← Los amigos del crimen perfecto Caviar → Nuestra Señora de las Tinieblas febrero 28, 2003 10 Opiniones Fritz Leiber Franz Westen, un escritor que intenta superar su alcoholismo y la muerte de su esposa, se dedica a novelizar la serie televisiva Profundidades extrañas. Pese a que es un hombre culto y plenamente consciente del ínfimo valor que se conceden a sus libros, se toma en serio su trabajo, compartiendo su vida con algunos vecinos de un edificio situado en San Francisco. Su amor a los libros antiguos le llevará a conocer Megapolisomancia, Una nueva ciencia de las ciudades, una ciencia que versa sobre el lado más oscuro de las ciudades modernas, y un enigmático personaje: el ocultista Thibaut De Castries. Poco a poco se irán conociendo las implicaciones del ocultista con el círculo de San Francisco, a principios del siglo XX, con autores de la talla de Jack London o Ambrose Bierce, y la influencia ejercida sobre un joven prodigio, Clark Ashton Smith, quien después de aquel primer flirteo se enclaustraría en su granja. La muerte del enigmático personaje dejó muchas preguntas en el aire, y el novelista se va obsesionando cada vez más por desentrañar la madeja, sin ser consciente de que todavía quedaba una baza por jugar, Nuestra Señora de las Tinieblas. Lentamente, la alocada teoría del ocultista empieza a cobrar sentido para él. ¿Existió realmente? ¿Cuál fue su papel? ¿Dónde se encuentra? La novela toma un relato de Thomas de Quincey para convertirse en uno de los clásicos del género, aunque terror y fantasía se dan la mano hasta desdibujar esa frontera que nunca estuvo totalmente clara en ciertos territorios limítrofes para los amantes de la catalogación. Leiber, maestro de la fantasía, el terror y la ciencia ficción, consigue aquí uno de los hitos de la narrativa fantástica. ANTICIPO: »Bueno, en cualquier caso puedes imaginar cómo reaccionaban a las demandas de Thibaut las primadonnas que había reclutado. Es posible que Jack London y George Sterling hubieran seguido adelante con asuntos como el apagón por algún tiempo, si hubieran estado suficientemente borrachos cuando Thibaut se los pidió. E incluso el cascarrabias de Bierce podría haber disfrutado un poco con los truenos de la pólvora negra, siempre que otro hiciera el trabajo y la prendiera. Pero cuando Thibaut empezó a pedirles que hicieran cosas aburridas que se negaba a explicar, ya fue demasiado. Una de las acólitas, una excéntrica dama de sociedad de gran belleza, parece que dijo: Si me hubiera pedido que hiciera algo atrevido, como seducir al presidente Roosevelt (tuvo que referirse a Teddy, Franz), o aparecer desnuda en la rotonda de la ciudad de París y fuera luego nadando hasta las rocas del Sena y me encadenara allí como Andrómeda… Pero estar de pie delante de la biblioteca pública con siete grandes bolas de acero en el sujetador, pensando en el Polo Sur y sin decir nada durante una hora y veinte minutos… ¡ni hablar, querido!. »Al final, simplemente debieron negarse a tomarlo en serio, a su revolución o a su nueva magia negra. Jack London era socialista marxista desde hacía tiempo y había escrito cómo se había abierto camino a través de una violenta lucha de clases en su novela de ciencia ficción El talón de hierro. Pudo, y sin duda abrió agujeros en la teoría y la práctica del Reino de Terror de Thibaut. Y habría sabido que la primera ciudad en elegir un Partido Sindicalista no era el lugar adecuado donde iniciar una contrarrevolución. También era materialista darviniano y sabía del tema. Habría podido demostrar que la nueva ciencia negra de Thibaut era un disfraz seudocientífico y sólo otro nombre para la magia, con todas aquellas acciones inexplicadas al fondo. »En cualquier caso, todos se negaron a hacer incluso una prueba de su megalomagia. O tal vez unos cuantos les siguieron el juego una o dos veces, cosas como la Fuente de Lotta, y no pasó nada. »Supongo que en este punto Thibaut perdió los nervios y empezó a gritar órdenes y amenazar con castigos. Y ellos se rieron de él, y cuando no se dio cuenta de que el juego había terminado, simplemente