No he venido aquí a hacer amigos

Género :


Dicen que un consultor informático es alguien que te quita el reloj para darte la hora, aunque tú no se la hayas preguntado. Dicen también que no pueden evitar usar palabras que no existen y mostrar gráficos de colores siempre que encuentran ocasión. Se rumorea que se consideran expertos en cualquier cosa sobre la que hayan leído al menos dos páginas en una revista.

Eterno esclavo en sótanos refrigerados, presa de un estrés y un hastío crecientes, Bruno odia su trabajo de consultor. Un buen día un cúmulo de circunstancias lo pone al volante de un carísimo coche, con el cadáver de su dueño, el jefe de Bruno, en el asiento de copiloto. Un viaje de destino incierto durante el que Bruno rememora las desventuras cotidianas de su oficio.

Escrita con el desparpajo de quien conoce a fondo el mundo en que se mueven sus personajes, No he venido aquí a hacer amigos nos acerca a la vida de los consultores informáticos, la versión más moderna del oficinista de siempre. A través de una mirada cargada de humor, Jaime Miranda nos ofrece, tras el desternillante anecdotario que conforma esta novela, un agudísimo y personal retrato del hombre alienado por el trabajo.

ANTICIPO:
Goliardo me esperaba en un despacho prestado. Era exactamente igual al suyo, sólo que estaba dos pisos más abajo.

Perteneció a un gerente que se había despedido hacía dos días; Todo el mundo tenía la firme convicción de que se había largado a nuestra competencia directa. Su marcha había sido tan repentina que se dejó una placa concedida por haber asistido a los seminarios de Tom Peters clavada encima del lugar donde estuvo su equipo de sobremesa.

Al entrar en el habitáculo, temí revivirlo todo. Temí recibir un chorro de sangre directamente en la cara.

Goliardo no mencionó siquiera lo sucedido. Fue directamente al grano.

-Hay que hacer una propuesta. Un cliente quiere migrar sus sistemas.

No contesté. Me sentía como un perro apaleado.

-Creo que podemos hacer lo mismo que lo que estamos haciendo ahora. …..

Ese maldito plural que usaba. Él no hacía nada, sólo vender y despreocuparse. Si faltaba tiempo, si salía caro, a los que pedían cuentas era a nosotros. ¿Es que nadie se percataba de que todo lo que vendía iba mal tarde o temprano?

-Necesito que me hagas unos gráficos como los que hiciste para la propuesta anterior, ahora te digo lo que hay que cambiar.

¿Cambiar? ¿Por qué no lo cambiaba él?

Me entregó una hoja manuscrita. Su letra, mezquinamente pequeña, resultaba casi ilegible, pero yo ya tenía práctica descifrándola.

-Tiene que estar para mañana.

Era un trabajo para veinte horas. Él me lo daba con ocho. Una derrota más en mi haber. Me encontraba demasiado débil como para discutir.

-Me voy. Tengo una reunión.

Salió del despacho, poniéndose la chaqueta. No me había mirado a los ojos ni un solo momento desde que llegué.

El miedo es algo necesario, el miedo es una emoción pura, básica, que ha hecho que las especies sobrevivan al paso de los tiempos. Pero a veces el miedo se convierte en fobia, en pánico, en vigilancia extrema, en ansiedad, que es miedo al miedo, y entonces…, no se puede decir que sea bueno.

El miedo ha sido empleado como herramienta de control de forma tradicional. Para fomentar el miedo se han creado ceremonias especiales. Cuando al niño se le conmina a dormir porque si no viene el coco se está jugando con su miedo.

Atila, rey de los hunos, hacía que sus espías propagasen su terrible leyenda entre aquellos que iban a ser atacados. Los brujos tribales instituyeron el tabú. Todo son medios de control.

Hoy se usan los periódicos, las televisiones, para que tengamos miedo. El miedo nos hace tomar decisiones que no tomaríamos en libertad. Miedo al paro, a la inseguridad, a las abejas africanas, es igual.

Como herramie

ta es muy útil, y eso lo saben en las grandes empresas.

