Nuevos cuentos de los mitos de Cthulhu

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Los cerca de sesenta relatos de horror que escribió H.P. Lovecraft en su corta vida le dieron una nueva dimensión a la literatura de terror, que ya no sería la misma después de él. Lovecraft logró trascender el horror puramente humano de diablos, brujas y vampiros e intuyó una realidad oculta, cósmica, terrorífica y apenas descriptible. Imaginó un espantoso panteón de deidades, los Primordiales o Grandes Antiguos, con el dios ciego e idiota Azatoth a la cabeza, Yog-Sothoth, Nyarlathotep, Cthulhu, y una alucinante caterva de alimañas descarnadas, demacrados nocturnos, entidades sobrehumanas que pueblan un Cosmos amoral, despiadadazo e indiferente al insignificante destino del hombre. Poco a poco, amigos y escritores afines fueron agregando deidades y sistematizando esta espeluznante cáfila, conocida como los Mitos de Cthulhu. La presente edición de Nuevos cuentos de los mitos de Cthulhu incluye las aportaciones hechas a los mitos por una segunda generación de escritores de terror entre los que se encuentran Ramsey Campbell, Brian Lumley, Stephen King, además del propio Lovecraft y Frank Belknap Long. Son cuentos, los aquí recopilados, en los que se percibe claramente la definición más querida de Lovecraft por los mitos: un resplandor de algo tan inmenso como pueda describirse, aun siendo de origen desconocido, explica Campbell en el prologo a esta edición.

ANTICIPO:

Los misioneros suponen una molestia infernal, deberían quedarse en su casa.