lo abandonaron. »O tomaron medidas más activas. Puedo imaginar a alguien como London cogiendo al furioso hombrecillo por el cuello y el fondillo de los pantalones y echándolo a la calle. Byers alzó las cejas. Lo que me recuerda, Franz, que el cliente de Lovecraft, De Castro, conocía a Ambrose Bierce y proclamaba haber colaborado con él, pero en su último encuentro Bierce aceleró su partida rompiéndole un bastón en la cabeza. Bastante similar a lo que imagino con De Castries. ¡Qué teoría tan atractiva el que fueran la misma persona! Pero no, pues De Castro acudió a Lovecraft para que rescribiera su recuerdos de Bierce después de que De Castries muriera. Suspiró, pero se recuperó rápidamente. En cualquier caso, algo así pudo completar la transformación que experimentó Thibaut De Castries de ser una rareza fascinante a convertirse en un viejo desagradable, buscador de problemas, abusón y chantajista, contra el que uno se protegía con todas las medidas que fueran necesarias. Sí, Franz, existe el persistente rumor de que intentó, y en algunos casos consiguió chantajear a algunos de sus antiguos discípulos amenazando con revelar escándalos que había sabido en los días en que se sinceraron unos con otros, o proclamando simplemente que habían sido miembros de una organización terrorista…, ¡la suya propia! Parece que desapareció por completo dos veces en aquella época durante varios meses, probablemente por cumplir sentencia en la cárcel, algo que varios de sus ex acólitos pudieron conseguir fácilmente, aunque no he podido averiguar nada: demasiados archivos resultaron destruidos durante el terremoto. »Pero algo del viejo glamour debió de quedarle durante algún tiempo a ojos de sus ex acólitos (la sensación de que era un ser con siniestros poderes sobrenaturales), pues cuando se produjo el terremoto a primeras horas de la mañana del dieciocho de abril de mil novecientos seis, sacudiendo Market con oleadas de hormigón y ladrillo desde el oeste y matando a la gente a centenares, uno de sus antiguos acólitos, probablemente recordando sus insinuaciones de una magia capaz de derribar rascacielos, dijo: !Lo ha hecho, el viajo diablo lo ha hecho!. »Y hay indicios de que el viejo Thibaut intentó usar el terremoto en sus chantajes. Ya sabes: Lo hice una vez, puedo volver a hacerlo. Aparentemente usaba todo lo que se le ocurría para intentar asustar a la gente. En un par de casos amenazó con su Reina de la Noche, su Señora de las Tinieblas (su antigua dama misteriosa), diciendo que enviaría a su Tigresa Negra a por ellos si no le pagaban. Pero casi toda mi información de este período es muy fragmentada y no he podido contrastarla. Las personas que lo conocieron mejor intentaban olvidarlo (podríamos decir que suprimirlo), mientras que mis dos principales informadores, Klaas y Rciker, lo conocían sólo como el viejo de los años veinte y sólo habían oído su versión (¡o versiones!) de la historia. Ricker, que era apolítico, lo consideraba un gran erudito y metafísica que había recibido la promesa de dinero y apoyo por parte de un grupo de gente frívola y acaudalada y luego fue cruelmente abandonado. Nunca creyó realmente todo lo referido a la revolución. Klaas sí, y veía a De Castries como un gran rebelde fracasado, un moderno John Brown o Sam Adams o Marat, traicionado por seguidores ricos, seudoartistas que buscaban emociones y luego se enfilaron. Los dos rechazaron indignados las acusaciones de chantaje. ¿Qué hay de la dama misteriosa? interrumpió Franz. ¿Estaba todavía presente? ¿Qué dijeron al respecto Klaas y Ricker? Byers sacudió la cabeza. En los años veinte había desaparecido por completo, si es que llegó a existir. Para Ricker y Klaas sólo era una historia más, otro de los fascinantes relatos que conseguían arrancar al viejo de vez en cuando. O tal vez soportaban sus historias repetidas, lo que ya no era tan fascinante. Según ellos no disfrutó de ninguna compañía femenina mientras le conocieron. Aunque Klaas, cuando le presioné, dio a entender que creía que el viejo contrataba de vez en cuando a una prostituta, añadió que le parecía que