Muy rara vez te dice alguien expresamente que tienes que ir a trabajar de nueve de la mañana a diez de la noche. Muy pocas veces te obliga alguien de forma explícita a ser estúpidamente servil. Para eso se emplea el miedo.

A Goliardo le encantaba la cantinela: «La cosa está muy mal». La escuchabas docenas de veces diarias. De esa forma acababa programándote. Aunque estuvieses agotado, aunque ya hubiesen pasado dos horas desde tu hora de salida, eras tú el que se acababa repitiendo: «La cosa está muy mal». y en conclusión pensabas: «Luego he de luchar yo, que aún tengo la suerte de estar dentro».

Pero lo peor era que Goliardo no estaba mintiendo. Es que la cosa estaba muy mal.

La crisis económica era de las grandes de por sí. No hubiese hecho falta ella. Primero vino la burbuja tecnológica. Se le llama burbuja porque es algo que está hinchado de forma artificial. Como la burbuja inmobiliaria japonesa.

La burbuja explotó cuando las punto-com se revelaron como lo que eran, máquinas vacías creadas para ser vendidas y no para ser rentables.

Hubo un momento en que la demanda de proyectos informáticos era tan enorme que las compañías más grandes perdieron el criterio de contratación, el de calidad y el de cantidad. Fichaban lechuguinos recién licenciados a precio de delantero sin evaluar su potencial. Algunas empresas querían hacer contratos blindados a los programadores de Java. Muchos clientes se compraban paquetes de moda, ya fueran CRM, ERP o SCM, antes de saber del todo qué era lo que hacían o cuánto iba a costar ponerlos a funcionar. «El sector bancario se moderniza», decían los periódicos cuando el software todavía estaba sin desembalar en los despachos de los jefes de compras.

Para colmo, pasó el 2000, y no hubo apagones, nadie salió gritando por la calle arruinado, no fue el fin del mundo y los locales que Paco Rabanne vendió no se destruyeron. Las aplicaciones empezaron a funcionar en euros, y ya no había nada que hacer con los programadores del Este y de la India importados para arreglar el código pasado de moda (un código que sin embargo era mucho más fiable que una aplicación en Java).

Al ver lo de las Torres Gemelas repetido una y otra vez en televisión, en los periódicos, en animaciones digitales, muchas cosas se nos pasaron por la cabeza: la guerra mundial, el exterminio de una raza, el final de la era del libre comercio.

Sustancialmente, no fue así. .

Y eso que ya van dos países arrasados por el gobernador del planeta.

Y con aquello, más como excusa que como realidad palpable, comenzaron los cambios. De esto hace ya más de tres años.

En mi empresa, los cambios se iniciaron con llamadas por megafonía.

La verdadera percepción de la pesadilla comenzó cuando Santi quiso salir de la planta para comprar tabaco y comprobó que las puertas estaban cerradas. Tiró dos veces. Aquellas puertas nunca se cerraban. Las puertas rechinaron, se movieron un milímetro. La holgura del cerrojo no daba para más.

-¡Cerradas, están cerradas! -le dijo un señor ya entra

do en años y carnes que había junto a una fuente.

-¿Qué? ¿Por qué?

-Creo que pronto lo sabrás. Sólo ha pasado una vez antes. Una voz metálica se introdujo en la cabeza de todos al hacer vibrar el primer nombre:

«¡Armando Cenizo! ¡Armando Cenizo! ¡Acuda urgentemente al despacho 0305!».

Con los ojos muy abiertos, pues estaba cerca de ese despacho, Santi, comprador de tabaco, compañero temeroso de Dios y de la dirección, permaneci6 a la espera.

Un chico con cara de despiste pasó a su lado.

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Interplanetaria

1 Opinión

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    Saulo
    on

    No sé cómo será en el libro, pero mi experiencia con los consultores es que viven de hacer creer que saben lo que no saben, o que tienen unos supercontactos vitales para la empresa. Al final, resulta que la rueda se ha inventado ya, pero eso es otra historia.

    Por la temática, me planteo comprarme el libro. ¿Alguien que lo haya leído puede comentarme algo?

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