Lovecraft, 12 de septiembre de 1925

¿Han conocido alguna vez a un hombre que teme por su vida? Conocí a uno, hace tiempo, cuando aún era yo un estudiante veinteañero que trabajaba en cierta oficina de un tipo metido en negocios no precisamente limpios. Alguien le quería cobrar unas deudas. El tipo temía por sí mismo tanto como por su familia. Iba de un lado a otro como enloquecido. Recuerdo que resultaba difícil cruzar con él dos palabras, porque no te escuchaba.
Con mi compañero de viaje hablar resultaba sencillo. La verdad es que parecía tranquilo, cómodo en el asiento del avión. Sus ojos no denotaban preocupación alguna. Y además sabía escuchar. Atendía con mucha gentileza a cualquier cosa que le dijese o preguntara. Era además un hombre muy educado, que se expresaba con absoluta corrección. No parecía acosado.
Claro está, no sabía si me decía la verdad. O si su historia era una excentricidad, como su barba. Si creía sus palabras era sólo porque me parecían sinceras. Una simple impresión que a veces basta para saber qué catadura posee el tipo al que tenemos delante. No se veía en la necesidad de reafirmar sus palabras asegurando, tras cada relato de cualquier cosa sorprendente, que decía la verdad. Hablaba con una franqueza tal que inspiraba la confianza que de inmediato se ganó conmigo. Tampoco me contó nada truculento, como que se había visto obligado a huir porque había violado a la hija de un brujo de cualquier tribu, por ejemplo… Aunque algunas de las cosas que me contó, acerca de la región en la que había trabajado -en un lugar llamado Negri Sembilan, al sur de Kuala Lumpur- parecían increíbles: casas invadidas por pequeños árboles que llegaban hasta ellas para quedarse; edificios que se esfumaban de la noche a la mañana, incluso algunas dependencias gubernamentales; carreteras que también se evaporaban; algún misionero que igualmente parecía haberse esfumado de la noche a la mañana con su casa a cuestas, sin dejar rastro… Y arañas tan grandes como la espalda de un hombre.
-Había una muchacha en una aldea a la que se le metió por la oreja, mientras dormía, una araña. Fue creciendo en su vientre de tal manera, que todos la supusieron embarazada. Al cabo del tiempo normal de un embarazo, alumbró uno de esos sucios bichos, más grande que las espaldas de un hombre de dos metros -fue una de las historias que me refirió.
Por no hablar de los mosquitos que parecían aviones… Las regiones por las que anduvo, me decía, estaban preñadas de manglares, ciénagas y plantaciones de caucho más grandes que muchos reinos medievales europeos. Unas regiones tan húmedas que hacían sentir a cualquiera asco de sólo tocarse su propia piel.
Todo aquello, en el avión, parecía un cuento, uno de esos cuentos coloreados. Ninguna de aquellas cosas parecía posible a la vista de los uniformes del sobrecargo y las azafatas, volando en un avión al que no conseguían tirar las turbulencias, rodeados de gente convencionalmente vestida que bebía refrescos y comía cualquier cosa previamente sometida a los mayores controles sanitarios. Aunque nada me hacía dudar de la veracidad de sus palabras, tampoco es que me lo creyera todo. Quizás sólo me creía la mitad de lo que me contaba, atribuyendo el resto, bien a su fantasía, bien a la asunción que había hecho de las leyendas tradicionales del lugar. Pero una semana después de regresar a Brooklyn, tras la escala en Londres, cuando fui a ver a mi sobrina y eché un vistazo a uno de sus volúmenes de geografía universal, leí lo siguiente: «En la península de Malaca y en la isla de Singapur se dan las especies de insectos máss grandes y variadas del mundo. También losádrboles y las orquídeas que crecen en esta tierra representan las variedades más salvajes y grandes de que se tiene noticia». Seguía extendiéndose el libro acerca de la infinita variedad étnica y lingüística de ese rincón del mundo, de su humedad extrema, de la abundante fauna y de las selvas «en las que según algunos exploradores habitan bestias monstruosas no conocidas por el hombre civilizado».
Sin embargo, aquel hombre me había hablado también de lugares absolutamente paradisíacos.
-Hay una montaña en el centro mismo de la península -y dijo un nombre impronunciable- que es el lugar más hermoso que pueda contemplarse. Y hay villas a lo largo de la costa que son maravillosas, mucho más que cualquier aldea de las islas del Pacífico… Querían levantar la nueva misión en el interior de la península, en la región central, pero… Alguien dijo que era una zona en exceso calurosa, lo que es mentira… Hace mucho más calor en Nueva York durante el verano… En realidad lo que querían era levantar una misión en la selva.
-Curioso -dije.
-Allí, la gente -siguió diciendo- es muy amable, la más hospitalaria del mundo… Usted habrá oído decir mil cosas acerca de los musulmanes; pues bien, en la península Malaca, y sobre todo en el interior, son fundamentalmente musulmanes suníes; y a pesar de que nosotros somos cristianos nos trataban con un cariño extraordinario. Y nadie se metía con nosotros. Claro está que tampoco nosotros pretendíamos convertidos a la fuerza, sólo tratábamos de prestarles ayuda en lo que les fuese más necesario. Cristianizábamos sólo a los que deseaban ser cristianos. Y levantamos un hospital para atender a todo el mundo, sin distinción de credos. Atendíamos a la gente nosotros mismos, los misioneros, de la mejor manera posible… Sólo contábamos con un médico que iba por allí dos veces al mes. Teníamos en nuestro hospital hasta una biblioteca. Y un salón de conferencias en el que se hablaba de todo, no sólo de teología. A veces se llegaban hasta nosotros incluso los lontoks.
-¿Quiénes?
-Los sacerdotes tribales, los hechiceros de las tribus… No eran musulmanes, claro, ni cristianos..: Iban a que les prestáramos asistencia. Tampoco nos molestaban. Y nosotros hacíamos todo lo posible por no molestarles… Quizás por eso logramos convertir al cristianismo a muchos de ellos.
Hizo una pausa. Me pareció que se entristecía, que le caían de golpe un montón de años encima. Siguió hablando:
-Fui muy feliz el tiempo que estuve aHí… Pero me llamaron para que abriese la misión en plena selva…
Hizo una nueva pausa y ambos nos quedamos mirando a una mujer, una medio china, que se dirigía al servicio. El avión seguía dando tumbos y la mujer, cómo no, se tropezó con el reposabrazos de mi asiento y a punto estuvo de caérseme encima. Me pareció que aquel hombre la miraba amoscado.
-He estado en muchos lugares diferentes -siguió diciéndome-, en América del Sur, por ejemplo, en un montón de países bellísimos, yen Asia, en China… También en Japón… Pues bien, ningún lugar he visto tan hermoso como aquel en el que se alzó nuestro pequeño hospital. Bien, pues obediente como lo soy partí a cumplir con el encargo que se me hacía de inaugurar una nueva misión. Aunque se me partiera el corazón de pena al verme obligado a abandonar aquel lugar y me diese bastante miedo adentrarme en la selva… Me acompañaban dos nativos, convertidos al cristianismo ambos, dos buenos muchachos que además me servirían como intérpretes.
-¿No había aprendido aún su idioma?
-Sí, pero en el interior, y más entre las tribus de la selva, se hablan hasta doce dialectos distintos… Aquellos muchachos los conocían todos. No podía conversar directamente con los que hablaban agon-digautan, o lo que es igual, la lengua más antigua de la región, aquella de la que parten todos los dialectos… Le aseguro que es muy enrevesada… Nunca logré aprenderla, a pesar de mis intentos y de la ayuda de la gente… Quizás no estuve allí el tiempo suficiente -dijo mirándose las manos con gesto de mucha tristeza.

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1 Opinión

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  • Avatar
    Thor
    on

    Este libro es contradictorio. Vale más que por la calidad de sus relatos (la de algunos es más que discutible mientras que la de otros es innegable) porque sirve para los asiduos de los mitos como recapitulación de lo hecho cuando ya no estaba el creador de Cthulhu. Y para los nuevos, es una buena forma de iniciarse en todo un movimiento dentro del terror contemporaneo.

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