era asunto del viejo y de nadie más. Ricker dijo que De Castres tenía interés sentimental (un punto blando en el corazón) hacia las niñas pequeñas, pero de forma inocente, como un moderno Lewis Carroll, insistió. Los dos negaron vehementemente cualquier sugerencia de desviaciones sexuales por parte del viejo, igual que habían negado las historias de chantaje y los rumores aún más desagradables que se produjeron luego: que De Castries dedicó sus últimos años a vengarse de aquellos que le habían traicionado induciéndoles a la muerte o al suicidio por medio de la magia negra. Sé algo sobre esos casos dijo Franz, al menos sobre los que imagino que vas a mencionar. ¿Qué le pasó a Nora May French? Fue la primera en desaparecer. En mil novecientos siete, sólo un año después del terremoto. Un claro caso de suicidio. Murió dolorosamente, envenenada…, muy trágico. ¿Cuándo murió Sterling? El diecisiete de noviembre de mil novecientos veintiséis. Desde luego parece que hubo una conducta suicida en funcionamiento, aunque operando a lo largo de una serie de años dijo Franz pensativamente, todavía no perdido en sus reflexiones. Puede argumentarse que fue el deseo de morir lo que impulsó a Bierce a marcharse a México cuando lo hizo: una vida marcada por la guerra, ¿y por qué no por la muerte? Probablemente se unió a los rebeldes de Pancho Villa como una especie de corresponsal no oficial de la revolución, y es posible que lo fusilaran por ser un gringo metomentodo que no podía estarse callado. Se sabe que Sterling llevó durante años una ampolla con cianuro en el bolsillo de su chaleco y puede que la tomara por accidente (cosa que no es muy probable), o intencionadamente. Y luego tenemos la ocasión en que Jack London (la hija de Rogers lo cuenta en su libro) desapareció durante una borrachera de cinco días y volvió a casa cuando Charmian y la hija de Rogers y otras personas preocupadas se habían congregado, y con la lógica helada y pícara del hombre que ha bebido hasta reventar, desafió a George Sterling y a Rogers a no sentarse con el cadáver. Tweet Acerca de Interplanetaria Más post de Interplanetaria »
caesar on 28 febrero, 2003 at 9:20 am Se me había pasado por alto, y encima es barato. Promete 🙂 Répondre
Brutus on 12 marzo, 2003 at 4:48 pm Pongo este mensaje aquí, porque el escritor es el mismo. ¿Cuantas novelas hay de los personajes? ¿Llegaron a sacar todas en español o se quedó alguna inédita? Répondre
Brutus on 12 marzo, 2003 at 4:51 pm como parece que no se ha grabado, lo repito de nuevo. Perdon por si luego aparecen los dos. Preguntaba si alguien sabe si en español llegaron a sacar toda la serie de Fafrd y el ratonero, o se quedó alguna novela inédita. Répondre
caesar on 12 marzo, 2003 at 11:40 pm Pues eso, que la novela parece curiosa e intrigante. ¿Alguien la ha leído? Digamos que estoy tentado, y como el precio ayuda… Répondre
Alberto on 13 marzo, 2003 at 11:35 am No salen, la novela no tiene ninguna relación con esa serie. Esa serie la publicó integra Martinez-Roca, pero se saldó hace años. Consta de: Espadas y demonios Espadas contra la muerte Espadas contra la magia Espadas entre la niebla Las espadas de Lankhmar Espadas y magia helada La hermandad de las espadas No estoy seguro del orden en lo que respecta a "Espadas contra la magia" y a "Espadas entre la niebla", pero por lo demás creo que ese es el orden. En calidad yo creo que los mejores son el primero: "Espadas y demonios", con " Aciago encuentro en Lankhmar" que ganó el Hugo y el Nébula y el quinto: "Las espadas de Lankhmar" que es una única novela. Répondre
Alberto on 13 marzo, 2003 at 11:40 am Es una novela muy buena , con un tono entre fantástico y terror y homenaje a Clark Ashton Smith incluído. Yo la leí en una edición anterior y me pareció excelente, con un lenguaje conciso (nada de expresiones del tipo "Negros nubarrones" o "blanca luna") y una trama excelente. Es uno de esos libros que se devoran más que leerse. Répondre
Joaqu on 29 marzo, 2003 at 2:05 pm Totalmente de acuerdo. No diré que ya no se hacen historias de este tipo, pero me entran ganas. Répondre