a infligirles. Ellos se disponen a avanzar sobre Paris. Perfectamente. Dejemos que avancen. Mi hermano el Rey de España los esperara allí con cien mil hombres. A él los envió a ustedes. Les entregaran esta carta, de la que doy a cada uno de ustedes una copia. En ella le anuncio que acudo inmediatamente, en un plazo de dos días en su ayuda, con todos los hombres y caballos de los que dispongo. ¡De modo, pues que derechos hacía París!, ¿Me comprenden ustedes caballeros?-. ¡Si yo pudiera dar a ustedes una idea del sentimiento de orgullo que me produjo ver que aquel hombre me confiaba de ese modo sus proyectos secretos!. Al recibir de sus manos las cartas, hice tintinear mis espuelas y enarqué el pecho, sonriéndome y haciendo con la cabeza unos movimientos afirmativos para darle a entender que yo veía lo que él buscaba. También el se sonrió, y apoyo su mano por un instante en el cuello de piel de mi dolmán. Habría dado todas mis pagas retrasadas por que mi padre hubiera podido verme en aquel momento. -Voy a enseñarles a ustedes el camino que han de seguir- dijo, volviéndose hacia el mapa-. Cabalgaran juntos hasta Bazones. Allí se separaran ustedes, para dirigirse uno hacia Paris, por Oulchy y Neuilly, y el otro hacia el norte, por Braine, Soissons y Senlis. –Tiene usted alguna observación que hacer, Brigadier Gerard- Yo soy un soldado rudo, pero que se hablar y pensar. Había empezado a decir no se que sobre el peligro y la gloria que corría Francia; pero el emperador me atajo de manera fulminante, y pregunto a mi compañero. -¿Y usted, comandante Charpentier?- -Si vemos que el camino que se nos ha señalado es peligroso, ¿podemos elegir otro?- pregunto. -El soldado no elige, obedece-. Hizo el emperador una inclinación de cabeza, para darnos a entender que podíamos retirarnos, y se volvió para hablar con Berthier. Ignoro lo que le dijo, pero oí sus risas. Como ustedes comprenderán amigos míos, tardamos muy poco en ponernos en camino. Antes de media hora cabalgábamos por la calle Mayor de Reims; cuando cruzábamos por delante de la catedral, el reloj de está daba las doce. Yo iba a lomos de mi yegua gris, Violette, la misma que Sebastián quiso comprarme después de Dresde. Era el caballo más rápido de las seis brigadas de caballería ligera, y únicamente le había aventajado el caballo de carreras que el duque Rodrigo había traído de Inglaterra. En cuanto a Charpentier, llevaba el caballo que puede suponerse a un granadero o a un coracero: negro como la noche, ya me comprenden, y con unas pastas igual que postes. También el comandante era pesadote, de modo que ambos eran tal para cual. Sin embargo aquel hombre era tan jactancioso, que guiñaba el ojo a las muchachas que me despendían a mi desde la ventanas agitando pañuelos, y se retorció sus feos bigotes hasta meterse las puntas de las guías en lo ojos, como si todas aquellas atenciones fueran para él. Al salir de la ciudad cruzamos el campamento francés, y después el campo de batalla del día anterior, sembrado todavía de cadáveres de nuestros propios compañeros y de los rusos. Pero de aquellos dos cuadros, el más triste era el espectáculo que ofrecía nuestro campamento. Nuestro ejercito se derretía y achicaba. Los regimientos de la guardia presentaban buen aspecto, aunque la guardia joven estaba compuesta principalmente de reclutas. También la artillería y la caballería pesada hubiera estado bien su hubiesen sido mas numerosas; pero los soldados de infantería con sus suboficiales, parecían unos chicos de escuela con sus maestro. Y carecíamos de reservas. Si pensábamos que había ochenta mil prusianos hacía el norte y ciento cuarenta mil rusos y austriacos hacia el sur, la cosa era para ensombrecer al más valeroso. Arthur Conan Doyle Tweet Acerca de Interplanetaria Más post de Interplanetaria »
Sable on 4 febrero, 2004 at 1:04 pm Tras los pasos de Felices Pesadillas, esta es una antología fenomenal de aventuras, y a un precio muy razonable, lo que se agradece por partida doble. Répondre
Barbanegra on 19 febrero, 2004 at 6:31 pm Creo que es un tomo menos conseguido que felices pesadillas, quizás porque se notan más algunas novelas cortas. Hubieran sido de agradecer más relatos, y de menos extensión. Répondre
Telmo on 21 febrero, 2004 at 10:22 pm A mi no me pesan, dejando de lado algún relato que no es que sea largo sino que no es muy aventurero que digamos. Pero es una antología excelente, sin duda, a ver si vemos mas. Répondre